Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










jueves, 31 de diciembre de 2015

Feliz despertar


Veo un anuncio en el metro. Una chica leyendo tumbada, junto a una estantería llena de libros. Dice el slogan: “Toda tu vida no cabe en un piso”. Un anuncio horizontal, plano, achatado, adormecido, anestesiante…. Claro que no cabe. Toda la vida lineal, cronológica, acumulativa y acumuladora se extiende, se prolonga, se sucede… Hacen falta casas grandes, trasteros como los que publicita el anuncio, álbumes de fotos, discos duros, muchos metros, muchos megas para guardar tanta materia y tanto pasado muerto… Toda tu vida no cabe en un piso…, no… Pero la Vida ha de caber en un instante. Es la única manera de conectar con el Origen, el Verbo increado, la Luz de luz, de la que venimos y a la que regresamos, que está mucho más allá de lo lineal, lo espacial y lo temporal.

Empecemos así el Año Nuevo; sin lastre, nuevos, renacidos, conscientes de la vida verdadera, no la que no cabe en un piso, sino la que cabe en todas partes porque no está en ninguna parte.

Acoger la Misericordia del Año Santo recién comenzado (www.viaamoris.blogsport.com ) forma parte de ese gesto, de ese instante de unidad y conexión con lo verdadero. Misericordia para soltar, integrar, unir, amar… Liberarnos de toda esa ingente cantidad de cosas, casas, casos que ya no necesitamos para ser libres, para Ser. Acoger la Misericordia y el perdón para alcanzar el amor, es decir, volver a Casa, al Origen, al Verbo, que encarnó precisamente por Amor y cuyo Nombre hoy pronunciamos como la única y definitiva respuesta, como la verdadera bendición.


                                       
                                                            Rien de rien, Edith Piaff

Rien de rien, dice Edith Piaff en la canción… Rien de rien…, nada de nada, esa "R" inconfundible que despierta a los que sueñan dentro de sueños en la película Origen. "R" de retorno, de resignificación, de renacimiento, de resurrección, de realidad. Empecemos el Año Nuevo con el propósito de vivir de verdad, de no caer en vidas virtuales que no caben en casas virtuales ni en trasteros virtuales.

Estos días de Navidad, con reuniones y algunos compromisos, me he visto en las proyecciones de los demás, como el que se ve dentro de una película. He constatado cómo nos soñamos, nos condicionamos, nos ponemos techo, nos limitamos unos a otros. Los selfies, por ejemplo, esas auto fotos que aún miro con perplejidad, son una metáfora de esa locura de sueños dentro de sueños, de realidades virtuales que se esconden unas dentro de otras como muñecas mamushkas. Así funcionan o dis-funcionan des-graciadamente la mayoría de las familias y grupos sociales: congelando imágenes de sonrisas y gestos ensayados, encerrándose unos a otros, poniendo techos que impiden volar, que adormecen y achatan, en lugar de un suelo donde crecer en vertical y ensayar el vuelo hacia ese instante de consciencia donde cabe la Vida.

Es hora de despertar y volver a Casa, allí donde solo un sueño es posible: el Sueño de dicha, plenitud y verdad que el Padre soñó para cada uno de nosotros. Feliz Año y feliz “patada sincronizada”, como dicen en Origen, que nos saque de los sueños de muerte y nos despierte a lo que estamos llamados a Ser.

                       Escenas de la película Origen (Inception). 2010. Christopher Nolan

miércoles, 23 de diciembre de 2015

"Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy."


Evangelio de Juan 1, 1-1

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tinieblas, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado. 




                                        Nacimiento de Jesús, Guido di Siena


      Aunque Cristo naciera mil veces en Belén
      y no dentro de ti, tu alma estará perdida.
     Mirarás en vano la Cruz del Gólgota 
     hasta que se eleve de nuevo en tu interior.

                                                                                                        Angelus Silesius
 
 
Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. He aquí el evangelio.
                                                                                                    Paul Sédir
 

           Ya sabemos que la Navidad no es un tiempo de vacaciones, comidas familiares, regalos, luces y jolgorio. Los que la viven así no conocen su verdadero sentido, no viven la Navidad. Pero ¿la viven y la comprenden realmente los que parecen darle una dimensión cristiana? ¿La vivimos y comprendemos realmente, con lo más profundo del corazón?   
Si logramos soltar todo lo que no es la Navidad, podemos profundizar en el gran Misterio, el gran Milagro, que es el Nacimiento del Hijo de Dios como uno de nosotros.
 
