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sábado, 24 de febrero de 2018

Luz de eternidad


Evangelio de Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo.” De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

                                                    La Transfiguración, Icono bizantino

                                         Oh Verbo, Luz inmutable, Luz del Padre sin nacimiento:
                                         con tu Luz, que apareció hoy en el Monte Tabor,
                                         hemos visto al Padre Luz y al Espíritu Luz
                                         que iluminan toda la creación.                                                            
                                                                                       Exapostelario (Liturgia ortodoxa)

Hoy se manifiesta lo que los ojos de la carne no pueden ver: un cuerpo terrestre irradiando esplendor divino, un cuerpo mortal rebosante de la gloria de la divinidad. Las cosas humanas pasan a ser las de Dios, y las divinas a ser humanas.
                                                                                              San Juan Damasceno

Decidir bajar del monte, decidir..., he ahí la clave de nuestra existencia. ¿Decide alguien hoy en día? ¿Tenemos verdadera capacidad de decisión o nos vemos manejados por automatismos propios y ajenos? Para poder decidir hace falta consciencia, coherencia y fidelidad.

Decidimos bajar de la montaña, en lugar de instalarnos en un vislumbre de lo verdadero, por muy hermosa y trascendental que haya resultado la experiencia. Renunciamos a montar una tienda en cada uno de los paisajes agradables y seguros que vamos encontrando. Escogemos ser valientes y proseguir la marcha, bajar del monte, en ese camino descendente de renuncia y desprendimiento que es el seguimiento de Jesús, para, como Él, culminar la tarea antes de volver a la casa del Padre, el hogar verdadero, no una tienda en un campamento acogedor y luminoso.

Decidimos bajar, en lugar de instalarnos, conformarnos o acomodarnos, por muy bien que se esté, porque hay una misión que cumplir y ya no nos motiva el "estar" sino el Ser. Descendemos del Tabor, conservando en el corazón la memoria fiel de lo que allí hemos visto y experimentado: el alba de la resurrección, la gloria de Cristo, que anticipa nuestra propia gloria.

            Dice el místico sufí Abû–l–hasan al–harrâlî: “Concentrarse al principio del desarrollo espiritual en las cosas de este mundo es un extravío, y hacerlo en las del Otro Mundo es una buena orientación. Pero concentrarse al final del desarrollo espiritual en las cosas de este mundo es una perfección, y hacerlo en las del Otro Mundo es síntoma de ceguera.”

            Cuando hemos visto la luz del Tabor y la hemos reconocido como nuestra propia luz, como el sueño que Dios soñó para nosotros antes de todos los tiempos, bajamos de la montaña, porque hemos comprendido que la fase “descendente” es la culminación de la perfección. Nuevos cielos, nueva tierra: la materia iluminada por la gloria del Espíritu (www.viaamoris.blogspot.com ).

Nos asomamos una vez más al misterio del cuerpo glorioso, la carne transfigurada que Jesucristo, Luz del mundo, inaugura. Es la aparente paradoja del cristiano: consciente de su cuerpo mortal, y, a la vez, convencido de la trascendencia. El cuerpo es elevado a una dignidad jamás pensada, un destino de Gloria eterna. Jesucristo lo ha glorificado, al encarnar como uno de nosotros.

Así lo explica San Pablo: “Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual” (1 Co 15, 42-44). 

                                                   La Transfiguración de Jesús, Rubens

El Tabor prefigura la Resurrección. Jesucristo ha glorificado el cuerpo, ha iluminado la materia a través de Su Encarnación-Cruz-Resurrección. Ha tomado el sufrimiento, lo efímero, la caducidad de la carne, consustanciales a nuestra condición; ha tomado todo lo que nos separaba de Él y lo ha transformado.

           Hoy volvemos a decidir, optamos de nuevo por la Única Opción, que es la vida en Él. Y no queremos montar tiendas en cada experiencia hermosa, segura, confortable…, transitoria al fin, porque recordamos nuestra vocación inicial y la aceptamos con alegría.

               Entonces, todo lo que vemos como desgaste y entropía irá cayendo como piel muerta, para dejar que salga a la luz ese cuerpo luminoso, transfigurado, que ya somos.

            En el libro El misterio del sacrificio, dice Sédir: “La existencia presente no es más que un entrenamiento para la vida eterna. Hoy debemos luchar, acabar con nuestro egoísmo. Debemos hacer de nuestros cuerpos y de todas nuestras facultades una imagen lo más parecida posible a la que será en nuestra transfiguración futura.”

