Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 22 de julio de 2023

El Reino es Jesús

 

Evangelio según san Mateo 13, 24-30

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”». También les propuso otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas". Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa". Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña en el campo". Él les respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!"

Resultado de imagen de el sembrador pintura

La entrada en el Reino exige un deseo vivo y continuo, una aceptación 
constante y actual de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es un “sí” 
continuamente repetido, que ha de vencer a nuestra infidelidad práctica

Yves de Monteheuil

Con parábolas, para que le entiendan todos, y con su vida, Jesús anuncia el Reino de Dios, insistiendo en que no es un Reino lejano e inalcanzable, sino que está dentro de nosotros (Lucas 17,21), dentro y cerca (Marcos 1,15), y se actualiza en Él y en cada uno de los que acogen la Buena Nueva (Mateo 20,28). Porque el Reino es Jesucristo y la Buena Noticia que anunciamos es también Él. 

Nos cuesta percibir ese Reino tan cercano, tan íntimo y personal, porque está en la eternidad y las distracciones del mundo y sus bienes temporales nos impiden vivir fundidos con el Eterno, Jesucristo, el Verbo increado. Es la cizaña que crece junto al trigo hasta la siega, que es el final del mundo.www.viaamoris.blogspot.com

No es contradictorio decir "venga a nosotros tu Reino" y saber que el Reino ya Es, porque es anterior a la creación y perdurará para siempre. El Maestro hablaba de ello en parábolas porque es muy difícil expresar con palabras unos misterios tan inalcanzables para la mente limitada, atada al tiempo y al dualismo (dentro, fuera; antes, después; superior, inferior…).

Jesús nos eleva hasta Él para que comprendamos sin necesidad de argumentos intelectuales. Como un latido, como un abrazo de amor verdadero, como una respiración. Nos hace vivir el Reino en el presente atemporal, que es plenitud y es coherencia y es potencia infinita. Como la semilla, que ya lleva en sí el potencial de lo que llegará a ser.

Jesús es la semilla del Reino y es también el sembrador en la tierra fecunda que somos si confiamos y nos abrimos a Él. “Desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor”, nos propone San Pablo en Corintios 5, 6-10. Desterrados del mundo, del que no somos, del cuerpo mortal, aunque siga sirviéndonos como vehículo, como instrumento,  vemos crecer el Reino dentro de nosotros, con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que abona, riega, vela por las semillas que también somos, como Él fue la primera semilla. Solo cabe esperar, confiar, recordar que la única tarea verdaderamente importante es dejarnos cuidar, amar y transformar por Él.

Las parábolas que hoy contemplamos nos recuerdan una vez más que el Reino se manifiesta en lo pequeño, lo discreto, lo desapercibido; y no en lo brillante, ni lo evidente, ni lo triunfal. Al Reino no se llega por el camino asfaltado ni por la escalera lujosa, sino por el camino descendente de Aquel que se abajó para elevarnos.

Es el sacrificio (sacer fare: hacer santo, sagrado) de lo discreto, lo normal, lo cotidiano. Ofrecemos todo con confianza y naturalidad. Cada día, en cada gesto en cada encuentro, cada pensamiento y cada sentimiento. Nuestras vidas son la gota de agua que se une al vino en la Consagración para disolverse en la Sangre de Cristo; y así, nuestras voluntades, sufrimientos, esfuerzos y anhelos se hacen Sangre redentora, vida eterna. Y todo al estilo de Jesucristo: con discreción, silencio, constancia, fidelidad. 

Jesús es el Reino y quiere que lo seamos nosotros también. El Reino se halla en lo más íntimo y profundo de nosotros mismos, y no hay nada sensible que pueda evidenciarlo. Pero sí hay signos de pertenecer al Reino: la docilidad, la confianza y, sobre todo, la fidelidad a la voluntad de Dios. Confianza y fidelidad, porque el amor confía, es fiel y no teme. Frente a lo circunstancial y temporal está lo eterno; vivámoslo ya con ojos de eternidad.