Hace falta silencio, un gran silencio, real y fecundo, para experimentar la verdadera Navidad. El Verbo nace en el silencio de la noche. Si queremos que Él nazca en nosotros hemos de hacer silencio y vaciarnos, liberarnos de tanto ruido, palabras vanas, imágenes, distracciones, actividad innecesaria, todos esos ídolos, a veces aparentemente santos, que se oponen al Nacimiento eterno. Liberémonos de todo lo que amenaza ese silencio, lo que impide que encarne, se geste y nazca en nosotros la Palabra.

Así lo expresa San Atanasio: "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios". Frithjof Schuon insiste en que la venida de Cristo es "el Absoluto hecho relatividad, a fin de que lo relativo se haga Absoluto". Bendita relatividad, bendita multiplicidad, entonces, contemplada desde la esencia integral y unificante que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga.

Celebramos el Amor; Él nos ama tanto que hace que su Hijo nazca hombre. Si no fuera por el misterio del Amor, que solo en el silencio podemos experimentar y vislumbrar, el verdadero significado de la Navidad sería visto desde fuera como una locura. Que Cristo encarne en un niño, que Dios se haga hombre, esa locura maravillosa, nos da una dignidad que nada ni nadie puede quitarnos. Y también nos enseña a ser humildes, contemplando al mismo Dios, desvalido y envuelto en pañales, en un pesebre.

Estamos conmemorando la segunda creación del hombre. Desde el nacimiento de Jesús, el hombre tiene libre acceso a las dimensiones más elevadas de sí mismo. No hay amor más grande, no hay alegría mayor; podemos entrar en comunión con el Amor a cada instante, en ese eterno presente donde ya somos uno con Él.

Ese Amor encarnado, el resplandor de la naturaleza humana divinizada, enciende una chispa en el corazón del que está atento y dispuesto a acoger al Niño. El destino de esa chispa es crecer hasta que se convierta en un fuego purificador que nos transforme y queme lo que queda de hombre viejo, de viejo mundo, en nosotros. He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! (Lc 12, 49), nos dirá Jesús, treinta años después de su primera venida. ¿Cómo no reconocer que Él es nuestro amor, nuestra luz, nuestra alegría?
 
            En Belén se inicia el camino que nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni tiempo ni coordenadas, en la que todas las cosas y todos los seres mueren para renacer en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres, ante el único Nombre, que siempre está viniendo.

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, como dice William Johnston, podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado.

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará (sobre este silencio necesario para vivir la Noche Santa: www.viaamoris.blogspot.com ). El olvido de sí hará posible el Recuerdo de Sí, que nos lleva a la Fuente de lo Verdadero.
 Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.
En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
 
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Pero si nos quedamos en lo temporal, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, lo absolutamente perfecto.
Qué misterio asombroso e inefable que Él se haya abajado, siendo lo único real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad.
 
Jesucristo, Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis: vaciamiento). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.
 
Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer", sino Ser. Solo Ser lo que se Es en Él. Porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo.
            Dios, el verdadero no dualista, la Unidad primigenia, entra por amor en la multiplicidad. La no-forma se hace forma, lo absoluto entra en lo relativo, lo no manifestado en lo manifiesto, lo ilimitado se hace limitado, concreto, lo eterno, temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable.
Si la venida de Cristo es el Absoluto hecho relatividad a fin de que lo relativo se haga Absoluto, bendita relatividad, bendita multiplicidad entonces, contemplada desde la esencia integral y unificada que nuestra condición de Hijos nos otorga.


 
                                                     Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach
 
 
Imitemos la humildad de Jesús, para recibir la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la pureza esencial, la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él es el modelo de manifestación, porque encarnó por amor. Encarnemos conscientemente para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él.
 
Desde otro "instante sagrado", más allá del tiempo y del espacio, el poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.
 
Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad, simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Acoger a la Vida

 
Evangelio de Lucas 1, 39-45

María se puso en camino y fue aprisa a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, la criatura saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."


