En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después de arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.
Fotograma de La Misión, de Roland Joffé (1986)
El ex mercenario y ex traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza, cumpliendo su penitencia autoimpuesta de cargar día y noche con su armadura, por haber matado a su hermano. Después de ser liberado de sí mismo por aquellos a quienes esclavizó, qué gran "Sí", valeroso y desbordante, siguió a sus terribles "No quiero". No solamente fue a "la viña", sino que imitó al Maestro hasta el final, dando, como Él, la vida por sus amigos. www.viaamoris.blogspot.com
Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse. (…) Ciertamente en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente hubiéramos vivido.
Thomas de Kempis
Allí donde no habitas tú con tu ipseidad y tu voluntad propia, allí habitan los ángeles contigo y por todas partes. Y allí donde habitas con tu ipseidad y tu voluntad propia, ahí es donde habitan los demonios contigo y por todas partes.
Jacob Boëhme
Con esta parábola, Jesús vuelve a denunciar la hipocresía de escribas y fariseos, los más fieles servidores del príncipe de este mundo, el príncipe de la mentira. Ellos están en el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo. Hablan sin sentir lo que dicen, se dejan llevar por palabras vacías, hacen alarde de su cumplimiento (cumplo y miento), sin atreverse a mirar sus contradicciones e incoherencias. Por eso, los publicanos y las prostitutas les preceden en el Reino. Los humildes, libres de soberbia y vanidad, vacíos de pretensiones y creencias, están más preparados para negarse a sí mismos y dejarse transformar.
Nos conmueve el primer hijo, que recapacita y cede, después de mostrar esa rebeldía espontánea e inofensiva que brota de un alma pura y transparente. Sabe soltar, renunciar a sus propios deseos y comodidades, vencer las resistencias, que tan bien conocemos. En ese decir “¡no quiero!” y luego ir, hay lucha interior, fricción, ternura, vida… En el hipócrita y desalmado (sin alma) “voy, Señor” del segundo hijo, hay falsedad, cobardía, traición; hay tibieza; hay muerte.
Busquemos en nosotros toda actitud de incoherencia y palabrería vana. Y busquemos también al hombre (o mujer) interior, humilde y sincero, tal vez áspero en apariencia y modales, pero noble en el fondo, que recapacita y cumple la voluntad del Padre. Si tenemos el valor de observarnos implacablemente y reconocer nuestra fragmentación y mentira existenciales, nuestra falta de consistencia y fidelidad, recapacitaremos e iremos a la viña a cumplir con el trabajo que se nos ha encomendado; seremos ese vaso vacío que puede ser llenado de Verdad y Vida.
No importa las veces que hayamos dicho “no quiero”, ni lo infieles que hayamos sido, ni lo que hayamos abusado de la misericordia del Padre. Seguimos siendo llamados al trabajo por el Reino, una y otra vez, invitados a ir a la viña.
En el Apocalipsis, el Señor expresa su disgusto por la tibieza, pero permanece incansable a la puerta de nuestros corazones, llamando, esperando a que abramos y le dejemos entrar.
Estoy a la puerta y llamo, Jesed
Y ese llegar tarde a la hermosura, siempre antigua y siempre nueva, que canta San Agustín, puede hacer que el alma desee liberarse ya de la prisión, para volcarse en el Amor tardíamente descubierto. Como dice San Pablo en la segunda lectura del domingo pasado (Filipenses 1, 20c-24.27a), con qué gusto volveríamos a Casa, ahora que el "recreo" se va acabando, con este final de los tiempos que ya acontece, si miramos con ojos que ven. Pero, como añade el apóstol, hay que seguir aquí para trabajar, servir, convertirse en puente y faro para los demás, porque solos no nos salvamos.
