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sábado, 21 de junio de 2014

Milagro de Amor

 

         
            Quién mejor que el papa Francisco para ayudarnos a reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Corpus Christi, el centro de nuestra Fe, Misterio inefable, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. 
              Dos vídeos de Jorge Mario Bergoglio antes de ser papa, para soltar lo que nos impida abrir el corazón, asomarnos a la trascendencia de la Eucaristía, contemplar el Misterio y adorar.
 



                       El infierno es el tormento de la imposibilidad de amar.

                     Dostoievski
                                                          

                                                               Quien crea haber entendido las Escrituras sagradas,
                                                               y con esa comprensión no practica el amor de Dios
                                                               y del prójimo, no ha entendido nada de la Escritura.

                                                                                                                              San Agustín


              Recibir, contemplar, adorar..., no solo conscientes de ese milagro de Amor, sino consecuentes con tan increíble don.
              Si somos verdaderos discípulos de Jesús, hemos de imitarle, sobre todo en el mandamiento nuevo, y ofrecernos sin condiciones, cuerpo y sangre derramados, para entrar unidos en el banquete eterno. 
            Esa es la esencia del camino del cristiano, nuestra común vocación: aprender a amar, encarnar en nuestras vidas el amor universal e incondicionado del Maestro.
 



En la Eucaristía se descubre el misterio directo y la presencia real de Dios en el pan consagrado. Aquí es preciso que el alma vuele por un momento a ese mundo intelectual que le fue abierto antes de su caída.
Cuando el Omnipotente hubo creado al hombre a su semejanza, animándole con un soplo de vida, hizo alianza con él. Adán y Dios conversaban en la soledad, pero la alianza quedó rota de hecho como resultado de la desobediencia, porque el Ser eterno no podía proseguir comunicándose con la muerte, ni la espiritualidad tener algo en común con la materia, pues entre dos cosas de propiedades diferentes no puede establecerse punto alguno de contacto sino en virtud de un medio. El primer esfuerzo que el amor divino llevó a cabo para acercarse a nosotros fue la vocación de Abrahán y el establecimiento de los sacrificios, figuras que anunciaban al mundo el advenimiento del Mesías.
El Salvador, al rehabilitarnos en nuestros fines, debía devolvernos nuestros privilegios; y el más precioso de estos era, sin duda, el de comunicar con el Creador. Pero esta comunicación no podía ya ser inmediata como en el Paraíso terrenal; en primer lugar, porque nuestro origen subsistió mancillado; y en segundo, porque nuestro cuerpo, ya esclavo de la muerte, es demasiado débil para comunicarse directamente con Dios sin morir. Era preciso, pues, un intermediario, y este fue su Hijo, que se dio al hombre en la Eucaristía, haciéndose, digámoslo así, el camino sublime por cuyo medio nos reunimos de nuevo con el Creador de nuestra alma
Si el Hijo hubiera permanecido en su esencia primitiva, es evidente que habría existido en la tierra la misma separación entre Dios y el hombre, porque no puede haber unión entre una realidad eterna y el sueño de nuestra vida. Pero el Verbo se dignó hacerse semejante a nosotros al descender al seno de una mujer. Por una parte, se enlaza con su Padre en virtud de su espiritualidad, y por la otra se une con la carne, en razón de su forma humana; de esta manera se constituye el lazo buscado entre el hijo culpable y el padre misericordioso. Ocultándose bajo la especie de pan, se hace un objeto sensible para los ojos del cuerpo, mientras permanece un objeto intelectual para los del alma. Si ha escogido el pan para velarse es porque el trigo es un emblema noble y puro del alimento divino.
Si esta elevada y misteriosa teología, de la que nos limitamos a trazar algunos rasgos, arredra a nuestros lectores, obsérvese cuán luminosa es esta metafísica, comparada con la de Pitágoras, Platón, Timeo, Aristóteles, Carnéades y Epicuro, pues no se halla en ella ninguna de esas abstracciones de ideas, para las cuales es forzoso crearse un lenguaje ininteligible al común de los hombres.
Resumiendo, la Comunión enseña la moral, porque es preciso hallarse puro para acercarse a ella; es la ofrenda de los dones de la tierra al Creador, y trae a la memoria la sublime y tierna historia del Hijo del hombre. Unida al recuerdo de la Pascua y de la Primera Alianza, la Comunión va a perderse en la noche de los tiempos; se enlaza con las primeras nociones relativas al hombre religioso y político, y expresa la antigua igualdad del género humano; finalmente, perpetúa la memoria de nuestra primera caída, y la de nuestra rehabilitación y unión con Dios.
Chateaubriand
El genio del Cristianismo
 

domingo, 15 de junio de 2014

Día de maravillas


            Ulises, a quien los marineros habían transportado mientras dormía, se despertó en un país desconocido, mientras deseaba llegar a Ítaca, con un deseo que le rasgaba el alma. De pronto, Atenea le abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en Ítaca. De igual forma, todo hombre que desea infatigablemente su patria, que no está distraído en su deseo ni por Calypso ni por las sirenas, percibe de pronto un día que se encuentra en ella.