Porque somos teóforos: portadores de Dios, iluminados desde adentro con la Luz que ya transfigura el cuerpo como anticipo de la Resurrección.

                                                       Who wants to live forever, Queen

              “¿Quién quiere vivir para siempre cuando el amor va a morir?”, canta Queen. No quiero ser inmortal, sino volver a Casa, hija pródiga, resucitada. El inmortal no muere, y yo sí quiero morir, porque el que no muere, no da fruto, el que no muere, no resucita, el que no muere, no vive para siempre con el Señor de la Vida y del Amor. 


HIMNO Nº 15 AL AMOR DIVINO

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.
Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;
él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.
Muevo la mano, y esta, por milagro,
se convierte en Cristo,
deviene todo él.
Muevo el pie y, de repente,
él aparece en el destello de un relámpago.
¿Te parecen blasfemas mis palabras?
En tal caso, ábrele el corazón,
y recibe a quien de par en par
a ti se está abriendo.
Pues si lo amamos de verdad,
nos despertamos dentro de su cuerpo,
donde todo nuestro cuerpo,
hasta la parte más oculta,
se realiza en alegría como Cristo,
y este nos hace por completo reales.
Y todo lo que está herido, todo
lo que nos parece sombrío, áspero, vergonzoso,
lisiado, feo, irreparablemente dañado,
es transformado en él.
Y en él, reconocido como íntegro, como adorable,
como radiante en su luz,
nos despertamos amados,
hasta el último rincón de nuestro cuerpo.

                                                                                   Simeón el Nuevo Teólogo


jueves, 15 de febrero de 2018

Conversión


Evangelio según San Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre las fieras y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”.


Jesús vence las tentaciones, William Hole 
 

                                                                                  Acostúmbrate, hijo, al desierto.

                                                                                                   Joseph Brodsky

El miércoles pasado, Miércoles de Ceniza comenzamos la Cuaresma, tiempo de transformación, de volver a lo esencial, abandonando todo lo que nos aparta del Camino, la Verdad y la Vida. Cuaresma, desierto, tiempo de soltar, dejar ir, tiempo de desnudarse, no solo de todo lo exterior a uno mismo, sino también, y sobre todo, desnudarse de la propia voluntad cuando no coincide con la voluntad de Dios (www.viaamoris.blogspot.com ).

Transformarse, convertirse, dejar de mirar solo lo temporal, lo material, las realidades perecederas del mundo para mirar en la dirección contraria, hacia lo verdadero, lo eterno, lo Real.
Conversión, en griego metanoia, significa volverse, darse la vuelta hacia la versión original que hemos olvidado. Es un movimiento interior de transformación de mente, corazón y actitud, que cambia los significados y el sentido de la vida. 
Metanoia, teshuvá en hebreo, conversión, arrepentimiento… Todas estas palabras señalan a ese gesto o cambio de mente y de corazón que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y disponible de Jesús.

Solo se puede experimentar la conversión cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser a rechazar para siempre lo que sobra en su vida, para ser recreado en una nueva dimensión, la real, eterna.

La palabra arrepentimiento suscita a veces cierta repulsa, pero su significado verdadero, volverse, cambiar de mente, no tiene nada que ver con el remordimiento: volver a morder (se). El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo Perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero, transformador y liberador. 


Escenas de La Biblia: Jesús, 1999 

No te disperses, suelta, vacíate, desnúdate, adéntrate en el desierto, ve a la esencia, a lo real, decidido, libre. Mira la Cruz que te eleva, te levanta, te iza, te realiza. Su trazado es el diseño del infinito Amor que te transforma en lo que olvidaste: eternidad, vida verdadera, pregunta y respuesta unidas para siempre.

Somos el negativo
de una figura eterna,
anhelando esa luz que nos devuelva
el perfil esencial,
bajo un cielo fiel que nos bendiga,
nos haga aparecer.
Desert song, Hillsong 

sábado, 10 de febrero de 2018

"Quiero"


Evangelio según San Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio.” La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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Curación del leproso, Cosimo Rosselli

Uno puede frecuentar a los leprosos sin coger la lepra o a los apestados sin contagiarse, pero ¿se puede frecuentar a los mediocres y a los muertos sin morir?
                                                                                                  Louis Cattiaux

