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sábado, 31 de diciembre de 2022

Santa María, Madre de Dios


Evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

                                              Adoración de los pastores, Murillo

                                                       Bendecid, que para esto hemos sido llamados,
                                                       para ser herederos de la bendición.
                                                                                                                         1 Pedro 3, 9

Dice Henry Nouwen que dar una bendición crea aquello que pronuncia. La bendición tiene que ver con la afirmación de la bondad original del otro. Tal vez por eso me gusta tanto y me mueve por dentro la Bendición de El Libro de los Números, que la liturgia propone para recibir el nuevo año:

El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
                                                          Números 6, 24-26

Acojamos con gratitud y buen ánimo la bendición que el Señor nos ofrece sin cesar, conscientes de que Él, fiel a su promesa, está con nosotros siempre (Mateo 28, 20), en cada acontecimiento, cada encuentro, cada ausencia, cada palabra, cada silencio, cada alegría y cada tristeza, porque nada ni nadie nos puede separar de Su amor (Romanos 8, 38-39).

Teniéndole a Él de nuestra parte, nada logrará abatirnos ni robarnos la paz. Entonces, como decía la optimista y audaz Juliana de Norwich, hace más de seiscientos años, todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien (all shall be well, and all shall be well, and all manner of things shall be well).

La mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos tiene que ver con lo que hoy leemos en el Evangelio: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lucas 2, 21).

Si dudamos de que todo irá bien, podemos recordar las palabras de San Bernardo y pronunciar, compartir, pensar y sentir este Nombre nuevo y antiguo, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida:
El nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O que pueda reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, fomentar el amor?
Que el Nombre de Jesús nos bendiga cada día de nuestra vida y que seamos capaces de conservar la gracia y los dones recibidos, meditándolos en el corazón, como hacía María, Madre de Dios, misterio y dogma que hoy celebramos para iniciar el nuevo año a la luz misericordiosa de su mirada. www.viaamoris.blogspot.com 

Su Corazón Inmaculado triunfará sobre todo y sobre todos, porque la victoria es de Cristo, y Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra es un solo eslabón con su Hijo. Por eso, digan lo que digan, proclamen el Quinto Dogma Mariano oficialmente o no lo hagan, ella es, desde siempre y para siempre, corredentora. 

                                                       197. Diálogos divinos. ¿Corredentora?


                                                      198. Diálogos divinos. ¿Corredentora? II



LA VISITADORA

Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.

Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna, y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.

Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo.
En sus ojos se abría la primera mirada,
y cada paso era tan lento como un siglo.

Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría…?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.

La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.

Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó: «¡Bendita!».

¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido sonreía teniendo,
entre sus dedos niños, la manzana mordida.

                                                                           Antonio Murciano


                                                       Mary, did you know? Pentatonix


He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas…, dice Jesús en el Apocalipsis. Todo nuevo… Esa transformación de la anciana oscurecida, arrugada, encogida de tiempo, olvido y pecado, en la joven luminosa de inocencia recobrada es lo que anhela nuestro corazón, lo que cantan todos los poetas (escriban poemas o no…). Es la belleza, tan antigua y tan nueva, por la que San Agustín dio todo…. Porque Él nos hizo para Sí... Que descanse ya ahora nuestro corazón en Él, Dios con nosotros, tan cerca que es más íntimo a mí que yo misma…, tan cerca que está dentro… Detente, descansa, alma mía, recobra tu calma; nada te turbe…. 

Todos los poetas, todos los amantes del Amado, todos los adoradores vengan y vean cómo la manzana mordida de pecado se deshace en el polvo de los siglos, porque la verdadera Historia comienza con Aquel que hace nuevas todas las cosas. Todo nuevo, lo demás, el miedo, la angustia, las pérdidas, los fracasos, las derrotas…, todo es sueño, viejo sueño de olvido y separación…, píxeles de una matrix virtual, que se borran y desaparecen con solo pulsar una tecla, la tecla del Amor, que ya fue pulsada antes de todos los tiempos, fue nuevamente pulsada cuando María dijo "hágase" y el Salvador vino al mundo, y permanece activada, desde entonces, para que sigamos amando hasta el final, que es el nuevo Principio. Cielos nuevos, tierra nueva… 

Hoy, a punto de iniciar otro año para la historia que pasa, entrego mi manzana mordida al Niño del pesebre, que me mira bajo la sombra de una cruz. Le doy mi vieja manzana de miedo y deseo, de sueño y tristeza, de olvido y cansancio, y Él, con Su mirada de Amor, me ilumina, me transforma, me endereza, vuelve a crearme, para una nueva Vida en Él. 