                                                                                                                   Simone Weil
 
 

 



¿De qué entrañas sale el hielo?
¿Quién da a luz la escarcha del cielo,
cuando el agua se endurece como piedra
y aprisiona la faz del abismo?

                                                                  Libro de Job 38, 29-30

 
            Tal vez estás cansado, aburrido de repetir una y otra vez las mismas experiencias, como algunos tantas veces, como todos al final. Por eso voy a presentarte a un viejo conocido que olvidé durante años y un día vino a pedirme que reanudáramos nuestra amistad y volviéramos a ser un buen equipo en este confín del universo que nos parece tan importante, y es solo una ínfima parte de los universos posibles. Me pidió que dejara a un lado cansancio y comodidades, rutinas y condicionamientos, y me embarcara con él en una aventura apasionante, más memorable y trascendente que cualquiera de las que vivió Ernest Shackleton. Pues no era Shackleton el que vino a buscarme; o sí era Shackleton, después de haber dejado de ser Shackleton. Acompáñanos y entenderás.
 
Cuando conocí la aventura del Endurance, supe que debía escribir sobre aquellos exploradores valientes y esforzados. No me frenó saber que muchos lo habían hecho ya; una mirada o mil miradas, una vida que tal vez nadie había podido captar en su más profunda dimensión. Y descubrí que podía viajar con mi espíritu a aquellos momentos y lugares cuya belleza y verdad me llamaban. Podía dialogar con ellos y también escuchar sus silencios, sublimados en el desierto de hielo, la voz de su alma inmortal. Puedo, podemos conectar con su esencia en aquellos momentos de intemperie y solidaridad, en los que un grupo de hombres supo dar lo mejor de sí mismos.
 
            Hace tiempo escuché a un hombre sabio y sencillo hablar del fracaso como la medida del ser humano, el agua hirviendo que nos dice de qué es la infusión. Puso el ejemplo de Shackleton y dijo, con intensidad serena, que es el aventurero más conocido porque, a pesar de que no logró ninguno de los objetivos que se había propuesto, consiguió mantener el ánimo de sus hombres en condiciones límite y que todos volvieran sanos y salvos. No sé si fue el tono de quien hablaba, o que el eco de ese nombre, fuerte y viril, Ernest Shackleton, resonaba en algún rincón de mi memoria, pero estuve varios días pensando en él, buscando cualquier libro o referencia que tuviera que ver con aquellos tiempos de aventura y sacrificio. Descubrí a un hombre audaz, generoso y enigmático, y supe que detrás había mucho más que esa inabarcable cantidad de datos, más de lo que nadie, ni su familia ni sus compañeros, tal vez ni él mismo, pudieran imaginar. Y me pareció un buen reto, a la altura de los que él se planteó, buscar las huellas de Shackleton en esos planos atemporales con los que a veces tenemos la gracia de conectar, para intentar conocer lo que fue y lo que llegó a ser.
 
            Ahora sé que solo lo verdadero merece la pena ser relatado. Aunque no conocí personalmente a Ernest Shackleton –mejor, quizá, si consideramos que persona en griego quiere decir máscara–, aunque nadie me haya contado nada de lo que vivió el hombre que está más allá de lo que nos muestran los sentidos, todo lo que cuento es verdadero. No quiero decir que haya sucedido en las dimensiones que todos conocemos, quiero decir que es verdadero, y por eso merece ser contado.
 
            Nunca fue mi meta la verosimilitud (vero–simil), sino la veracidad. Me interesa la verdad, no un símil de verdad. Me mueve esa verdad discreta y esencial que muchas veces está más allá de lo que sucede o parece que sucede. Kairós demostrando la impotencia de Cronos, su falso poder, desvelando que hay varias personas en cada ser humano; yo, tú, él, uno…, siempre el mismo.
 
            No es la crónica de lo que hizo el que la gente conoce como Shackleton, sino el relato de lo que dejó de ser y lo que llegó a ser, lo que logró después de dejar de ser solo Ernest Shackleton, que es lo que podemos lograr nosotros cuando dejemos de ser solo lo que hemos creído y nos han hecho creer que somos.
 
¿Qué somos en realidad? ¿Qué perdura? Si, como intuyo, perdura lo consciente, dejadme volver a conectar mi alma con el alma de Shackleton. A fin de cuentas, él me ha buscado a través de océanos de tiempo para demostrarme de nuevo que el tiempo es relativo. Él ha querido contarme aquel viaje en el que ya estaba contenido el segundo, el que nadie ha contado, el verdadero viaje.
 

              Muchos saben que Shackleton fue un explorador angloirlandés que se propuso ser el primero en llegar al Polo Sur y fracasó. Años después, se propuso atravesar la Antártida de extremo a extremo y también fracasó porque su barco, el Endurance, que significa Resistencia, se quedó aprisionado en el hielo y acabó hundiéndose, dejando a veintiocho hombres en la más cruda intemperie durante casi dos años. Son muchos también los que se dan cuenta en seguida de que su fracaso fue aparente, porque, aunque no logró ni uno solo de sus objetivos iniciales, salvó a todos sus hombres y logró mantener el espíritu de unidad en las condiciones más adversas.

