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sábado, 30 de noviembre de 2013

"Todas las estructuras son inestables"


Evangelio de Lucas 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. 



Una vez iba yo paseando con un amigo por una bella reserva natural, cerca de Malibú,  y llegamos a las ruinas de una casa rural destruida por un incendio varias décadas antes. Al acercarnos a las ruinas, cubiertas de árboles y toda clase de magníficas plantas, vimos un letrero colocado por las autoridades del parque al lado del sendero. Decía: PELIGRO. TODAS LAS ESTRUCTURAS SON INESTABLES. Le dije a mi amigo: “Esa es una Sutra (escritura sagrada) muy profunda”, y nos quedamos en actitud reverencial.                                   
                                                                                               Eckhart Tolle 

      Noviembre, mes para ser conscientes de la impermanencia del mundo de la forma y de nuestra propia impermanencia, conscientes de que estamos muriéndonos desde que nacemos, todos juntos y de uno en uno. Noviembre, mes del despertar para descubrir lo verdadero, lo que existe realmente y por eso no puede morir. Vivamos velando; aprendamos a vivir ya, aquí y ahora, la inmortalidad.
      Y, ¿cómo es posible vivir así, cuando sé que voy a morir? Porque ya has muerto y has resucitado; lo que llamas muerte será escenificar otra vez ese paso a la habitación de al lado donde ya estás. Mira esa luz que ves a veces al otro lado del espejo, en tus ojos, cuando brillan como si estuvieran reteniendo lágrimas. Esa luz es tuya, la trajiste de allí, la traes de allí cada vez que cruzas el umbral que separa el sueño de la Vida. Somos ciudadanos del cielo, dice San Pablo, podemos ya vivir resucitados, por Aquel que nos ganó la resurrección.
       Hemos sido esclavos del sueño y la ilusión demasiado tiempo; es hora de vivir de verdad, atentos al Reino que está entre nosotros y dentro de nosotros, más real que lo que nos muestran los sentidos. Aunque tengamos que seguir caminando, trabajando mientras hay luz, en este valle de la muerte donde todas las estructuras son tan inestables.

       Es útil observarnos cuando algo nos saca inesperadamente de las “casitas de muñecas” o el “Monopoly”, la "Matrix" donde jugamos a vivir. Miremos sin excusas el fastidio, la sensación de desconcierto, la incapacidad para improvisar. Y nos daremos cuenta de la necesidad de tomar decisiones valientes y definitivas, porque en este mundo todo es precario, nada está seguro, por mucho que lo acoracemos con rutinas, falsas seguridades, comodidades anestesiantes…
       Bendito sea el imprevisto que nos despierta de nuestras ensoñaciones y nos pone frente a un espejo implacable, para que veamos todo lo que hay que extirpar o soltar o solo dejar caer, como una máscara vieja que ni siquiera nos favorece.

            No podemos ser esclavos de costumbres, hábitos, compulsiones o expectativas cuando sabemos, por experiencia, que no nos protegen de nada. Ni podemos apegarnos a un lugar, unas caras conocidas, porque, en esta tierra transitoria, el único entorno natural, lo único seguro es estar despierto, recordando que estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Tampoco podemos apegarnos a nuestros cuerpos ni al de los seres que amamos, pues no son nuestra esencia. Recordemos que el espíritu inmortal recoge cuanto de bello y verdadero hemos amado, y lo restaura para siempre en el cuerpo glorioso que nos ha sido destinado para la eternidad.

            No estamos aquí para estar cómodos o seguros, para disfrutar o tener lo que el mundo entiende por calidad de vida (qué sabe el mundo sobre la verdadera “cualidad”…) sino para imitar a Jesucristo, haciendo lo que Él hizo. Porque, desde que el mundo se empapó de la Luz que brotó a partir del Misterio del Gólgota, en Él nos espera la verdadera dicha.

            Todas las estructuras son inestables... Las experiencias de pérdida producen sufrimiento, pero el sufrimiento consciente (el único valioso, porque el sufrimiento mecánico es masoquismo) eleva y permite salir del purgatorio en el que nos encontramos.
Sufrir conscientemente enciende en el corazón la llama del Amor. Es entonces cuando comienza el verdadero camino; lo de antes era un transitar por los senderos que conducen al Camino. La condición para adentrarse en él es salir de esa noria, pequeña y oxidada, de seguridades, pasiones inferiores, sensaciones, comodidades, necesidad de poder, sentimiento de separación, falsas creencias…
            Y aunque a veces descendamos a estados inferiores, de sufrimiento inconsciente, inercia, miedo ciego y olvido..., cuando uno ha dado el gran salto, siempre puede volver a elevarse en la espiral infinita. Porque el fuego sigue encendido, aunque no siempre seamos capaces de sentir su calor.