                                                         La Visitación, Icono bizantino

  
 
Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor,
porque es Dios quien activa en vosotros el querer
y el obrar para realizar su designio de amor.
                                                      
                                                                                                     Filipenses 2, 12-13


 
TEMOR Y TEMBLOR

Temor y temblor en el regazo oscuro
cuando la luz atraviesa
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.
Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a los muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.
 
¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha Bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo mi latido de non nato
el drama, entero, consumándose
más allá del tiempo y del espacio…
 
Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora,
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, gesta, gestará infinitamente.
 
Es mi madre también,
más que ninguna después de la tuya,
Isha Bethel, mujer, casa de Dios.
Dioses sois recordará el Maestro,
yo lo seré, si Tú quieres,
en Ti, por Ti, contigo,
en ese reino de Hijos que vienes a anunciar.
 
Pero deja que antes disminuya, que mengüe,
que descienda, que desande,
me desnude de formas y ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne,
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida de ver en el rostro de su prima,
la luz dulcísima, la belleza infinita
y eterna de la madre de Dios,
ya madre nuestra.
 
 
 
 
                                               Adviento. Haz latir el corazón del mundo
 
 

sábado, 12 de diciembre de 2015

Voz que anuncia a la Palabra


Evangelio de Lucas 3, 10-18
 
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “¿Entonces, qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
 

sanjuanbautista
                                                                 Juan Bautista, El Greco
 
 
En un momento dado el Señor vino en carne al mundo. Del mismo modo, si desaparece cualquier obstáculo por nuestra parte, en cualquier hora y momento se halla dispuesto a venir de nuevo a nosotros, para habitar espiritualmente en nuestras almas con abundancia de gracias.
San Carlos Borromeo


 
Adviento, tiempo de esperanza y alegría, de ponernos en pie, de alzar la cabeza, de atrevernos. ¿Qué nos detiene?, ¿qué nos estorba?, ¿qué nos impide caminar al encuentro del que viene? Ver esos obstáculos es ya un gran paso para liberarse y estar disponible para ser un instrumento fiel, olvidarse de uno mismo para pensar en el otro y en el Otro. Verlo nos expande, nos abre perspectivas, nos quita lastre, nos libera, recordándonos que estamos en el mundo pero no somos del mundo…

Adviento, presencia, aquí y ahora, vigilantes despiertos, vivos y reales, sabiéndonos ya liberados de la muerte por Aquel que está viniendo.

Adviento, fidelidad, promesa cumplida, confianza, alegría, amor. Tiempo para recordar que ya somos libres y hemos de vivir conscientes de serlo. La libertad es ausencia de miedo y no temer es la raíz de la alegría. Él es por eso: libertador, salvador, defensor, roca, motivo de dicha.

Acabamos de iniciar el Año Santo de la Misericordia, proclamado por el papa Francisco, Jubileo Extraordinario, júbilo y perdón. Qué oportuno que haya sido proclamado en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, día 8, infinito vertical, cierre de todo, lazo que transmuta, integra y eleva para liberarnos definitivamente de la esclavitud del miedo. Libre, el que no teme y por eso puede estar en paz, y sentir alegría.

Confianza, alegría, amor que se extiende y se comparte para conectar con lo Real, el Reino donde nada se rompe o se separa, donde todo confluye y la Resurrección triunfa y nos hace triunfar…Misericordia que vence al miedo. Si nuestro padre Dios es misericordioso, y nos ha creado para la dicha. ¿A quién o qué habríamos de temer?   


 
VOZ QUE ANUNCIA A LA PALABRA
 
El desierto es mi hogar y mi destino.
¿Quién no atraviesa en su vida un desierto?
Pero el mío ha sido mi morada,
paisaje desnudo para el asceta,
arena infinita para el precursor.

Profeta de la Luz,
heraldo de la Vida, eso soy yo,
desde este espacio yermo
que me abrasa de día
y de noche congela hasta las lágrimas.

Cómo hubiera seguido tus pasos
si otra hubiera sido mi misión;
habría aprendido a bailar y reír,
para poder predicar la alegría del Reino.
Mas debía seguir en mi desierto,
exhortando a la conversión.

Quién pudiera ser de pecadores
el consuelo, el refugio, el defensor,
y no el hostigador, y no el azote,
y no el recuerdo ingrato de las penas
para el que no quiere ser
ciudadano del Reino de la alegría.

