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domingo, 31 de marzo de 2024

Resucitar con Cristo

 

Evangelio según San Juan 20, 1-9 

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

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Resurrección de Jesús, Raffaellino del Garbo
                                   
En todos nosotros, seamos más o menos conscientes de ello, palpita un deseo de eternidad. La buena noticia es que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, con su muerte y su resurrección, hace posible el triunfo de la vida para toda la humanidad. Como el cuerpo muerto de Jesús se transformó en el cuerpo glorioso que apareció ante María Magdalena, y después ante el resto de los discípulos, a nosotros también nos espera esa gestación prodigiosa.

Desde ese momento, verdaderamente actual, vivimos en el tiempo de la gracia, y la muerte ya no tiene poder sobre nosotros. Sufrimos y morimos como una circunstancia temporal sobre la que nos alzamos (Jesús nos elevó, al ser elevado en la cruz y después resucitar), a fin de alcanzar nuestro destino de seres creados para vivir eternamente. 

Así lo expresa San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 55): La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? En esa epístola también se explica cómo la resurrección nos transformará, de corruptibles, en incorruptibles; no seremos espíritus puros como los ángeles, sino que seremos espiritualizados (1 Cor 15), cuerpo glorioso, alma y espíritu, plenitud del ser humano que Dios creó para la Vida.

            La Resurrección es un proceso que escapa a nuestra comprensión porque es el paso a un nuevo modo de vida. En este plano, el espíritu está sometido a la materia y sus leyes, limitado por las dimensiones del espacio y el tiempo, condicionado por su unión con la materia en una única realidad personal. En la resurrección, se intercambian los papeles: el espíritu da a la materia su propio modo de existir, sin limitaciones espacio-temporales ni leyes físicas.           

            Por eso las fuerzas que condicionan la materia ya no influyen en ese cuerpo. La realidad humana total viviendo con la libertad propia del espíritu y cumpliendo lo que Cristo dijo: los que son hijos de la resurrección serán como los ángeles de Dios. La materia permanecerá, glorificada, porque cuerpo y alma forman la realidad humana ahora y para siempre.

            En el nuevo modo de existir, la materia no será impenetrable, podrá estar en varios lugares a la vez, no necesitará fuentes de energía externa ni ocupar un espacio, y no cambiará con el tiempo, porque estará en ese no-tiempo que a veces somos capaces de experimentar aquí.

Todo esto acontecerá porque Jesucristo es fiel a Su promesa, y somos hijos de la promesa, no de la ley. La ley puede ser trasgredida, mientras que la Promesa permanece. Cuando el hombre muere, perdura el alma, pero no es el hombre completo; falta la restitución o reintegración del cuerpo, de la materia. 

Confiamos en Su Palabra de vida eterna y sabemos que todos resucitaremos con nuestro cuerpo glorioso. Nuestra misión es ser consecuentes con esa promesa atemporal, actuar ya como seres resucitados, pues el hombre nuevo es la Resurrección, que se puede vivir antes de haber atravesado la puerta que es la muerte física.

Como vemos en www.viaamoris.blogspot.com, la Resurrección de Cristo es garantía de nuestra resurrección. Si para Dios no hay tiempo, ya hemos recibido el cuerpo del hombre nuevo, hemos resucitado y estamos junto a Él en el Padre, aunque aún tengamos que simultanear esa dicha inmensa con la travesía por aguas turbulentas de la gran tribulación. 

        ¿Cómo vivir cuando has logrado ser consciente de que has sido rescatado del mundo de muerte y destrucción por Jesucristo? ¿Puedes volver a molestarte por tonterías? ¿Puedes ser superficial o hacer las cosas con desgana? ¿Puedes ser áspero con alguien? ¿Puedes recrearte en los placeres físicos? ¿Puedes obsesionarte con problemas que la mente agiganta? ¿Puedes, sabiéndote rescatado del mundo, poner el corazón en las cosas del mundo? 

      ¿Puedes seguir desperdiciando la vida verdadera, los días que te dieron para amar, a cambio de una ensoñación o de un triunfo mundano y, por tanto, efímero? ¿Puedes desesperarte por las tragedias que acontecen, cuando sabes que, si das la vuelta a la alfombra, no son tales, sino purificaciones, victorias de combates invisibles, días de Gracia y Salvación? ¿Puedes perder el tiempo evocando momentos del pasado y desperdiciar la Vida, que siempre es ahora? 