                                              El Reino es hoy, Salomé Arricibita

Hermanos, habéis aprendido como el reino de los cielos, con su grandeza, se compara a un grano de mostaza. No nos dejemos desconcertar por las palabras del Señor. Si, en efecto, la debilidad de Dios es más sabia que el hombre, esta pequeña cosa, que es propiedad de Dios, es más espléndida que toda la inmensidad del mundo. Nosotros solamente podemos sembrar en nuestro corazón esta semilla de mostaza, de modo que llegue a ser un gran árbol del conocimiento, sobrepasando su altura para elevar nuestro pensamiento hasta el cielo, y desplegando todas las ramas de la inteligencia.
Cristo es el reino. A manera de una semilla de mostaza, ha sido sembrado en un jardín, el cuerpo de la Virgen. Creció y llegó a ser el árbol de la Cruz que cubre la tierra entera. Después de ser triturado por la pasión, su fruto produjo sabor para dar su buen gusto y su aroma a todos los seres vivos que lo tocan. Porque, mientras la semilla de mostaza permanezca intacta, sus virtudes quedan escondidas, pero despliegan toda su potencia cuando la semilla es molida. De igual modo, Cristo quiso que su cuerpo fuera molido para que su fuerza no quedara escondida. Cristo es Rey porque es el principio de toda autoridad. Cristo es el reino porque en él reside toda la gloria de su reino. 
                                                                                                          San Pedro Crisólogo

sábado, 15 de julio de 2023

Los secretos del Reino de los Cielos

 

Evangelio según san Mateo 13,1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga». Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Parábola del sembrador - Colección - Museo Nacional del Prado
Parábola del Sembrador, Abel Grimmer

A partir de este Domingo la liturgia nos recuerda las llamadas Parábolas del Reino que se recogen en el capítulo 13 del Evangelio de san Mateo. Son las parábolas del sembrador, de la cizaña, de la mostaza, de la levadura, del tesoro escondido, de las perlas finas y de la red barredera. Con estos relatos, tan afines con el pensamiento de la época y de los lugares donde predicaba, Jesús podía explicar a las muchedumbres que le seguían la naturaleza del Reino de Dios. A sus apóstoles les hablaba de una manera más profunda y directa.

A propósito de la conocida parábola del sembrador que contemplamos hoy, recuerdo una imagen del padre Pío, que compara nuestra alma con un jardín, en el que nosotros somos solamente el jornalero que quita pedruscos, pero luego está Jesús sembrando flores y plantas finas y embelleciéndolo cuando le dejamos.

La esencia del Reino de las Cielos es la Palabra de Dios que, sembrada en el alma, crece y se desarrolla para devolvernos la semejanza perdida. Porque el Reino, que es lo que el ser humano anhela, aunque muchos no lo sepan, ya está dentro. Si nos mantenemos fieles y atentos a Jesús en nosotros, libres de afanes y objetivos ajenos a Él, nos damos cuenta de cómo va creciendo su semilla, que necesita espacio para desarrollarse.

Nada, nada, nada, y en lo alto del monte, nada… Decía San Juan de la Cruz. Es lo necesario para la fecundidad: vacío y hágase, vacío y fiat. Si el seno de la mujer está lleno, no es posible una nueva concepción. María, que concibió sin necesidad de hombre, lo hizo a través del Fiat. Un alma que quiera concebir el Reino, que es Cristo, necesita ese mismo vacío, que en el alma es el hágase  en mí, según Tu Palabra.

Ofrecemos a Dios nuestra nada y la Él llena de todo porque la llena de Sí Mismo. La miseria la transforma por su misericordia, hasta que todo es Él: sembrador, semilla, grano, espiga, pan de vida…

El Magnificat, el canto de María es la expresión más bella de esa humildad receptiva y del enaltecimiento que espera a los que se hacen pequeños, como niños, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Así es también el Sagrado Corazón de Jesús, aparentemente pequeño, tan pequeño que la punta de una lanza pudo traspasarlo, tan infinito que inunda el universo de Vida eterna, de perdón y de gracia, de plenitud divina.

Si cuidamos la semilla en el alma, la Vida de Jesús, el fruto que estamos llamados a dar es Su mismo amor, que consiste en darse. Él Se nos da, nosotros nos damos cuando renunciamos a todo lo que no somos para ser en El. Porque Jesús es el Reino y viene a dárnoslo, viene a darse.

En este post y en el blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com, algunos extractos de Libro de Cielo, dictado por Jesús a Luisa Piccarreta, acerca del Sembrador Divino, y de la Vida que Su Voluntad siembra en el alma:

