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sábado, 27 de noviembre de 2021

Despiertos


Evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre."


Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
                           Efesios 5, 14

El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
                                                                                                                    1 Corintios 13, 8-10

El Hijo del Hombre que vemos venir en una nube viene a liberarnos a todos sin excepción; y viene ya, ahora, porque el día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 35) es hoy, siempre hoy.

Podemos percibir los signos en el sol, la luna y las estrellas que llevamos dentro: angustia, locura, miedo, temblor, amenaza de abismos insondables, de finales catastróficos... Estad siempre despiertos es una llamada universal a despertar los sentidos espirituales, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo ahora para todos.

Es Quien nos salva, nos transforma y perfecciona para que estemos preparados. La visión que describe Jesús en el Evangelio de hoy es una imagen del mundo desastroso que hemos creado. Pero si despertamos, nos levantamos y estamos atentos, todo lo terrible de este mundo condenado a desaparecer pasa a un segundo plano porque fijamos la mirada y la atención en el Señor que salva y restaura, que hace nuevas todas las cosas, mientras el viejo mundo se repliega, como un libro que se cierra para no volver a abrirse, como un pergamino que se enrolla y se destruye porque ya no sirve. 

Entonces ya no nos atemorizan los males de aquel viejo mundo que pasa y podemos ver los desastres, los conflictos de dentro y de fuera, la enfermedad, la muerte sin tambalearnos porque nuestra mirada está fija en el Hijo del Hombre que viene en una nube, con gran poder y majestad.

Las profecías no asustan ni inquietan si recordamos nuestra condición de resucitados, que es mucho más que ser inmortales. ¿Cómo va a temer quien se sabe ya muerto y resucitado en Cristo y habitado por el Espíritu Santo, con su fuerza y su valor? El que vive con esa consciencia, confiado y libre, no tiene miedo. Está informado de lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Atendemos a los cataclismos interiores, a las fuerzas interiores y las sometemos para hacer realidad con Cristo, por Él y en Él, los nuevos cielos y la nueva tierra.

Hoy empieza el Adviento, tiempo de espera y también tiempo de realización. Podemos vivir la vida de Jesús desde el Nacimiento en nuestras propias vidas. Él vivió la Pasión y Muerte por nosotros (para nosotros, por causa de nosotros y en lugar de nosotros), y quiere que vivamos Su vida. Preparémonos para recibirle y acompañarle hasta la resurrección, recordando que es vida nuestra, vida tuya, vida mía, la vida que hemos venido vivir. Comienza la historia de amor con Aquel que es la Fuente de agua viva en nuestro corazón, surtidor que mana hasta la vida eterna.

El Reino ya está aquí, dentro de cada uno. Y todos los fenómenos, crisis, dones y gracias que lo hacen posible, también. El Reino ya ha venido, está aquí, en tu corazón, en mi corazón, despierto. www.viaamoris.blogspot.com 


                                                  Diálogos divinos 23. Adviento


DE SAN BERNARDO SOBRE LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Rey adorable


Evangelio de Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz." 

                                                         Ecce Homo, Tintoretto

Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.

                                                                         Daniel 7, 14 

Hoy contemplamos Jesucristo como Rey del Universo, la solemnidad con que culmina el año litúrgico. Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, uniéndonos a Él en la Eucaristía, Su Presencia Real en el mundo, que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es  el Pan nuestro de cada día que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.

Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, lo más real que podemos concebir en la tierra, el más absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.

Recordábamos hace poco cómo San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: nunca más servir a señor que se me pueda morir. Y lo dejó todo, literalmente, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único. Son muchos los que se han atrevido a hacer lo que no pudo el joven rico. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa.

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Magdalena Penitente, Pedro de Mena

En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva. Por eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis

Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando vive en "fiat". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero. 

Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).

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Nuestra Señora del Henar, s. XII

Jesús en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor. 

Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. Lo estoy aprendiendo ahora que veo al Rey en los cuerpos vencidos, en la fragilidad, en el desvalimiento…

María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz.

