Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 29 de diciembre de 2012

Suite nº 3


                                  A los músicos de la calle Preciados y la calle del Carmen de Madrid.   
                                                                        A todos los músicos que tocan en la calle.
                                                      Gracias por tanta luz, tanta belleza cálida y cercana.



                              SUITE Nº 3

Es Bach, que resucita
entre las manos sabias
de esos músicos libres.

No hace frío escuchando
sus acordes sin tiempo,
aunque la sombra
de diciembre se alarga.

Quedarse aquí toda la tarde
o quedarse para siempre,

quedarse,

mientras el mundo enloquece,
hipnotizado
por cantos de sirenas,
luces de una falsa Navidad
y anuncios de perfume.

Silencio, todo silencio.
Sonido, todo sonido.
Bach, todo Bach.
 
Asombro sideral.

Silencio, todo silencio,
entrelazando notas inmortales.
                                  

 
 
 
 
 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Navidad eterna. Belleza siempre antigua y siempre nueva.



                  La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras: con el
                                              final de los tiempos (sólo Dios sabe cuándo) o por nuestro acceso
                                              a la dimensión eterna dentro de nosotros.
                                                                                                                     Thomas Keating

 
Cristo nace misteriosamente sin cesar, encarnándose a través de aquellos a los que salva, y hace del alma que le da a luz, una nueva madre virgen.
                                                                                                      Máximo el Confesor



 


Historia de dos ciudades (1935), de Jack Conway, con Ronald Colman y Elisabeth Allan, maravillosa película, basada en una de mis novelas favoritas, la homónima de Dickens.

            Las escenas evocan (más adelante se comprende en plenitud) el Misterio de la Navidad, siempre actualizada en las almas que se abren al Gran Milagro.
El que no la haya visto o no haya leído la novela, que se salte el siguiente párrafo. Le aseguro que, si se asoma a esta historia por cualquiera de las dos “ventanas”, va a vivir una experiencia única, con un gran poder transformador, como todo lo inspirado por los Evangelios.

Sydney Carton, el abogado alcohólico y tarambana, enamorado en secreto de Lucía Manette. Ella encendió una vela por él en una Nochebuena de luz y de sombras. Meses después, él tuvo que soportar que su amada se casara con Charles Darney, pero supo trascender sus sentimientos, hasta ser capaz de dar su vida por sus amigos, como hizo el mismo Jesucristo. Su amor le redime y le permite salvar a Darney de la guillotina, muriendo en su lugar, sereno y libre como jamás había imaginado. Encontró un amor más puro, grande y duradero que cualquier amor terrenal, y muere amando, infundiendo valor y esperanza en la inocente, angelical costurera, también condenada a muerte.

Una de las pocas películas que me han hecho comprender…, no, intuir…, no, ¡saber! que el tiempo no existe en las dimensiones de lo Real. Rodada en 1935, recreando momentos históricos en torno a 1789, y evocando aquellos otros, sublimes, de hace dos milenios…

Para muchos de los que volvimos a Jesucristo después de un tiempo más o menos largo aparentemente alejados de Él, el punto de inflexión fue desencadenado por una casualidad que hoy se revela como causalidad, una llamada de la Providencia. Un encuentro, un recuerdo, una lectura, un amor, un desamor, el silencio encendido de una iglesia vacía, en la que entramos sin pensarlo mucho, una cruz repitiéndose de mil formas ante los ojos del cuerpo y los del corazón…
Qué regreso gozoso, con la fe fortalecida y aquilatada por los rigores del “destierro”. Qué voluntad firme y resuelta de seguirle por siempre, imitándole para seguir amando hasta el final.
De eso se trata, de seguirle, imitarle para configurarnos con Él, transformarnos hasta lograr que Cristo encarne en nosotros. Navidad eterna, plena y actualizada.
            Cada uno sabe, o va sabiendo, cuáles son los obstáculos que existen en su alma, todo ese lastre que le impide ser capaz de encarnar y dar a luz a Cristo en su interior.
 
            Nunca es tarde para el gran encuentro. A veces la tardanza, los años transcurridos en la aridez solitaria del desierto, maduran el alma y hacen que pueda dar fruto abundante y en sazón.
            Lo "canta" en sus Confesiones San Agustín, con una explosión jubilosa, gozo desbordante de los sentidos sutiles:
 
            ¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando. Me lanzaba todo deforme entre la hermosura que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste, y más tarde me gritaste, hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste, y con tu tacto me encendiste en tu paz.
 