Por eso pregunté si eras tú,
desde el ventanuco de mi cárcel postrera,
no porque lo dudara, era una forma
de acercarme a tu grupo
de discípulos fieles, compartir
desde la distancia del cautivo
vuestra amistad, vuestro entusiasmo.
 
Qué ingrato y qué difícil mi papel,
lejos del Maestro, pero anunciándole.
Te bauticé porque me lo pediste,
con estas manos ásperas
de asceta solitario,
del último del  Reino de los Cielos,
yo, Juan, que, desde el seno de mi madre,
en el seno de la Tuya te reconocí.
 
Yo soy la voz que clama en el desierto
y anuncia la Palabra que eres Tú,
Verbo eterno, Palabra
definitiva del Padre, ven Jesús,
sigue viniendo, yo, Juan,
el último del Reino,
no dejo de anunciarte y proclamar
que eres Señor.



                                              Canción de Navidad, Silvio Rodríguez

sábado, 5 de diciembre de 2015

"Hágase en mí según tu palabra". El Cristo interior.

Evangelio de Lucas 1, 26-38

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible". María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.


                          Escena de la Anunciación, Jesús de Nazaret, Franco Zeffirelli, 1977


Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era.  
              Maestro Eckhart


Cristo nace misteriosamente sin cesar, encarnándose a través de aquellos a los que salva, y hace del alma que le da a luz, una nueva madre virgen.

                                                                                   Máximo el Confesor


Desde que era muy pequeña, siempre me ha encantado ver películas sobre Jesucristo. Ya entonces sentía la necesidad de ver, sentir, constatar la humanidad de Jesús y ver a Su madre como una mujer de carne y hueso, no como esas imágenes inmóviles y frías que veía en las iglesias.
Mucho más adelante, hallé una razón más profunda de esa afición y esa necesidad de captar lo sensible en mis Modelos. Tenía, tiene que ver con que cada mujer está llamada a transformarse de Eva en María. ¿Y cada hombre?…, también de Adán en María, porque todos hemos de dar a luz al Hijo interior, mujeres y hombres por igual. Y también todos hemos de transformarnos de Eva y Adán, condicionados, limitados, distorsionados, caídos (tantas formas de llamarlo…) en Cristo.

Hoy miramos a María, la Virgen y Madre, símbolo del Adviento y de la humanidad que espera, que escucha y acoge la Palabra para guardarla en el corazón.
            Sólo ella es Inmaculada desde su concepción. Los demás, si no aprendemos a ser como el loto, con la raíz en el lodo y los pétalos impecables, nos dejaremos arrastrar por la soberbia, creyéndonos por encima del bien y del mal y arrebatándonos las posibilidades de crecer. Porque solo puede crecer y elevarse el que, siendo consciente de estar a ras de tierra, ha recibido la inspiración necesaria para mirar a las estrellas.
Que veamos a través de los ojos de María la imagen del Hijo. Porque Jesús nunca murió en su Madre, el mundo no se quedó definitivamente sin luz; Él siguió alumbrándonos a través de ella. Cuando nos damos cuenta de esa verdad, comprendemos lo que es María, su verdadera trascendencia y el sentido más profundo del “Hágase en mí según tu Palabra”. Ella renunció a su palabra, para vivir la Palabra. Por eso se convierte en palabra viva y testimonio vivo de Dios.

            Contemplando ese misterio de la Virgen-Madre, una con Su Hijo desde el Sí que hizo posible la Salvación, me doy cuenta de que, si la Eucaristía es recibir realmente la sangre y el cuerpo de Jesús, ¡y lo es!, Su sangre y la mía se unen.
Es lo que sucedió con Su Madre: ella dejó que la sangre del Hijo prevaleciera sobre la suya. En nosotros ocurre de forma sacramental, que es también real. Cuerpo, sangre, alma y divinidad nos alimentan; nuestra vida tiene que transformarse en la de Él; más intimidad no se puede dar. Desde ahí se puede construir una vida para la Vida, dejando que nuestra sangre sea Su sangre. Entonces nuestra vida será la Vida del Señor.