              El ego, que se niega a desaparecer, trata desesperadamente de combatir el miedo que esa amenaza le causa con placeres, posesiones, victorias efímeras, ilusiones… Pero, mirando siempre al Modelo, Jesucristo no buscó la abundancia, el triunfo mundano, el placer o la comodidad, sino cumplir siempre la voluntad del Padre. En esa sumisión voluntaria encontró el sufrimiento consciente, y lo aceptó por amor. Él mismo dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26, 38). Su naturaleza humana atravesó el valle de lágrimas para mostrarnos la salida.
            Si somos discípulos verdaderos, Le seguiremos, crucificando en nosotros todo lo falso, el egoísmo, el hedonismo, la rutina, la ignorancia, el miedo. Entonces experimentaremos la quiebra de las ilusiones que nos libera de la mentira y nos permite nacer a lo verdadero.
            Es el Fuego del Amor, la Llama de Amor Viva, que va consumiendo lo ilusorio, lo impermanente, para que resplandezca nuestra esencia inmortal, una en lo Uno, ola y Océano, sarmiento en la Vid.
¿Los yunques y crisoles de tu alma, trabajan para el polvo y para el viento o trabajan para lo real, el oro del espíritu que los ladrones no roban ni el óxido corroe? Funde tus miserias, acrisola lo que te ha robado tiempo y energía necesarios para amar. Transfórmalo todo en ese oro eterno, para pagar por ti y por cuantos te rodean.
Sufrimiento consciente con amor es redención, liberación, luz, alegría; es ascenso: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Sigamos subiendo, iluminando, redimiendo cuanto quede por redimir en nosotros y en aquellos que amamos.

¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?

                                                                                       Antonio Machado


                                              There is a Light that never goes out, Smiths


Retenemos las heces del mundo y dejamos escapar nuestra vida en el tiempo, he aquí la estupidez que nos hace herederos de la muerte. Abandonemos el filtro lleno de inmundicias y sublimemos pacientemente nuestra vida en Dios hasta la perfección de la paz eterna.
                                                                                            Louis Cattiaux


Las personas conscientes enfocan su vida a la luz de la muerte.
A esa luz, las cosas adquieren su auténtica dimensión.
Lo secundario es secundario y nunca principal.

Lluis Serra Llansana 

sábado, 23 de noviembre de 2013

El Rey y los súbditos


Evangelio de Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”.Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.


http://faculty.cua.edu/pennington/churchhistory220/lectureten/blackdeath/duccio_crucifixion.gif
                                              La Crucifixión, Duccio di Buoninsegna
 


EL PRIMER SÚBDITO
 
Conocemos su nombre, Dimas, por los evangelios apócrifos. Es aquel al que la tradición llamaría el "Buen Ladrón", uno de los “malhechores” que mueren junto a Jesucristo. El primer santo, y el único canonizado directamente por el Maestro, no quiere salvarse por miedo, como tantos a lo largo de la historia, tantos aún hoy. En realidad, ni siquiera aspira a salvarse, su humildad se lo impide, se siente tan indigno… Sólo quiere un recuerdo del Jesús cuando llegue a Su Reino.
No solo es el primer santo, es también el primer contemplativo. Reconoce a Jesús como el Mesías, y se conforma con un recuerdo suyo, un eco de Su dicha. Qué lucidez la suya en esa frase inmortal que vale por la salvación y por el Reino. Logra lo más alto en apenas un instante.
            Me recuerda a un samurái valeroso y decidido que, antes de la batalla, se da por vencido, y así, no teniendo nada que ganar ni nada que perder, se siente libre del miedo, se sabe libre, y vence.
El primero en entrar en el Reino, después de Jesús, es un paria, un ladrón, un delincuente, o solo un pobre hombre, como todos, pero un hombre con el alma muy pura y una humildad sencilla y transparente.
Seguramente Dimas lamentara en su agonía no tener tiempo para seguir a Jesús, ser Su discípulo y dar la vida por Él, pero, al mirarle y escucharle, comprendería que en un instante vivido junto a la Verdad cabe toda una existencia. Qué conversión tan rápida y tan profunda, tan radical como para recibir el premio equivalente a una vida de entrega y devoción.
            Todos hemos de pasar por la cruz antes o después, y muchos, como Dimas, sabemos que lo merecemos. Pedimos un recuerdo, una mirada del Hijo de Dios, pues así Lo reconocemos. Y en ese reconocimiento, y en la tristeza y el arrepentimiento, Él nos otorga la plenitud de Su gracia y nos ensalza, borrando todo lo malo de nuestro pasado, haciendo que se convierta en un sueño, dejando solo la humildad lúcida, la pureza, la inocencia que Él ensalzará hasta completar una vida perfecta para nosotros, la que no supimos vivir y Él nos devuelve, restaurada y completa, plena, irreprochable.
El "Buen Ladrón" llegó a la plenitud de la santidad en un momento, con un gesto de humildad y sinceridad. Y la misericordia del Señor borró todas sus culpas.
            Gestas (el otro "malhechor", también según los apócrifos) y Dimas son símbolo de toda la humanidad. Son el hombre que se niega a ver y el hombre que quiere ver; el hombre de corazón cerrado y el hombre que ha logrado abrir el corazón, los dos arquetipos en cada uno de nosotros. Uno es el hombre perdido, el que renuncia a aceptar la Salvación, el otro, ya está en el Reino hoy, y para Dios siempre es hoy. Lo logra en el momento en que demuestra el nivel de comprensión al que ha llegado y reconoce al Rey de su corazón.
  