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

José Mújica, Río +20. Voces que claman en el desierto.


En esa raza de víboras que son –o, si no lo son, muchos se acaban transformando en ello– la mayoría de los políticos, muy de vez en cuando, surge alguien digno, honesto y coherente, como José Mújica, presidente de Uruguay, que da ejemplo de lo que dice con su forma de vivir y con su trayectoria. Buena ocasión el Adviento para volver a escuchar su voz, que parece clamar en el desierto.
Es el discurso que pronunció en Río de Janeiro, el 20 de junio de 2012, en la Conferencia sobre desarrollo sostenible, también conocida como Río +20, por celebrarse en la misma ciudad, veinte años después de la Cumbre de La Tierra del 92.
Las palabras de Mújica, como las de Nelson Mandela, brotan de un espíritu insobornable, que se ha mantenido fiel a sus principios.  
            Incluyo el discurso en dos vídeos diferentes, porque para gustos están los colores. En el primero han añadido música y canto de pájaros, han modulado la voz hasta lograr el efecto deseado y han sustituido las imágenes de Mújica por otras de nuestro planeta captadas por satélite. Es, quizá, más fácilmente conmovedor.

 



              Prefiero el segundo, donde vemos al hombre, un hombre de verdad, en el que no hay engaño, y en él, para el que tiene ojos que ven y oídos que oyen, están todas las músicas, todos los planetas, el sol, la luna y las estrellas. No hace falta adornar la verdad cuando es tan clara y evidente. Escuchémosle.


 
 


Me recuerda este mensaje, más plegaria que discurso, al del Jefe Seattle, o Jefe Seathl, Noah Seattle desde que, al morir uno de sus hijos, se convirtió al cristianismo.
Otro texto impactante, que sigue vigente un siglo y cuarto después, sobreponiéndose a la leyenda y a las tergiversaciones de las palabras del noble indio suwamish, recogidas al dictado y traducidas del chinook (a esta lengua, a su vez, del lushootseed) al inglés por Henry Smith. La versión original, publicada en el Seattle Sunday Star, el 29 de octubre de 1887, fue transformada y enfatizada en los años 70 por Ted Perry, profesor de teatro, para la película Home.
Si todos los que dicen conocer esta carta, en alguna de sus versiones, la hubieran interiorizado de verdad, tal vez la voz de José Mújica no clamaría en el desierto.






En 1985, Style Council (Paul Weller, de The Jam, y Mick Talbot) grabó Walls come tumbling down, una llamada a la insurrección, para un cambio de sistema desde su propia raíz. Ellos apuntaban mucho más allá de la mera indignación de hoy, que a veces me suena al tibio mejorar algo para que el resto siga igual, que denunciaba Lampedusa en el Gattopardo.
            El vídeo es del concierto Live Aid, en el Estadio Wembley, aquel intento alegre y entusiasta de crear conciencia con la música. Inolvidables las actuaciones de U2 y Queen.      
            A pesar de la sórdida historia sobre el destino de los fondos recaudados (macabramente malversados por los gobernantes de Etiopía), la intención era generosa, limpia y solidaria, y una semilla fue plantada. 
Pero nada relevante sucedió tampoco en los 80, aquellos días de vino y rosas, de sueños de libertad y fraternidad. Volvió a quedarse en agua de borrajas porque, como siempre, como en todo, la transformación ha de empezar dentro. Si no es así, cualquier cambio social, político o económico sería un parche, sustituir una camada de víboras, por otra.

Si Mújica habla como habla y exhorta a la justicia, la responsabilidad, el reparto equitativo de los bienes, la conciencia individual y social, la paz y la felicidad para todos, es porque en su corazón y en sus venas de ex guerrillero palpitan esos valores. 

Allanar los senderos, elevar los valles, enderezar lo torcido… Ha de ser dentro y fuera, como es arriba es abajo. Para que se forme la cruz que salva, que une y hace posible la felicidad humana que defiende Mújica, es necesaria la intersección de lo vertical con lo horizontal.
            Porque no se puede aspirar a lo trascendente si pisoteamos o masacramos lo inmanente, si no somos capaces de compartir, amar y respetar a los que nos rodean, al planeta que nos alberga, la tierra que nos alimenta, a pesar de que los hayamos esquilmado sin conciencia ni compasión.

