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sábado, 28 de septiembre de 2019

Las moradas eternas


Evangelio según san Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros, se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán . Pero, si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto"."

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           Lázaro y el rico Epulón, Leandro Bassano            
                                             
                  Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor,
                  y no se vuelve hacia los idólatras, que corren tras la mentira.

                                                                                                                         Salmo 40, 5

Cielo e infierno están en todas partes porque se despliegan universalmente… Tú estás, pues, en el cielo o en el infierno… El alma tiene el cielo o el infierno dentro de sí misma.
                                                                                                           Jacob Boëhme

La advertencia de la parábola de hoy no va dirigida solo a los ricos, sino a todo el que pone sus seguridades, su atención, su energía en lo transitorio, y en esa fragilidad se instala, se acomoda, permanece indiferente al sufrimiento ajeno y a la realidad de la vida y la muerte.  

El miedo es lo contrario del amor. Acumulamos por miedo, nos instalamos y aseguramos por miedo, pero el miedo es una fantasía nacida de la ignorancia, que nos impide recordar que somos amor. Miedo y deseo, dos notas falsas que entonan la melodía desafinada de nuestra vida, hasta que descubrimos nuestra verdadera nota, limpia, clara, y la ponemos al servicio de la sinfonía de la vida. 

        Con esta parábola Jesús quiere que descubramos esa nota, que no es otra que el Amor, que mueve todo y nos une a Él y a los demás. Nos impulsa a salir de nuestras cárceles mentales, esas casitas de muñecas polvorientas que vamos creando, y a derribar los castillos de naipes que construye el ego, ese hombre exterior, viejo y transitorio que, buscando la seguridad y el placer, se apropia y se apega a lo material, lo efímero: mi casa, mi trabajo, mi mujer o mi marido, mis hijos, mis padres, mis hermanos, mis costumbres, mis cosas, mis amigos, mi descanso, mis diversiones, mis derechos, mi cultura, mis principios, mis creencias… Todo ilusorio, miserable al fin, si no lo vivimos con el desapego del hombre interior. www.viaamoris.blogspot.com

 Es hora de invertir valores y poner nuestra confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero. Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, y la muerte será un tránsito gozoso, un cambio de plano para acceder a la morada eterna.

Nuestro lugar no está aquí abajo, en este mundo exterior, de horizontalidad hedonista, sino arriba, en lo alto y profundo, en lo interior. Vivamos en vertical, sigamos al Maestro hacia la Vida verdadera. Podemos abandonar ya este erial de muerte y corrupción y vivir de pie, con el corazón y la mirada en ese destino que Él nos señaló cuando fue levantado en alto (Jn 8, 27). 

        Vivamos unidos a Aquel que es Camino, Verdad y Vida, muriendo a todo lo que nos mantiene aprisionados en la cárcel de lo perecedero; y, cuando llegue la hora, moriremos sin morir, será nuestro verdadero nacimiento, dies natalis, en el que pasaremos de esta estancia sombría a la luminosa morada que Él nos ha preparado. 

Dice Filomeno de Mabboug: Cada vez que quieras instalarte, acomodarte, que te complaces en permanecer donde estás, escucha la voz que te dice “¡Levántate, vámonos de aquí!” Puesto que de todas maneras será necesario que te marches; vete tal como Jesús se va; vete porque él te lo ha dicho, no porque la muerte te lleva a pesar tuyo. Lo quieras o no, estás en el camino de los que se van. Márchate, pues, siguiendo la palabra del Maestro, no porque te sientes forzado a ello. “¡Levántate, vámonos de aquí!” ¿Por qué te retrasas? Cristo camina contigo.
Si en nosotros hay distancia y separación, indiferencia y egoísmo, seguimos creando ese abismo inmenso que solo el amor puede cerrar. El infierno es la incapacidad de amar, dice Dostoyevski. Amemos ya para que, cuando llegue la hora de rendir cuentas, nuestro destino sea de amor, unidad, felicidad eterna. Porque allí se nos dará lo que hayamos escogido aquí, escojamos siempre lo único que podremos llevarnos a esa eternidad tejida con los hilos luminosos del Amor, esa luz inaccesible para la que ya vivimos y trabajamos, a pesar de las sombras y las noches largas que nos van acrisolando. 

        Al caer la tarde te examinarán en el amor, nos recuerda San Juan de la Cruz cuando atravesamos la noche oscura. Si la muerte es, como dice San Buenaventura, inevitable, irrevocable, indeterminable, pensemos la muerte, y mantengámonos despiertos, velando, para que nos encuentre lúcidos y conscientes. Vivamos amando, para que, habiendo escogido los bienes verdaderos, nos espere una resurrección en el Amor. 

