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sábado, 11 de mayo de 2024

Ascensión

 

Evangelio según san Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán los demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

                                               La Ascensión, William Blake

Gozamos ya de la resurrección como seres de la nueva creación, habiendo pisoteado con y por Cristo la muerte y el pecado.
                     Matta el Meskin

A veces necesitamos encontrar formas de explicar lo inexplicable, expresar los vislumbres que el corazón capta, aunque la mente se quede a las puertas. Gracias a las reflexiones sobre la Ascensión, van apareciendo ideas, figuras, intuiciones acerca del cuerpo interior, el que perdura, la carne glorificada, la vida eterna... Me atrevo a esparcirlas aquí, porque a veces es bueno soltar, jugar, soñar, recrearse con más libertad. Entonces el Misterio nos mira complacido, y de cuando en cuando, nos concede un relámpago de asombro, un hallazgo que se expande como ojal en la tiniebla de una noche oscura.

Dice el monje copto Matta el Meskin que Jesús, en el momento de su muerte, portaba en su carne a la humanidad entera. Confirma así las palabras de San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: “Nos apremia el amor de Cristo, al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto.”

Él nos lleva consigo, en su muerte, en su resurrección, en su ascensión. Y también Lo llevamos dentro, porque Él ha querido quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Somos teóforos: portadores de Dios. www.viaamoris.blogspot.com 

Por lo que estamos intuyendo al contemplar la Ascensión, la muerte es realmente un paso a otra forma de existencia. Adquiere pleno sentido la metáfora atribuida a San Agustín sobre ese tránsito como paso a “la habitación de al lado”. La Comunión de los Santos no es así una esperanza lejana, sino una realidad viva, porque para Dios no hay tiempo. Lo que vemos está entretejido con lo que no vemos, y todo Es ya, aquí, luminoso y eterno, a pesar de la apariencia de entropía.

Porque Cristo ha vencido a la muerte y, unidos a Él, también la hemos vencido y vivimos las primicias de la eternidad. Esa es “la habitación de al lado”; todos los que parecieron irse están muy cerca, con nosotros, porque los planos de realidad se superponen y a veces, si estamos atentos, podemos sentirlo.

La muerte no nos separa de aquellos que amamos, al contrario, nos une de una forma más íntima y real, por fin duradera. Porque el Reino de los Cielos ya está aquí, y también, ay, el infierno y el purgatorio… Lo hemos escuchado y leído a menudo, pero no siempre lo hemos comprendido en profundidad. Un día lo percibí con una claridad inédita. Cuando pude asimilarlo, apunté esto en mi cuaderno asombrado:

“El Cielo, el infierno y el purgatorio están en la tierra, aquí, entre nosotros. Un hombre sin piernas en una silla de ruedas empujada por una anciana con ojos de ceniza. Un enfermo de sida escuálido, solo huesos y sonrisa transparente, que mendiga en la calle junto a un cartel de tinta temblorosa y mira a su perro con ternura. Bajar una escalera en penumbra para una gestión del implacable césar en Correos. El Metro, esos otros tramos de escaleras que, multidimensionales, a veces conectan con lo Real. Subir y bajar y subir de nuevo, bucear taladrando los velos del sueño. Y mañana y ayer, siempre, escalar una montaña con los sentidos sutiles despiertos, porque nuestro destino es ascender, y elevar a cuantos han hecho posible que estemos, que seamos, en este mundo, diabólico y celestial, según lo mires o lo sueñes o lo imagines o lo recrees… El “más allá” no es “más allá”, porque se encuentra aquí.”

Voy comprendiendo también que se puede “rehacer” la propia vida si se vive en unión con Cristo. En Él podemos encontrar, actualizada, rehecha, regenerada, toda nuestra vida pasada. Jesucristo, ascendido y glorificado es el verdadero “Original” de los seres virtuales que somos cuando vivimos en la Matrix de inconsciencia. Él nos devolverá (nos devuelve ya) nuestra vida, para que la revivamos a la luz eterna del más allá–más acá, pero con una claridad distinta, con una densidad diferente, la materia glorificada.