            Son pocos, en cambio, los que conocen los verdaderos logros de Shackleton. ¿Los conoce alguien? Esta es la historia de una vida extraordinaria, de la que solo han recogido algunos datos, los más evidentes, los menos importantes, sus cronistas. Apenas las fotos de Hurley captan en su mirada una luz especial, que es reflejo de lo que aquí se va a narrar. O a apuntar, porque es el lector quien tiene que volver a escribirlo en el cielo, en el mar, en el aire o en su corazón, el único lugar donde la tinta es indeleble. La gente “se sabe” muchos datos y anécdotas del hombre que respondía al nombre de Ernest Henry Shackleton, pero acaso nadie conoce al que quiso dejar de ser Shackleton para ser nada, y, entonces, fue todo.

       Imaginé, traté de concebir lo que Shackleton vivió en su interior para que hiciera lo que hizo, lograra lo que logró y muriera como murió. Leí todo lo que encontré sobre aquellos tiempos de aventura y sacrificio, investigué, estudié los detalles más insignificantes. ¿Qué escribieron? ¿Cuánto sufrieron? ¿Qué comían? Necesitaba más. ¿En qué cambiaron? ¿Cómo se adaptaron, años después, a la vida en la “civilización”? ¿Cómo y cuándo murió cada uno de ellos? Pero seguía necesitando más, en calidad y hondura, no en cantidad. Y lo que necesitaba no me lo podía contar ningún libro o película, ni siquiera las fotos de Hurley, ni siquiera los diarios de los protagonistas o los testimonios de sus descendientes. Necesitaba saber qué pensaban y sentían en lo más profundo, lo que ni siquiera lograron expresar.

¿Quién fue Shackleton? ¿Quién pudo haber sido? ¿Qué Shackleton posible o imaginado es capaz de vivir lo que queremos conocer? ¿Quiénes fueron Wild, Hurley, Crean, Worsley, McNish…?

Shackleton eres tú y soy yo, si así lo decidimos. Somos Shackleton, Orde-Lees, Wordie, How, James, Rickinson…, todos y cada uno de los miembros de la tripulación del Endurance. Podemos contemplar cómo se hunde un barco y arriesgar la vida por salvar las de nuestros compañeros. Solo tenemos que evocar esas escenas y situarnos en la dimensión atemporal en la que sigue sucediendo.

He querido escribir lo que está más allá y por detrás de la historia, lo que quedará en los archivos de Kairós cuando nuestros nietos hayan desaparecido. Porque hay un mundo más rico y profundo que trasciende la realidad que vemos, apenas un fragmento de la realidad.

Ellos podían inspirarme y guiarme; los busqué en los momentos de atención y vigilia que fueron capaces de rescatar del tiempo y de la muerte. Allí estaban, esperándome para que contara su verdadera victoria, para que sus esfuerzos y sufrimientos dieran de nuevo ciento por uno. Pensé en ellos, conecté con ellos en aquellos lugares y aquellos momentos. Pensé en ellos..., fui ellos. Y supe que hay quienes necesitan atravesar situaciones límite para despertar, entrar en contacto con su propia esencia y descubrir que lo que muestran los sentidos es una mínima parte de lo real, que hay infinitos mundos, infinitas dimensiones del universo y de nosotros que aún no conocemos. Esa es la verdadera aventura, el verdadero reto.



              Este es el relato de alguien que, cuando se dio cuenta de que iba en dirección equivocada, dio la vuelta y transformó una huida de sí en un encuentro consigo mismo. Estas páginas hablan de ese giro, de ese gesto o media vuelta que le permitió escoger el rumbo necesario y regresar. ¿Por qué he sentido la necesidad de contarlo? Porque yo también quiero volver, di la vuelta y estoy como él, como ellos, regresando. Os dirán que ellos iban, que llegaron lejos. Yo sé que volvían, casi desde el principio estaban ya volviendo.

He buscado el latido esencial de una vida que no es la que nos cuentan las enciclopedias, sino un encuentro con lo sagrado. Y lo sagrado puede ser tan sencillo y pequeño como unos tornillos, clavados con atención y generosidad en la suela de unas botas para que un compañero no resbale, o tan inusual como dos hombres bailando un vals sobre el hielo.
 
            Raymond Priestley, que navegó a las órdenes de los tres grandes exploradores polares, escribió: “Para el liderazgo científico, dadme a Scott; para un viaje raudo y eficiente, a Amundsen; pero, cuando os halléis en una situación desesperada, cuando no veáis salida, arrodillaos y rezad para que venga Shackleton.”

Yo estaba en un momento complicado, por primera vez me encontraba sin salida. Recé, volví a rezar como hacía años que no rezaba, y Shackleton, el experto en situaciones imposibles, vino en mi ayuda; pero no vino solo.

Si quieres precisión, Scott; si quieres eficacia, Amundsen; si quieres que lo imposible llegue a ser posible, reza, despierta para que venga Shackleton. Si quieres ciencia, Scott, si quieres rapidez, Amundsen, si quieres poesía y alegría en el esfuerzo, unidad y confianza, escucha, mira, evoca, sé Shackleton y cada uno de sus hombres.