           Y la Vida, solo se puede apreciar, acoger y transmitir, viviéndola como resucitados, con todos los sentidos, los físicos y los espirituales, despiertos, atentos, en comunión con Aquel que nos ha liberado.

Se trata, pues, de vencer la muerte, hoy mismo.
El cielo no está allí: está aquí;
el más allá no está detrás de las nubes,
está por dentro.
El más allá está por dentro,
como el cielo está aquí, ahora.
Es hoy que la vida debe eternizarse,
es hoy que somos llamados
a vencer la muerte, a volvernos fuente y origen,
a recoger la historia, para que
a través de nosotros empiece de nuevo.
Hoy, tenemos que dar
a cualquier realidad una dimensión humana
para que el mundo sea habitable,
digno de nosotros y digno de Dios.

                                                                                              Maurice Zundel 


                                           Diálogos Divinos. Resurrección de Jesús

miércoles, 27 de marzo de 2024

Aquella noche, esta noche. Amar hasta el extremo


                         Escenas de La Pasión, de Mel Gibson, con textos del Cardenal Newman


              Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
                                                                                                          Juan 13, 1

            Jueves Santo, la Santa Cena, aquella hora de amor infinito en que Jesucristo instituyó la Eucaristía. ¿Cómo escribir sobre tan sublime don? Que escriban y hablen los que han recibido, como otro don, la capacidad de comprender y transmitir la profundidad de este Misterio.

            A los demás nos basta con agradecerlo cada día, vivirlo, contemplarlo en el silencio para ir comprendiéndolo, y recibirlo con la pobreza del que sabe que nada de lo que tiene o pueda tener vale nada ante este tesoro que derrama infinitas gracias sobre quien se acerca a él. Que hablen ellos y nosotros escuchemos sus palabras y, sobre todo, la Palabra, la Luz que nos va transformando y haciéndonos capaces de entender. 

            Pero aquella noche sucedieron más cosas, más misterios, más maravillas. Una noche que se alarga hasta hoy, y nos ofrece infinitos motivos de reflexión y de contemplación. Una noche que es hoy, porque para Dios no hay tiempo, y para nosotros tampoco cuando recordamos nuestro origen y nuestro destino.

            Solo Jesús sabía que esa cena sería la última, y la ocasión propicia de preparar a sus apóstoles para enfrentarse al drama que estaba a punto de comenzar. ¿Con qué amor les miraría? ¿Con qué cuidado escogería cada frase, cada expresión, cada silencio? ¿Qué bendiciones calladas dirigiría a cada uno de aquellos jóvenes?

            En mitad de la Cena, Jesús se levantó y les lavó los pies, aun sabiendo que no estaban todavía preparados para entender ese gesto. Uno a uno, fue lavándoles los pies para que, más adelante, con la inspiración del Espíritu Santo, comprendieran que el verdadero discípulo ha de estar, como el Maestro, al servicio de los demás.

            Él ya sabía que, después de la deserción inicial, habrían de ser sus testigos, y fieles hasta el martirio casi todos. Conocía la traición de Judas, la triple negación de Pedro y la ausencia de todos en el Calvario. 

        Sabía que Juan iba a ser el único que se atrevería a estar junto a la cruz, acompañando a la Madre y a las valerosas mujeres. Tal vez por ese valor y coherencia, el discípulo amado entendió como ninguno de los doce la profundidad del mensaje de su Maestro, y vivió para contárnoslo. Su Evangelio recoge el discurso de la cena, muy diferente del sermón del Monte.

            Dice Cabodevilla que, si pudiéramos compararlos, diríamos que este es "más compacto y más divagante, más íntimo y más oscuro, dicho en voz muy baja y con resonancia en el cielo de los cielos.” Tiene este discurso sabor de despedida y de amor, hacia el Padre y hacia sus amigos, que están a punto de traicionarle, negarle y desertar.

            Todo eso sabía Jesús y mucho más. Y nosotros conocemos, porque Él así lo ha querido, su infinita tristeza, su soledad, su amargura en Getsemaní, la dolorosa fricción entre sus dos voluntades, la humana y la divina, y su definitiva aceptación de la voluntad del Padre.

            A Él le confortaron los ángeles, porque el amor infinito de Dios permitió que su Hijo, en su naturaleza humana, tuviera las limitaciones de otros hombres. Y ahora Él nos acompaña y conforta a nosotros en los “getsemanís” que atravesamos, en esas horas de amargura y soledad, que todos antes o después vivimos, en que quisiéramos ser liberados de la angustia y la tristeza.