                                            MORIR POR ÉL O MORIR CON ÉL

            Quién tuviera una vida por delante para morir por Él… Pero muchos pueden morir por Él. Intuyo que serán miles los que mueran por Él; y solo Gestas y yo tenemos el privilegio de morir con Él. Pero Gestas lo desprecia, su corazón de piedra no podría valorar tal don. Yo, Dimas, durante treinta años ciego, ahora veo Su luz, Lo reconozco y muero con Él.
Quién pudiera vivir un poco más, unos años más, unos días más. Nunca he tenido apego a la vida, la mía ha sido tan miserable que no merece ser llamada vida. Pero este hombre, que es mucho más que un hombre, me está enseñando con su muerte que hay una forma más digna de vivir.
Susana estuvo en aquel monte, escuchándole de cerca, y desde entonces no fue la misma. Ojalá hubiera escuchado yo también sus palabras. Y seguirle, aunque fuera de lejos, verle caminar, aprender sus enseñanzas.
Tanto dolor en un rostro…, pero tan sereno a pesar de la sangre y los ojos hinchados por los golpes. A mí no me han lastimado tanto antes de clavarme al madero. ¿Qué tienen contra Él? ¿Tan peligroso es lo que ha enseñado y ha hecho?
INRI, han puesto en su Cruz, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”, ha dicho ese soldado que le mira con seriedad, puede que con respeto. Creo que esa inscripción mal tallada es lo más cierto que he leído jamás, pues solo un rey puede morir así, entre criminales, desnudo, humillado, sin perder su majestad, esa expresión tan digna y serena en su agonía.
Si me atreviera a hablarle, si pudiera dirigirme a Él, aunque solo sea para que sepa que no le desprecio como ese infame…, pobre Gestas…
            Vamos Dimas, es tu hora, para eso estás aquí, díselo, que tú crees en él aunque no seas digno de morir a su lado, venga, dile que te recuerde, a ti que no mereces entrar en su Reino, que al menos se acuerde de ti… Ánimo, Dimas, díselo ya…

 

                    Las siete palabras de Cristo en la Cruz. Segunda Palabra, J. Haydn
 
 
EL REY
 
Ahora miremos al Rey que ha logrado transformar con su presencia y su mirada a un delincuente, o solo un pobre desgraciado, en un santo. El Rey que tiene como trono una cruz. Rey del Universo, Rey de Reyes, Rey de los judíos ¿Cómo se le “honró” en aquellos tiempos como rey?
Aclamándole con palmas en su entrada a Jerusalén a lomos de una borriquilla. Homenaje tan poco sincero, o tan inconsciente, que los mismos que le vitorean, pedirán la condena a muerte días después.
Escarneciéndole y burlándose de Su majestad: corona de espinas lacerantes, manto rojo, báculo de caña… Ecce homo por siempre… Varón de dolores…
Con un letrero en su infame patíbulo INRI: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.
 
