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domingo, 30 de octubre de 2016

Es hora de morir para vivir


Evangelio de Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. 



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                                                 Sermón de la Montaña, Cosimo Rosselli


Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede añadir ni restar.
Eclesiastés 3, 15


                   Los muertos son seres invisibles, no ausentes.

                             San Agustín

Hemos tenido ya muchos vislumbres de que lo que nuestros ojos ven y nuestras manos tocan es una ínfima parte de lo Real. Ya no porque lo digan los científicos, perdidos y dormidos tantas veces; lo hemos experimentado en carne propia, con sueños lúcidos a veces, con déjà vu oportunos, con ventanas de consciencia a dimensiones que conectan con la Vida… Nos hemos vivido reales y virtuales, hemos atisbado la tramoya del escenario, en esta representación del mundo que está acabando… ¿Por qué no morir ahora, si el personaje ya cansa y hemos visto las escenas tantas veces, con pequeñas variaciones?

Venga, muere y renace, para que todos los muertos mueran y resuciten en ti. Como un estallido luminoso, porque la niña no está muerta, sino dormida…, Talitha qumi. Levántate y ponte en camino, pero antes, muere a lo que no eres, interpreta la última escena de pérdida y lágrimas, sueña el último sueño de ausencias y nostalgia, despídete ya de la vida, y extiende las alas para volar a la Vida. Como el replicante Roy Batti en Blade runner: es hora de morir, time to die….¡Time to live! ¡Es hora de vivir! Al fin lo comprendo…, solo queda morir con alegría y serenidad en este gran juego que es ensayo de la Vida. Lo entiendo, lo asumo, lo veo y se convierte en anhelo de retorno.

Es el fruto de mirar la muerte bajo la perspectiva de lo eterno. Te das cuenta de que las Bienaventuranzas son un código para el tiempo lineal, ese infinito horizontal que intersecciona con el infinito vertical, la dimensión atemporal donde se eleva la Cruz que nos eleva, nos salva y libera. Dichosos los que sufren, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos… El pasado es transmutado por el mejor de los futuros, que es volver a Casa, ese camino de retorno que recorremos juntos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pobres de espíritu...Comunión de los Santos, al encuentro de la dicha y la plenitud.

Anoche volví a ver una película de 1938, Vive como quieras, de Frank Capra, mala traducción, como tantas veces, del título original: You can't take it with you , No puedes llevártelo contigo. Qué oportuno título y qué oportuna película, bendita sincronía... Mirando a esos maravillosos actores, pienso: ¡todos están muertos ya! ¿Todos muertos? ¡No!, todos vivos e interpretando ahora, en el momento en el que los miro, en este instante eterno donde todo se recrea y se abre a los universos originales. Todos vivos ahora y actuando, naciendo y muriendo a la vez.


                                                    Vive como quieras, Frank Capra, 1938

¿Cómo es posible? Por el desdoblamiento del tiempo, como empiezan a llamarlo algunos científicos (Jean Pierre Garnier Malet), perplejos ante esta confirmación de las intuiciones de Einstein y, ¡ay!, qué poco a poco vamos comprendiendo, de las certezas y enseñanzas diáfanas de Jesús de Nazaret. Todo es virtual…, no solo la película, sino nuestras "vidas-film" (Mouravieff se acercó aún más que Einstein), en la representación de este mundo que ya pasa y es preludio del verdadero y definitivo.

Ser importante, ser el primero, ser el mayor o el mejor… O ser normal, ser del montón, libres y sinceros como los personajes de Frank Capra, formar parte de ese grupo que ha decidido no esforzarse por sobresalir aquí, entre las sombras de una caverna que ya huele a rancio, y salir al aire libre para emprender el camino de regreso. Solo el que no finge ni pretende ser algo puede ser todo. Solo el que muere a sí nace a Sí.

Volvamos a Blade Runner, esa poética lección sobre la muerte-vida. El replicante muere sin resistencias ni drama, porque se sabe uno más, no se siente mejor o mayor ni quiere serlo, no se aferra a una identidad falsa como solemos hacer los seres humanos: una se cree escritora, otro abogado, el tercero profesor, aquella, psicóloga..., y empresarios, arquitectos, jueces, artistas….todos virtuales…

Los replicantes no se identifican con su autoimagen ni se aferran a nada ni nadie. Pero viven, no sobreviven ni malviven como tantas veces nosotros, viven despiertos y libres, valoran y disfrutan la belleza de este mundo del que no son. Saben que no son del mundo y saben que nada les pertenece, por eso tienen esa capacidad de soltar y abandonar la escena. Sus lágrimas son verdaderas, agua de la experiencia que se une al agua de la Vida, comunión de las aguas, comunión de los santos, muere el hombre, regresa el Hombre con su obra culminada y su misión cumplida.

Es hora de morir, hora de renacer. Más es mía el alba de oro, me digo tantas veces con Rubén Darío cuando asoma la tristeza... Ahora entiendo la hermosa y enigmática sonrisa del replicante que interpreta Rutger Hauer. Morir solo es morir, escribió José Luis Martín Descalzo en su último soneto. Vivamos y muramos con la dignidad, el desapego y la valentía del replicante Roy Batti, agradecidos a la belleza de este mundo que empezamos a ver como él, con mirada que recrea, transfigurados ya por la luz del Tabor definitivo, al que ascendemos, siguiendo las huellas del Cordero-Pastor.


 Escena "Lágrimas en la lluvia"
de Blade Runner, 1982, Ridley Scott
   

Unos aforismos de un libro inédito sobre el duelo.


LA HABITACIÓN DE AL LADO

No están lejos de nosotros, solo van unos pasos por delante. La muerte no puede quitárnoslos; la eternidad nos los guarda.

Nunca es tarde para amar, y amar es lo único que hemos de hacer, todo lo demás es vanidad o añadidura.

Nada se pierde. Todo lo real se ha salvado, perfeccionado y completado.

Duele perder la cercanía, la unión que muestran los sentidos. Pero no se pierde, sigue presente, aunque no la veamos con los ojos físicos.

Para abandonar un duelo reactivo, basado en el miedo y la lucha: recordar que la muerte es tránsito, Dies Natalis, Día del Nacimiento, y hacer del dolor un sufrimiento consciente.

Aquel a quien amas y crees haber perdido está teniendo una maravillosa fiesta de dicha y consciencia, de plenitud y libertad.

El duelo–dolor procede del miedo. Libérate del miedo, transmuta el sufrimiento vano en sufrimiento consciente y construye el alma que ha de perdurar.

Es hora de soltar. Abre, expande, conecta con la luz. 

Todo está aquí, ahora. No se ha perdido nada más que lo falso. Lo esencial permanece.

Deja que los muertos entierren a los muertos. Que el muerto que no eres entierre a los muertos que no son.

La niña no está muerta, está dormida (Mt, 9, 24) ¡Así es siempre! El que creemos muerto está dormido aquí y despierto en lo real para esperarnos.

Lo que existe no puede dejar de existir. Conecta con lo que ha existido y sigue existiendo de cada ser querido, lo inmortal.

No estás más lejos de la luz, aunque no la veas. Cuando la noche es más oscura, el amanecer está más cerca.

Asume ese desgarro sin rendirte a él. Acógelo, viendo su corazón de humo, su centro de sombra, su nada de ceniza.





                                                       Presente, Vox Dei

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