Ascendemos a nuestro Yo real y eterno, el que Dios soñó para cada uno. ¿Quién asciende?, ¿cómo asciende?, ¿en qué se asciende? Esencia, centro, corazón, alma inmortal, desprendidos al fin de lo viejo y lo caduco... Ascendemos con nuestra apariencia eterna, la de nuestra verdadera juventud, que es nuestro ser más profundo, el impulso de todo aquello que el Señor nos ha dado y hemos aceptado, incorporado y asumido….

Como dice el jesuita Henri Boulad: “Quienes integran su pasado en el momento actual y lo concentran en él, están constituidos no sólo de la naturaleza humana que es visible en un momento concreto, sino de mucho más: encarnan al mismo tiempo todo el impulso interno de su pasado. Hay un arte de vivir en un estado de síntesis, en un estado de totalidad.” 

Dice también que solo hay una humanidad: “un único ser humano que se perpetúa a través de los milenios de la historia, y ese ser humano soy yo, ese ser humano somos nosotros. (…) En nuestro espíritu, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra conciencia y nuestro subconsciente, experimentamos el impulso irresistible de todas las generaciones pasadas, que esperan de nosotros el fruto que tienen derecho a esperar, que será la humanidad nueva que ha de nacer de nosotros algún día, cuando llegue la consumación de los tiempos, cuando el hombre haya alcanzado su pleno desarrollo, su estatura perfecta.” El “Cielo” sería así: “ese instante eterno de recuerdo reiterado de todo lo que hemos sido, de todo lo que hemos vivido en el presente de Dios.”

Que así sea, porque Es. 

Luisa Piccarreta. Giro 24.
Jesús Después de la Resurrección y la Ascensión

Ha subido al cielo; pero el cielo no es únicamente la desierta convexidad donde aparecen y desaparecen, veloces y tumultuosas como los imperios, las nubes de los temporales, y resplandecen en silencio, como las almas de los santos, las estrellas. El Hijo del Hombre, que subió a las montañas para estar más próximo al cielo, que fue todo luz en la luz del cielo, que murió, levantado del suelo, en la oscuridad del cielo, y volvió para elevarse en la suavidad de la noche al cielo, y volverá de nuevo un día sobre las nubes del cielo, está todavía entre nosotros, presente en el mundo que ha querido libertar, atento a nuestras súplicas si verdaderamente proceden de lo hondo del alma; a nuestras lágrimas, si en verdad fueron lágrimas de sangre en el corazón antes de ser gotas saladas en los ojos; huésped invisible y benévolo que no nos desamparará nunca, porque la tierra, por voluntad suya, ha de ser como una anticipación del reino celestial, y, en cierto sentido, forma desde hoy parte del cielo. Esta rústica nodriza de los hombres que es la Tierra, esta esfera que es un punto en el infinito, y, con todo, contiene la esperanza del infinito, Cristo la ha tomado para sí, como perpetua propiedad suya, y hoy está más ligado a nosotros que cuando comía el pan de nuestros campos. Ninguna promesa divina puede ser cancelada; todos los átomos de la nube de mayo que lo escondió están todavía aquí abajo, y nosotros elevamos todos los días nuestros ojos cansados y mortales a aquel mismo cielo del que volverá a descender con el fulgor terrible de su gloria.
                                                                                                               Giovanni Papini

                                                                  Holy, Avalon

sábado, 4 de mayo de 2024

Como Yo os he amado

 

Evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a la plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”.


                                             La última cena, Juan de Juanes

Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.  Romanos, 8, 38-39                                                                      

Hasta que Jesús nos da el Mandamiento Nuevo, la consigna era amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Pero antes de su Pasión, en el discurso de despedida a los más cercanos, Jesús quiere que vayamos mucho más allá, nos da un mandamiento nuevo, acorde con la nueva creación que va a instaurar Su Pasión, Muerte y Resurrección. Se nos pide que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado. Solo Él sabe amar, nosotros aprendemos a amar relacionándonos íntimamente con Él a través de los Sacramentos, la lectura de Su Palabra, la oración.