No queda otra, ya no hay vuelta atrás. Por eso, no nos lamentemos por el tiempo perdido ni por las veces que hemos dicho “no quiero” a la llamada del Padre. Digamos con Rubén Darío "¡mas es mía el alba de oro!", recordando que Él todo lo restaura, lo completa, lo unifica… Nos conduce a la renovadora “comunión de las aguas” (agua de vida y agua de experiencia), donde ya estamos si queremos verlo. La frescura y la transparencia del agua de Vida disuelve la amargura y las impurezas del agua de la experiencia, con sus heridas, distorsiones, fracasos, olvidos…
Él hace de nuestros defectos, errores y limitaciones, incluso de nuestras reiteradas negativas, algo bueno. De la duda de Tomás, hizo la primera y más sublime expresión de fe-amor. Sobre la triple negación de Pedro, construyó dignidad, lucidez, misión de puente y de guía. De la superficialidad, logra hacer fidelidad; de la inmadurez, coherencia; de la carencia, abundancia; de la fragilidad, fortaleza; del miedo, valentía; de la tristeza, alegría; de las ensoñaciones, realidad; de las proyecciones, construcción firme sobre roca; de las ataduras, libertad…
Es entonces cuando, transformado, vaso nuevo, uno empieza a adentrarse en el Camino, descubre que lo que creía su voluntad personal es humo, polvo, mentira…, que su verdadera voluntad coincide con la de Dios. Y está preparado para recubrir todo lo que hace, piensa, siente y dice con el oro del Amor. Angelus Silesius nos da una gran clave: “cristiano, todo lo que hagas, recúbrelo de oro, o Dios no te será propicio, ni a ti ni a tus obras.”
Oro del Amor que pasa por el servicio y la entrega gratuita de sí mismo, como nos enseña el Maestro… A años luz de la falsa espiritualidad de los que piensan pero no sienten, dicen pero no hacen, prometen pero no cumplen, creen pero no viven, dicen "voy", pero no van… Callemos y hagamos, pero sin esa actividad febril, ese afanarse propio del mundo. Callemos y hagamos, vayamos a la viña, dóciles a la Voluntad del Padre, muerta la mentira, impecables, esto es, sin el mayor pecado, que es la soberbia, recubriendo todo de oro. Y seremos auténticos “ad-oradores”, de los que adoran en espíritu y en verdad. Ad–oro: voy, ven, vayamos hacia el oro del amor.
Y es que veces creemos que, para ser impecables y encontrar el sentido de la vida, tendríamos que hacerlo todo bien. Pero no es así; no se trata de hacerlo todo bien, sino de hacerlo todo con Jesucristo. Hacer la voluntad del Padre es hacer todo con el Hijo. Dios Padre hace todo con Él desde la Creación: “Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1, 3).
Todo habrá valido la pena si somos capaces de vivir, caminar, hacer todo con el Verbo (encarnado, muerto y resucitado). Ya no es bien o mal; es con Él. Todo, consciente de Él, sabiendo que, incluso cuando te olvidas de Él, Él nunca se olvida de ti y sigue a tu lado, esperando que vuelvas a prestarle atención. Qué maravillosa vocación: caminar conscientes de su presencia a nuestro lado, dentro de ti y de mí, dentro y fuera, alrededor. Y compartir esa consciencia de estar con Él, de ser en Él, con quienes caminan a nuestro lado. Corazón grande y generoso, mente magnánima y abierta, mirada expandida y vertical, espíritu inmenso y libre.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Del poema de Lope de Vega
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.
Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad
y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
Maestro
Eckhart
¿Queréis una prueba de la diferencia evidente y cierta
que separa el Antiguo Testamento del Nuevo?... Escuchad lo que el Señor dijo
por boca del profeta: "Grabaré mis leyes en vuestras entrañas, y la
escribiré en vuestros corazones" (Jr 31,33). Si la Ley de Dios está
escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu
alma de una dulzura secreta.