Durante mucho tiempo creí que mi nombre significa "la bien nacida", hasta que el padre Josemaría, uno de los mejores sacerdotes y personas que he conocido, me dijo que, en realidad, significa "la bien generada". Después de una vida de olvido y ceguera, de tantos años para el polvo y para el viento, pido al Niño que, ya que no he hecho honor al nombre que me puso mi madre querida, pueda ser, al fin, "la bien regenerada", para que mis dos madres ya siempre juntas sonrían, porque camino hacia ellas en este tramo del valle de lágrimas que se va acortando. 

Día de gracias, día de bendiciones, agradezco tanta gracia al Señor que ha venido a salvarnos y a devolvernos la Vida divina que perdimos, y, como Eva regenerada, le digo a la Madre: ¡Bendita! Ella, por quien nos vino la Gracia y que es mediadora de todas las gracias, nos bendiga y acompañe cada día.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Navidad continua


Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado.

                                         Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach

Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, 
es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. 
Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; 
ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. 
He aquí el evangelio.

                                                                                                    Paul Sédir

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, como dice William Johnston, podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado. 

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará. El olvido de sí hará posible el Recuerdo de Sí, que nos lleva a la Fuente de lo Verdadero.
       
Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.
En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Pero si nos quedamos en lo temporal, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, lo absolutamente perfecto. Qué misterio asombroso e inefable que Él se haya abajado, siendo lo único Real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la vida eterna.

El Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer". Solo Ser, en Él, lo que Dios soñó para cada uno, porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo. 

            Dios, la Unidad primigenia, entra por amor en la multiplicidad. La no-forma se hace forma, lo absoluto entra en lo relativo, lo no manifestado en lo manifiesto, lo ilimitado se hace limitado, concreto; lo eterno se hace temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable.

Imitemos la humildad de Jesús, para recibir la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la pureza esencial, la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él es el modelo de manifestación, porque encarnó por amor. Encarnemos conscientemente para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él. www.viaamoris.blogspot.com  


                                         78. Diálogos divinos. Navidad continua

Desde otro "instante sagrado", más allá del tiempo y del espacio, el poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.

Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad, simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Enmanuel, Dios con nosotros


Evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:  "Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros»”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

 El sueño de José, Goya 

Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora, presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era.
              Maestro Eckhart

Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti al que está en ti, todo entero, de la manera más real y manifiesta? Y puesto que tú participas de la naturaleza divina, ¿qué te importan las cosas creadas y qué tienes que hacer con ellas?
                                                                                                                       San Agustín

Estamos muy cerca de celebrar la Navidad, la venida de la Luz, el Sol invicto, imagen de nuestro propio comienzo. Conmemorando el nacimiento de Jesús, nos disponemos a alumbrar en nosotros el Niño Divino. Como recuerda Anselm Grün, la Navidad proclama: "no estás fatalmente encadenado por tu pasado, por el recuento de tus heridas, ni eres el resumen de tus fracasos ni de los sucesivos quebrantos sufridos en tu vida". Dios mismo festeja con nosotros un nuevo comienzo, naciendo en nosotros. Y, al nacer Dios en el corazón del ser humano, todo cambia y se transforma en Bien y en Bueno: el pesebre se ilumina, la pobreza es un tesoro, el abandonado se ve estrechado en un fuerte abrazo, el herido es sanado…

No es metáfora, la Trinidad hace realmente morada en aquel que se ha desprendido de todo, ha renunciado a lo ilusorio y perecedero y está listo para experimentar el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo. Nace así una nueva criatura, el antiguo “Adán” mortal se convierte en otro Cristo, resucitado e inmortal. Y todo con el pecho inflamado en las llamas purificadoras del fuego sutil, el Amor, que nos transforma.

