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sábado, 30 de diciembre de 2017

La Vida Nueva que nos viene por María, madre de Dios


Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


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                                                   La Adoración de los pastores, Mengs

Una vez en nuestro mundo hubo un establo,
y lo que estaba en ese establo 

era más grande que todo nuestro mundo.
C.S. Lewis

Dos viejas leyendas muy conocidas, a la segunda me referí hace una semana en  el blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com , recogida abajo en forma de poema por Antonio Murciano, nos ayudan hoy a contemplar la Vida que viene a salvarnos, a bendecirnos con el Nombre de Jesús, y a reflexionar sobre el sentido de la gran Fiesta que el primer día de cada año celebramos, que no es para los cristianos el estreno de un nuevo año civil, sino la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, la más importante de las advocaciones marianas, porque es el primer y mayor privilegio de María; mayor aún que ser Inmaculada. Santa María, madre de Dios, repetimos una y otra vez en cada Avemaría del Santo Rosario, con el que contemplamos con la mirada de María los Misterios de la existencia terrena de Aquel que es la Vida y vino a darnos Vida.

Año nuevo, vida nueva, pensarán y dirán muchos. Y es cierto que empieza un año civil y para muchos es solo un paso más, una etapa más en su historia personal y en la historia que recogen los anales. Historia cronológica que pasa y acabará, tarde o temprano, en el abismo del olvido, como acabó el templo de Jerusalén, del que no quedó piedra sobre piedra.

Más verdad que la historia que se enseña en colegios, universidades y enciclopedias, son a veces las leyendas, los poemas, los cantos de amor que esa contemplación de la Verdad-Palabra inspira. La humildad, la inocencia y el asombro son su tono, el latido que los hace perdurar cuando la historia muestra sus costuras, sus errores, sus mentiras.

Contemplemos en estas dos leyendas el Misterio de Jesús, Palabra eterna del Padre, que nos viene a través del "Sí", eterno también de María, madre de Dios y madre nuestra.


EL QUE NO TENÍA NADA

Cuenta una antigua leyenda que en tiempo del Rey Herodes, la noche en que nació Jesús, cuando los pastores recibieron el aviso del nacimiento del Mesías y todos decidieron acercarse a Belén llevando algún presente para el Niño, uno de ellos no se atrevía a ir porque no tenía nada para ofrecer. 

Sus compañeros insistieron y le convencieron para que les acompañara. Y hacia Belén caminó con el grupo, el único de ellos que iba con las manos vacías. 

Al llegar al portal de Belén donde había nacido el Salvador, según el anuncio de los ángeles, encontraron a una jovencísima doncella con un niño recién nacido en los brazos. Los pastores se fueron acercando para dar los regalos: queso, lana, dátiles y otros frutos.

La joven madre no podía coger los regalos porque sostenía al Niño en su regazo, pero, al ver a un pastor con las manos vacías, puso al Niño en esas manos, esos brazos temblorosos que no llevaban nada y en un instante se llenaron de Todo, porque sostenían la Vida, el Amor, la Luz del mundo.

                                                 El tamborilero, Los chicos del coro


LA VISITADORA

Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.

Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna, y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.

Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo.
En sus ojos se abría la primera mirada,
y cada paso era tan lento como un siglo.

Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría…?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.

La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.

Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó: «¡Bendita!».

¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido sonreía teniendo,
entre sus dedos niños, la manzana mordida.


                                               Mary, did you know? Pentatonix

He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas…, dice Jesús en el Apocalipsis. Todo nuevo… Esa transformación de la anciana oscurecida, arrugada, encogida de tiempo, olvido y pecado, en la joven luminosa de inocencia recobrada es lo que anhela nuestro corazón, lo que cantan todos los poetas (escriban poemas o no…). Es la belleza, tan antigua y tan nueva, por la que San Agustín dio todo…. Porque Él nos hizo para Sí... Que descanse ya ahora nuestro corazón en Él, Dios con nosotros, tan cerca que es más íntimo a mí que yo misma…, tan cerca que está dentro… Detente, descansa, alma mía, recobra tu calma; nada te turbe….

