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viernes, 18 de enero de 2019

"Haced lo que Él os diga"


Evangelio según san Juan 2, 1-12

A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: “No les queda vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora, y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, porque habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”. Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días 

                                           Las Bodas de Caná, Julius Schnorr von Carolsfeld

Este episodio es el primer signo de los siete que aparecen en el evangelio de San Juan. Y es la tercera de las tres manifestaciones de Jesús como Mesías que señala la liturgia. Manifestación que tendrá su plenitud en otra “hora”, la de su muerte y resurrección. Allí es donde entenderemos la brusquedad aparente de las palabras que Jesús dirige a su madre en Caná.     

Para los que lo lean con atención y estén un poco habituados al simbolismo, está claro que lo que aquí se nos relata tiene una significación mucho más profunda y de mayor alcance que la literal. Sucedió en los parámetros histórico-temporales, pero Jesucristo es Señor del Tiempo y maneja otras dimensiones, que los evangelistas captaron y se van haciendo evidentes según se alcanzan los niveles de ser y de comprensión necesarios.

Porque lo literal y lo simbólico siempre van de la mano en las Sagradas Escrituras. En el evangelio de Juan es aún más clara que en los sinópticos la voluntad y el estilo metafórico, ese recurrir a los símbolos para hablar de realidades espirituales.

 Quienes a lo largo de los siglos han estudiado este primer signo del cuarto evangelio coinciden en que tuvo un sentido más profundo que esa literalidad aparentemente ingenua. Dice San Agustín que fue “no solo un hecho real y extraordinario, sino también el símbolo de una operación más elevada.”

La boda es alusión clara a un acontecimiento que señala un cambio de vida para los contrayentes, que, por otro lado, solo indirectamente aparecen como personajes del relato. El signo o milagro (que tiene lugar al tercer día, 3, número de la totalidad) es imagen del cambio que Jesús pide a las almas, y que supone morir a uno mismo para poder nacer de nuevo. Ese segundo nacimiento pasa siempre por el descubrimiento del verdadero amor, superando la ceguera del ego. Es el amor el que permite alumbrar a ese nuevo ser, hombre y mujer interiores, renacidos y libres. Porque la boda entre hombre y mujer es en este episodio (y siempre) representación de las nupcias interiores a las que estamos llamados, de la unión entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual. www.viaamoris.blogspot.com

            Cuando María dice “no tienen vino”, se está refiriendo a una carencia y una necesidad mucho más grave que la del vino: la de vida en plenitud. Podemos decir que se refería a la sangre, como símbolo de ese latido esencial que debía faltar en aquella celebración. Es ella también la que nos dice “haced lo que él os diga”, para que tengamos vino, sangre, alegría, plenitud. Y es que nuestra existencia es una celebración de bodas constante. Una y otra vez estamos llamados a transformar nuestra vida de agua, en vida de vino nuevo, del mejor vino; sangre nueva, buen latido que nos haga ser en Jesús.

            Interpretaciones sobre este pasaje hay muchas, tantas como personalidades, sensibilidades y grados de comprensión en los que se interesan por la exégesis. Hay quienes, tratando de asimilar este lenguaje alegórico, sostienen, como Maurice Nicoll, que María simboliza un nivel inferior y que Jesús se desliga de ella para avanzar y elevarse. Creo que conformarse con esa interpretación, sin ir más allá, sería quedarse en el dualismo de lo meramente psicológico, cuando el cristianismo es una invitación clara a la unidad, por la verdad, la belleza y el amor.

En este sentido, una clave esencial es el diálogo entre madre e hijo. Es cierto que Jesús parece separarse simbólicamente de su madre, al hacerse “adulto” y emprender su misión, iniciando su vida pública. Pero es María quien está dando a su hijo la señal de que el momento ha llegado. No le dice qué ha de hacer, solo toma la iniciativa para comunicar lo evidente: no tienen vino. Las palabras de Jesús son de rechazo solo en apariencia. Simbolizan la amargura inevitable de esa separación. Están anticipando, además, la hora de la Pasión cuando la frialdad aparente del “mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26) es pantalla del amor más grande, generoso e incondicionado que se pueda imaginar, pues hace posible ese otro alumbramiento, increíble y misterioso, en que somos nosotros los alumbrados por María.

