Uno de los
malhechores allí crucificados empezó a insultarlo: “¿No eres tú el Mesías?
¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!” Pero el otro, respondiéndole e increpándolo,
le decía: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros,
en verdad lo estamos justamente, porque recibimos lo que merecen
nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y Jesús le dijo: Te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el paraíso”.
Lucas
23, 39-43
Quién pudiera vivir un poco más, unos años más, unos días más. Nunca he tenido apego a la vida, la mía ha sido tan miserable que no merece ser llamada vida. Pero este hombre, que es mucho más que un hombre, me está enseñando con su muerte que hay una forma más digna de vivir.
Quién
tuviera una vida por delante para morir por Él… Pero muchos pueden morir por
Él. Intuyo que serán miles los que mueran por Él; y solo Gestas y yo tenemos el
privilegio de morir con Él. Pero Gestas lo desprecia, su corazón de piedra no
podría valorar tal don. Yo, Dimas, durante treinta años ciego, ahora veo su
luz, lo reconozco y muero con Él.
Susana estuvo en aquel monte,
escuchándole de cerca, y desde entonces no fue la misma. Ojalá hubiera
escuchado yo también sus palabras. Y seguirle, aunque fuera de lejos, verle
caminar, aprender sus enseñanzas.
Tanto dolor en un rostro…, pero tan
sereno a pesar de la sangre y los ojos hinchados por los golpes. A mí no me han
lastimado tanto antes de clavarme al madero. ¿Qué tienen contra Él? ¿Tan
peligroso es lo que ha enseñado y ha hecho?
INRI, han puesto en su Cruz, “Jesús
Nazareno, Rey de los Judíos”, ha dicho ese soldado que le mira con seriedad,
puede que con respeto. Creo que esa inscripción mal tallada es lo más cierto
que he leído jamás, pues solo un rey puede morir así, entre criminales,
desnudo, humillado, sin perder su majestad, esa expresión digna y serena en
su agonía.
Si me atreviera a hablarle, si pudiera
dirigirme a Él, aunque solo sea para que sepa que no le desprecio como ese
infame…, pobre Gestas…
Vamos Dimas, es tu hora, para eso
estás aquí, díselo, que tú crees en él aunque no seas digno de morir a su lado,
venga, dile que te recuerde, a ti que no mereces entrar en su Reino, que al
menos se acuerde de ti… Ánimo, Dimas, díselo ya…
GESTAS
–
Y tú que te creíste las promesas de aquel loco... “Hoy mismo estarás conmigo en
el paraíso.” Cómo vas a estar en el Paraíso, si estás aquí conmigo, escuchándome.
Te pasó por crédulo y confiado. Un desengaño más; a ver si aprendes.
–
¿Quién te ha dicho que no estoy en el paraíso? ¿Por qué das por sentado que no
es el paraíso donde estamos hablando? Yo te he hecho venir para decirte que aún
tienes una oportunidad de no ser un eterno condenado. Recuerda la voz de aquel
justo. Recuerda el brillo de sus ojos, tan parecido al de los ojos de tu madre
cuando te limpiaba las heridas que siempre había en tus rodillas por correr
demasiado. Recuerda el niño que fuiste, que sigues siendo si quieres. Recuerda
el joven animoso y decidido, antes de que la avaricia y la violencia encogieran
tu corazón. Arranca de una vez esa piel muerta de serpiente que recubre tu
espectro y recuérdate. Tal vez estés a tiempo; ojalá estemos a tiempo. No
mereces la condena eterna si eres capaz de recordar y recordarte, y percibo
en tu silencio que así es.
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