                                                   66 Diálogos divinos, "Purgatorio"


La fuerza de César está en el sueño de los hombres, en la enfermedad de los pueblos. Pero ha llegado el que despierta a los durmientes, el que abre los ojos a los ciegos, el que restituye la fuerza a los débiles. Cuando todo se haya cumplido y se haya fundado el Reino –un Reino que no ha menester de soldados, jueces, esclavos ni moneda, sino únicamente de almas nuevas y amantes– el imperio de César se desvanecerá como un montón de cenizas bajo el hálito victorioso del viento.
Mientras dure su apariencia podremos darle lo que es suyo. El dinero, para los hombres nuevos no es nada. Demos al César, prometido a la nada, esa nada de plata que no nos pertenece.
                                                                                     Giovanni Papini

sábado, 21 de septiembre de 2019

Un Único Señor


Evangelio según san Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”. El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe “cincuenta”.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo: escribe “ochenta”.” Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

                                                                Jesucristo, Hoffmann

Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz.
                                                                                                                Efesios, 5, 8-9

                                                                        Nosce te ipsum. (Conócete a ti mismo.)
 
                                                                                              Templo de Apolo, Delfos
                                   
Si escribiera en diez blogs sobre la parábola del Mayordomo infiel o, mejor, el Administrador astuto (Lucas 16, 10-13), daría para diez posts; y para mil. Tantos días reflexionando sobre ella, y siento que apenas he comenzado a penetrar en su infinita riqueza de significados. Por eso me sorprenden los que la despachan en unas líneas, como si el mensaje de Jesús condensado en las parábolas fuera una lección más del temario de una asignatura. 

       No se trata de escribir mucho o poco –casi siempre menos es más–,  me refiero a los que parecen creer entenderla y poder explicarla de una vez, en un par de afirmaciones categóricas. Me pongo a “resguardo”, como el cardenal Cayetano www.viaamoris.blogspot.com, en el grupo de los que no entienden nada pero quieren entender, y trato de aproximarme como puedo o voy pudiendo al mensaje de Jesús.

Contemplando la parábola, y esa realidad desasosegante de que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor, he recordado la película Crash (Colisión, en castellano), un buen reflejo de esa convivencia del bien y el mal en uno mismo, de la capacidad que tenemos todos de ser la mejor o la peor versión de nosotros mismos. Son los personajes que nos habitan, llenos de condicionamientos, costumbres, inseguridades e infinitos matices, los que nos hacen oscilar en dicotomías, a veces tan extremas.

                                                         
                                                      Crash, (2004), Paul Haggis

El policía racista, resentido y sin escrúpulos, que en su vida privada cuida con paciencia a su padre enfermo, arriesga su vida en un acto de heroicidad para rescatar a la mujer, mulata, de la que había abusado sexualmente unos días antes. Una de las más hermosas y originales escenas de amor que he visto en el cine. 

Porque todos podemos interpretar el papel del bueno y del malo, del mezquino y del generoso, del cobarde y del valiente, del héroe y del villano. Son las máscaras que esconden nuestra verdadera identidad, ese Nombre de cada uno que Dios lleva grabado en la palma de su mano (Isaías 49, 16). Pero solo podemos Ser buenos, generosos, valientes, héroes, más allá de cualquier interpretación o actuación, si hemos reconocido el lado oscuro, la sombra, la inclinación al mal que nos acompaña desde siempre y lo hemos iluminado.

Vayamos disolviendo los personajes perversos, para que los benéficos nos ayuden en el camino de regreso al Hogar. Allí encontraremos nuestro verdadero Ser. Hasta entonces, mientras nos aproximamos a nuestra "versión" definitiva, perfecta, acabada, solo podremos actuar “como si” lo fuéramos, y la única forma de hacerlo es fundiéndonos con Jesús, dejando que su Voluntad actúe en nosotros y adiestrando a nuestra voluntad humana, mezquina y voluble para esta simbiosis de voluntades. 

        No se trata de obediencia o cumplimiento desde fuera de la Voluntad de Dios, es ir más allá de la obediencia es dejar que la Divina Voluntad haga vida en mí. Para ello vamos creciendo en conocimiento y comprensión, para evitar quedarnos a mitad de camino y, por ejemplo, caer en el falso, peligroso “buenismo”, que es otra pose, otra escenificación de algo que no Es y, sobre todo, para evitar la incoherencia de "entrar y salir" en esta autenticidad de Vida a la que estamos llamados. 

Solo cuando hayamos logrado reparar o desactivar ese lado oscuro, consustancial a nuestra condición, y unificarnos, veremos nuestra esencia, nuestra verdadera identidad, lo que Somos por encima de los personales y las máscaras, los binomios y las dualidades, ese sueño primigenio de Dios al que regresamos.