        Enmanuel, Dios con nosotros. La inmanencia puede ser tan espiritual y profunda como la trascendencia. Dios no está más allá de nosotros, sino con nosotros, en nosotros. Ignorarlo es olvidar nuestra esencia, el Nombre grabado en el fondo del alma, trascendencia divina que se hace inmanente. www.viaamoris.blogspot.com 

Volver al Nombre, hacer realidad el Yo Soy, es regresar al Paraíso antes de la Caída, y vivir ya en el Reino. Es recordar que lo femenino y lo masculino forman parte de cada ser humano, para celebrar los esponsales espirituales que nos hacen semejantes a Dios.

          Es el femenino interior el encargado de la maternidad esencial, la que, para el Adán que somos, consiste en alumbrarse a sí mismo, dar nacimiento al hijo interior.  Porque, según san Basilio, el hombre es una criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios. En el mismo sentido, san Cirilo de Alejandría dijo: si Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho Dios.

       Pero volver al Paraíso no es el Camino, es el sendero que nos lleva al inicio del Camino y nos pone en condiciones de emprenderlo. Es ahora cuando vamos hacia un estado en que ni ojo vio ni oído oyó. Porque la regeneración humana es una historia de amor inefable que el espíritu necesita expresar pero no puede, mientras siga confinado en este plano de límites y entropía. El Cantar de los Cantares es quizá el intento más logrado de cantar ese Amor divino, ese Dios con nosotros y en nosotros, que nos unifica y nos recrea, nuevos y libres.

No hay nada capaz de superar ese encuentro atemporal, no hay mayor tesoro, ni más digna ambición para el hombre y la mujer, nacidos para gestar dentro de sí mismos el verdadero Hombre y la verdadera Mujer, unidos indisolublemente por toda la eternidad, mientras las sombras pasan, mientras las sombras siguen pasando.

El Verbo encarnó; nosotros también hemos de encarnar en nuestro cuerpo, encontrando ese cuerpo profundo donde es posible el Misterio. Lo que nos conecta con el cuerpo sutil, llamado a perdurar cuando el polvo vuelva al polvo, es un mecanismo que a fuerza de no usarlo se nos ha oxidado y que tiene que ver con rendición, con apertura y acogida, con dejarse hacer, con inocencia esencial y confianza. Hay que “aceitarlo” para que funcione de nuevo y podamos unificarnos con lo Real que somos. Y, al volver a la Fuente de la Vida, es posible el alumbramiento de uno mismo a sí mismo a otros niveles de consciencia.

          Es en lo cotidiano, en el discurrir de la historia, donde lo trascendente se hace inmanente. Si contemplamos el evangelio de hoy desde la figura de José, constatamos su bondad y coherencia. Se diría que, después de María, es el primer discípulo de Jesús, al que cuidará y amará como hijo y como Dios. José antepone el amor frente a la ley, incumple la norma por amor a su prometida, aunque tenga el corazón roto y confundido. Por eso será recompensado al ciento por uno.

          Imitemos a María y a José en su inocencia y en esa audacia libre de prejuicios y condicionamientos. Trabajemos para alcanzar la virginidad espiritual, que es apertura, disponibilidad de mente, corazón y cuerpo. Porque ser virgen significa ser nuevo, sin pasado, sin proyecciones, sin carga, sin lastre… Virginal es quien no se dispersa y aprende a conectar con una alegría que está más allá de los placeres mundanos, un gozo superior a cualquier goce, y todo sin represión o rigidez, sin tristeza o cobardía, logrando ser cada vez más dueño de sí mismo para poder entregarse por entero (si no te tienes, no puedes darte) a Aquel que obra el gran milagro, Aquel que está viniendo si nosotros vamos hacia Él.
Porque la clave para vivir bien la Navidad es, además de la virginidad espiritual, la confianza, ser conscientes de que solos no podemos hacer nada, abrirnos y aceptar que se haga Su Voluntad en nosotros. Y callar, para que en el silencio del corazón, libre ya de ruidos, de palabras inútiles, del bullicio de los vanos deseos, pueda encarnar la Palabra.
Oratorio de Navidad, Camille Saint-Saëns 

En La realidad interior, Thomas Merton nos presenta a Jesucristo como Camino y Puerta hacia la unidad y la plenitud, e incide y profundiza en algunas de las intuiciones que hemos ido esbozando: 

