Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 27 de febrero de 2016

Conversión. Todavía hay luz

                  
                               Caminad mientras tenéis luz, para que no os os sorprendan las tinieblas,
                               pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va. Mientras hay luz,
                               creed en la luz, para ser hijos de la luz.
                                                                                                                    Juan 12, 35-36

Evangelio de Lucas 13, 1-9

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.”




La misericordia de Dios, es el amor que obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante. La mirada dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia nunca se acaba. He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal; la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el mismo amor. La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos, y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro trabajo.
                                                                                                           Juliana de Norwich


            Tres años sin dar fruto. El tres es número de la totalidad; es decir, la higuera no da fruto en absoluto, y aun así, el viñador pide un año más.
Lo normal, pobres higueras maltrechas y estériles, es que fuéramos taladas; las leyes cósmicas son implacables, lo saben los científicos. Pero he aquí que el amor de Dios, expresado en Su Hijo, supera toda ley, toda ciencia, toda lógica. Es un amor infinitamente paciente y misericordioso.
            Para un Dios que es misericordia y perdón, no hay plazos ni amenazas. La buena nueva que inaugura Cristo transforma el Dios Juez en Dios Padre, y un padre tiene paciencia con sus hijos.
Con este Padre no hacen falta regateos ni compensaciones, porque olvida nuestro olvido de forma absoluta, como es Él, ante un corazón contrito y humillado (Sal 51, 19). Es la entrega y la humildad, confiarnos a Su cuidado, reconociendo nuestra propio desvalimiento, lo que nos concede el año de gracia.
            Hay una justicia divina que está por encima de los juicios y consideraciones humanos. La justicia exterior, de premios, castigos y justificaciones, es propia de hipócritas, si no va unida a la justicia interior, libre y compasiva. Dice San Pedro: Sobre todo, tened entre vosotros un ferviente amor, porque el amor cubre una multitud de pecados (1 Pe, 4, 8).

En Jesucristo la paciencia es conmovedora, es decir, mueve a, motiva, despierta, desencadena, en el más profundo sentido de la palabra: libera de la esclavitud a la que nosotros mismos nos sometemos, pues el Egipto opresor está dentro de nosotros, y la tierra prometida que mana leche y miel, también (Ex 3, 17).
El amor de Jesucristo vence no solo a la dictadura de la ley, sino incluso a la lógica y al sentido común. La evidencia es que no hay fruto, y el árbol que no da fruto debe ser talado, pero Él pide una "prórroga" y se compromete a cuidarlo aún más, abonándolo y cavando alrededor. Él trabaja en el árbol, en la higuera que somos, porque aunque durmamos o nos olvidemos, Él no nos olvida (Is 49,15). Cuando nos abandonamos a Él con humildad y confianza, Cristo, que es Palabra Viviente, nos va transformando.

¿Qué tenemos que cambiar en nuestro interior para que los cuidados que el Viñador nos prodiga sean fructíferos? ¿Cuántas oportunidades, cuántos años de paciente espera nos serán concedidos? El Amor no mide ni cuenta. Si hemos escogido permanecer unidos a Jesucristo, tarde o temprano, daremos fruto. Él mismo se ha hecho fruto para darse por nosotros y sigue cuidándonos, abonándonos, cavando alrededor, confiando en que un día dejaremos de ser estériles, cuando recordemos que somos sarmientos que unidos a la Vid nos alimentamos de su misma savia, y separados de ella nos secamos y morimos (Jn 15, 6-8).

Solo podemos responder con amor y disponibilidad a tanto amor y dedicación. Ya no vivimos pendientes del premio o del castigo, porque cuando se ama no se comercia ni se trafica ni se regatea, todo es un derramarse gratuito. Ya estamos reconciliados con Dios, que no es un juez implacable; Jesucristo nos unió a Él en calidad de hijos. Queda reconciliarnos con nosotros mismos, entre nosotros, y cada uno consigo mismo. Ahí radica, nunca mejor dicho, la raíz que hace estéril; en esa división interior que se refleja dramáticamente en el exterior. Quien, a pesar de las incansables llamadas al amor, sigue oprimido por su faraón interior, el egoísmo, está siendo gobernado por la muerte y sus secuaces, y morirá sin haber dado fruto. Porque vivir para el ego y sus miserables parcelitas de seguridad y comodidades es morir (Mc 8, 35).

            Y es que en el Evangelio de Lucas hay una paradoja aparente. Si el Viñador es infinitamente misericordioso y paciente, ¿por qué Jesús, antes de relatar la parábola, dice que si no nos convertimos moriremos? Porque estamos dotados de libre albedrío y por mucho que Él haga por favorecer el cambio en nosotros, hace falta que lo aceptemos. Un gesto de aceptación, apenas media vuelta, lo que permite dejar de mirar paisajes estériles, para mirarle a Él, la fuente de la Vida. Conversión, en griego metanoia, significa volverse, darse la vuelta. Es un movimiento interior de transformación de mente y corazón, que cambia los significados y el sentido de la vida.