La “muerte” del hijo ligado a la madre que tiene lugar en Caná es preludio de la muerte en la cruz del Hijo del Hombre, como el bautismo de agua del Jordán fue preludio del bautismo de sangre del Gólgota. En Caná, Jesús dice a la Madre: “Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). En uno de los anuncios de la Pasión, presagiando la angustia de Getsemaní donde dirá: “Padre, líbrame de esta hora” (Jn 12, 27).

La hora…, bendita hora, aciaga hora, hora gloriosa, la hora… Jesucristo, Señor del Tiempo se encarnó, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis, vaciamiento). Vivió cronológicamente como un hombre mortal para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

María es, como vemos, un personaje clave, activo, desencadenante del prodigio. No es designada por su nombre, sino a través de su función de “madre”. Cuatro veces en todo el relato, como cuatro, en asombrosa y significativa simetría, serán las veces que aparezca la palabra “madre” para mencionar a María en la Pasión, esa hora que aún no había llegado, como dice Jesús en este relato.

No hay distancia, indiferencia o frialdad en Jesús cuando llama a su madre “mujer”,tanto aquí como en la pasión. Creo que es una manera muy clara de subrayar esa simetría que acentúa el simbolismo. Primero fue el vino nuevo. Y su madre estaba junto a él. Al final, después del bautismo de sangre, fue la vida nueva. Y su madre también estaba junto a él. Él hizo el vino nuevo y la vida nueva, porque hace todo nuevo, y nos hace del todo nuevos.

“Haced lo que él os diga”, dijo María aquella tarde de alegría y tristeza, de prodigio y presagio. Debió decirlo, quizá, con la voz firme y quebrada a la vez,  acaso vislumbrando todo lo que acontecería tres años después. “Haced lo que él os diga”, nos sigue diciendo la madre, nuestra madre, cada vez que respiramos.

                                105, Diálogos Divinos, María poseedora de todos los bienes

sábado, 12 de enero de 2019

Agua y espíritu


Evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban sobre Juan, si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, también Jesús fue bautizado. Y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado. El predilecto.”

                                                      El Bautismo de Jesús, Giotto
                                                         
El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación. 
                                                                                                      Vladimir Soloviov                                                                             
          Hoy celebramos el bautismo de Jesús y también nuestro propio bautismo, un renacimiento que se renueva cada vez que recordamos quiénes somos realmente. Hoy es día de alegría por ser Hijos de Dios, rescatados del mundo y sus mentiras de pecado y separación, llamados a la Vida verdadera. Día de renovación y de agradecimiento a Aquel que nos abre la puerta para salir definitivamente de los sueños de caos, miedo y pérdida en que nos hemos encerrado.

         Vivamos desde hoy con la ligereza que confiere ser conscientes de nuestra naturaleza de Hijos, unidos ya al Padre. Ligeros y libres, regresando a Casa con la confianza de sabernos liberados del mayor enemigo, que es la muerte y sus manifestaciones. 

          Abramos los ojos, los signos de los tiempos están tan claros, que el mundo y su historia, acelerada hasta el vértigo, parece un cómic. Los conflictos se agudizan dentro y fuera para que los veamos y los transformemos en la Paz de Cristo, con la buena noticia del Amor que en Él somos.

         Acabamos de celebrar la Navidad. Ha nacido el Amor para todos los hombres y mujeres del mundo y de todas las épocas, creencias, condiciones, y, si nace el Amor, todo empieza de nuevo. ¿Ha nacido realmente en cada uno de nosotros?


          Para ser capaz de amar y ser amado hay que llegar a un estado de inocencia, inalcanzable si no somos sinceros con nosotros mismos. Un gran impulso para atreverse a ser sincero de una vez es estar harto de uno mismo. Mirarse sin paños calientes y ver la miseria que hay que pasar por el corazón: miseri-cordia. Sin esa mirada valiente es imposible cambiar y volverse sincero, inocente y libre.