            Es la oración de Getsemaní la que nos prepara para entender el verdadero sentido de la Cruz, un cáliz tan amargo, tan difícil de aceptar por el sufrimiento físico y sobre todo moral, que el Hijo de Dios pidió ser librado de él, antes de aceptarlo por amor al Padre y a los hombres. El mismo amor que inspiró el lavatorio de los pies, que le hace quedarse con nosotros para siempre, y que hilvana los claroscuros del discurso de la Cena, tan hermoso como enigmático y lleno de infinitos significados, el testamento del Dios-Hombre.


sábado, 23 de marzo de 2024

Hacia la Nueva Creación


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14, 1–15, 47

C. Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
S. –No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:
S. –¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
J. –Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
S. –¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
C. –El envió a dos discípulos diciéndoles:
J. –Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:
J. –Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.
C. –Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
S. –¿Seré yo?
C. Respondió:
J. –Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronuncio la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
J. –Tomad, esto es mi cuerpo.
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
J. –Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
C. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo:
J. –Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. –Aunque todos caigan, yo no.
C. Jesús le contestó:
J. –Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.
C. Pero él insistía:
S. –Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní y dijo a sus discípulos:
J. –Sentaos aquí mientras voy a orar.
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
J. –Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
J. –¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mi ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
J. –Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
J. –Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S. –Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
S. –¡Maestro !
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
J. –¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.
C. Y todos lo abandonaron y huyeron.
Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra él diciendo:
S. –Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.»
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S. –¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo preguntándole:
S. –¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C. Jesús contestó:
J. –Sí lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
S. –¿Qué falta hacen más testigos ? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decidís?
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. –Haz de profeta.
C. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:
S. –También tú andabas con Jesús el Nazareno.
C. El lo negó diciendo:
S. –Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S. –Este es uno de ellos.
C. Y él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:
S. –Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. –No conozco a ese hombre que decís.
C. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
S. –¿Eres tú el rey de los judíos?
C. El respondió:
J. –Tú lo dices.
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
S. –¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan. 
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. –¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Pues sabia que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. –¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos ?
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. –Crucifícalo.
C. Pilato les dijo:
S. –Pues ¿qué mal ha hecho?
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. –Crucifícalo.
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. –¡Salve, rey de los judíos !
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.»
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. –¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes, se burlaban también de él diciendo:
S. –A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
J. –Eloí Eloí, lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. –Mira, está llamando a Elías.
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S. –Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. –Realmente este hombre era Hijo de Dios.
C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé, que cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el Reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.


                                 Entrada de Jesús en Jerusalén, Hippolyte Flandrin

Hoy comenzamos la Semana Santa, días para recordar que, de un fracaso tremendo para el mundo, la crucifixión del Hijo de Dios como un delincuente, surge la auténtica y definitiva victoria, la resurrección gloriosa, el triunfo sobre ese fracaso universal que es la muerte.

Son días de silencio y recogimiento, de temblor y temor, días de gracia, que también contemplamos en www.viaamoris.blogspot.comDías para aprender de Jesús a aceptar derrotas, traiciones, pérdidas, injusticias y sufrimientos que vengan de este mundo, en el que estamos y del que no somos, pues nuestro destino es seguirle también en la victoria frente al mundo.

Así nos anima a imitarle Santo Tomás de Aquino:

“Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

(…) Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los hombres, ya que él experimentó las burlas y azotes, ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.”

Dios no exige la muerte del Hijo, sino que el Hijo abraza esa muerte como gesto de amor infinito, revistiéndose de todo nuestro pecado, nuestro dolor, nuestra mortalidad. Por eso no es lo material de los tormentos lo que nos salva (ha habido muchos seres humanos terriblemente torturados a lo largo de la historia), sino la aceptación voluntaria por parte de Jesús de todos esos padecimientos extremos, por amor y con voluntad salvífica. Así, después de una aparente derrota para el mundo, Cristo vence a la muerte, el mayor enemigo de Sus amigos.

Fray Juan de los Ángeles expresa la magnitud del fracaso, que será proporcional a la grandeza del fruto del Árbol de la Cruz, victoria absoluta y definitiva sobre la muerte:

“Vuelve los ojos a los males que padece, cuéntalos, si sabes de cuentas, añade números a números, y ceros a ceros, que no hay aritmética que no sea manca y corta para contarlos. Padece cárceles y cadenas como débil, siendo todopoderoso; padece escarnios y afrentas como necio, siendo sabiduría del Padre; padece y sufre bofetadas y salivas como blasfemo y vil, siendo la misma bondad; sufre azotes y muerte de cruz como malhechor, siendo justísimo Dios. Le llamó Isaías varón de dolores y que sabía de enfermedad, porque verdaderamente no hubo dolor que no se registrase en Él.