Metanoia, teshuvá en hebreo, conversión, arrepentimiento… Todas estas palabras señalan a ese gesto o cambio de mente y de corazón que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y disponible de Jesús.
Y es que el Dios Padre que vemos en Jesús no es un contable ni un chantajista; la conversión es una necesidad, porque Él puede hacer todo por nosotros, ya lo ha hecho, a excepción de una cosa: no puede escoger por nosotros.

            Cuando Jesús alerta: si no os convertís, todos pereceréis, no está amenazando, sino aludiendo a ese cambio necesario de mente, corazón y actitud, el movimiento interior imprescindible que nos encamina hacia la muerte del ego. Es morir a lo falso, para volver a nacer de agua y de Espíritu (Jn 3, 5). Solo se puede experimentar la conversión cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a desearse diferente, a rechazar para siempre lo que sobra en su vida, para recrearla en una nueva dimensión.

La palabra arrepentimiento suscita a veces cierta repulsa, pero su significado verdadero, volverse, cambiar de mente, no tiene nada que ver con el remordimiento: volver a morder (se). El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero, transformador y liberador.

En la Oración del Corazón, que practico desde hace años y que no deja de sorprenderme por su potencia y su sencillez (Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, pecador), la constatación del propio pecado y el reconocimiento de la gracia de Jesucristo, se unen para que el primero sea transmutado en virtud de la segunda.

Una de mis palabras favoritas en castellano es todavía, por su connotación de  esperanza, cuando tiendes a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Igualmente bella es aún, con su resonancia mántrica. Todavía estamos a tiempo, aún podemos dar fruto. Caminemos, trabajemos, demos fruto mientras hay luz (Jn 12, 35).


OLVIDO
                                                                                                  No se comienza por aprender,
                                                                           sino por recordar.
                                                                                                                                Ismail Hakki 
Cómo anhelas la Luz,
pez boqueando,
a punto de morir
fuera del agua.
La Luz es tu placenta,
el medio necesario,
cálida vaina
que te protege
de tus penumbras,
de la sombra que eres
cuando olvidas tu herencia
y tu destino.
O cuando, separado
racimo de la vid,
te vas secando, exánime,
y antes de ser nada,
te miras en la nada
y no ves nada.



METANOIA
                                                                                                                    Jesús le dice: "María". Ella se vuelve y le dice“¡Rabboni!”, que significa “¡Maestro!”
                                                                                                                                       Juan 20, 16

No sé de cuántas formas
habré escrito mi nombre...,
y todas ilegibles,
incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.
Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.



El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor. Por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
                                                                                                         Jacob Boëhme





           Antonio Machado esperaba que un milagro de la primavera hiciera revivir su corazón, marchito de tristeza, cansancio y ausencias, para seguir caminando hacia la Luz y hacia la Vida. Confiamos en Jesucristo, nuestro Viñador paciente, eterna Primavera esplendorosa para el que cree en Él, y acepta el milagro discreto y decisivo de Su Presencia en cada corazón. 

sábado, 6 de febrero de 2016

"S" de Salvador


Evangelio de Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar”. Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos sacado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora, serás pescador de hombres”. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.  

                                          La pesca milagrosa, Duccio di Buoninsegna


En www.viaamoris.blogspot.com descubrimos que la diferencia entre las palabras pecador y pescador es una "S", la S de Salvador y también la S de Serviam. Juntas dibujan el infinito vertical que nos permite vivir ya el Cielo en la tierra. El Reino, que ya está aquí, entre nosotros.

La poesía nos permite a veces balbucear lo inefable, acercarnos al Misterio con la mirada que contempla sin pretender clasificar, intelectualizar o acumular conocimientos. ¿Quien quiere conocimientos, cuando se encuentra ante la Verdad?


 
“S” DE SALVADOR

Tu figura es signo
vertical de infinito, hacia la Vida.
 
Figura que eleva, “S” sagrada,
tor-Sión sobre la Cruz, soga que salva
de un abismo muy hondo,
cargando distorsiones por amor.
 
Figura de Varón, sereno y libre,
primogénito entre miles de millones.
 
Mirarte solo a ti,
vencedor frente al miedo y la muerte,
invitando a subir
sobre tu Cruz en espiral consciente.
 
No enredarme aquí abajo,
a lo que sigue rebotando, horizontal,
dando vueltas y vueltas,
círculo demencial de Prometeo.
 
Que mis ojos y mi anhelo
no se aparten de ti que, si te miro,
me elevas hacia ti en cuerpo y alma
para que me incorpore a tu Verdad,
Origen y Propósito de toda la existencia.
 
Entonces veo todo,
también lo de aquí abajo, transformado,
desde la Cruz,
y el mundo resplandece, 
luz de Luz.

 

Mil gracias derramando
(Cántico espiritual, San Juan de la Cruz)
Hermana Glenda