Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 25 de febrero de 2012

Fumar


              Hoy he pasado ante la puerta de un estanco en el que a menudo, hace más de diez años, compré tabaco. He sentido por un instante el impulso ciego que me llevaba a fumar, como si no hubiera transcurrido el tiempo o nunca hubiera superado el síndrome de abstinencia, la paulatina y esforzada recuperación del control y, mucho después, la frágil indiferencia hacia esos cilindritos que permiten inhalar y exhalar humo como quien se suicida lenta y públicamente, o como quien pretende respirar el Absoluto y alguna vez lo consigue. Un gesto de ayer, que hoy vuelve a tentarme, taimado y seductor.



               

jueves, 16 de febrero de 2012

Que nos quiten lo bailao


                                                      En el mundo no existe nada profano para los que saben ver.

                                                                                                                   Teilhard de Chardin


Que nos quiten lo bailao,
dijo hace tiempo un amigo,
y no pude evitar preguntarme
si yo había bailao lo suficiente
para que haya valido la pena vivir.


Lo bailao..., lo feliz..., lo verdadero.

Traté de afinar la pregunta
que le hacía a esa parte de mí misma
más silenciosa,
más cierta.

Lo bailao...,
lo feliz...,
lo verdadero...,
lo real.

Empecé a repasar mi vida
–¿corta?, ¿larga?, larga, pensé en la mariposa–
para encontrar lo bailao, lo real.

O no encontrarlo.

Una casa pequeña
un oso de trapo con la cara triste
mucha luz a través de los visillos blancos del salón
un pelo liso y rubio que brillaba y me dejé cortar a cambio de un helado de fresa
ese helado y otro y otro
un tío que era también padrino y era mágico aunque los demás no lo vieran
un confesionario demasiado grande y oscuro
el mismo mar esperándome feliz cada verano
una fuente con luces de colores que encendían de noche
los cuentos que inventaba para explicarme el mundo
excursiones a la montaña con botas chirucas y mochila ligera
altares en los árboles
meditar sobre una roca
escribir versos
contar historias de fantasmas
tocar la guitarra junto al fuego, antes de meternos en el saco de dormir
una piedra con forma de sirena que el mar me regaló
mi amuleto en cientos de exámenes
el joven loco de Ciempozuelos, bello como un san Sebastián herido
los discos de vinilo que servían de espejo
y tantos libros, tantos veranos
el amor con sus luciérnagas
el desamor con sus alas
la amistad apuntalando todo
los días de vino y rosas
el vino
las rosas
el olor a coraje que impregna las piedras del Coliseo de Roma
aquella mujer harapienta con quien conversé junto al mar
como si fuera mi hermana o como si fuera yo
los malos tiempos con su seda malva
tejiendo el capullo donde recobrar fuerza y verdad, fuego y mirada
el vino y las rosas otra vez
los autobuses de noche
los que llevan a la residencia donde mi abuela soñaba sin recordarse
el borracho sabio y oportuno que sopló en mi frente
el día que rompí el penúltimo espejo
un invierno largo con su fina escarcha cubriendo fracasos
el miedo
las dudas
la primavera viniendo de nuevo
y un punto y aparte
un punto dorado, fino como el extremo de una daga
un león solitario con los ojos verdes
salvando el amor para la eternidad de un solo verano
las palomas de Oviedo cortejándose en el balcón de un hotel luminoso
los peldaños que llevan a San Juan de Gaztelugatxe
un recién nacido mirándome desde otra dimensión, para recordarme lo que importa
el concierto de Mark Knopfler en Las Ventas, la noche que volví a ser libre
una tormenta de mayo, en la que un relámpago rasgó la bóveda oscura
revelando que la sombra no es más que ausencia de luz
las playas brumosas de Brighton, con sus colores somnolientos
los barrios decimonónicos de Londres
por donde aún pasea el espíritu de Eliza Doolittle
la belleza decadente de Lisboa
los secretos del Lago de Garda
la alegría triste de Venecia
  la exuberancia de Sintra
una tarde dorada en Verona
las calles solitarias de Milán
en el Duomo una silueta elevándose
bailando con la luz de las vidrieras
 un alma naciendo
y Júpiter acercándose, cada noche más grande y nítido
con su mar de fuego
ese centro rojo que también nos mira.