San Agustín
El
Evangelio de hoy nos presenta una antigua parábola judía, pero en una nueva
versión. En la versión antigua, los trabajadores de la última hora trabajaban
tanto que el fruto de su esfuerzo se podía comparar al de aquellos
que habían trabajado desde el alba, a ritmo más pausado y con menos
intensidad. Jesús le cambia el final, en línea con el cambio sustancial y
definitivo que supone Su enseñanza, el Nuevo Testamento, con respecto al
Antiguo. Él lo hace todo nuevo; pasamos de la religión externa del mérito y la
recompensa, a la Ley del amor y la misericordia.
Jesús
cambia el viejo paradigma mercantilista del ganar, comparar, competir, separar,
defender, acumular, por el don gratuito, que nos enseña a compartir, confiar,
unir, liberar, amar… Esta parábola–alegoría nos hace reflexionar sobre
dos enfoques de la vida y de la realidad. Conectamos con el segundo cuando
recordamos que Dios ha dispuesto todo para nuestra felicidad antes de los siglos
y que para Él no hay tiempo; por eso, la bienaventuranza ya está derramándose
sin medida sobre todo el que quiere recibirle. Es la sabiduría del Reino,
basada en la Ley del corazón; no la del mundo y sus estrategias de ataque y
defensa, de ventaja y separación.
Estamos
llamados a vivir desde nuestra verdadera esencia, y eso nos permite soltar los
condicionamientos y la rigidez de pensar como el mundo, para aprender a pensar
como Dios, para ver en el otro a uno mismo y reconocernos como Uno; viña y
viñador, trabajador y dueño de la viña, contratado al alba o en la hora
undécima.
Jesús,
el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo orden de mandamientos y un
nuevo orden de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas.
Nada de medias tintas; perfección, pero no como la del mundo, sino como la del
Reino, basada en la actitud, la intención y la pureza de corazón. Comprendemos
así cómo es más importante la sinceridad y la voluntad de perfeccionarse que la
propia perfección.
Como
San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad (2 Cor 12, 9-10), con
la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura,
perfecciona todo, toma las faltas, las distorsiones e incoherencias del pasado
y las transforma en coherencia y propósito puro, claro, lleno de sentido. Por
muy admirables que puedan parecer nuestras obras, somos simple canal de un
poder superior, sin el que nada podemos. Nuestro único mérito es la entrega
plena, que nos permite ser cauce de la voluntad divina. www.viaamoris.blogspot.com
Intentar
poner a Dios a nuestra altura es uno de los recursos que usamos para buscar
asideros en el mundo. Pero ¿cómo querer comprender Lo Insondable, si no nos
atrevemos a sumergimos en Ello? A menudo seguimos llenos de personajes tibios,
egoístas, interesados, capaces de querer reducir lo sagrado, a un intercambio,
un negocio, el gran negocio, como decía San Ignacio de Loyola. Pero
el Misterio no se vende, ni se accede a Él por una razonable explicación humana
o por un limitado guión de moralidad.
En
la lógica del amor, no hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, ningún bien
que merecer. Sólo hay que Ser, vivir lo que somos, trascendiendo los
condicionamientos, los pensamientos dualistas de intercambio, comparación y
competencia… Jesús vuelve a demostrarnos que los verdaderos discípulos están
por encima de acumulación de méritos, búsqueda de ventajas, o concepciones
mercantilistas basadas en una justicia humana, siempre limitada, muchas veces,
diabólica, es decir, separadora. Porque lo que tiene que ver con el Espíritu no
puede ajustarse a esa justicia maniquea, basada en una
correspondencia razonable; el Espíritu sopla donde quiere, más allá
de razón y medida.
Solo
los soberbios y egoístas, que creen que pueden hacer algo por sí mismos,
se disgustan si no se sienten debidamente recompensados. Pero, ¿de qué
sirven los esfuerzos personales y los méritos aparentes del que se vive
separado y, por afanarse en controlar, preservar, defenderse, no se da cuenta
de que todo es gracia, derroche generoso, don gratuito? Si recuperamos la
inocencia esencial que nos hace reconocernos como viña y viñadores, contratados
al alba o al atardecer, nos alegrará saber que el salario es el mismo para
todos.