María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos. www.viaamoris.blogspot.com

                                                   Diálogos divinos, Hijos del Rey

sábado, 13 de noviembre de 2021

Cielo y tierra pasarán


Evangelio de Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.

                                               La Virgen del Apocalipsis, Miguel Cabrera


Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis.
Léon Bloy

                               Y dijo el que estaba sentado en el trono: "Mira, todo lo hago nuevo". 
                                                                                                             Apocalipsis 21, 5                                                                                                                         
El domingo pasado nos mirábamos en la viuda que lo da todo y se da por entero. Aprendimos de ella que la verdadera ofrenda es darse uno mismo, esa continua muerte a lo falso para nacer a la Vida. Valiente y libre nos parecía esa mujer anónima, porque la verdadera libertad es vivir sin miedo. Sabia y lúcida al mostrarnos que el anonadamiento lleva a la plenitud, y el desprendimiento a la verdadera abundancia.

Desde la más absoluta humildad, la entrega absoluta, se llega a la meta, y en ese camino, raudo como un relámpago, todo se transforma y todo se recibe, porque se es vaso vacío. De la nada al Todo, camino de retorno que, a la vez que lo recorremos, ya lo hemos recorrido. Miro la Eucaristía y me doy cuenta de que es más adorable que el Cristo triunfal que imaginamos al pensar en la Parusía. 

Lo entendí de otro modo (lo mismo, siempre nuevo) hace tiempo en una Misa con el Réquiem de Fauré. Nosotros, embargados por la belleza de la música, y Él, el único Real, desde la humildad y el anonadamiento del Sagrario, atrayendo y adelgazando todas las músicas de todos los tiempos en la única Nota, la intemporal, Verbo Increado, Origen esencial al que volvemos. Desde ese trono invisible para los ojos, Él nos sigue diciendo: “Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo”. Y contemplé la Jerusalén eterna en una iglesia llena de ancianos, hermosos como ángeles.

La viuda que da todo, desapego, valentía, confianza, símbolo de lo que somos y hemos olvidado. El final de la renuncia es soltar también la vida como experiencia cronológica, las posibilidades que nos seducen. Proyectos, expectativas, futuros falsos que nunca son como imaginábamos y nos hacen perder la Vida que solo está en el presente, ventana a la eternidad. Creemos coleccionar proyectos, cosas, ideas, experiencias hermosas, éxitos, viajes, títulos, medallitas del mundo…, y coleccionamos muerte, porque están en un tiempo de entropía y destrucción, ese tiempo que, como dice el Evangelio de hoy, acabará con angustia para los que creen en el mundo y se creen del mundo. Pero no somos del mundo, ni del tiempo ni de la muerte… Cuando lo ves, sabes que solo ahora, en este “hoy” que nos presenta una y otra vez el Evangelio, puedes vivir y salvarte o darte cuenta de que ya estás a salvo.www.viaamoris.blogspot.com 

El coraje de la viuda y del que con su desapego puede afrontar ese cataclismo aparente del tiempo que colapsa y los mundos que agonizan consiste en saberse amado. El miedo no existe en quien se sabe amado. Es el fondo de la oración verdadera: dejarse mirar, sentirse amado, para escuchar te amo, en lugar de temo.

Libres, desapegados, pobres de espíritu en el camino de retorno, desde el exilio al Paraíso, a nuestra esencia original. Desprendimiento, abajamiento total, que es la condición necesaria para encontrar ese punto de conexión con la Verdad, la puerta estrecha, la Puerta.

Él se hace esencial y real en la Eucaristía, y yo me realizo cuando Le miro y me olvido de mí. Esa es la “cosa” que le faltaba al pobre rico y nos suele faltar a todos, la única opción ya: soltar todo, sotarse, ojo de aguja que atravesamos cuando morimos a nosotros mismos, a lo que no somos y accedemos al Sí mismo, Comunión.