Allí, en el Calvario, el Rey volvió a experimentar las tentaciones. El Adversario hace un último intento vano de que claudique, a través de las burlas e ironías de las autoridades, de los soldados, del malhechor crucificado a su izquierda, y, con ese susurro sibilino que siempre se escucha, si estamos atentos, detrás de cada sufrimiento, cada desamparo, cada soledad. Y el Suyo es el sufrimiento más absoluto, porque en esa cruz está clavado todo el dolor, todo el desamparo, la soledad, el pecado y la muerte, asumidos por Aquel que viene a liberarnos de tanta tiniebla por amor.

El Hijo de Dios tiene su título de Rey en la cruz donde se desangra y agoniza. Y nosotros, pobres criaturas, incapaces, limitados, llenos de miserias, ¡qué importancia damos a títulos, vanidades, prestigios, apariencias, casi siempre irreales!
El Hijo de Dios, desnudo, clavado a la cruz bajo su título de Rey, y las paredes de nuestras madrigueras exhibiendo los títulos de nuestras naderías, y nuestros cuerpos disfrazándose de “títulos” aún más insustanciales para aparentar poder, distinción, elegancia, atractivo efímero para un mundo de sombras, agazapadas tras falsos destellos: Armani, Prada, Gucci, Versace, Calvin Klein…
El Hijo de Dios, nuestro Rey, no tiene nada ni quiere nada ni necesita nada para salvarnos con su sufrimiento cuajado de amor.




OTROS SÚBDITOS
 
Hace un año conocí al padre Enrique González. Nada más verle, supe que estaba ante uno de los poquísimos auténticos seguidores de Jesucristo. Sus pies, amoratados por el frío (venía de la sierra, de ayudar, como siempre), en unas viejas sandalias; un jersey sencillo y unos vaqueros gastados, cubriendo un cuerpo más que delgado. Su mirada brillante, sus manos grandes, su rostro destilando paz y compasión, su abrazo sincero, tan cálido que aún lo recuerdo cuando se me enfría el alma.
Pude ver retazos de su obra: camastros sencillos, sábanas y mantas en cajas de plástico trasparente, con nombres rotulados en cada una, esperando a sus pobres usuarios, cajas de galletas…, y un hombre, solo uno a esa hora de la sobremesa para quien tiene mesa y comida sobre ella, acostándose en uno de los camastros azules para echar un sueñecito y descansar u olvidar por un rato su injusta condición. Y en ese hombre de mediana edad, que me dio las buenas tardes con voz ronca mientras se abrigaba con la manta, una de las sonrisas más bellas y sinceras que recuerdo.
El padre Enrique y su obra, Evangelio en acción, Palabra encarnada, discípulo fiel, digno súbdito del Rey del universo y de su corazón.
 
¿Cómo vivir en este mundo absurdo, de opulencia para pocos, de imagen y superficialidad, de figurines vacíos, cartón piedra que camina por las calles con pasos de pasarela, mecánicos y fríos? ¿Cómo vivir entre zombis, sin que te muerdan y te conviertan en uno de ellos?
Si recordamos que nuestro Rey mostró sus credenciales a toda la humanidad clavado a un madero, intentaremos vivir como el padre Enrique, en el mundo sin ser del mundo. Que nuestro afán no sea comer, beber, comprar, vender, sembrar, construir o casarnos o descasarnos (Lc 17, 26-37). Pero, si algo de esto hemos de hacer, que el corazón no se vaya tras los afanes del mundo. Como dice san Pablo, “queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran, los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque la representación de este mundo se termina” (1 Co 7, 29-31).
 Como el padre Enrique los que puedan; para ellos serán las moradas más cercanas al Maestro en Su Reino. Los demás, los que no son perversos, ni malintencionados, ni siquiera tibios, pero, como el joven rico, no se atreven a soltar todo y apostar a lo grande, que vivan con la dignidad necesaria para seguir a distancia a un Maestro desnudo y azotado, para ser súbditos de un Rey crucificado, coronado de espinas, que por amor agoniza entre dos ladrones.
Como el padre Enrique, los valientes que aún estén a tiempo, o como Dimas los que hayan desperdiciado su vida, pero conserven una fe tan limpia, tan libre, tan sólida, que sean capaces también de soltar todo, darlo todo, reconocer sus miserias y suplicar una mirada, un recuerdo del Rey.
Entonces Él dirá: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Y todo habrá tenido sentido, hasta los errores, felix culpa, que han preparado el alma para aceptar al Redentor.