Contemplemos con el corazón abierto la intimidad que la que nos brinda la Eucaristía. El mismo Dios entra en nosotros para transformarnos en Él. El camino consiste, por eso, en unirnos a Aquel que nos ama infinitamente y nos enseña a amar, hasta que interiorizamos el sentido del Amor auténtico, que está más allá de la emoción, del mero sentir. www.viaamoris.blogspot.com 

Unidos a Él, somos capaces de todo y lo que pedimos en Su Nombre se realiza. Lo esencial es volver la mirada y el corazón hacia Cristo, cada día, cada momento; porque su acción salvadora es incesante, y así ha de ser nuestra voluntad de amar. Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo nivel de mandamientos y un nuevo nivel de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5). 

Su mensaje es universal, ya no solo para el pueblo elegido, como nos recuerda la primera lectura (Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48); el Espíritu Santo se derrama sobre todos los han nacido de Dios, conocen a Dios y reciben de Él la capacidad de amar con un mismo amor. Jesús es el Amor de Dios manifestado y es el camino hacia la Vida verdadera; no un camino más, no un camino entre varios, sino el Camino.

Si queremos cumplir el mandamiento principal que Él nos ha dado y ya que nuestro amor y también nuestra voluntad de amar son limitados, empecemos amando la voluntad de Dios y renunciando a la nuestra, tantas veces mezquina y utilitarista. Amar la divina voluntad en cada circunstancia, ya no solo es ser consciente y estar atento, ni siquiera es, además, aceptar sin rebelarse el momento como es. Hace falta ir mucho más allá: amar la divina voluntad porque en ella está la salvación, confiando en que en esa aceptación de los designios divinos, está todo lo que él quiere para nosotros y es perfecto, necesario, lleno de bendiciones.

Esa es nuestra misión: bendecir al Señor y aceptar su bendición para nosotros. Nada que hacer, nada que ganar, nada que merecer…, solo ser amados y amar, mientras el Señor hace su labor en nuestras almas. Amaremos como Él cuando seamos capaces de amar a Dios hasta la unión plena y a los hermanos hasta el perdón y la entrega incondicionada. 

Entonces, podremos hablar al Señor con la confianza de los enamorados o con la naturalidad del hijo que se atreve a pedir todo porque ha sentido la inmensidad del Amor del Padre. Para amar, primero, saberse amado, y ahí empieza la voluntad de amar, que ya es mucho, luego, crecer en amor, tras los pasos de Aquel que nos ama y nos guía.

Si quieres amar, deja que la Divina voluntad te inunde y ame en ti. Lo demás es polvo, humo, nada, lo demás se quemará. Escucha la Palabra que se te dice hoy. Interiorízala, hazla vida en ti con confianza, alegría y paz verdadera, sin nada que temer, nada que perder, porque el Reino ya es y está en ti.


                                            263. Diálogos Divinos. Verdadero Amor

Así se expresa San Juan de la Cruz, tan seguro de ser amado que deja su cuidado entre las azucenas olvidado y acomoda su cabeza en el pecho del Amado:

Oración del alma enamorada: ¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase…

¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste? No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.

                                                                                                                  San Juan de la Cruz  


Y así lo canta San Agustín, dichoso por haber encontrado la Belleza tan antigua y tan nueva:

Dame amor. Vida mía, diré a voces,
porque dándome amor, en él te goces.
Si tu poder inmenso me cedieras,
te daría, en mi amor, cuanto quisieras.
Amarte quiero más, que no gozarte,
y gozarte tan solo por amarte.
Escoria soy, mi amor; mas, aunque escoria,
un dios quisiera ser para tu gloria.
Pues si yo fuera Dios, tanto te amara
que para serlo Tú, yo renunciara.
Mas ¡ay, amado mío, yo me muero
de ver que nunca te amo cuanto quiero!
Úneme a ti, querido de mi vida:
será la nada en todo convertida.
Si pudiera, mi bien, algo robarte,
sólo amor te robara para amarte.
Mas si mi amor tu gloria deslustrara,
aunque pudiera amarte, no te amara.
Ámate, pues de amor eres abismo,
por ti, por mí, por todos, a ti mismo.

San Agustín