Profecía es advertencia, no certeza, porque el profeta se sitúa más allá de las circunstancias o dimensiones espacio-temporales donde los soberbios no llegan. El Reino no es lo espectacular o grandioso; es la hora de los humildes, los sencillos, como la viuda pobre, los que viven su día a día con ojos despiertos, ven el milagro de lo cotidiano y sueltan lo falso, lo que pesa y detiene, esa nada de sombra, disfrazada de todo.

La profecía siempre señala hacia el Origen y hacia la única elección que puede llevarnos allí;  lo que vaticina es para aquellos que no escojan esa única opción. Solo nos toca interpretar esa parte de la obra, para no eternizarnos en ensayos agotadores. Si el final es perfecto y ya es, ¿por qué no representar el papel que nos ha tocado con el corazón y la mirada puestos en ese final que es el Inicio?

Miramos a Cristo, soltamos todo y ese todo, que es nada ante el Todo, se transforma en "combustible" para el mejor de los futuros. Entonces, renunciamos incluso al futuro, porque decidimos volver a ese Presente intemporal en que ya somos con Él y en Él, la plenitud del Ser eterno.

Puede que esa sea la diferencia entre los llamados y los elegidos. Es elegido, y se elige a sí mismo, el que sin miedo ni reservas, mira al Ser y suelta todo lo demás, el que, como la viuda, se queda sin nada y por eso tiene Todo. El elegido sabe, además, que las profecías verdaderas, de ayer, de hoy, de siempre, tienen que ver con cada uno de nosotros, si sabemos verlo y vivirlo. El sol que se hace tinieblas, la luna que se apaga, las estrellas que caen del cielo, los ejércitos celestes que tiemblan…Todo dentro. Y llegarán los nuevos cielos y la nueva tierra, si volvemos a nacer, de agua y espíritu.

Vendrá, vino, viene cuando menos lo esperamos, como un relámpago, como un ladrón en la noche, como la muerte, siempre a destiempo, siempre de improviso. Vivimos como si el mundo fuera a durar para siempre. Si fuéramos realmente conscientes de la impermanencia de este mundo de formas y de nombres, no seguiríamos, como veíamos en el Evangelio del viernes, comiendo, bebiendo, casándonos, fabricando, comprando, vendiendo, edificando sobre arenas movedizas (Lc 17, 26-37).

Entonces, ¿no hay que hacer nada? Sí y no, no y sí, pero, como dice San Pablo, sin apego, sin expectativas, sin poner el corazón en lo efímero: “que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran, los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque la representación de este mundo se termina” (1 Co 7, 29-31).

Apocalipsis significa revelación, es decir, luz, conocimiento, nada que inspire miedo o aprensión. El miedo se combate con la fe y la esperanza, pero podemos ir más allá, porque la fe y la esperanza dejan de ser necesarias cuando alcanzamos la Visión definitiva y solo queda el Amor. Apoyemos nuestra vigilia en Su Palabra, que no pasa aunque cielo y tierra pasen, y así nos liberaremos del miedo. “Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo”, nos sigue diciendo ahora.

Estar despiertos, vivir ya en la Presencia, conscientes del Reino que palpita en el interior, realizando los nuevos cielos y la nueva tierra. Plenitud y libertad a nuestro alcance ya, ahora, porque Él siempre viene; Él siempre está. Elevarnos a lo trascendente pasando por lo inmanente; sigámosle hacia la Unidad, atravesando la ilusión de lo múltiple, apariencia de separación, figura de un mundo que ya pasa. 

Requiem, Mozart 

sábado, 6 de noviembre de 2021

La mujer valiosa. Las viudas vírgenes


Evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos monedas de muy poco valor. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir."


                                              Óbolo de la viuda, James Christensen
  
La mujer valiosa, ¿quién la hallará?
            Vale mucho más que las perlas.