Los milagros de sanación que aparecen en las Sagradas Escrituras y, especialmente, en los Evangelios tienen una doble lectura: una interpretación literal, física, concreta, y otra con un sentido alegórico, símbolo de una sanación que trasciende lo puramente material para alcanzar todas las dimensiones del ser humano. Porque hay también una ceguera, sordera, parálisis y lepra interiores, que son más graves porque son enfermedad del alma. La verdadera sanación tiene que ver con una transformación interior que precede a la curación física. Reconocer a Jesús es ponernos en disposición de ser sanados.
Porque la lepra se manifiesta de muchas formas en cada uno de nosotros. Es la impureza, lo sobrante, la falsedad. El leproso es el "negativo" de cada uno, el usurpador, el impostor, el que pretende suplantar al Ser verdadero; el leproso es el condenado a desaparecer cuando el Señor lo manda, lo decreta, lo pronuncia.
Somos leprosos, andamos despeinados, harapientos, sobreactuando, como dice la primera lectura (Levítico 13, 1-2.44-46). Camuflados, distraídos, dispersos, alienados, hasta que reconocemos a nuestro verdadero Yo en Cristo y somos liberados, recuperamos la dignidad, nos real–izamos. Jesús acoge lo falso, lo podrido, lo letal de cada uno, y nos lo devuelve transformado en verdad, pureza, salud, Su vida en nosotros. www.viaamoris.blogspot.com

Somos leprosos y nos hacemos leprosos unos a otros, proyectando sin parar miseria, mentira, impostura, teatralidad. Reconocer a Jesús y la vida divina que viene a traérnos (vivo, pero no yo, es Cristo que vive en mí), es quitarnos máscaras y disfraces, recuperar nuestra verdadera identidad.

                  Lo que hace el leproso del pasaje de hoy al acercarse a Jesús, no es una petición sino una declaración, que es el milagro que antecede a toda curación milagrosa. Se acerca y reconoce, proclama que Cristo Es y Puede. Entonces, se produce la curación en lo material; así en el cielo como en la tierra, coherencia natural.

                  El leproso se ha acercado a Jesús  y al final de la escena las personas acuden a Él. Ese es el verdadero milagro, el cambio de percepción que mueve y conmueve, que convierte, que impulsa a acercarse, reconocer y aceptar.


                                            Laudate Dominum, Mozart, Barbara Bonney

jueves, 1 de febrero de 2018

Ser Luz


Evangelio de Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Imagen relacionada
 La Presentación del Niño Jesús en el Templo, Giotto


                                                                                          Yo sé de quién me he fiado.

                                                                                               2 Timoteo 1, 12

Sí, Jesús basta; donde está Él no falta nada. Por muy queridos 
que sean aquellos en quienes brilla un reflejo de Él, es él quien 
constituye siempre el Todo. Es Todo en el tiempo y en la eternidad. 

                                                                                               Charles de Foucauld
  
En la primera lectura de hoy (Malaquías 3, 1-4), aparece una prefiguración de Jesucristo como Salvador. Se nos dice que viene como fuego que purifica, como lejía que blanquea, como fundidor que refina y sutiliza… Podemos participar de esa Obra que Él hace en nosotros, si actuamos, pensamos sentimos en Él, porque Él transmuta todo, refina todo, purifica todo. Y como Él no viene con paños calientes ni algodones, nosotros hemos de ser también decididos y radicales en esta labor necesaria para que la ofrenda que somos pueda ser presentada.

El Verbo se hizo hombre para liberarnos, nos recuerda San pablo en la Carta a los Hebreos (Hb 2, 14-18). Y como hombre, con muerte de hombre, venció al diablo, al separador, “y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.” Se hizo hermano nuestro para elevarnos, y ha pasado voluntariamente por la prueba del dolor para “auxiliar a los que ahora pasan por ella.” Se ha hecho uno de nosotros para que nosotros seamos uno con Él y con el Padre. Porque la vocación definitiva del hombre es la unidad con el Único. Qué misterio grandioso para la mente…, solo el corazón vislumbra su grandeza.

Después de haber sido testigos del inicio de la actividad pública de Jesús, ya adulto, la liturgia nos propone que hoy volvamos “atrás”, al momento de la Presentación en el Templo, para conocer mejor a Aquel a quien seguimos y de quien nos fiamos.

En el versículo que precede inmediatamente al Evangelio de hoy, leemos: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21). Ese Nombre, que significa Salvador, es la mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos. Nombre nuevo y antiguo, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida.