            “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). Es en el Templo donde María encontró a Su hijo a la edad de doce años, y en el Templo Le encontramos hoy. Por eso tenemos que convertirnos en Templo donde unirnos a Él, porque los verdaderos adoradores son los que Le adoran en Espíritu y en Verdad. Le encontramos en nosotros, donde está Su sangre mezclada con la nuestra. Pero aún no permitimos que la Suya circule por nosotros y por eso a veces volvemos a abandonarle. En cambio, para la Madre, su sangre y su vida no importaban ante la sangre y la vida de Su Hijo.
La grandeza de María está en vivir la voluntad del Padre. Muriendo a su palabra humana, de humilde doncella de Nazaret, dio a la luz a la Palabra. Sigamos su ejemplo, seamos humildad, silencio y apertura, estemos totalmente vacíos de nosotros mismos y disponibles, para que la Palabra encarne en nosotros y Su Vida sea nuestra vida.

Para esta entrada, he escogido imágenes de dos de esas películas tantas veces vistas, en las que nos presentan a dos “Marías” magníficas, muy diferentes, para que podamos mirarnos en una y otra y, a la vez, buscar la que palpita en nuestro interior, la que integra todas las versiones, todos los matices, contemplando, meditando todo, guardándolo todo en el corazón, como dice el Evangelio (Lucas 2, 19), y la canción que hoy escuchamos en www.viaamoris.blogspot.com , miradas atemporales intercambiadas.



     Escenas de El Evangelio según San Mateo, Pier Paolo Pasolini, 1964


Pienso en mi relación con la Virgen María a lo largo de la vida. Sé que, si no me he perdido del todo, a pesar de tanto camino equivocado, tantos errores, tantos desvíos, ha sido porque me encomendé a ella desde que aprendí a rezar, o, mejor, desde que recordé lo que es rezar, porque somos oración.
Aquellas contemplaciones en la capilla del colegio, leyendo el Evangelio, o en la naturaleza, cuando era montañera de Santa María, grabaron en mi corazón su imagen, indeleble. Y ahora veo que mi vida en los últimos años ha sido una metáfora de aquellos tiempos de entrega confiada, de montañas y esfuerzos conscientes: subir, bajar, volver a subir, sin desfallecer, “montañera, siempre adelante”…

            Qué claro tenía este misterio de niña: María, la Virgen, Madre de Dios. Entonces no había exceso de conceptos, prejuicios y condicionamientos… Tan claro lo tenía, que bastaba sentarme en una roca a escuchar el silencio y el sonido de la naturaleza, mirar un árbol, un río, una pradera cuajada de flores silvestres, para sentir su caricia de Madre, serenando el corazón, mediadora de todas las gracias que Su Hijo me iba concediendo.

            Y ahora vuelvo a saber, con la inocencia de ayer recuperada, que somos Hijos y herederos. Nunca dejamos de serlo, pero algunos hemos tenido que vivir una larga noche oscura del alma para purificarnos, transformarnos y volver a unirnos a Él, imitando a María en lo más grande, en lo sublime. Podemos llevar a Su Hijo en el corazón y seguir su ejemplo en esa maternidad espiritual, mucho más importante que la física.

Si piensas, sientes, actúas, vives consciente de esa gestación maravillosa, Él y Su Madre te bendecirán y harán que puedas dar a luz al Hijo, al Cristo interior.

            "¡Oh almas criadas para estas grandezas, y para ellas llamadas!” Comprendo el sentido del poema de San Juan de la Cruz. Estamos llamados a la eternidad, a la dicha y la plenitud perfectas, pero malvivimos, desperdiciando el sagrado y valioso tiempo que nos ha sido concedido, entreteniéndonos en cosas vanas. Vivamos ya el reino de los cielos en la tierra; hagamos realidad aquí esa dicha y plenitud perfectas. Recordemos siempre la dignidad de nuestra alma inmortal, el sentido de nuestra existencia: reconocer y aceptar nuestra esencia de Hijos de Dios y vivir como tales. Si somos conscientes de esa Verdad, nada nos robará la paz ni la alegría.

           Ahora comprendo la respuesta de María, ese fiat eterno que abrió las puertas a un mundo nuevo. Pronunciemos esas palabras con el corazón abierto y disponible. Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
            Hágase en mí tu luz, tu verdad, tu vida.
            Cúmplase en mí y hazme como Tú quieras que sea.
            Hazme como Tú.
            Hazme Tú. 


                                              La mujer y el dragón, Hermana Glenda