Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










miércoles, 30 de marzo de 2011

Despertadores

       

            He llenado la casa de despertadores. Son detalles discretos, imperceptibles para quien no está muy atento: la ventana entreabierta dejando pasar un filo de aire después de haber ventilado, la cama impecable, que no escape ni una brizna del sueño de la noche y me contagie de sopor cuando toca estar despierto, una gran pashmina malva y ocre ocultando el televisor, el cuaderno abierto y en el centro de la mesa un marco nuevo, sin fotografía.



jueves, 24 de marzo de 2011

David Gilmour




            David Gilmour ha envejecido mal, aparenta más años de los que tiene. En el concierto del Royal Festival Hall de 2002, que acabo de volver a ver, es casi imposible reconocer al joven cantante de Pink Floyd, pero su voz vibra más hondo, revela los desiertos que ha atravesado. Cuando interpreta High Hopes, logra que no vea el cuerpo hinchado o el rostro esculpido a sombras, sino esos paisajes de bruma y silencio que su voz descubre.
            El cuerpo de David Gilmour envejece mal, ha caminado hasta el cansancio por el lado salvaje, pero él está envejeciendo bien. Como el vino, como el arte, como el acantilado que golpean o acarician, o golpean y acarician, una y otra y otra vez las olas.


miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Quién vive?