 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Memoria vertical


En la FNAC, un chico alto, moreno, con expresión tímida y amable, me para y me pregunta si me acuerdo de él. Le respondo que no (casi le digo que ya me gustaría). Dice que nos examinamos juntos del carnet de conducir en un Golf blanco, bastante viejo, que los cuatro del grupo suspendimos, que el profe se llamaba Víctor y era un cascarrabias, que uno de los compañeros llevaba unos calzoncillos de Mickey Mouse para que le dieran suerte...

            Han pasado veinte años y apenas me acuerdo. Lo lamento, no solo por no poder charlar un rato más con él –esto es remediable, hemos intercambiado teléfonos y mails– sino porque tengo la sensación de haber perdido un trozo de mi pasado, y eso sí parece irremediable.

            De vuelta a casa, me doy cuenta de que no es que no me acuerde, sino que mi memoria de aquellos tiempos es abstracta, general, muy poco detallada, más emocional que intelectual, y mucho más que física. Recuerdo vívidamente las emociones, los nervios, el ambiente distendido después del varapalo, el fastidio por el fracaso conjunto y la armonía que reinó en un grupo de desconocidos, unidos por una circunstancia tan prosaica.

            Recuerdo bien las emociones y los sentimientos, si ya podía hablarse de  auténticos sentimientos, pero no recordaba las anécdotas, los rostros ni los colores; estaban aletargados en un rincón de mi conciencia hasta que Juan, ese es su nombre, los despertó. Mis centros –instintivo, motor, mental, emocional (de los centros superiores, mejor ni hablar)– trabajaban entonces cada uno a su aire, sin contar con los otros, y por eso me queda una memoria fragmentaria o anestesiada.

            Buen hallazgo para seguir viviendo con los centros alineados y la atención despierta, capaz de inmortalizar instantes, con su luz y sus colores, sus aromas y sabores, con sus formas y miradas tal como son, en su maravillosa, efímera apariencia.



LUZ DE LA MEMORIA
 
                                                                                                  Mirad que os mira.
 
                                                                                                        Santa Teresa de Jesús
 
Como si del invierno nos quedara
la piel entumecida y la querencia
al cálido rincón, nos olvidamos
muy pronto de que somos primavera
que a veces se disfraza, juguetona,
para que las semillas cojan fuerzas
antes del resplandor que enciende mayo.
 
Parecemos ramas secas
a punto de quebrarse, pero dentro
se renueva la savia,
sin creerse la muerte ni el cansancio.
 
Existir, sabiendo que existimos,
mirar, recordando que miramos
y nos mira,
sentir, con la conciencia de sentir,
vigías siempre atentos
a Lo que Es.
 
Descubrir dónde estamos
y estar ahí, solo ahí,
dejando que la luz de la memoria
enfoque la mirada,
nos guíe y nos alumbre hasta encontrar
el centro, el sentido de vivir,
para en él sumergirnos
y aparecer.
 
 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Un arte de vivir



Nuestra apariencia eterna es la apariencia de nuestra juventud en el
sentido supremo, nuestra verdadera juventud, nuestro ser más profundo.
 
Hay un arte de vivir en un estado de síntesis, en un estado de totalidad.
 
                                                                                                                  Henri Boulad



              Vuelvo a ver Lili, de Charles Walters (1953), con Leslie Caron y Mel Ferrer.
             Una película aparentemente cursi y ligera confirma varias intuiciones de los últimos tiempos y me hace plantearme algunas de esas preguntas eternas que suelen llevar en sí mismas la respuesta.        
             ¿Quién soy yo? ¿Qué es lo real? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde van quedando las huellas de lo que ha de perdurar? ¿En qué lugar colocarnos, cómo movernos, hacia dónde, con qué mirada y qué actitud, para no volver a caer en las redes de la mentira, y ser para siempre libres, libres, libres?