                                                                                                 Proverbios, 31, 10

                                     "Mujer" es la palabra más noble que puede atribuirse al alma
                                       y es mucho más noble que "virgen".
                                                                                                            Maestro Eckhart
                                               
        Todos anhelamos la plenitud, y las paradojas que usa la Sabiduría para que comprendamos nos enseñan a integrar, unir, reconocer la única opción, que contiene todas las demás. La viuda lo escenifica hoy ante la mirada de Jesús, que ha de ser nuestra mirada. La limosna de la propia voluntad es don total, único, definitivo, como el Sacrificio de Cristo que recuerda la segunda lectura (Hebreos 9, 24-28).  Hoy recordamos la entrada más vista del blog hermano www.viaamoris.blogspot.com¿Por qué será la más vista? ¿Atrae el título por su aparente contradicción?

El contraste que nos muestra el Evangelio entre las actitudes de los escribas y la mujer que deposita sus últimas monedas en el gazofilacio, cuando está acabando la actividad pública de Jesús, es contundente. La palabra “viuda” es la que vincula ambos fragmentos, referidos a dos formas opuestas de ser y estar en el mundo.  En este caso, los contrastes a superar, integrar y conciliar en la Unidad a la que estamos llamados son: ricos y pobres, tener y ser, hipocresía y sinceridad, injusticia y amor, egoísmo y generosidad, mezquindad y desprendimiento. La viuda que Jesús mostró a los apóstoles como ejemplo de nobleza y humildad no pretende aparentar nada, es lo que es, inmensa en su gesto, perfecta en su entrega.

Jesús ya había “purificado” el templo con aquel acto de cólera sagrada. Por eso, la contemplación del sacrificio (sacer fare, hacer sagrado) de esta mujer va mucho más allá de cualquier argumento, por otro lado, respetable, sobre si estaba siendo explotada o no. Ella no está dando una limosna a la dimensión humana del templo, sino que, entregando cuanto tiene para vivir, se está ofreciendo a sí misma a Dios, con una actitud de absoluta confianza. Y, en ese darse por entero, cumple ejemplarmente con el primer mandamiento, pues está amando con todo su corazón, toda su alma, toda su mente, todo su ser (Marcos, 12, 30). Su recompensa está a la altura de su ofrenda. Aunque ella aún no lo sabe, su esposo definitivo será Aquel que ya la está mirando con los ojos radiantes de amor y de ternura.

            Siempre me han impresionado e inspirado las viudas que la Palabra de Dios nos ofrece como modelo. Qué arquetipo tan hermoso, tan profundo y lleno de matices.
La viuda de Sarepta, que, confiando en la providencia de Dios y en el profeta Elías, no se reservó nada para sí (1Reyes 17, 10-16).
Rut, la moabita, que decidió acompañar por siempre a su suegra Noemí, viuda también, que había perdido a sus dos hijos. Cuando esta insistió en que, por su bien, volviera a casa de su madre, para encontrar nuevo marido, aunque la dejara a ella en la soledad y la pobreza, destino de las viudas, Rut pronunció aquellas palabras eternas: “No insistas en que te deje y me vaya lejos de ti; donde vayas tú, iré yo; donde mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1, 16).

El Evangelio de hoy nos invita a contemplar a la discreta y silenciosa viuda pobre que, al dar todo cuanto tiene, en realidad, está dando todo cuanto es y, sin saberlo, en su ofrenda silenciosa, está renaciendo bajo la mirada de Jesús de Nazaret, tan próximo ya a la Pasión ¿Qué fondo de confianza la sostiene para que sea capaz de darlo todo? ¿Cómo la miraría Cristo, estando a punto de entregarse él mismo, de forma total y definitiva? Qué inspirador pasaje, para meditar y contemplar el Misterio de un Dios hecho hombre.

La verdadera riqueza, la que perdura, la fortaleza, el poder que mueve montañas consisten en no reservarse nada, ningún bien material o inmaterial. “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 33). Es, de nuevo, la lección de la confianza, de la pobreza en el espíritu, paso previo al necesario morir a uno mismo, que abre las puertas de la Jerusalén celeste, que ya es, aquí, ahora, para el que ha dado ese salto sin red sobre el abismo.

