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miércoles, 1 de abril de 2015

Claudia Prócula. La Pasión; personajes secundarios II

Mientras estaba sentado en el tribunal, envió su mujer a decirle: No te metas con ese justo, pues he padecido mucho hoy en sueños por causa de él.

                                                                                                                           Mateo 27, 19


File:Gustave Doré - El sueño de la esposa de Pilato.jpg
                                           El sueño de la mujer de Pilato, Gustave Doré


            Quién pudiera dormir sola, y no con este cuerpo cobarde al lado. Quién pudiera volver a ser una doncella casta y pura, para huir de los hombres cobardes, de los hombres que venden sus ideales por miedo o por desidia, de los que se lavan las manos por tibieza, cobardía, incoherencia... Ofrecería mi destino a cualquier Dios. Aquel de los que siguen al galileo podría servir… Aquel por el que el galileo vive y muere podría acogerme… Acaso solo Él puede aceptarme, después de tantos años de indolencia compartida con esta marioneta que es Poncio, incapaz de reconocer la Verdad, ni siquiera cuando la Verdad lo mira y lo envuelve con un silencio lleno de respuestas.
 Poncio pudo haber pasado a la historia como un hombre valiente. Nunca volverá a tener una oportunidad así. No vendrá otro Mesías. Jamás va a haber una mirada o una voz como las suyas. No habrá nunca otro Jesús.
            Recuerdo la sangre bañando su frente, los labios hinchados por los golpes. Y sus ojos seguían brillando cálidos, a través de sus párpados entumecidos. Deberían haber estado enrojecidos o cerrados pero seguían brillando, limpios y claros, como si con ellos pudiera iluminar un día tan oscuro y extraño, tan violento, tan ciego.
             ¿Quién era ese hombre de hablar claro y breve, de silencios largos y llenos de significados? ¿Quién era ese rabbí misterioso que no puedo olvidar, que no quiero olvidar? ¿Quién era ese nazareno que regresa a mis sueños y me mira con amor? Nunca un hombre me ha mirado así, con esa ternura, con esa atención.. Ni una mujer. Ni siquiera mi madre. Nunca un hombre... Nunca, nadie. Nunca, nunca otro Jesús...
            Cómo escapar o empezar de nuevo, después de tantos años de rumbo incierto. Cómo dejar de ser la esposa del que se lava las manos de la sangre del justo, cómo abandonar para siempre la mentira y seguir a quienes siguen a ese hombre, por ver si me alcanza una palabra que me devuelva un nombre del que no avergonzarme jamás.
             Y volver a soñar con Aquel que ya han crucificado… Que no dejará de ser crucificado mientras queden hombres y mujeres que no sepan qué es la Verdad. Soñar con un amor que está más allá del amor, el que me inspira el recuerdo de sus ojos y su voz.
Claudia, dice cada noche el que nunca mereció castigo, Claudia, dice eternamente, por mi muerte naciste de nuevo, por mi suplicio te he salvado para Mí.


                                                                               ***
           
           Claudia duerme a mi lado. Qué hermoso sueño sueña, que deja en su semblante esa paz alegre, de niña que aún no sabe qué es el miedo o la ausencia o la tristeza. ¿Soñará con el nazareno? ¿Soñará que le escucha en ese monte donde dicen que dio claves de cómo encontrar y vivir la verdad?
           Yo sigo dando vueltas a la pregunta que le hice, ¿qué es la verdad?, y no respondió. O tal vez respondió con su silencio y con esa luz de sus ojos que no puedo borrar del pensamiento ni cuando duermo ni cuando miro a Claudia. Porque en los ojos de mi mujer veo un reflejo de esa luz de Jesús, que parece inundar poco a poco a cuantos creen que él es el Mesías.
            Dime, Claudia, ¿has encontrado la Verdad, sueñas con ella? Contéstame tú, o enséñame a mirar a quien tú miras, a creer en quien tú crees, que estoy cansado de tanta sombra y de tanta mentira. Que estoy cansado de ser Pilato, el cobarde, tan cansado de mí. Despierta, Claudia, y mírame. Despierta o, mejor, despiértame.

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