Nos
basta Su gracia, ante la que el ego
se rinde, porque no son los esfuerzos personales los que nos permiten
salvarnos, sino la entrega confiada que nos pone en Presencia del Señor y nos
prepara para caminar por Sus sendas y seguir Sus planes. Es morir a uno mismo y nacer al Sí mismo, que hace posible el santo
abandono y, con él, ese despertar sencillo, directo y gozoso que nos descubre
que la única tarea verdaderamente importante en este mundo es dejarnos mirar,
amar y transformar por Él.
Todavía
hay quienes creen que los méritos son suyos, de su valía personal y
de sus esfuerzos. Se vanaglorian de haberse ganado por su talento y
tenacidad, un cierto nivel por encima de los demás, y esperan su
recompensa. Pero esperan en vano. Si no reconocen y asumen con lo más
profundo de su ser que todo lo bueno viene del Señor y que el único
esfuerzo, que no es poco, consiste en aceptar tanta gracia, cuando acabe su
tiempo ya habrán recibido su recompensa, y quedarán al otro lado del enorme
abismo, eternamente ajenos a la dicha inefable de aquellos que han logrado
hacerse como niños, sencillos, puros, humildes, agradecidos.
En
la medida en que te abres a ese derroche de gracia y amor, te vas pareciendo al
Señor cuya misericordia está más allá de lo razonable o lógico, y te alegras
con cada “trabajador” que recibe su salario. Sin ego, sin envidia,
intereses ni competencia; en la lógica de la gratuidad, siendo lo que
Somos: libres, generosos, limpios de corazón, entramos en el Reino de la
Bondad, el Amor y la Abundancia, el Reino de la
Alegría.
En aquel tiempo, dijo Jesús a
Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque
Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la
causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente
detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus
obras están hechas según Dios”.
Mosaico absidal, Basílica de San Clemente, Roma
Gritad jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. Isaías 12, 6
Cada 14 de septiembre, la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. "¡Volvamos al Señor!", dice el profeta Oseas. En ese regreso al Señor, que es la conversión, vamos soltando todo lo que nos sobra y nos pesa, impidiéndonos avanzar. Es un camino de vuelta instantáneo, sin dejar de ser infinito, si lo hacemos mirando la Cruz, centrados en Su Corazón traspasado, del que brota la Salvación y la vida eterna que es ya. A veces pensamos en la Salvación en futuro: confiamos en salvarnos cuando llegue la hora, sin darnos cuenta de que la Salvación ya ha sucedido y que la vida eterna empieza aquí.
Nacimos por segunda vez en el Bautismo, pero no siempre somos conscientes de ello. En cada Pascua, meta de la Cuaresma, y en cada Eucaristía, se nos da la oportunidad de renacer de nuevo de agua y espíritu, como dijo Jesús a Nicodemo.Los conceptos son incapaces de alcanzar lo inefable, lo absoluto. Por eso Jesucristo nos guía hacia la Verdad, que es Él mismo, y nos eleva, nos ilumina y nos hace libres.
Creemos en Jesús y eso nos salva, pero, para renunciar a todo lo que nos mantiene enlas tinieblas del olvido, la inconsciencia y la ignorancia, apostamos por la coherencia, que las obras respondan a lo que hay en el corazón. No hacen falta gestos heroicos o evidentes, basta con vivir centrados en Cristo, mirando esa Cruz que lleva a la Luz, anhelando la Comunión que Él pidió al Padre para nosotros en la Última Cena. Mirándole, escuchándole, reconocemos las propias sombras, y Él las convierte en luz. Eso es realizar la verdad, dejar que la Verdad sea en ti, en mí, en nosotros, para ser Uno en Cristo.