 

                                              

              Lili habla y canta Hi Lili, Hi Lo con las marionetas manejadas por el amargado Paul, que empieza a enamorarse de la inocencia sincera y libre de quien va a ser su guía hacia la verdad y la libertad.
               La huérfana que la Providencia ha llevado hasta el circo es ajena al improvisado público, pues, a diferencia de Paul (alter ego de la mayoría de nosotros), no está actuando, no finge ni oculta nada. Ella vive animada por su esencia, pura luz.
              Esas marionetas son un símbolo muy acertado de los yoes que conforman el ego, la personalidad, la cárcel, más o menos sombría, en la que estamos confinados, aunque a veces salgamos al patio y podamos ver el sol y el cielo.
            Porque casi todos llevamos dentro diversos yoes o personajes, a veces una legión (Marcos 5, 9), que pueden llegar a anular o asfixiar nuestro Yo real. Por eso, tarde o temprano, hemos de ir deshaciéndonos de ellos.
              Ese desprendimiento o desnudarse progresivo, ese soltar lastre, quitándose máscaras e imposturas, es inevitable en el camino de vuelta al verdadero Hogar, donde no cabe fingir, esconder o aparentar.


 
 
              Parte de las escenas finales, en la versión alemana. No encuentro el baile final completo en la versión original, el "desnudarse" metafórico de Paul, que le libera de sí mismo y le permite Ser y amar.
            Aprender a soltar, a desprendernos de disfraces, poses y artificios, conduce a un estado de síntesis, verdad y plenitud, que solo es posible cuando desaparece la dispersión y mecanicidad de los yoes, causa de inconsciencia y desconexión interior.
 
 
 
              Cuando una persona está llena de sí misma, no se da cuenta del hueco interior de su vida. El ego llena todos los recovecos y, de este modo, impide que se instale en el corazón de la persona la esencia, que es amor. Su personalidad falsifica expresiones de amor, pero le impide vivir la autenticidad del mismo.
                                                                                                  Lluis Serra Llansana
                                                            
 
                                       
                                                        SOLO EL TIEMPO
                                                                                                                                                   
                                                                                                                    Cuando ha desaparecido todo, queda todo.
                                                                                                                                                               Francisco Pino
 
Solo el tiempo puede
ganarnos la partida,
si no somos capaces de perder
como quien vence
o como quien aprende
a atravesar los velos
del sí y el no, del arriba y abajo,
del blanco y el negro 
y ver las cosas, en un instante
de lucidez inesperada,
como son.
 
Pero si aprendemos
a perder con la serena
ecuanimidad del que recuerda
quién es
y no lamenta el cambio
de escenario o de ropaje 
del que se empeña a fondo
en cada nuevo personaje
sin olvidar que es actor
-y no Otelo y no Penélope y no Hamlet-
sin olvidar que el silencio
es arma tan poderosa como la palabra
-a veces, tantas veces, más-,
 
si encontramos en la pérdida
un nuevo afluente, una nueva raíz
que se adentra y avanza y va creciendo,
conseguimos el Bálsamo de Fierabrás
que protege y sana toda herida.
 
Solo el tiempo puede entonces
tratar de ganarnos la partida
y fracasar.
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Nunca se está solo


 
 
Y aunque uno no tuviera ninguna compañía humana, no se encontraba nunca solo. El mundo rebosaba tanta vida y sabiduría que un lakota no podía ser consciente de la soledad absoluta.

                                   Jefe Oso Erguido, Sioux Oglala



                                 Cuando estés de noche en tu alcoba, aunque tengas las puertas y ventanas
                                 cerradas y apagada la luz, no digas que estás solo: nunca se está solo.
 
                                                                                                             Epicteto




            Mi casa es silenciosa, a ratos demasiado. Los días que no salgo y me recreo en la luz que danza y se transforma a través de la ventana, parece que no hay nadie más en el mundo. Lo malo, o lo bueno, es que tal vez sea verdad.




                                             CANTO DEL SOLITARIO

                                                                                                 No tengo ambiciones ni deseos.
                                                                                                                                  Ser poeta no es una ambición mía,
                                                                                                                                  es mi manera de estar solo.
                                                              
                                                                                                                                                                 Alberto Caeiro

La clave está en el canto,
el canto solitario del que sabe
que nadie le escucha y no le importa;
y canta con la voz más clara
o más quebrada, según sople el viento
o suba la marea.

Y tal vez un día más nítido,
vertical frente al tiempo y sus mudanzas,
consiga desvelar
la razón de la vida y de la muerte
con asombro, al saber que es escuchado,
que él mismo es quien lo hace y eso basta;

él mismo y su sagrada soledad,
que puede desbordarse y abrazar
el mundo con su lúcida conciencia.

