Quién mejor que el papa Francisco para ayudarnos a reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Corpus Christi, el centro de nuestra Fe, Misterio inefable, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos.
Dos vídeos de Jorge Mario Bergoglio antes de ser papa, para soltar lo que nos impida abrir el corazón, asomarnos a la trascendencia de la Eucaristía, contemplar el Misterio y adorar.
El infierno es
el tormento de la imposibilidad de amar.
Dostoievski
Quien crea haber entendido las
Escrituras sagradas,
y con esa comprensión no practica el
amor de Dios
y del prójimo, no ha entendido nada de
la Escritura.
San Agustín
Recibir, contemplar, adorar..., no solo conscientes de ese milagro de Amor, sino consecuentes con tan increíble don.
Si somos verdaderos discípulos de Jesús,
hemos de imitarle, sobre todo en el mandamiento nuevo, y
ofrecernos sin condiciones, cuerpo y sangre derramados, para entrar
unidos en el banquete eterno.
Esa es la esencia del camino del cristiano, nuestra común vocación: aprender a amar, encarnar en nuestras vidas el amor universal e incondicionado del Maestro.
Esa es la esencia del camino del cristiano, nuestra común vocación: aprender a amar, encarnar en nuestras vidas el amor universal e incondicionado del Maestro.
En la Eucaristía se descubre
el misterio directo y la presencia real de Dios en el pan consagrado. Aquí es
preciso que el alma vuele por un momento a ese mundo intelectual que le fue
abierto antes de su caída.
Cuando el Omnipotente hubo
creado al hombre a su semejanza, animándole con un soplo de vida, hizo alianza
con él. Adán y Dios conversaban en la soledad, pero la alianza quedó rota de
hecho como resultado de la desobediencia, porque el Ser eterno no podía
proseguir comunicándose con la muerte, ni la espiritualidad tener algo en común
con la materia, pues entre dos cosas de propiedades diferentes no puede
establecerse punto alguno de contacto sino en virtud de un medio. El primer
esfuerzo que el amor divino llevó a cabo para acercarse a nosotros fue la
vocación de Abrahán y el establecimiento de los sacrificios, figuras que
anunciaban al mundo el advenimiento del Mesías.
El Salvador, al rehabilitarnos
en nuestros fines, debía devolvernos nuestros privilegios; y el más precioso de
estos era, sin duda, el de comunicar con el Creador. Pero esta comunicación no
podía ya ser inmediata como en el Paraíso terrenal; en primer lugar, porque
nuestro origen subsistió mancillado; y en segundo, porque nuestro cuerpo, ya
esclavo de la muerte, es demasiado débil para comunicarse directamente con Dios
sin morir. Era preciso, pues, un intermediario, y este fue su Hijo, que se dio
al hombre en la Eucaristía, haciéndose, digámoslo así, el camino sublime por
cuyo medio nos reunimos de nuevo con el Creador de nuestra alma
Si el Hijo hubiera permanecido
en su esencia primitiva, es evidente que habría existido en la tierra la misma
separación entre Dios y el hombre, porque no puede haber unión entre una
realidad eterna y el sueño de nuestra vida. Pero el Verbo se dignó hacerse
semejante a nosotros al descender al seno de una mujer. Por una parte, se
enlaza con su Padre en virtud de su espiritualidad, y por la otra se une con la
carne, en razón de su forma humana; de esta manera se constituye el lazo
buscado entre el hijo culpable y el padre misericordioso. Ocultándose bajo la
especie de pan, se hace un objeto sensible para los ojos del cuerpo, mientras
permanece un objeto intelectual para los del alma. Si ha escogido el pan para
velarse es porque el trigo es un emblema noble y puro del alimento divino.
Si esta elevada y misteriosa
teología, de la que nos limitamos a trazar algunos rasgos, arredra a nuestros
lectores, obsérvese cuán luminosa es esta metafísica, comparada con la de
Pitágoras, Platón, Timeo, Aristóteles, Carnéades y Epicuro, pues no se halla en
ella ninguna de esas abstracciones de ideas, para las cuales es forzoso crearse
un lenguaje ininteligible al común de los hombres.
Resumiendo, la Comunión enseña
la moral, porque es preciso hallarse puro para acercarse a ella; es la ofrenda
de los dones de la tierra al Creador, y trae a la memoria la sublime y tierna
historia del Hijo del hombre. Unida al recuerdo de la Pascua y de la Primera
Alianza, la Comunión va a perderse en la noche de los tiempos; se enlaza con
las primeras nociones relativas al hombre religioso y político, y expresa la
antigua igualdad del género humano; finalmente, perpetúa la memoria de nuestra
primera caída, y la de nuestra rehabilitación y unión con Dios.
Chateaubriand
El genio
del Cristianismo