Charles Arminjon, tan leído por Santa Teresita, escribe en El fin del mundo y los misterios de la vida futura:
“¡Pobres almas! No tienen más que una pasión, un afán, un deseo, superar el obstáculo que les impide lanzarse hacia Dios, que les llama y les atrae con toda la fuerza de su belleza, de su misericordia y de su amor sin límites. (…) Es imprescindible que sean echadas a un crisol devorador, para que se desprendan de la herrumbre de las imperfecciones humanas, para que, a semejanza del carbón negro y vil, salgan con la forma de un diamante precioso y transparente; es necesario que su ser se haga sutil, se depure de cualquier resto de sombras y de tinieblas, que se vuelva apto para recibir sin obstáculos los rayos y los esplendores de la gloria divina que, fluyendo un día a ellas a borbotones, las llenará como a un río sin orillas y sin fondo.”
Vivamos ya esa purificación que nos concede el fuego de Su amor, desechando todo lo que nos aparta de ese amor inmenso que brota del corazón cuando el Verbo encarnado ocupa su centro, y desde ahí nos eleva. La Jerusalén celeste ya, aquí, en una tierra renovada en cada ser humano que acepta seguir a Aquel que atrae con toda la fuerza de Su belleza, Su misericordia y Su amor sin límites. El Reino de los cielos está aquí. Jesucristo Es, y eso es mucho más que estar aquí o allí. Y yo soy, tú eres, somos en Él cuando Le entregamos todo y nos entregamos a Él para seguirle en el camino de regreso a Casa.www.viaamoris.blogspot.com
El valor de la cruz, única esperanza en la Divina Voluntad
POR LA CRUZ A LA LUZ
En ese cuerpo muerto está la Vida,
y no es una metáfora o un símbolo.
Figura y símbolo era la serpiente
de bronce, salud para el que la miraba.
Y aquí no hay curación, hay mucho más;
un infinito más: la Salvación,
Luz inmortal corriendo por sus venas
eternamente nuevas, Luz de Luz.
Mira a Cristo en la cruz, es lo que toca
representar ahora en este drama
que hemos creado desde la caída
en el sueño del sueño. Qué estridente
despertador hemos necesitado. Él lo sabía
y vino a hacerse hermano,
a hacerse tú, a hacerse yo,
en un vientre escogido de doncella inmaculada.
Pero ahora toca sombra, cadáver vertical
de Dios suspendido en un madero,
abrazo mudo y sordo al universo,
con esos brazos yertos,
con ese rigor mortis divino que ha cubierto
la tierra de tiniebla, el alma
de miedo, desamparo y soledad…
Es lo que toca...
Si te quieres creer que el tiempo puede
vencer la eternidad, que el tiempo vence
con su estela de muerte y destrucción,
mira el cadáver, quédate en ese rostro inexpresivo,
rígido, seco, máscara
de silencio endurecido,
con el nunca jamás en cada rasgo,
con el nunca jamás
de todos los que han muerto y morirán.
Pero acaso has conocido de este drama
lo que sé, lo que tantos van sabiendo,
pues nos lo han enseñado desde arriba.
Tal vez has visto o intuido la tramoya,
y miras el cadáver y sabes que es tan solo
lo que toca que veas, lo que cambia
mirada y universo, los transforma
desde la raíz, y el nunca más se desvanece,
como sombra que es, ante la luz.
Que el muerto está a la vez resucitado,
que su cuerpo glorioso está debajo
del cadáver sombrío, de la mueca
de fúnebre agonía que tienen los cadáveres
en este valle de lágrimas,
valle de crear almas, que decía el poeta.
Porque hay otras lágrimas, las buenas,
que manan de la Fuente
y se deslizan suaves, dando Vida.
Hay otras lágrimas que no deforman
el rostro en gesto de dolor,
lo expanden, comunión
de las aguas, y unen lo que el drama
de la vida fingió separar, simulacro de ausencias,