18-6-1925
Todas las cosas tienen su correspondencia, y si no la tienen se pueden llamar obras inútiles y sin valor. La semilla arrojada bajo tierra por el sembrador quiere la correspondencia, que la semilla genere otras semillas, el diez, el veinte, el treinta por uno. El árbol plantado por el agricultor quiere la correspondencia de la generación y multiplicación de sus frutos. El agua sacada de la fuente da la correspondencia de quitar la sed, lavar y limpiar a quien la ha sacado. El fuego encendido da la correspondencia del calor, y así todas las demás cosas creadas por Dios, que tienen el poder de generar, contienen la virtud de la regeneración, se multiplican y dan su correspondencia. Ahora, ¿sólo esta Voluntad nuestra, salida de Nosotros con tanto amor, con tantas manifestaciones y con tantos actos continuados debe quedar sin su correspondencia de la regeneración de otras voluntades humanas en Divinas? La semilla da otra semilla, el fruto genera otro fruto, el hombre genera otro hombre, el maestro forma otro maestro y, ¿sólo nuestra Voluntad, por cuán potente Ella sea debe quedar aislada, sin correspondencia y sin generar la nuestra en la voluntad humana? ¡Ah no, esto es imposible! Nuestra Voluntad tendrá su correspondencia, tendrá su generación Divina en la voluntad humana, mucho más que esto fue nuestro primer acto por el cual todas las demás cosas fueron creadas, es decir, que nuestra Voluntad transforme y regenere la voluntad humana en Divina. Voluntad salió de Nosotros, voluntad queremos, todas las demás cosas fueron hechas en orden secundario, pero esto fue hecho, establecido en el orden primario de la Creación, a lo más podrá llevar tiempo, pero no terminarán los siglos, sin que mi Voluntad obtenga su finalidad. Si ha obtenido la finalidad de la regeneración en las cosas secundarias, mucho más lo debe obtener en su finalidad primaria. Jamás nuestra Voluntad habría partido de nuestro seno si hubiera sabido que no habría tenido sus efectos completos, esto es, que la voluntad humana quedase regenerada en la Voluntad Divina.

30-9-1930
Mira entonces, en todas nuestras obras dirigidas a bien de las criaturas queremos encontrar un apoyo, un lugar, un pequeño terreno dónde poner nuestra obra y el bien que queremos dar a las criaturas, de otra manera, ¿dónde la ponemos? ¿En el aire? ¿Sin que al menos uno lo sepa y que nos atraiga con sus actos formando su pequeño terreno, y Nosotros como celestial sembrador sembrar el bien que queremos dar? Si esto no fuese, que de ambas partes, Creador y criatura, la formaran juntos, ella preparándose con sus pequeños actos para recibir, y Dios con el dar, sería como si nada hiciéramos o quisiéramos dar a la criatura. Así que los actos de la criatura preparan el terreno al Sembrador Divino; si no hay tierra no hay que esperar la siembra, ninguno va a sembrar si no tiene un pequeño terreno, mucho menos Dios, Sembrador Celestial, arroja la semilla de sus verdades, el fruto de sus obras, si no encuentra el pequeño terreno de la criatura. La Divinidad para obrar, primero se quiere poner de acuerdo con el alma, después de que lo hemos hecho y vemos que ella quiere recibir aquel bien, hasta rogarnos y formarnos el terreno donde ponerlo, entonces con todo amor lo damos, de otra manera sería exponer a la inutilidad nuestras obras”.

                                        205, Diálogos Divinos. "El Reino es un decreto"

sábado, 8 de julio de 2023

Los pequeños y sencillos


Evangelio según san Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»




Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial.
La primera se gloría en sí misma; la segunda, se gloría en el Señor.    
                                                                                                                        San Agustín                                                                      
Los sabios y entendidos del mundo no pueden pasar por la «puerta estrecha», ese umbral invisible, que da acceso al Reino. Los pequeños, los sencillos son capaces de encontrar el camino de retorno, desde el exilio a la tierra prometida, a nuestra esencia original, anterior a la caída que la soberbia provocó.

Los sabios y entendidos han olvidado que Dios les ama y que ellos han sido creados para corresponder a ese amor. Escogen la separación, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal y caen en la eterna tentación de Adán y Eva, alejándose de la Sabiduría. Los pequeños, los sencillos conocen la voz del Buen Pastor y la Puerta que lleva a los verdes pastos, en cuyo centro está el Árbol de la Vida. 

El pequeño, el humilde y sencillo, se ha liberado de las cadenas de la mente, que se disfrazan de conocimientos, saberes, ideologías…, ha soltado incluso la necesidad de hacer y de saber. Es la muerte del ego, el renunciar al mundo para ganar el alma, el perder la vida para ganar la Vida, el morir a uno mismo para nacer al Sí mismo. 

Ser como los pequeños que menciona Jesús en el Evangelio de hoy es recuperar la infancia espiritual, y hacerse como niños para entrar en el Reino. En este camino descendente de regreso a la inocencia, seguir al Maestro manso y humilde de corazón que nos guía.

Es hora de abrir los ojos, encontrarnos con la mirada amorosa de Jesús que nos ofrece alivio y descanso, Verdad y Vida. Ese es el Camino de santificación: unirnos al único Santo, el único Bueno, para encontrar en Él el verdadero nombre de cada uno, escrito por Dios antes de los tiempos. Porque la eternidad es más que tiempo infinito, mucho más que “sin tiempo”, es Conocimiento, pero no intelectual, sino Conocimiento que empieza por la intimidad y sigue por la unidad con la Fuente de toda Sabiduría, la Palabra viva y eficaz.

