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sábado, 26 de agosto de 2023

¿Quién soy yo para Él?

 

Evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

                                                           Domine Iesu Christe
           
El camino del cristiano lo encontró Aquel que es “el camino” y es una felicidad encontrarlo. El cristiano no se pierde en los rodeos y es salvado felizmente para la gloria.
                                                                                Soren Kierkegaard

¿Qué buscaba Jesús planteando esta doble pregunta? ¿Qué resortes internos pretendía activar? De sobra sabe lo que dicen de Él, y conoce también lo que sienten los apóstoles. Siendo ellos débiles e inseguros, confesar la fe fortalecerá el compromiso necesario para la noche que se cierne sobre todos ellos; y sobre nosotros, habitantes del reino, exiliados en la gran tribulación.

Responder a la pregunta lleva a revisar mente, alma y corazón, para que, al manifestar Quién es para nosotros, podamos decirnos, a la vez, quiénes somos para Él. Supone salir de la tibieza que nos mantiene aletargados en nuestras comodidades. Responder es despertar, y bien sabe Jesús que para seguirle hay que estar despierto. Mientras uno no es capaz de plantearse para qué sigue a Cristo, en realidad no Le sigue, se deja llevar por la inercia, como en una manifestación masiva, en la que te ves arrastrado e incapaz de salir o de cambiar el rumbo.

Por eso me atraen y me inspiran los testimonios de los conversos, modelo de sinceridad y consciencia. Puestos a escoger, me quedo con el cardenal Newman, Chesterton y C. S. Lewis. Por la misma razón, no me dejo llevar por la tristeza que me embarga cuando pienso en los años que pasé aparentemente lejos de Jesucristo. No solo porque sé que la decisión de volver a seguirle es lo mejor que he hecho, sino porque Él siempre acaba demostrándome que, en realidad, nunca estuvo lejos, que siempre permaneció su imagen luminosa, su cruz y su Palabra en el centro de mi vida, como raíz, como horizonte, como sentido y meta.

Aquel proceso que me llevó a plantearme Quién es Él para mí, me obligaba a averiguar quién soy yo. Y la pregunta que me sigo haciendo para no volver a perderme es ¿quién soy yo para Él? Porque, si algo tengo claro después de tanto tiempo, tanta ausencia, tantos dones, es que sin Él no soy nada y con Él soy todo, así que mi destino es ser Suya y vivir por y para Él.

Podríamos pasar toda una vida o mil vidas de sueño e indolencia sin preguntarnos por nuestra más profunda identidad. Hacernos la pregunta esencial ¿quién soy yo?, que sucede de forma natural a ¿Quién es Él?, supone despertar y prepararse para vivir en el Reino. Así saldremos de las casualidades, lo accidental, lo inconsciente y mecánico, para edificar sobre roca una vida consciente y perdurable. Y no nos dejaremos arrastrar por la corriente, sino que seremos timoneles de nuestro destino.

Cuesta ahondar, claro que cuesta, por nuestra naturaleza caída, que nos encadena a lo superficial a través de sensaciones, comodidades, seguridades… Pero antes o después hemos de tomar partido y escoger un sendero frente a otro. ¿Por qué no hacerlo ahora, que todavía hay luz? ¿Por qué no hacerlo antes de que sea demasiado tarde?

Preguntando Su nombre, pues ese es el fondo del doble interrogante de hoy, nos está preguntando nuestro nombre. Él podría decírnoslo, pero no nos serviría. Es necesario  despojarnos de esa piel muerta de serpiente que nos asfixia y nos confunde con lo que ya no somos. Jesús quiere escuchar la confesión sincera y desnuda de los apóstoles, para que ellos/nosotros la escuchemos y la aprendamos para siempre. Porque, al decir Quién es Él, decimos a la vez quién somos, nuestro nombre verdadero, el nombre interior que anima nuestro ser, y esa respuesta consciente fortalece e inspira, nos confirma en la Misión. Pronunciar nuestro nombre verdadero es negar el viejo nombre y renunciar a la vida para salvar la Vida. 

De igual modo, confesar Quién es Él conlleva coger la cruz cada día y seguirle, para amar como Él hasta el final y demostrar con las obras lo que hemos manifestado con la boca, con el pensamiento y con el corazón. No hay vuelta atrás para el que es sincero y consecuente; nuestra vida ya no nos pertenece, por eso nuestro cometido no es protegerla o conservarla, sino ofrecerla gratuitamente como Jesucristo. 