Todos los poetas, todos los amantes del Amado, todos los adoradores vengan y vean cómo la manzana mordida de pecado se deshace en el polvo de los siglos, porque la verdadera Historia comienza con Aquel que hace nuevas todas las cosas. Todo nuevo, lo demás, el miedo, la angustia, las pérdidas, los fracasos, las derrotas…, todo es sueño, viejo sueño de olvido y separación…, píxeles de una matrix virtual, que se borran y desaparecen con solo pulsar una tecla, la tecla del Amor, que ya fue pulsada antes de todos los tiempos, fue nuevamente pulsada cuando María dijó "hágase" y el Salvador vino al mundo, y permanece activada, desde entonces, para que sigamos amando hasta el final, que es el nuevo Principio. Cielos nuevos, tierra nueva…

Hoy, a punto de iniciar otro año para la historia que pasa, entrego mi manzana mordida al Niño del pesebre, que me mira bajo la sombra de una cruz. Le doy mi vieja manzana de miedo y deseo, de sueño y tristeza, de olvido y cansancio, y Él, con Su mirada de Amor, me ilumina, me transforma, me endereza, vuelve a crearme para una nueva Vida en Él.

Día de gracias, día de bendiciones, agradezco tanta gracia al Señor que ha venido a salvarnos y, como Eva regenerada, le digo a la Madre: ¡Bendita! Ella, por quien nos vino la Gracia y que es mediadora de todas las gracias, nos bendiga y acompañe cada día.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Gracia tras gracia


Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado. 


El nacimiento de Jesús, B. Murillo
                                       

      Aunque Cristo naciera mil veces en Belén
      y no dentro de ti, tu alma estará perdida.
     Mirarás en vano la Cruz del Gólgota 
     hasta que se eleve de nuevo en tu interior.

                                                                                                        Angelus Silesius

Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. He aquí el Evangelio.
                                                                                                                         Paul Sédir

           Ya sabemos que la Navidad no es un tiempo de vacaciones, comidas familiares, regalos, luces y jolgorio. Tampoco es tiempo de nostalgia, tristeza y amargura por los días que pasaron o por los que ya no están. Los que la viven así no conocen su verdadero sentido, no entran en la Navidad. Pero ¿la comprenden realmente los que parecen darle una dimensión cristiana? Si logramos soltar todo lo que no es la Navidad, podemos profundizar en el gran Misterio, el gran Milagro, que es el Nacimiento del Hijo de Dios como uno de nosotros.

Hace falta silencio para experimentar la verdadera Navidad, porque el Verbo nace en el silencio de la noche. Si queremos que Él nazca en nosotros, hemos de callar y vaciarnos, liberarnos de tanto ruido, palabras vanas, imágenes, distracciones, actividad innecesaria, todos esos ídolos, a veces aparentemente santos, que se oponen al Nacimiento eterno. Liberémonos de todo lo que amenaza ese silencio, lo que impide que encarne y nazca en nosotros la Palabra que nos hace capaces del verdadero nacimiento, que es nacer de Dios.

Así lo expresa San Atanasio: "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios". Frithjof Schuon insiste en que la venida de Cristo es "el Absoluto hecho relatividad, a fin de que lo relativo se haga Absoluto". Bendita relatividad, bendita multiplicidad, entonces, contemplada desde la esencia integral y unificante que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga.

Celebramos el Amor; Él nos ama tanto que hace que su Hijo nazca hombre. Si no fuera por el misterio del Amor, que solo en el silencio podemos experimentar y vislumbrar, el verdadero significado de la Navidad sería visto desde fuera como una locura. Que Cristo encarne en un niño, que Dios se haga hombre, esa locura maravillosa, nos da una dignidad que nada ni nadie puede quitarnos. Y también nos enseña a ser humildes, contemplando al mismo Dios, desvalido y envuelto en pañales, en un pesebre.

Estamos conmemorando la segunda Creación. No hay amor más grande, no hay alegría mayor; podemos entrar en comunión con el Amor a cada instante, en ese eterno presente donde ya somos uno con Él. ¿Cómo no reconocer que Él es nuestro amor, nuestra luz, nuestra alegría?

Ese Amor encarnado, el resplandor de la naturaleza humana divinizada, enciende una chispa en el corazón del que está atento y disponible. El destino de esa chispa es crecer hasta que se convierta en un fuego purificador que nos transforme y queme lo que queda de hombre viejo, de viejo mundo, en nosotros. He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! (Lucas 12, 49), nos dirá Jesús, treinta años después de su primera venida. 

