Evangelio
según san Lucas 11,1-13
Una vez que estaba Jesús orando en
cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan
cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”». Y les dijo: «Suponed
que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes;
la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser
amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y
al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez,
le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que
le piden?».
La destrucción de Sodoma y Gomorra, John Martin
En la primera lectura de hoy (Génesis 18, 20-32), vemos cómo Abrahán intercede ante Dios para salvar a Sodoma y Gomorra del desastre. Va pidiendo clemencia por los pocos justos que pueda haber y no deberían morir por culpa de los depravados. Le faltó a Abrahán un paso más, un poco más de audacia o tal vez solo un poco más de confianza en la misericordia de Dios para hacer la última petición: que Dios perdonara a las ciudades contaminadas de lujuria, por la existencia de tan solo un hombre justo.
Como
la viuda insistente de otro pasaje del Lucas (18, 1-8), que no se rinde ante el juez
indiferente, y nos da una lección de perseverancia y confianza. Ella no carga
con el lastre de falsas creencias, prejuicios o miedos. No se dispersa ni se
distrae en su petición. “Solía ir a decirle”…; era constante, fiel. viaamoris.blogspot.com
Así es también el amigo del pasaje de hoy, confiado y fiel en su petición. ¿Qué es
ser fiel? ¿Cómo es el “fiel” de una balanza? Vertical, en su centro, preciso,
infalible… Perseverancia,
constancia, oración continua. San Pablo nos lo recuerda y tantos santos y
padres de la Iglesia…
Pero
hay otra vía, que en el fondo es la misma, la Única, aunque no lo parezca. Existe una
oración tan directa, tan contundente que va al centro de la diana. Y ¿cuál es
la diana para nosotros los cristianos, sino el Sagrado Corazón de Jesús, del
que brota la Divina Misericordia?
Esa
otra vía es la oración que nos aconseja Santa Teresa: mirarle solo a Él. O la de Dimas, el buen ladrón,
maestro de oración: Acuérdate de mí
cuando llegues a tu Reino. O San Agustín, que nos enseña que el Señor es
más íntimo al corazón del hombre que uno mismo.
Basta
una oración, un gesto, una mirada si se hace desde esa consciencia capaz de
integrar todo y dar sentido a toda una vida… Basta una oración, como un rayo
contundente y decisivo, un rayo tan luminoso que, aunque basta, podemos, queremos
repetirlo cada día, cada instante.
Jesús
oraba siempre, pero cada vez como si fuera la única. Y todo confluyó, con-venció,
se cumplió en la oración final: En tus
manos encomiendo mi espíritu. O ni siquiera fue esa…; la última acaso fue
un gesto: inclinó la cabeza y entregó el
espíritu. Jesús, que oraba siempre, hizo su última, total oración con ese
gesto.
Las dos vías, orar siempre, orar ahora, se unen en la única Vía, Jesucristo, Camino único.
Porque la oración constante y continua es sobre todo una actitud interior, un
deseo constante de unirnos a Él que nos mueve, nos anima (de ánima), nos
alienta y vivifica. Oración como un estado de conciencia que se expresa en toda
una vida, y también en un gesto, una mirada, una elección valiente, que nos
de-termina, nos de-fine, nos cumple.
Porque ya no se trata
de escoger entre cantidad o calidad. Ambas son necesarias, pero fuera de
corsés, más allá de ritos que pueden fomentar la inercia, la rutina, el olvido
de lo esencial, esa mejor parte que no nos será quitada: vivir siempre en la
Presencia del Señor, y más aún: vivir fundidos en Jesucristo, vida nuestra, con ese intercambio de vidas que es la perfecta adoración.
28 Diálogos Divinos, La Oración
Todas mis ansias están
en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es
continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo:
"orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua,
doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia
Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos
hacerlo sin tregua. Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te
encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que
hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear. ¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas
de amar ¿Quiénes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo:
"al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12).
La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es
el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si
gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es
porque piensas en el descanso eterno.
San
Agustín
Acuérdese, se lo
ruego, de lo que le recomendé, que es pensar a menudo en Dios, de día, de
noche, en todas sus ocupaciones, en sus ejercicios de piedad, incluso durante
sus distracciones; Él está siempre junto a nosotros y con nosotros, no Lo deje
solo: a usted le parecería una descortesía dejar solo a un amigo que la
visitase. ¿Por qué abandonar a Dios y dejarlo solo? Así pues, ¡no Lo olvide!
Piense en Él a menudo, adórelo sin cesar, viva y muera con Él, esa es la
verdadera ocupación de un cristiano; en una palabra, es nuestro oficio; si no
lo conocemos, hay que aprenderlo.
Fray
Lorenzo de la Resurrección