Cada sufrimiento, grande o pequeño, cada frustración, cada angustia, cada ausencia, cada traición, vividos con consciencia y compromiso, supone atravesar con Él uno de sus desiertos o acompañarle, velando, en Getsemaní. www.viaamoris.blogspot.com 

Como cristianos, debemos ponernos en cuestión a nosotros mismos y las creencias y prejuicios que nos condicionan y nos alejan de la Luz que es Jesucristo. Si nos resistimos a morir a las tinieblas de lo que creíamos ser, no podemos nacer por segunda vez para ser Sus discípulos. El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, para afirmarse en Jesús para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gál 2, 20). Solo entonces encontramos la fuerza necesaria para cargar cada día con nuestra cruz y seguirle.

                                                                      Tu sei

domingo, 13 de agosto de 2023

La Asunción. "Enaltece a los humildes"

  

Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

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La Asunción de la Virgen, Annibale Carracci


El Magnificat, el canto evangélico de María, señala el camino hacia el Hogar, que es asunción, porque Dios quiere elevarnos hacia Sí para asumirnos en Sí. Ya nos asumió con todo lo bueno y lo malo en la Encarnación. Ahora nos quiere elevar, para que donde Él esté estemos también nosotros.

Si María Santísima ha sido asunta al cielo en cuerpo y alma… ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¿Dónde están ella y Jesús, con sus cuerpos, los únicos cuerpos gloriosos hasta el final de los tiempos? ¿Qué tiempos, si para Dios no hay tiempo? ¿En qué estado viven, aguardan los santos? ¿Qué es el Cielo? ¿Cómo es el Cielo? Si no es lugar, sino estado… ¿Cómo será llegar a él? No lo sé, ni falta que hace. Me basta saber que todo es parte del Plan maravilloso del Dios del Amor y de la Vida. 

¡A Jesús por María!, como dice San Luis María Grignion de Monfort y Santa Madre Maravillas de Jesús. Caminar hacia Él, sobre las aguas turbulentas de la vida, de la mano de María. Y, como a ella, es Él quien nos iza, nos alza, nos eleva y nos asumirá.

Nuestras vidas están en su humanidad encarnada, muerta y resucitada. Enamorados de Jesús, fundidos con Él, que santificará y eternizará todo lo bueno de nuestras vidas. 

Mira hacia el Cielo, mírale a él y tendrás todo. María inauguró este fundirse en la Voluntad Divina con el Fiat mihi. Continúa tú pronunciando con cada acto de tu vida el Fiat Voluntas Tuawww.viaamoris.blogspot.com   

Muchos rechazan la existencia del Cielo y una vida perdurable porque son cobardes. El Cielo supone responsabilidad y coherencia. Es más fácil, más cómodo, más ventajoso, incluso, para los incoherentes, los tibios, los que ponen su corazón en lo mundano, que todo acabe aquí.

El Cielo supone valor, coraje, coherencia y responsabilidad, sacrificio y entrega total. No es resignación ni opio de los pueblos, sino compromiso auténtico. Es afrontar la propia coherencia, la propia autenticidad. 

Porque para poder ser elevados, hemos de desprendernos de lo que pesa. La buena noticia es que se puede “rehacer” la propia vida si se vive en unión con Cristo. Él nos devolverá nuestra vida, pues la vivió por nosotros, para que la revivamos a la luz eterna del más allá–más acá, pero con una claridad distinta, con una densidad diferente, la materia glorificada.

Ascenderemos a nuestro Yo real y eterno, el que Dios soñó para cada uno. ¿Quién asciende?, ¿cómo asciende?, ¿en qué se asciende? Esencia, centro, corazón, alma inmortal, cayendo al fin lo viejo y lo caduco... Ascenderemos con nuestra apariencia eterna, la de nuestra verdadera juventud, que es nuestro ser más profundo, el impulso de todo aquello que el Señor nos ha dado y hemos aceptado, incorporado, unificado en Él.
                                Concierto para la Asunción de la Virgen María, Vivaldi


El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor; por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
                                                                                                              Jacob Boëhme