           



                        O Solitude, Henry Purcell (1659-1695). Alfred Deller (1912-1979)

 

miércoles, 31 de octubre de 2012

La rosa entera



            Cuando hayas resuelto todos los misterios de la vida, anhelarás la muerte, pues es otro misterio de la vida.
                                                                                                            Khalil Gibran


            La muerte debe ser mirada con la mayor indiferencia, si es que el alma se extingue por completo, o debe ser incluso deseada si es que la conduce a algún lugar donde haya de ser eterna.
                                                                                                                   Cicerón

 
 
            Caminando por el barrio de mi infancia y juventud, encuentro a L., que ya tiene sesenta y cinco años. Nos saludamos con cariño y en seguida evoca los tiempos en que era joven, y su hijo y yo éramos niños. “Qué pena, ¿verdad?, ojalá pudiéramos volver a aquellos tiempos...”
            Cómo hacerle ver que solo es pena si nos quedamos en lo material, en lo efímero, en los cuerpos que envejecen, en las casas y las cosas que se desgastan o se pierden, en los amigos y familiares que van quedando atrás, por el camino.
            “Qué pena, ¿verdad?” Claro que es pena, una pena inmensa e inconsolable, si no vivimos ya, aquí, esos otros planos o niveles de conciencia donde somos inmortales. “Qué pena, ¿verdad?” Más que pena, tragedia, drama insoportable si no sentimos, vivimos, pensamos con el corazón, silencioso, eterno, inagotable caudal de energía creadora.
            Trato de llevar algo de consuelo a su angustia, y de alivio a su miedo. Imposible. Ella solo ve pena, tragedia, pérdida, no puede comprender que hay tesoros, los únicos verdaderos, que están a salvo del tiempo y de la muerte.
            Viendo que su único deseo es volver a tener treinta años, le pregunto: ¿dónde estarán los que hoy tienen treinta años, dónde estaremos todos cuantos habitamos el planeta, dentro de cien años? Su respuesta es ágil y contundente: ¡algunos vivirán todavía, tendrán ciento y pico! No es capaz siquiera, su mente anestesiada, de concebir el peso de lo inevitable. Como una niña caprichosa que solo quiere seguir jugando, se pierde la maravilla, ese resquicio que, a través de la asfixiante negrura que Cronos pinta en el horizonte, nos permite entrever un filo apenas de luz, pero tan clara, tan limpia, tan brillante que nos da ánimo y fuerza para seguir.
 
            L., como tantos, como yo muchas veces, está en la cárcel, pero no lo sabe, por eso no puede ser rescatada. Algunos quisieran seguir indefinidamente en la prisión y, si fuera posible, con la energía y belleza efímeras de la juventud, apenas un bostezo, un veloz parpadeo de la eternidad.
 
            Podemos vivir mejor los días que nos dieron para amar si aceptamos a esa compañera fiel que es la muerte. Como Fabrizio, el príncipe de Salina en El Gatopardo, que llegó a cortejar a tan misteriosa dama con respeto y ternura. Al final, cuando se encontró con ella, resultó un encuentro dulce y lleno de promesas.
            Y es que vivimos muriendo. Puede parecer un destino fatal, pero es un proceso maravilloso. Ser conscientes de vivir muriendo, o morir viviendo, no es acabarse, sino ir completándose, integrar todas las dimensiones de un Ser que se va revelando más pleno de matices, que son claves, o puertas y ventanas abiertas a niveles de comprensión cada vez más profundos.
            Vivir muriendo no es vivir menos, no es ir claudicando o rindiéndose, no es renunciar a la vida; al contrario, es vivir con coherencia y valentía, sin limitarnos en nada o cerrar los ojos a nada. Porque la muerte no es más que el otro rostro de la vida, el que nos ofrece una dimensión de eternidad que permite ir atravesando umbrales y, cuando logremos cruzar el último, morir realmente vivos, para vivir siempre.
 

 
 
                                           El lado oscuro del corazón, Eliseo Subiela 1992
                                  Escenas de Oliverio y la muerte, enamorada del poeta.

   
 
LA ROSA ENTERA

 
No voy a conformarme
esta vez con el aroma
intenso y dulzón de la rosa
ni con el terciopelo
frágil de sus pétalos.
 
Quiero la rosa entera
ahora y siempre;
la fresca y la marchita
en una única flor.
 
Por eso, busco el olor
ácido de sus restos
deshaciéndose.
Aprecio el color desvaído,
rojo sangre en el centro
del pétalo, amarillo
difuso por los bordes
rugosos y quebradizos.
 