            Hace unos meses tuve una larga conversación con mi amiga Ana sobre el agotamiento evidente del sistema económico y la necesidad de un nuevo paradigma. Confiamos en que el viejo capitalismo esté dando las últimas bocanadas, por insostenible, egoísta y acaparador, y nos encaminemos hacia un nuevo sistema de solidaridad donde lo gratuito se vaya imponiendo. Son muchos los que se van dando cuenta de que el dinero es más que nunca una convención, no tiene una realidad objetiva, su esencia es virtual.
Un sistema económico basado en el miedo, el egoísmo y la injusticia está agotándose, porque la verdadera riqueza es la generosidad y el amor. Debemos instaurar entre todos un nuevo sistema en el que cada uno pueda ofrecer lo que tiene y recibir lo que necesite.
            Recordé algo que leí hace más de un año. Es la entrevista que lleva por título La codicia no se detiene, publicada en El País, el 10 de enero de 2010; en ella George F. Loewenstein dice:
            “La codicia nace de una carencia interior no saciada, y de la creencia de que podremos llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con un estilo de vida materialista. Pero la codicia es sólo un síntoma del funcionamiento corrupto y perverso del sistema monetario sobre el que se asienta la sociedad occidental y, poco a poco, el resto de países y economías. (…) Mientras tu toma de decisiones como profesional tenga relación directa con tu beneficio económico personal, tenderás a corromperte. Sin embargo, no hay nadie más rico que quien sabe saciar sus verdaderas necesidades. Ponerse un tope en el salario, acorde con estas necesidades, es un principio de integridad, que permite aflorar una cualidad innata, latente en el corazón de cada ser humano: la generosidad. La verdadera riqueza y felicidad se genera al dar, no al recibir.”
Unos días más tarde leo el post La cena del miedo, en el blog de Amador Savater, www.acuarelalibros.blogspot.com, sobre la cena organizada por Ángeles González Sinde: “Se trata del miedo a la crisis irreversible de un modelo cultural y de negocio en el que “el ganador se lo lleva todo” y los demás poco o nada.”
            He seguido reflexionando, imaginando formas más dignas de vivir, en las que logremos soltar lastre, aligerar lo material, lo mental y lo emocional. Me seduce la idea de armonizarme con estos nuevos tiempos de ligereza y libertad.         
            Como siempre que se apuesta por la coherencia, las “ayudas” se multiplican. Casi cada libro, cada artículo, cada película, son nuevos “mojones” en el camino. Hasta lo aparentemente conservador se pone al servicio de esta nueva actitud que ya se respira. Dice Carlo María Martini en La audacia de la Pasión:
“La gratuidad permanece como el punto central: no buscarse ni a sí mismo, ni una carrera, ni un sueldo más elevado, como sucede más o menos en todas las profesiones; vivir como raíz de la propia vida el don de sí.”
            Vuelvo a ver Blade Runner, y los mensajes son claros:
“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.
            Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos–C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser; todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”
            Y más adelante: “Lástima que ella no pueda vivir. Pero, ¿quién vive?”
            Hemos sido esclavos, aún lo somos. Hemos renunciado a una vida plena por quedarnos en lo ilusorio y efímero. Como dice el peregrino ruso: “huimos de nosotros mismos; nos perdemos en cuatro bagatelas con tal de no encontrarnos en profundidad con nosotros mismos.”
Se trata de recordar la verdadera dignidad del hombre. Sólo el que lo experimenta, lo comprende; es absurdo vivir como esclavos cuando hemos nacido para ser libres.
            “Pero, ¿quién vive?” El eco de Blade Runner sigue acompañándome. Cuánta verdad en una película aparentemente futurista, de ciencia ficción. ¿Ciencia ficción? No, por desgracia, realidad. ¿Quién vive en este sueño de androides consumistas? ¿Quién sueña con ovejas? ¿Quién recuerda siquiera que hay ovejas, praderas, hermosas puestas de sol si sólo vemos lo que alumbran los neones, lo que otros, ¿qué otros sino nosotros?, quieren que veamos para que nos hipnotice.
            Nos–otros, feliz hallazgo, la asunción del otro en una unidad que nos contiene y nos iguala. ¿Quién vive, si nosotros mismos renunciamos a vivir y potenciamos la no vida, la existencia de sueño? ¿Quién vive si ni en los sueños encontramos vida y cuanto tocamos, miramos, deseamos, se va volviendo cada vez más automático, más artificial? ¿De qué lugar del alma o del espíritu podemos sacar la fuerza necesaria para nacer o resucitar y, esta vez sí, vivir de veras, vivir del todo y para todo lo que haya de venir?
            Sigo encontrando “compañeros” de viaje. En Donde el Viento y el Espíritu hablan, de Raúl Berzosa, leo:
“…los habitantes de mi ciudad piensan que lo que no tiene precio no encierra valor alguno y que aquello que no se puede comprar ni vender no es auténtico ni real. ¡Como si lo único valioso fuera lo regulado por el mercado de los cántaros! (…) En el desierto descubres que todo es don, gratuidad, amor de ágape.”
            Es lo contrario de lo que hasta ahora ha hecho la sociedad de consumo. Ponemos precio a las marcas y compramos humo. Se trata, ahora, de regalar esencia, verdad, vida. Lo que gratis nos es dado, gratis lo daremos.
            Entre las opciones y tareas que debo afrontar, mi grano de arena en este castillo que hemos de construir, he decidido empezar por mi trabajo como escritora. Gratis se me da, gratis lo daré. Poner los libros que he escrito, y los que escriba, a disposición del que quiera leerlos me parece tan natural que no sé cómo he podido funcionar de otra manera. Publicar en Internet, de forma abierta y gratuita es apostar por la justicia, la ligereza, la coherencia.
Ya que muchas editoriales tratan a los autores como a mercancía (no es mi caso) y, salvo excepciones, no podemos vivir de nuestro oficio, escribamos y compartamos libremente. “El obrero merece su salario”, pero no vamos a ser remunerados de un modo justo y objetivo en una sociedad basada en lo fácil, lo que vende, lo rentable por encima de la calidad.
Ser dueño de sí mismo para poder darse es la meta. Ser dueño de un libro, una canción, un cuadro, una obra, para ofrecerla gratuitamente y esperar que “el salario” venga de esa forma indirecta e inesperada en la que siempre acaba viniendo. Salir definitivamente del Egipto de los esclavos, porque somos conducidos con mano firme hacia una tierra nueva donde reina el amor y la solidaridad, donde se comparte y no hay carencias ni injusticias.
Buscar los cauces para escribir hoy y compartir hoy, sin miedos, sin censores inflexibles, confiando como los lirios, como las aves. El sol sale hoy, los libros por leer están al alcance hoy, la vida nos reclama hoy. Vivir hoy, escribir hoy, compartir hoy; que el tiempo se transforme en aliado, perfeccione y aligere lo que haya que perfeccionar y aligerar.
            El pan de cada día, el arte de cada día, la creatividad de cada día. Como los músicos callejeros, que salen cada tarde a enviar su música a las estrellas y, de paso, a cuantos la oigan. No se preocupan de contratos ni grabaciones. Ellos, sus instrumentos, el frío o el calor y aquellos que decidan pararse a escucharlos.
            Compartir, vivir, escribir aquí y ahora para gente viva y real.
            Empecé queriendo hacer una página web o un blog para liberarme de las servidumbres del mundo editorial, pero me he dado cuenta de que es una necesidad acorde con una nueva forma de concebir la escritura, reflejo de una nueva vida y nuevas actitudes esenciales.
De momento he decidido poner los libros que he escrito, los publicados y los que no han entrado en la rueda del sistema, a disposición del que quiera leerlos. A cambio, sólo pido que, si gustan o sirven de algo, hagan un donativo voluntario a las organizaciones benéficas que propondré, o a otra si lo prefieren. Cuando le comenté la idea a Javier, a quien estoy muy agradecida por ayudarme con el blog, y por tantas cosas, dijo que es algo que ya se está haciendo y mencionó la web http://www.1libro1euro.com/., una prueba más de que las cosas empiezan a moverse en la misma dirección. En cuanto tenga el dominio, el host y conozca la técnica, empezarán a aparecer libros míos y ajenos por aquí. Nada es mío, nada es ajeno, nada es de nadie en realidad.