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viernes, 3 de abril de 2015

María, la de Cleofás. La Pasión; personajes secundarios VII


Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
                                                                                                                  Juan 19, 25

 
                                    El Descendimiento de la Cruz, Roger van der Weyden


            Nunca he visto un muerto tan sublime. Tan hermoso, que la propia muerte parece espantada de su ancestral misión. Su rostro ensangrentado, sucio y magullado, y aun así tan sereno.           
Inmóvil el que era la armonía en movimiento. Callada la voz profunda y suave, clara como ninguna.
            Aún no han muerto los dos delincuentes que han crucificado junto a él. Agoniza el de su izquierda, con un estertor oscuro. Agoniza el otro, el que no ha dejado de mirarle con una expresión rara, de paz o acaso de dicha. Qué loco ese ladrón muriendo así; qué loco o acaso qué sabio al fin. Ya muere el ladrón loco o sabio. Se diría que se marcha tras Jesús, cuyo cadáver cuelga de una cruz de madera ensangrentada.

            Que lo bajen, que nos dejen limpiar su piel herida, envolver ese cuerpo que no parece el suyo, tan lastimosamente golpeado. Que lo bajen, que dejen que su madre lo bese antes de sepultarle. Ay, Dios de nuestros antepasados, que no se muera ella también de sufrimiento al recibir el cuerpo inerte de su hijo. Ay Dios, dale tu fuerza, que una madre es siempre madre y le tiemblan las entrañas si su hijo sufre o pena. Ay, Dios de Abraham y de Moisés, Dios de David, sostén a la madre de Dios.
            Pero ¿qué digo? También yo tiemblo y digo cosas que no entiendo ni yo misma. Es tanta la pena, tanta…

Ay, Dios de nuestros padres, ven a socorrernos, ven Dios y sostén a tu hija, que es la madre de tu Hijo. Ven, Dios, auxilia a la madre de Dios. Y ampáranos a todos ante este muerto tan bello.
Mira, María, qué muerto más prometedor es tu hijo. Recuerda que dijo que habría de volver.
            Ya lo tiene en su regazo… Cómo abraza la madre de Dios el cadáver de Dios. Y la tierra se espanta y se estremece el cielo, al ver cómo se posan, empapados de llanto, los labios de la madre en la cabeza del hijo que llevó en sus entrañas, en los ojos y el rostro, inmóviles y fríos, del Hijo de Dios.

1 comentario:

  1. Si. Es el cuadro por excelencia. Después, empezó el declive del arte. Ya no hubo nada más

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