Jesucristo, el Verbo increado, nos conoce desde siempre y espera paciente a que nos conozcamos nosotros mismos, guiándonos en ese proceso. Por eso nos invita a mirarnos en el espejo de las parábolas, para que aprendamos a observarnos y liberarnos de todo lo que nos sobra, para llegar a ser un día, no solo imagen Suya, sino, además, la semejanza que perdimos y  por Él, con Él y en Él  recuperamos.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Volver


Evangelio según san Lucas 15, 1-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”  El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a su campo a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”.” 

Regreso del hijo pródigo
                                                           El hijo pródigo, Murillo

El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo. Como es el terreno, tales son los terrenos; como es el celestial, tales son los celestiales.
1 Cor 15, 47-48

Las lecturas de hoy nos hacen reflexionar sobre el alimento. ¿De qué me alimento? ¿Cuáles son los apetitos que me mueven? ¿Me conformo con los frutos de la tierra o añoro el maná, que alimenta el espíritu, además del cuerpo? ¿Soy consciente de que la Eucaristía es más que el maná, pues transforma al que comulga en Aquel que se ha hecho Pan por amor? ¿Tengo hambre, verdadera hambre de ese Pan? 

Casi siempre nuestros apetitos son del mundo y para el mundo: seguridad, amores condicionados, reconocimiento, placeres, poder, comodidades… No recordamos el Pan que sacia para siempre. El hambre del sueño se sacia en el sueño. Pero hay un hambre y una sed que solo  puede saciar el verdadero Alimento, que no crea materia corruptible para el sepulcro, sino Vida eterna.

Dice San Agustín en Las Confesiones: "Lo que yo temo no es la impureza de los manjares, sino la impureza de mis apetitos". Esos apetitos llevaron al hijo pródigo a dilapidar su riqueza y desperdiciar su vida lejos de su padre. Benditos desengaños, los que permiten descubrir lo que no llena el vacío del corazón. Porque solo descubrir a Dios en nuestro interior logra colmar ese vacío, más angustioso que el hambre o la sed del cuerpo.

El Pan verdadero es Jesucristo; solo Él tiene palabras de vida eterna y nos muestra con rostro humano la Misericordia del Padre. Él es el Tercer Hijo de la parábola del Hijo Pródigo, que ha aparecido por estos blogs en otras ocasiones y que recordaremos el domingo en viaamoris.blogspot.com, después de contemplar la Santa Cruz, celebración tan necesaria hoy, días de olvido y ceguera, de búsqueda de satisfacciones inmediatas, de esclavitud a la voluntad humana, hedonista y soberbia, que rechaza el sufrimiento y el sacrificio, sin darse cuenta de que ese rechazo es su sentencia de muerte. Porque la Cruz salva, es el único puente hacia la Vida eterna.
Misericordia, miseri cordis: el Corazón para los pobres, los humildes. Misericordia que llena la tierra, como dicen los salmos. Si la experimentas, puedes ser misericordioso. Recíbela para poder darla, compartirla, vivirla. Que tu meta sea ser otro Cristo, alter Christus, para acoger y repartir la misericordia de Dios. Hoy es el día en el que actúa el Señor en ti, si le dejas, si decides regresar, para ser uno con Él, hijo en el Hijo.

Es hora de emprender definitivamente el camino de vuelta a Casa. No queda mucho tiempo, ya no, tenemos un día de gracia, un instante de consciencia plena, donde somos capaces de anhelar el regreso y decidimos, elegimos con alegría y coherencia, porque vemos que no hay otra opción. O, si las hay, son para el polvo y para el viento, para seguir entre cerdos, mendigando comida de cerdos.

Solo es preciso recordar quiénes somos, soltar lastre, ver la tramoya de este teatro que es el mundo y regresar, porque el espectáculo termina. La representación que acaba es la del hijo que ha olvidado Quién es su Padre y cuál es su hogar. 

Volvemos a Casa con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura, perfecciona todo, toma las faltas, las distorsiones e incoherencias del pasado y las transforma en coherencia (co-herencia, herencia común) y propósito lleno de sentido.  


