Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 24 de marzo de 2012

"No te salves." Benedetti



        


              Suelo recordar este poema de Benedetti cuando pienso en los tibios y miedosos (los de fuera y los de dentro, como siempre, mota en el ojo ajeno y viga en el propio) que no son capaces de amar sin condiciones y entregarse de verdad.
             Son los que, si son religiosos, “aman” a Dios por miedo al infierno o por anhelo de ir al cielo, pero sin sentimiento profundo y consciente, real. Sustituyen amor por miedo y por deseo. Si se salvan, porque Él, en su misericordia infinita, se canse de vomitar tanto tibio y mediocre, no gozarán de una morada espaciosa y llena de luz como aquellos que hayan apostado hasta su último aliento para amar sin condiciones ni expectativas. Si el reino de los cielos fuera un edificio, se quedarían en el sótano o en el trastero.
Son tibios y mediocres también (como siempre, dentro y fuera, viga y mota) los que aman al otro para que llene sus vacíos o les distraiga o les saque las castañas del fuego. Los que no han descubierto o no se atreven a asumir esos vacíos que es imposible llenar, sus mentiras letales, sus castañas crudas o acaso abrasadas. Los que nunca han logrado ser dueños de sí mismos y por eso no tienen nada que dar.
Porque quien no es dueño de sí, quien no se posee para poder darse, no posee nada y es un mendigo forzoso; no un mendigo voluntario y consciente, que esa es otra “raza” muy distinta, admirable, sobre la que otro día reflexionaremos (la de fuera y la de dentro, como siempre, mota y viga, ojos limpios, ojos libres para ver).

            Otra voz para este poema que, como la película, El lado oscuro del corazón, tanto nos sugiere a mi amigo César y a mí:





sábado, 17 de marzo de 2012

Nómadas


¿Por qué nos gustan tanto los regalos? Basta ir a cualquier feria de muestras para ver cientos de personas, profesionales o curiosos, con bolsas y más bolsas.
A muchos les sobra el dinero para comprar cuanto necesitan, pero les encanta recibir esos objetos promocionales que, cuando lleguen a casa o a la oficina, regalarán.
De las ferias que visité, volví cargada de regalos que enseguida cambiaron de dueño. ¿Es un hábito infantil que conservamos, o algo más profundo, una pulsión que se remonta a aquellas edades en que éramos nómadas y debíamos aprovechar lo que encontrábamos?
En algunos, esa pulsión es más fuerte y acumulan como urracas. En otros, sólo es un eco, un juego inofensivo y, según reciben, dan.

viernes, 9 de marzo de 2012

Estos días azules, este sol de la infancia.

                                                                                                      Estos días azules,
                                                                                                      este sol de la infancia…
                                                                      
                                                                                                          Antonio Machado
                                                                                              Poema esbozado antes de morir


            Cómo ha cambiado el barrio de mi infancia y juventud: tiendas nuevas, tipos humanos nuevos... Me siento extraña, ajena a este conglomerado ruidoso con el que me cruzo, superpuesto al que fue mi territorio, mi tribu, mi riada de rostros, comercios, olores familiares hace veinte años. También me siento ajena al barrio donde ahora vivo, más trepidante aún en apariencia, y en su ritmo esencial tan sosegado.
          ¿Dónde está mi hogar?, ¿dónde mi espacio y mi gente? Lejos, ya lejos, y a la vez muy cerca, en esa dimensión con la que de vez en cuando conecto y me devuelve al Reino que no pasa. Estamos en el mundo pero no somos del mundo, ya voy comprendiendo.
La iglesia es uno de los pocos edificios por los que no parece haber pasado el tiempo. La iglesia de siempre, pequeña, sencilla, con su aire románico, su campana alegre de palomas. La miro y miro el cielo: esas nubes rosadas que recortan el azul pueden ser de hoy, de hace diez años, de hace mil años o de mañana.
            La iglesia humilde, las nubes, la mano de mi madre, intacta en su latido, a pesar del cansancio y del disfraz con el que Cronos pretende vengarse por tantas victorias atemporales.
            La iglesia, inmune al tiempo, las nubes, la mano de mi madre, que sigue caminando a mi lado, son hoy mi patria, mi centro, mi hogar.
             La iglesia de mi infancia, estos días azules, este sol, las nubes dibujándose alegres en el cielo, la mano de mi madre, tan suave y caliente, tan segura.
            Volvamos a casa, que va siendo hora, volvamos a ese rincón de luz y de silencio donde somos reales y eternos. La iglesia, las nubes, la mano de mi madre.





domingo, 4 de marzo de 2012

Siéntate


En el metro, viene una de esas ideas que hay que acoger cuanto antes porque sabes que, si no, se pierden y su eco de fantasma te perseguirá varios días. Saco el cuaderno del bolso y me pongo a escribir, apoyada en la barra, el vagón está muy lleno. Una señora de unos setenta años se dirige a mí, diciéndome: siéntate y escribe sentada, que yo me bajo pronto.
            La primera vez que me ceden el asiento y lo hace una mujer mayor, elegante, con huellas en el rostro de una honda tristeza o un largo cansancio, mucho más largo sin duda que el mío. Pero no puedo decirle: no gracias, señora, siga usted sentada; y no porque me cueste escribir de pie, sino porque sus palabras son irrebatibles: siéntate y escribe sentada, que yo me bajo pronto.
            Se lo prometo, señora providencial, escribiré sentada, incluso cuando esté de pie o caminando; siempre sentada, hasta que también me baje. Usted y yo, su cansancio y el mío, usted y yo nos entendemos.