¿Qué podemos ofrecer cada uno para poder dar ese salto? ¿De qué nos cuesta desprendernos? ¿A qué nos aferramos? ¿Seguridad, afectos, comodidades, bienes materiales, rutinas, prejuicios, prestigio, creencias, tranquilidad, proyectos, fantasías, triunfos, fracasos, emociones negativas (porque de todo hay)? Eso a lo que tanto nos cuesta renunciar es nuestra cárcel, los barrotes que nos impiden alcanzar lo verdadero.

La entrega total, en cambio, abrazarse a la cruz, es el puente hacia la Vida, que se despliega bajo nosotros, precisamente, mientras estamos saltando sobre el abismo.
Y no se trata solo de dar o de soltar: hacer una generosa donación a Cáritas o a Vicente Ferrer, renunciar al apego a esa persona sin la que crees que no puedes vivir, abandonar un trabajo que acaricia tu ego y te anestesia, liberarse de tantas comodidades, a veces tan sutilmente diabólicas. Hay que ir a la raíz de la entrega total, transformar las actitudes que nacen en el corazón y son las que pueden ensuciar o limpiar, oscurecer o iluminar nuestras vidas y las de los que nos rodean. Porque, sin amor, cualquier donación desinteresada, cualquier renuncia, cualquier altruismo aparentemente heroico no sirve de nada (1 Corintios 13, 1-3).

Y es que, en el fondo, da igual que se lo diera al templo, del que no quedará piedra sobre piedra (Marcos 13, 2), a un mendigo o al propio Judas, que guardaba la bolsa, (Juan 13, 29). Estamos intentando mirar el gesto de esa viuda y verla a ella con los ojos de Cristo; su nobleza, su ofrenda, su belleza transparente. No sé por qué, la imagino hermosa, no anciana, sino más bien joven, o…, mejor, atemporal, con el cutis terso, la mirada limpia y la mano que deposita los dos leptos, grácil, delicada. Una mujer que había conocido el amor de un hombre y, al perderlo, se entregó al Amor de Dios, alcanzando un nivel y una calidad de pureza infinitamente superior a la de muchas vírgenes solo en lo físico. 
– ¿Qué dices, loca? Exageras, como siempre. ¿Cómo va a recobrar una viuda la pureza de una virgen? ¿Puede el amor a Dios y a los demás transformar así los cuerpos? 
– Claro, pero solo si antes ha transformado el alma.

La viuda silenciosa, iluminada por la mirada del Maestro, tan cerca ya de Su propio Sacrificio en la cruz, tiene, como la generosa viuda de Sarepta o como la fiel y compasiva Rut, el alma traslúcida del que ha logrado la virginidad espiritual, que es la absoluta disponibilidad. Cuánto más bella y trascendente es esta virginidad que la meramente física, que, si no se alcanza también la del espíritu, acaba corrompiéndose, manchándose de soberbia, rigidez y vanidad.

La viuda de Sarepta, Rut, la viuda del templo, las tres son ejemplo de la mujer valiosa, la que añora en los Proverbios Lemuel, rey de Masá (Proverbios, 31, 10). Viudas vírgenes las tres, aunque hubieran tenido cinco maridos como la samaritana, pues la verdadera pureza nace de la disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios y ofrecerse por entero a Él y al prójimo. Cada una a su manera, en su lugar y circunstancias, ha pronunciado el “hágase Tu voluntad” que, al brotar del corazón, las hace libres.

También nosotros podemos ser libres si seguimos su ejemplo y el de tantos que se miraron en ellas, que escucharon la Palabra y la pusieron por obra, como Bernardo de Claraval, que dijo: “Siguiendo el ejemplo de aquella mujer del Evangelio, he dado en mi pobreza todo lo que tenía”.

Un paso inicial hacia esa meta sería comprender, por fin, que las Sagradas Escrituras, y muy especialmente el Evangelio, están hablando de nosotros y para nosotros. Solo así nos irá transformando su poderosa alquimia.


Lo que agrada a Dios, Luis Alfredo Diaz

 El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. 
                                                                                                                 Lucas 17, 33

                                    Tengo miedo de lo que doy, pues me esconde lo que no doy.
                                                                                                             Michel Quoist