                                                 Can't live a day, Avalon

Paul Sédir (pseudónimo de Yvon Le Loup), cuya trayectoria hasta volver a Jesucristo me recuerda tanto a la mía, me brinda una de las muchas formas de explicar por qué escogimos dejar todo para regresar al único Maestro, al único Camino, al Único. Solo pueden entender plenamente estas reflexiones los que se hayan sentido alguna vez hijos pródigos (todos lo somos, de un modo otro). Los demás, los que no han experimentado el desgarro de la separación, que miren y escuchen, si quieren, a estos pobres trabajadores de la hora undécima (Mt 20, 1-16).
“Entre el lector de las parábolas y Jesús existe una larga distancia, un espacio muy vasto que no es un desierto, sino un mundo, varios mundos, poblados de luces, de sustancias, de fuerzas, de habitantes, y todo eso puede desviar el rayo de luz y deformar el sonido y la palabra divina. (…) De todas formas, hay que saber también que, en cuanto el oyente hace lo que hace falta, Jesús suprime la distancia, la disminuye incluso, en la medida en la que nos inclinamos bajo su dulce ley. Las vistas intuitivas están muy bien, pero ¿hasta dónde llegan? No es trabajo pequeño hacer que nuestras intuiciones se vuelvan tan puras, tan espirituales, tan vigorosas, que vayan a dar con la verdad allí donde esta se encuentra, es decir, en el centro de nosotros mismos, allí donde brilla la chispa del Verbo. Si los románticos, si los monistas, si nuestros jóvenes surrealistas hubieran comprendido que existe lo Creado y lo Increado, no hubieran hecho del hombre un dios omnisciente. No se imaginaban que el súmmum del arte o del pensamiento sea ponerse en estado receptivo, esperar y anotar las imágenes que pasan. Sin duda el verdadero místico se sitúa delante de Dios en estado receptivo, pero antes trabaja constantemente para hacer que todos sus órganos físicos y psíquicos sean capaces de recibir a Dios. El adepto oriental sigue esta disciplina según un sistema de conocimiento tradicional, y en ello se equivoca, puesto que todo sistema de conocimiento es provisional. Mientras que el servidor de Cristo, que olvida su propio perfeccionamiento para pensar únicamente en obedecer en el trabajo, ese, al dejar a su Maestro actuar en su lugar, no se equivoca en nada y llega al objetivo.
(…) La gente está inquieta o dormida. Ven mal o no ven. No han aceptado la palabra divina que el Verbo les murmura, no la quieren. Quiero decir que por el momento tienen miedo de ella, se resisten contra ella, más tarde la aceptarán, pero después de cuántas batallas. Sin embargo, podrían ser felices inmediatamente. Pero la materia, el mundo, y la razón les fascinan. Ya ves, somos una elipse. El adepto busca convertirse en un círculo, quiere que los dos focos sean uno solo, pero Cristo enseña que, por el contrario, es necesario abrir la elipse, proyectando uno de sus focos hasta el infinito.”

sábado, 7 de septiembre de 2019

Discípulos Suyos


Evangelio según San Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.” 


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Charles de Foucauld


                        Seguir desnudo a Cristo desnudo.

                                                                                                         San Jerónimo

Charles de Foucauld, uno de los más fieles seguidores de Cristo. Con su vida y su obra nos muestra que ser discípulo supone, además de escuchar la Palabra  e imitar a Jesús, estar dispuesto a renunciar de tal modo a la personalidad, gustos, aversiones, proyectos, anhelos del hombre viejo (Rm 6, 6-8), que acabas configurándote con el Maestro, hasta el punto de poder decir con San Pablo: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). 

No se trata de una simple asimilación de la enseñanza de Jesús; asumir e integrar Su mensaje implica reconstruirnos, recrearnos por Él, para ser en Él y Él en nosotros. viaamoris.blogspot.com

La meta es unirnos de tal modo a Cristo que Su vida sea la nuestra y nuestra pobre vida mortal quede clavada en Su cruz, integrada en Su Vida. Entonces la pérdida se transforma en una ganancia inimaginable; la negación de sí, en un hallazgo del verdadero Sí mismo; toda renuncia, en el Encuentro decisivo; la muerte del ego, en la Vida verdadera.

El amor personal es un tesoro, verdadero don de Dios, pero es infinitamente más valioso si se subordina al amor universal. Es preciso abrirse a la Verdad para que el amor se vaya purificando, desnudando, liberando de lastre y ataduras hasta ser puro Amor, incondicionado, infinito y eterno. 

Entonces ya no amas a tu padre solo porque es “tu” padre  –eso sería un mero querer, aferrar, apropiarse–,  sino que amas a tu padre (o a tu madre o a tu amigo) por sí mismo, en ese Sí mismo que comparte con todos los padres, madres, amigos, con todos los hombres y mujeres, muchos y Uno, manifestaciones del Ser Único de Dios.

La multiplicidad, sublimada e integrada en la Unidad; la dualidad, transfigurada y ascendida a la no-dualidad. A eso hemos venido, a elevar con Él y por Él lo contingente, a trascender y eternizar lo perecedero, a unificarlo todo en Él. 

Cuando comprendes el sentido de tu existencia, lo aceptas y te pones manos a la obra con los ojos y el corazón fijos en Aquel que nos da el sentido y la misión, empiezas a reflejar en tu rostro la luz y los rasgos de Jesucristo, porque ya no eres un ego separado, que se afana, se defiende y acapara, sino Cristo, vida nuestra (Col 3, 4).