Los que quieran ser santos al modo humano que sigan preocupándose de hacer, lograr y acumular méritos. Los que solo anhelen Ser en Cristo, el único Bueno, que nos brinda paz y consuelo, que sean tan humildes, tan pequeños y tan sabios como el campesino analfabeto que admiró al cura de Ars, porque su grado de confianza e intimidad con el Señor en el Sagrario le permitía mirarle, ser mirado por Él y estar “contento”, es decir, adentrarse en la eternidad. 

Nosotros no somos tan sabios como aquel campesino de corazón de niño y alma translúcida. Por eso nuestra tarea consiste en soltar, dejar lo que no somos, abandonar con alegría lo que nos impide recibir lo que el Hijo quiere darnos: todo lo que le ha dado el Padre, esto es Todo.

El precio de la vida eterna es lo que creemos ser y la recompensa es unirnos a Jesús, que nos conduce a la verdadera Semejanza. Esto es, el premio es ser en Él, con Él y como él. www.viaamoris.blogspot.com 

Ante tal esperanza, ¿qué responder a la invitación que Jesús nos hace en el Evangelio de hoy? Los pequeños y sencillos, los pobres de espíritu saben que la única respuesta es el Fiat, el sí definitivo, la entrega total a la Voluntad de Dios. Los falsos sabios y entendidos del mundo ni siquiera escucharán al Maestro, seguirán inmersos en sus afanes y a los reclamos del mundo, atentos a esas luces de neón que les mantendrán para siempre alejados de la verdadera luz, sin darse cuenta de las tinieblas que ya se ciernen sobre el mundo.

                              226. Diálogos Divinos. La nada en la Divina Voluntad 

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
                                                                                                                  Maestro Eckhart    

sábado, 1 de julio de 2023

"El que pierda su vida por Mí la encontrará"

 

Evangelio según san Mateo 10, 37-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

Charles de Foucauld.jpg
Charles de Foucauld

                                                                                    Seguir desnudo a Cristo desnudo.
                                                                                                                                                                                                                                                                                San Jerónimo

En la imagen, San Carlos de Foucauld, uno de los más fieles seguidores de Cristo. Con su vida y su obra nos muestra que ser discípulo supone, además de escuchar la Palabra e imitar a Jesús, estar dispuesto a renunciar de tal modo a la personalidad, gustos, aversiones, proyectos, anhelos del hombre viejo (Romanos 6, 6-8), que acabas configurándote con el Maestro, hasta el punto de poder decir con San Pablo: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2, 20). 

No se trata de una simple asimilación de la enseñanza de Jesús; asumir e integrar Su mensaje implica reconstruirnos, recrearnos por Él, para ser en Él y Él en nosotros www.viaamoris.blogspot.com .

La meta es unirnos totalmente a Cristo para que Su vida sea la nuestra y nuestra pobre vida mortal quede clavada en Su cruz, integrada en Su Vida. Entonces la pérdida se transforma en una ganancia inimaginable; la negación de sí, en un hallazgo del verdadero Sí mismo; toda renuncia, en el Encuentro decisivo; la muerte del ego, en la Vida verdadera. 

El amor humano es un tesoro, verdadero don de Dios, pero es infinitamente más valioso si se subordina al amor divino. Es preciso abrirse a la Verdad para que el amor se vaya purificando, desnudando, liberando de lastre y ataduras hasta ser puro Amor, incondicionado, infinito y eterno. 

Entonces ya no amas a tu padre solo porque es “tu” padre  –eso sería un mero querer, aferrar, apropiarse–,  sino que amas a tu padre (o a tu madre o a tu amigo) por sí mismo, en ese Sí mismo que comparte con todos los padres, madres, amigos, con todos los hombres y mujeres, muchos y Uno, manifestaciones del Ser Único de Dios.

La multiplicidad, sublimada e integrada en la Unidad; la dualidad, transfigurada y ascendida a la no-dualidad. A eso hemos venido, a elevar con Él y por Él lo contingente, a trascender y eternizar lo perecedero, a unificarlo todo en Él. 

Cuando comprendes el sentido de tu existencia, lo aceptas y te pones manos a la obra con los ojos y el corazón fijos en Aquel que nos da el sentido y la misión, empiezas a reflejar en tu rostro la luz y los rasgos de Jesucristo, porque ya no eres un ego separado, que se afana, se defiende y acapara, sino Cristo, vida nuestra (Colosenses 3, 4).

Oración del abandono

Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.

                                     Charles de Foucauld
                                     
                                     Pongo mi vida en tus manos
, Luis Guitarra