         Los Padres griegos creían que antes de la Caída, Adán y Eva eran real y literalmente dos personas en una sola carne, es decir, un solo ser. Aquella naturaleza humana, unida a Dios, era absoluta y completa en sí misma. Pero después de la Caída el hombre se dividió en dos y a partir de entonces intentó recuperar su unidad perdida por medio del amor sexual. Pero este deseo siempre se frustra por culpa del pecado original. El fruto del amor sexual no es la perfección, ni la totalidad, sino el nacimiento de otro Adán o de otra Eva frágiles, exiliados e incompletos. El hijo a su vez llega a la adultez y, devorado por el mismo viejo anhelo de sentirse completo, se casa, repite el mismo oscuro misterio del amor y la desesperanza, da a luz a nuevos seres incompletos y frustrados y, al final, muere incompleto.
            Pero la venida de Cristo ha exorcizado la inutilidad y la desesperanza de los hijos de Adán. Cristo ha desposado a la naturaleza humana, ha unido al hombre y a Dios en Sí mismo, en una Persona. En Cristo se alcanza la plenitud para la que nacimos. En Él ya no existe más el casarse o el entregar a alguien en matrimonio. Pero en Él todos son uno en la perfección de la caridad.
            

sábado, 10 de diciembre de 2022

Domingo de la Alegría


Evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de una mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él".

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La Virgen María con Jesús y Juan Bautista niños, Abbott Handerson Thayer


Celebramos el Domingo Gaudete, Tercer Domingo de Adviento, Domingo de la Alegría. 
Es tiempo de cantar la alegría de la Salvación que está llegando. La alegría de Zacarías, que rezamos cada mañana en el Benedictus, y la de Isabel, los padres de Juan Bautista. La alegría de María, resumida  en el Magníficat, la del propio Juan, que le llevó a saltar en el seno de su madre, la de David, el rey pecador, convertido en poeta y santo por la gracia, “padre” e hijo a la vez del Señor que esperaba, la nuestra, por sabernos ciudadanos del Reino de la alegría. 

Juan el Bautista marca la transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, la Buena Nueva que libera, alegra, expande el corazón. Esperar a Jesús, anhelarle, querer unirnos definitivamente a Él pasa por reconocer nuestra miseria con la humildad de Juan Bautista, por eso la alegría del Salvador que se acerca nos embarga ya, pero no olvidamos el ascetismo y la sobriedad pues necesitamos velar para que a Su llegada nos encuentre despiertos. www.viaamoris.blogspot.com

Conversión, arrepentimiento, metanoiateshuváh, el giro, el gesto, el paso imprescindible que nos encamina hacia esa muerte que genera vida. La palabra arrepentimiento suscita cierta repulsa, pero su significado verdadero es muy hermoso: pensar de nuevo, nada que ver con el remordimiento que es morder(se) dos veces. El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero,  transformador y liberador.

Convertirse es mirar de otra forma, dejar de mirar como miramos, para mirar como mira Dios. Nosotros miramos con el egoísmo de nuestras seguridades, comodidades, parcelitas de control. Dios mira rebosando amor, con un corazón palpitante, que no se cansa de derramar sus dones, gracias y bendiciones. El que solo se preocupa por controlar y asegurar “sus” cosas, “sus” costumbres, “sus” inercias, “sus” apegos es estéril, no puede dar fruto, se va secando, encogiendo y arrugando como una pasa.

Jesús no hizo nunca nada destinado a buscar seguridad. Él solo estaba interesado en amar, dar, preocuparse por las necesidades de los demás. Si queremos seguirle, y prepararnos para su inminente venida, hemos de vivir como Él vivió, olvidándonos de nosotros mismos, para mirarnos en Él y que Él se mire en nosotros. Salgamos de una vez de las ensoñaciones vanas que nos desviven y nos desgastan, porque todo lo que se experimenta en el terreno de lo ilusorio está condenado a desaparecer.

La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de amar como Jesucristo ama. Si aprendemos a amar así a nuestros hermanos, estaremos amando a Dios, porque seremos en Jesucristo, uno con Él en Su Amor. Y Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para anunciar la libertad a los cautivos, y ser testigos ante el mundo de que los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.


Cantata de Adviento, "Elevaos con alegría". J. S. Bach