            En Belén se inicia el camino que nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni tiempo ni coordenadas, en la que todas las cosas y todos los seres mueren para renacer en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres, ante el único Nombre, que siempre está viniendo.

 Si desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo, desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, estamos íntimamente unidos al Jesús del pesebre, al que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado.

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará. 
    
Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, Dios-Hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque, si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.

En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Qué misterio asombroso es que Él se haya abajado, siendo lo único Real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la vida eterna. 

Jesucristo, Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis: vaciamiento). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer", sino Ser. Solo Ser lo que se Es en Él. Porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo. Dios se acerca, se abaja, se hace uno de nosotros. El Verbo increado encarna y nace como un hombre. Lo ilimitado se hace limitado, lo absoluto, concreto; lo eterno se hace temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable por amor. 



                                         Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach

Recibimos la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él encarnó por amor; dejemos que encarne en nosotros para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él.
        José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.

Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad,
simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Testimonio de la Luz


Evangelio según San Juan 1,6-8; 19-28 

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?” Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo? Él contestó: Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.


Michelangelo Merisi, called Caravaggio - Saint John the Baptist in the Wilderness - Google Art Project.jpg
Juan Bautista, Caravaggio

Es tiempo de cantar la alegría de la Salvación que está llegando. La alegría de Zacarías, que rezamos cada mañana en el Benedictus, y la de Isabel, los padres de Juan Bautista. La alegría de María, resumida  en el Magníficat que hoy leemos en lugar del salmo, la del propio Juan, que le llevó a saltar en el seno de su madre, la de David, el rey pecador, convertido en poeta y santo por la gracia, “padre” e hijo a la vez del Señor que esperaba, la nuestra, por sabernos ciudadanos del Reino de la alegría. Porque hoy es el Domingo Gaudete, tercer Domingo de Adviento, en el que el Evangelio de Juan, nos anuncia a través del Bautista el Reino que ya viene. Contemplamos la escena y, discípulos amados también nosotros, recostamos la cabeza en el pecho del Maestro, sabiendo que Él es la fuente de la alegría, la Luz que esperamos en Adviento.

Juan el Bautista marca la transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, la Buena Nueva que libera, alegra, expande el corazón. Esperar a Jesús, anhelarle, querer unirnos definitivamente a Él pasa por reconocer nuestra miseria con la humildad de Juan Bautista, por eso la alegría del Salvador que se acerca nos embarga ya, pero no olvidamos el ascetismo y la sobriedad pues necesitamos velar para que a Su llegada nos encuentre despiertos.

Juan predicaba y bautizaba sabiendo que se acercaba un mensajero muy distinto, un hombre diferente a todos, el propio Mensaje, la Enseñanza viviente. Y el mensajero bautizó al Mensaje, el anunciador bautizó a la Buena Noticia, la voz bautizó a la Palabra, encarnada en Aquel hombre hermoso y austero que se sumergió en las aguas del Jordán. ¿Qué sentido tendría aquel gesto? ¿Qué tomó de las aguas, que le hizo emerger diferente, como más maduro o más cansado? Tendrían que pasar tres años para que el mundo entendiera cuánto lastre, siglos de pecado y olvido, había cargado con aquel simple gesto. Allí empezó su camino hacia la Cruz, aunque ninguno, ni siquiera Juan, la voz que clamaba en el desierto, lo pudo imaginar. En www.viaamoris.blogspot.com, una reflexión sobre el camino del “no soy”, del que Juan el Bautista es modelo a imitar.
  
La Visitación, Van der Weyden


DEJA QUE MENGÜE

Temor y temblor en el regazo oscuro,
cuando la luz atraviesa
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.

Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

 ¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo 
el drama consumándose
más allá del tiempo y del espacio…  

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora,  
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, te gesta,
te seguirá gestando eternamente.

Y mi madre Te alaba,
alabando a la Tuya. Isabel
abraza a Isha Bethel, 
mujer, casa de Dios.

Dioses sois, recordarás.
Yo lo seré, si Tú quieres,
pero en Ti, por Ti, contigo,
en ese Reino de Hijos
que vienes a anunciar.

Deja que antes disminuya, mengüe,
que descienda, desande,
me desnude de formas y de ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne 
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida al ver en la Bendita,
inmensa María,
la Luz radiante, la belleza inefable,
eterna, de la madre de Dios.



Adviento, Haz latir el corazón del mundo