Cuarenta días después de su nacimiento, como establecía la ley de Moisés, María y José llevan al Niño Jesús al templo, con el fin de ofrecerlo al Señor. Con este ritual se llevaba a cabo la purificación de la madre y la ofrenda del primogénito a Dios. Otro ejemplo claro de que cuando Jesús irrumpe en la Historia, no abole las leyes, sino que las completa y perfecciona, las trasciende dentro de ellas.
Los dos pichones que llevan, la “tasa” de los pobres, son todo un símbolo, como su nacimiento en el portal de Belén, de la actitud que Jesús tendrá, y nos enseñará a tener, hacia las riquezas del mundo, y de quiénes son sus “preferidos”: los pobres, los últimos, los excluidos, los abandonados.

Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad. Porque Lo hemos “visto”, podemos, como Simeón, irnos en paz cuando llegue la hora, ya no hay miedo a la muerte, lo ha conjurado Jesús. Desde el principio, su existencia terrena es una purificación destinada a todos. “Y a ti una espada te traspasará el alma”: es el anuncio del sufrimiento extremo de María, corredentora, como todos los que saben aceptar y entregar el sufrimiento consciente. 

Jesús, el Salvador, la Luz del mundo es bandera discutida, como dice Simeón, porque la entrega a Él no admite medias tintas o ambigüedades: lo aceptamos o lo rechazamos; estamos con él o contra él. 

José y María cumplen con la ley y regresan a su casa, su trabajo, su vida cotidiana, en la que el Niño irá “creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Jesús, como hombre, ha de desarrollarse, vive un proceso de crecimiento exterior e interior, no nace sabio… Es la gracia de Dios, Su propia gracia, la que acompaña al ser humano que también es, y le permite desarrollarse en todos los sentidos hasta llegar a Su plenitud.

Hoy, además, celebramos la Jornada por la Vida Consagrada. Como Jesús, el Salvador, es Luz de las naciones, también la entrega fiel y coherente de los consagrados a Dios y a los hermanos es luz, signo de la Presencia de Cristo en el mundo.
Puede parecer a primera vista que el que opta por consagrarse totalmente al Señor, renunciando a los amores “exclusivos”, pasa a ser uno más entre miles. Todo lo contrario: Él es el único que busca, llama y quiere a cada uno por su nombre; te busca, te llama, te quiere a ti, y a mí.
La que se entrega a Él es el alma; por eso, en ese acto de entrega, de autodonación consciente, “recreamos” el alma. Si no, no podríamos dársela. Y ya no somos "océano", sino "gota y océano", "ola y mar". Persona concreta y Cuerpo de Cristo.

Lo que se conoce como vida consagrada es la manera más coherente y natural de vivir del que ha soltado todos los apegos del mundo. Como dice San Bernardo: “Dios es amor y nada creado puede colmar a la criatura hecha a imagen de Dios, sino Dios-Amor; solo él es más grande que el amor.”           
En realidad, ese amor total es la Meta para todos, no solo los consagrados oficialmente, y así lo subraya Edith Stein: “Sponsa Christi no solo es la virgen consagrada a Dios, sino también toda la Iglesia y toda alma cristiana, como María es el modelo de la Iglesia y de todos los redimidos.” Solo que no todos estamos preparados para aceptarlo de inmediato y vivir en consecuencia (Mt 19, 12; 1 Cor 7, 7-9).

La Candelaria, procesión de velas que hoy, 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor, se realiza en muchas iglesias, simboliza la venida y el paso de Cristo, la Luz que alumbra a las naciones e ilumina la historia, y la luz que enciende en los corazones de aquellos que deciden entregarse a Él con una decisión valiente y definitiva.
A la Virgen María, la mujer consagrada por excelencia, la espada del dolor le traspasó el alma, como vaticina hoy Simeón. Y ese dolor que no sufrió en el parto del Hijo, y sí en el parto espiritual de nosotros, también sus hijos, la hizo corredentora.
Todo sufrimiento consciente, asumido con la mirada en esa Meta de Amor y de Unidad, hace de nosotros nuevos corredentores, luz del mundo, presencia de Dios.


Nunc dimittis, Arvo Pärt 


              Mirad hacia Él y quedaréis radiantes” (Sal 33,6). No tanto para llevar en vuestras manos una antorcha sino para ser vosotros mismos antorcha que brilla por dentro y por fuera, para vuestro bien y bien de los hermanos.
              Y tú, que posees tantas lámparas interiores que te iluminan, cuando se apague la lámpara de esta vida, brillará la luz de la vida que no se apagará jamás. Será para ti como la aparición del esplendor del mediodía en pleno atardecer. En el momento en que piensas que vas a extinguirte, te levantarás como la estrella de la mañana (Jb 11,17), y tus tinieblas se transformarán en luz de mediodía (Is 38,10).
               Beato Guerrico de Igny