Aprendo en la rosa que muere,
la que vivió fragante
y perfecta. Me aprendo
a mí misma en las dos
y, sobre todo, en la tercera;
 
la que pierde el olor
y pierde el movimiento,
la que disminuye en sus pétalos,
mansos, silenciosos,
hasta su disolución
en el universo
marchito y floreciente donde somos.
 
Ya no me conformo,
no puedo conformarme
con un trozo, ¿el más bello?,
de la rosa.
 

jueves, 18 de octubre de 2012

Cartas a un buscador de sí mismo. Thoreau



                                                                      Los libros son amigos que nunca decepcionan.

                                                                                                             Thomas Carlyle


Hay libros necesarios, libros útiles, libros entretenidos, libros donde encuentras alguna clave y no los vuelves a coger. Y hay libros compañeros, que ya no puedes olvidar, y a los que regresas una y otra vez.
No me refiero hoy a los libros sagrados, que, más que libros, son expresiones escogidas por la  Verdad para llegar a los hombres: Biblia, Corán, Tao Te King, Bhagavad Gita, Dhammapada, Vedas…
Ahora estoy evocando libros que escribieron autores como Shakespeare, Epicteto, Dickens, Marco Aurelio, Jack London, San Juan de la Cruz, Cervantes, Santa Teresa de Jesús y su “discípula” Edith Stein, Antonio Machado, Saint Exúpery, Bécquer, Hildegarda de Bingen, Tolstói, Khalil Gibran, Chesterton, Rumi…
Y, en el género epistolar, real o figurado, que es el del libro que ha suscitado este post: C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino; Rilke, Cartas a un joven poeta y Cartas del vivir, Louis Cattiaux, Florilegio epistolar

Ya puedo afirmar que Cartas a un buscador de sí mismo de Henry David Thoreau, que ha editado Errata Naturae, con las cartas inéditas a Harrison G. O. Blake, y que acabo de leer, va a ser uno de mis libros compañeros.
 
Todos los autores mencionados tienen algo en común: la sinceridad y la coherencia. Saben (aunque tal vez no todos saben que saben) que la auténtica obra son ellos mismos y escriben y viven en consecuencia. Recuerdo el halago que hizo Jesucristo de Natanael, para decir que son escritores de verdad, en los que no hay engaño (Juan 1, 47).
Son mis libros esenciales, referentes, amigos, compañeros. Cuántas veces me he propuesto reunirlos en una estantería o en un mueble especial, para tenerlos cerca, siempre disponibles. Ahora me alegro de no haberlo hecho, por pereza o tal vez por inspiración. Prefiero que estén desperdigados por mi indómita biblioteca y seguir comprobando cómo, cada vez que necesito el consejo o la compañía de uno de ellos, siempre viene a mí, solícito y fiel, sin apenas necesitar buscarlo. Prefiero que sigan libres, sueltos, en aparente caos, para ser consciente de que lo importante no es el libro físico, sino su mensaje atemporal, y dejar que vaya calando, transformando, haciendo su espacio en el corazón, donde la tinta es indeleble.
 
           

 
                                                    H. D. Thoreau. Un hombre libre.
 
 
             Algunos fragmentos de Cartas a un buscador de sí mismo, de Thoreau:
 

            Lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida. P. 18  
           No permita que nada se interponga entre usted y la luz. Respete a los hombres solo como hermanos. Cuando emprenda viaje a la Ciudad Celestial, no porte carta de recomendación alguna. Cuando llame, pida ver a Dios, y nunca a los sirvientes. En aquello que más le importe, no piense que dispone de compañeros de viaje. Dese cuenta de que está solo en el mundo. P. 19
            Dejemos tranquilo a Dios, si es necesario. Creo que si lo amara más, debería mantenerlo –o mejor, debería mantenerme yo– a una distancia más apropiada. No es cuando me acerco a Él, sino cuando me doy la vuelta y lo dejo solo, cuando descubro que Dios es. Digo Dios. Aunque no estoy seguro de que sea ese el nombre. Ya sabrá a quién me refiero. P. 34
 
            Si por un instante conseguimos apartar nuestro insignificante yo, no desear ningún mal, no temer ningún mal, comportándonos solo como el cristal que refleja un rayo, ¡qué no seremos capaces de reflejar! ¡Qué gran universo aparecerá cristalizado y radiante a nuestro alrededor! P. 34
            Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa. P. 42