(…) Y lo que es más de consideración, que en medio de tantos y tan graves dolores, ningún género de alivio tuvo, ni sobre qué reclinar su cabeza lastimada, ni sobre qué descansar aquel sacratísimo cuerpo, que de solo tres clavos estuvo colgado y apegado a la tierra, secándose con los dolores; todo rodeado de los brazos de la muerte; en lo de fuera abatido y despreciado, y en lo de dentro desconsolado.”



Ave Crux, Spes única

Jesús guarda silencio durante la mayor parte de la Pasión. Y cuando habla, lo hace en voz baja y clara, como las pocas palabras que pronuncia ante Pilato, las que dirige a las mujeres de Jerusalén, camino del Calvario, o las siete Palabras desde la cruz.

 El Verbo increado, la Palabra encarnada no necesita gritar ni vociferar. Muere como ha vivido, en voz baja, con voz clara, diciendo sí, cuando es sí, y no, cuando es no. Muere como ha vivido y resucita como ha muerto: sin aspavientos, sin bullicio, sin grandilocuencia, con un sepulcro vacío, unos lienzos tendidos y un sudario enrollado. 

 Dice Bruckberger: “Al tercer día resucitó como había dicho. Él es quien tiene la última palabra. Pero esta última palabra la pronuncia tan bajo, como verdadero poeta, que solo la oye quien tenga buenos oídos para oír.”

Ayer, estaba crucificado con Cristo,
hoy, soy glorificado con él.
Ayer, estaba muerto con él,
hoy, estoy vivo con él.
Ayer, fui sepultado con él,
hoy, he resucitado con él.

                                                               San Gregorio Nacianceno

"En una ocasión nuestro Señor me dijo: “Todo irá bien”; en otra ocasión dijo: “Y tú misma verás que todo acabará bien”. Y de esto el alma obtuvo dos enseñanzas diferentes. Una era ésta: que él quiere que nosotros sepamos que presta atención no solo a las cosas grandes y nobles, sino también a todas aquellas que son pequeñas y humildes, a los hombres simples y humildes, a este y a aquella. Y esto es lo que quiere decir con estas palabras: “Todo acabará bien”. Pues quiere que sepamos que ni la cosa más pequeña será olvidada. 

Otro sentido es el siguiente: que hay muchas acciones que están mal hechas a nuestros ojos y llevan a males tan grandes que nos parece imposible que alguna vez pueda salir algo bueno de ellas. Y las contemplamos y nos entristecemos y lamentamos por ellas, de manera que no podemos descansar en la santa contemplación de Dios, como debemos hacer. Y la causa es ésta: que la razón que ahora utilizamos es tan ciega, tan abyecta y estúpida, que no puede reconocer la elevada y maravillosa sabiduría de Dios, ni el poder y la bondad de la santísima Trinidad. Y ésta es su intención cuando dice: “Y tú misma verás que todas las cosas acabará bien”, como diciendo: “Acéptalo ahora en fe y confianza, y al final lo verás realmente en la plenitud de la alegría”.

Hay una obra que la santísima Trinidad realizará el último día, según yo lo vi. Pero qué será esta obra y cómo será realizada es algo desconocido para toda criatura inferior a Cristo, y así será hasta que la obra se lleve a cabo… Y quiere que lo sepamos porque quiere que nuestras almas estén sosegadas y en paz en el amor, sin hacer caso de ninguna preocupación que pudiera impedir nuestra verdadera alegría.

Esta es la gran obra ordenada por Dios desde antes del principio, tesoro profundamente escondido en su seno bendito, conocido sólo por él, obra por la que hará que todo termine bien. Pues así como la santísima Trinidad creó todas las cosas de la nada, así la misma santísima Trinidad hará buenas todas las cosas que no lo son. Quedé profundamente maravillada en esta visión, y contemplaba nuestra fe con esto en la mente: “Nuestra fe se fundamenta en la palabra de Dios, y pertenece a nuestra fe que creamos que la palabra de Dios será preservada en todas las cosas”."

                                                                                                        Juliana de Norwich

                                                           276. Diálogos Divinos. Penas