          ¿Somos tan valientes como para ser completamente sinceros con nosotros mismos? Entonces seremos inocentes, capaces de amar y ser amados, porque habremos renunciado a la voluntad humana caída, que solo genera miseria, mentira, muerte..., y decidiremos vivir en la Voluntad de Dios, que es el Mismo Cristo. 

Podemos morir a nosotros mismos, vencer el miedo, la ignorancia, la soberbia que divide y separa, para configurarnos con Jesús, que nos quiere a su lado, con Él y en Él, no en un futuro remoto, sino ahora y por siempre. www.viaamoris.blogspot.com
No olvidemos que el mensaje de la Navidad es que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios. El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transformando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz, las sombras, en paz, los conflictos, en gozo, el sufrimiento.                           

                       Cristo es Bautizado en el Jordán, J. S. Bach (Cantata BWV 7)

Una mujer le preguntó al "extranjero":
-Dígame francamente: ¿qué le parezco?
-No es justa consigo misma.
-¿Qué quiere decir?
-Dígame: ¿por qué tanto rojo en los labios y tanto rimmel en las pestañas?
-Es que el tiempo pasa y me gustaría parecer bella.

-Si supiese lo bella que es, no recurriría a estos medios. Hay en usted, escondida, una belleza posible de la que no tiene ni idea. La consciencia de esta belleza no se ha despertado en usted. No ha podido traducirse en su rostro. Deje que esta belleza interior se imponga. Se hará transparente a través de los ojos. Usted será de una belleza radiante.
                                           Lev Gillet. (Un monje de la Iglesia de Oriente)

sábado, 5 de enero de 2019

La gracia es el regalo


Evangelio según San Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»." Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

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Adoración de los Magos, David Jean


"Día de Reyes"; muchos olvidan que celebramos la Epifanía del Señor y viven un día de regalos, de intercambio, del agasajo efímero con que el mundo anestesia o hipnotiza. Para el mundo, generosidad significa "dar" en el sentido de "perder". Pero en el Reino, para Dios, generosidad significa "dar" en el sentido de "conservar". Y ¿qué damos en realidad? ¿Cuál es el verdadero regalo? 

Damos testimonio de la Luz, de la estrella que nos guía, del Verbo original al que regresamos www.viaamoris.blogspot.com. Damos testimonio como testigos directos del Misterio, y, al dar lo que hemos visto con los sentidos del alma, lo que hemos experimentado, comprendido, integrado, nos damos a nosotros mismos, entregamos la Obra que hemos venido a realizar (real - izar), nos cumplimos, en Aquel que nos hace reales y nos eleva.  

La Virgen María, protagonista junto a Jesús de la Navidad, nos enseña el sentido del regalo, porque es puro don; ella se da a sí misma y nos da a Jesús. Dando, conserva y multiplica, hace posible el Milagro. La gracia es el regalo. Jesús es la Gracia y viene a colmarnos de gracia y bendiciones. Solo Él puede responder a los anhelos más hondos del corazón.

La gente se afana comprando, vendiendo, intercambiando, deseando, regalando cosas materiales que siempre dejan un poso de amargura porque nunca se tiene bastante de lo que no se quiere realmente y el verdadero deseo del corazón es Dios. Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti, dice San Agustín. 

El sermón que leemos a continuación, también de San Agustín, nos ayuda a profundizar en el Misterio del Verbo encarnado, valorar todos los dones y gracias que de Él proceden, y lo que contemplamos en los dos misterios que este año litúrgico se celebran en dos Domingos sucesivos: La Epifanía o la Adoración al Niño de los Magos y la Teofanía o el Bautismo de Jesús en el Jordán.


                  La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. 

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro, tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así -como dice la Escritura-: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: “Nuestra gloria”, sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que esta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.
                                                                                                   San Agustín. Sermón 185


                                               Oratorio de Navidad BWV 248, J. S. Bach
                                                  Llegada y Adoración de los Magos