Verónica: Vero Icono. Imagen verdadera.
No volví a encontrar entre los hombres
ningún rostro que me conmoviera como aquel que cubrí con mi lienzo. Si digo que
me conmovió, no me refiero a que me diera lástima. Me hizo sufrir mirarme en su
dolor, pero aquel hombre tenía demasiada dignidad en sus padecimientos como
para inspirar lástima. Más que mover a lástima, movía a amor. Sentías que aquel
sufrimiento, que a algunos les parecería absurdo, no podía tener más origen ni más
razón, más motivo que el amor.
Cómo vivir después de ser testigo de
ese amor. Cómo afrontar el resto de tu vida cuando tienes en un lienzo la
belleza sufriente, el retrato fiel del más puro amor. Amándole a Él primero y
amando su vida y su enseñanza, que no tardé en conocer. Y a través de su
recuerdo, que más que recuerdo es una presencia constante, aprendí también a
amar a los demás como él, sin pedir nada a cambio.
Vienen desde muy lejos a contemplar
el lienzo donde quedó grabado su rostro ensangrentado. Yo apenas lo miro porque
estoy continuamente viendo, contemplando, admirando el retrato que él grabó en
mi alma al mirarme y verme.
Me basta su recuerdo, cada vez más
vívido, más real que lo que antes parecía real. En las noches de verano,
cuando cuesta conciliar el sueño, salgo a los caminos y miro el cielo
donde siempre encuentro esa estrella nueva que empecé a ver después de que Él
dejara su rostro grabado en mí para siempre.
La Santa Faz, El Greco
Dicen
que el Nazareno me volvió loca, que nunca debí acercarme a Él ni por compasión
ni por caridad.
Me volvió loca..., sí, pero de amor, un amor que no se parece en nada al de este mundo… O sí se parece a los amores buenos de este mundo y los
supera, los abarca, los eleva a la altura de esa estrella que me mira y me dice
cada noche: “no temas, sigo estando aquí, siempre estaré aquí.”
Qué puede importarme la soledad, la incomprensíón, el sufrimiento, incluso la muerte, si sé que todo me lleva hacia esa imagen que mi corazón guarda.
Ese rostro dibujado con sangre, que
ya apenas miro porque lo llevo dibujado con luz en mi alma. Jesús, mi
hermano, mi padre, mi hijo, mi esposo, mi Dios de rodillas,
mi Dios malherido, mi Dios tan cercano que siempre lo veo si cierro los ojos y lo miro dentro.
La gente ve sangre en el paño;
sangre dibujando un rostro. Yo veo mucho más; es Él, que ha quedado impregnado
en el paño, en mis manos, mi casa y mi alma. Es su esencia transparente, su Luz
pura y viva, derramándose en todo por siempre, desde aquel día en que dolía hasta la luz.
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