martes, 7 de febrero de 2012

Frío


                                        Caminad mientras tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas,
                                 pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va. Mientras tenéis luz,
                                 creed en la luz, para ser hijos de la luz.
                                                                                                                 Juan 12, 35-36


           Una ola de frío siberiano sacude Europa. Me hago un ovillo entre las sábanas, subiendo bien el embozo del edredón. Si muevo una pierna, el resto del colchón está helado y me estremezco. Pienso en M., en la UCI, desnudo de cintura hacia arriba, con el pecho lleno de ventosas conectadas a aparatos, las sábanas bajadas para no obstaculizar ese entramado de tubos y vida artificial. Pienso en E., postrado en cama para lo poco que le queda, ¿Llegará a levantarse una vez más? ¿Volverá a comer comida normal antes de irse? ¿Esbozará una última sonrisa?
            La pierna se me ha quedado fría, vuelvo a encogerme. Toco con la mano el extremo del colchón, helado, un frío insomne. ¿Tendrá frío E.? Tan delgado, tan enfermo, tan gastado... Que no teme a la muerte, le ha dicho al sacerdote, que ha tenido una buena vida, que está agotado... Pero llora, dicen que a veces llora. ¿Tendrá frío M. en una cama extraña, con visitas temblorosas de doce a una y de cinco a seis?
            ¿Cuántas personas duermen esta noche en la calle, en esta ciudad para muchos tan hostil? ¿Cuántas tiritan hasta el espasmo? ¿Cuántas soportan el frío más tremendo en las gélidas salas de los tanatorios, afrontando ausencias afiladas como icebergs? ¿Tendrán frío los muertos? ¿Lo tendremos dentro de poco, un puñado más o menos abultado de años, cuando la tierra haya cubierto pasiones y dudas, ausencias repetidas, soledades que muerden? ¿O logrará, la llama que hemos prendido, calentar nuestros huesos, transformándolos en polvo enamorado, promesa de eternidad?
            Caminad mientras tenéis luz. Hace frío, estamos solos y cansados, la gente sufre, la gente envejece, enferma y muere. Hace frío, a veces tanto..., pero aún tenemos luz.




                                        La Vendedora de fósforos. Animación realizada con
                                      arena por Benjamín Probanza. Basada en el cuento de
                                                         Hans Christian Andersen

miércoles, 1 de febrero de 2012

Encender la luz



                      Anochece temprano, como siempre en invierno, y estoy sola o parece que estoy sola, como tantas veces en invierno y en verano. Respiro hondo y me cubro la cara en un gesto que puede parecer de agotamiento o desesperación, pero es de camaradería. Mis manos asumen la misión de mecer mis facciones con los ojos cerrados y en la boca un sfumato de Gioconda.                                           
                                               Ver imagen en tamaño completoCualquiera al verme diría: ¿qué te pasa? Yo respondería: no me sucede nada malo, no me sucede nada en realidad, y eso es lo bueno. Solo estoy dejando que mis manos y mi cara se toquen, se unan, vuelvan a encender la luz.






                                            Suite Nº 1 de Peer Gynt. I La Mañana, E. Grieg


             Una canción que nos nombrara..., la busqué durante años. Alguna casi lo logra: U2, Aztec Camera, Smiths..., algo después Bach, Mozart, Beethoven, Schubert... Hoy la música es más sutil, más sabia; octavas inauditas, silenciosas para los oídos del cuerpo. Sigo buscando la emisora interior, la frecuencia, el acorde que nos salve o nos devuelva el alma.



                                                AL SÉPTIMO, DESCANSÓ

                        No me asombran la luz y los colores
                        que el mundo nos ofrece,
                        sino la mirada que hace posible
                        tal despliegue de gracia y lo eterniza.   
           
                        No me conmueve la voz del ruiseñor
                        ni el murmullo del mar
                        ni la música de Bach o de Beethoven,
                        sino el silencio que he encontrado en mí,
                        donde puedo escuchar,
                                               contemplar,
                                                                recrear tanta poesía.