           El objeto del amor se expande y crece ante nosotros hacia la eternidad, hasta que abarca todo lo que es dable amar, y llegamos a ser todo lo que se puede amar. P. 56

            No debe tener oídos para palabras dulces y plácidas, sino para puras y renovadoras verdades. Debe bañarse cada día en la verdad fría como el agua de un manantial, y no recalentada por la solidaridad de los amigos. P. 58

            Qué rápido nos disponemos a calmar el hambre y la sed de nuestros cuerpos. ¡Y cómo nos demoramos en calmar el hambre y la sed de nuestra alma! De hecho, nuestra mentalidad práctica no nos permite utilizar esta palabra sin ruborizarnos por culpa de nuestra infidelidad, porque la hemos dejado en la inanición hasta convertirla en una sombra. P. 66

Estamos poco menos que ahogados bajo nuestros funestos abrigos, que no llegan a quedarnos bien en ningún momento de nuestra vida. Piense en la capa con la que nos cubre nuestro trabajo o posición, qué pocas veces los hombres se tratan los unos a los otros de forma desnuda y teniendo en cuenta lo que realmente son; cómo utilizamos y toleramos la pretensión; cómo se le viste al juez con una dignidad que no le pertenece, y al testigo con una humildad que no le pertenece, y al criminal, quizá, con una vergüenza y una insolencia que ya no le pertenece. No importa el estilo de la capa con la que tapamos esas capas. Cambie las capas: ponga la del juez en la jaula del criminal, y la del criminal en el tribunal, y entonces tendrá motivos para pensar que ha cambiado a los hombres. P. 87

Hay un vecino más cercano dentro de cada uno de nosotros que constantemente nos dice cómo deberíamos comportarnos. Sin embargo, esperamos al vecino exterior con la esperanza de que nos señale un camino erróneo, pero más sencillo. P. 95
 
Aquí disponen de un censo en el que registran el número de enfermos mentales. ¿De verdad cree que los enumeran a todos? Pues bien, en cada una de estas casas hay al menos un hombre luchando o discutiendo gran parte de su tiempo con una decena de pequeños demonios a los que él mismo ha criado y alimentado, que implacablemente roen sus partes vitales; y si por un casual resuelve al fin luchar contra ellos, dice: “¡Ay, ay, me ocuparé de vosotros después de la cena!”; y cuando ese momento llega, concluye que está preparado para otra etapa, ¡y lee una columna o dos sobre la Guerra de Crimea! P. 95

            Condense toda la savia que la primavera hace fluir en su interior. No se quede en el almíbar, llegue hasta el azúcar, aunque dé al mundo un único cristal, un cristal que no se ha obtenido de los árboles de su jardín, sino de la nueva vida que se agita en sus poros. P. 109

            Me siento agradecido por todo lo que tengo y todo lo que soy. Mi agradecimiento es perpetuo. Es sorprendente lo satisfecho que puede uno llegar a sentirse sin nada definido, tan solo con el sentir de la existencia. P. 119

            ¡Qué locos están quienes piensan que su El Dorado se encuentra en cualquier parte excepto allí donde viven! P. 141

            Para el hombre sentado más hacia el Este, la vida es solo cansancio, rutina, polvo y cenizas, ocupado como está en ahogar sus preocupaciones imaginarias en un vaso de agua. Sin embargo, para el hombre sentado más al Oeste, contemporáneo suyo, es un campo destinado a los más nobles propósitos, un elíseo, la morada de héroes y semidioses. El primero se queja de los miles de asuntos de los que ha de ocuparse, pero no se da cuenta de que sus asuntos (aunque sean miles) y él son una misma cosa. P. 151

            Dadme la bondad que ha olvidado sus propias acciones; la que Dios ha hecho para ser buena, y dejadme ser. P. 159



                                   
                                       La sencilla tumba de Thoreau en los bosques que amó.


            Henry David Thoreau muere a los 44 años, el 6 de mayo de1862. Harrison Blake, el buscador de sí mismo, fiel compañero de camino, acudió al entierro. Emerson también estuvo y, después de leer un conmovedor elogio fúnebre, mientras se alejaba de la fosa donde había quedado el cuerpo de su amigo, alguién le oyó decir: "Tenía un alma maravillosa, tenía un alma maravillosa".

            Que alguien pueda decir, o pensar, o sentir, algo parecido de cada uno de nosotros cuando llegue el día.