Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 30 de julio de 2022

Ricos ante Dios


Evangelio según san Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».


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Parábola del rico insensato, Rembrandt


"¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!”

“¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo, 
cual desea le halle Dios en la hora de la muerte!"

Imitación de Cristo, Thomas de Kempis

Somos testigos cada día de lo inestable que es este mundo. Enfermedades, muertes inesperadas, tragedias, ruinas económicas. Se nos ha dicho de muchas maneras que Cristo nos ha salvado para la vida eterna, pero seguimos dando nuestro tiempo, energía, afanes y preocupaciones a lo que desaparecerá tarde o temprano y no dejará huellas. Porque lo hemos oído, pero no lo hemos escuchado ni lo hemos entendido ni lo hemos vivido. Si lo viviéramos, no se nos olvidaría que Él es nuestro Salvador y sentiríamos los efectos de esa Salvación y las riquezas infinitas que de ella proceden en nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras almas.

¿Para quién será lo que escribes, si no es para Cristo? ¿Para quién será el tiempo que pasas alejada de Él? ¿Para quién será tu cuerpo si no es Su Templo? ¡Para el polvo y para el viento! Vive por, para, con él y todo lo encontrarás transformado y sublimado, completado y perfeccionado cuando toque rendir cuentas. 

Aprendamos a ser verdaderos pobres de espíritu, para derribar los graneros que construye el ego, ese hombre exterior, viejo y transitorio que, buscando la seguridad, el poder y el placer se apropia y se apega a lo material y lo efímero: mi casa y mis cosas, mi trabajo, mi mujer o mi marido, mis hijos, mis padres, mis hermanos, mis costumbres, mis planes y proyectos, mis amigos, mi descanso, mis diversiones, mis derechos, mi cultura, mis principios, mis creencias… Todo graneros, todo ilusorio, miserable al fin, si no lo vivimos con el desapego del hombre interior que, a pesar de todo, pugna por aflorar.


Es hora de invertir valores y poner nuestra confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero. Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, y la muerte será un tránsito gozoso para acceder a la morada eterna. www.viaamoris.blogspot.com  

Todos, de un modo u otro, hemos estado apegados a cosas, personas, circunstancias, incluso miserias y vanidades, a lo largo de la vida. Cuando lo reconocemos y, con asombro inocente, descubrimos que hay otra forma de vivir, una corriente de "dolor-amor" nos inunda, nos transforma, y nos da la posibilidad de rehacer nuestro pasado, renunciando a nuestra voluntad humana, mezquina, limitada, confusa y ciega, cuando actúa separada de la voluntad de Dios. Entonces, somos capaces de empezar de cero, y todo lo bueno que hubo en nuestra vida antes de este momento, perfeccionado y completado por la entrega definitiva, se convierte en combustible para el camino de regreso a nuestra esencia original. Empezamos a ser conscientes de nuestra verdadera riqueza, que es la Vida en Cristo y comprendemos con Santa Teresa que solo Dios basta. Volvemos a casa. 

                                               Hermano Rafael, Escritos Selectos CD 1


Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles, ricos y pobres;

Mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.

¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?

Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.

Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.

El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.

El hombre rico e inconsciente,
es semejante a las bestias, que perecen.

                                                                                                 Salmo 49

sábado, 23 de julio de 2022

Orar siempre

 

Evangelio según san Lucas 11,1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”». Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Resultado de imagen de la creación miguel angel
                                                   La Creación (detalle), Miguel Ángel

                             Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes. 
               Salmo 17,6
  
Después de enseñar el Padrenuestro a sus discípulos, Jesús subraya la necesidad de perseverar en la oración, con la parábola del amigo inoportuno.

En otra parábola del mismo evangelista (Lucas 18, 1-8), Jesús insiste en enseñarnos la eficacia de la oración constante. La actitud del juez inicuo hacia la viuda insistente, como la del "amigo" ante el pedigüeño inoportuno, es la contrapuesta a las entrañas de misericordia del Padre. Con estas dos parábolas, Jesús nos muestra cómo funcionamos en el mundo, para que comprendamos que el Reino no tiene nada que ver con nuestros afanes mezquinos y egoístas.

Los Evangelios nos ofrecen muchos ejemplos personales de esa insistencia necesaria, como la cananea, modelo de fe, perseverancia y humildad. (Mt, 15, 28); o como el centurión, claro y directo en su petición y en la expresión de fe que la sostiene (Lc 7, 1-10).

El sentido más profundo de esa constancia no es que Dios sea reticente o indiferente. El sentido tiene que ver contigo y conmigo. Si tenemos en cuenta solo a Dios, las súplicas que Le dirigimos no tendrían ninguna razón de ser porque Él sabe lo que necesitamos mejor que nosotros mismos (Mt 6, 8), y porque no podemos sobornarlo, manipularlo o transformar Su voluntad.

Si soy capaz de confiar a Dios todo lo que me inquieta o anhelo, lo estoy ya transformando en mí, porque orando me elevo y sublimo lo que pido, siento, espero, lo pongo en comunicación con lo Verdadero, donde germina la respuesta ante la mirada misericordiosa del Padre, que es todo lo contrario del juez de la parábola.

La oración perseverante no es útil o necesaria para Dios, pero sí para el ser humano. Es ponernos bajo Su voluntad y entregar la nuestra, tan pobre e inútil. Añadir: “no se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lc 22, 42), como nos enseña Jesús, legitima cualquier petición sincera, confiada y humilde.

La insistencia en la oración no se refiere, por tanto, a repetir una y mil veces las peticiones, como si Dios fuera sordo o indiferente a nuestras necesidades, sino a la necesidad de orar siempre, vivir en estado de oración, esto es, de comunión continua con Dios. Esa es la meta, vivir en oración, vigilantes, con la mano en alto, como vemos que hace Moisés en la primera lectura (Éx 17, 8-13). Con la oración continua, acabas convirtiéndote en lo que oras, como en el precioso relato de El Peregrino ruso.

Cuando se llega a la unión total, si es necesaria una oración de petición (por uno mismo, como hemos visto, no por Dios), bastaría decirlo una vez, porque se está en la Palabra. Entonces, si basta pedirlo una vez con absoluta confianza, sinceridad y pureza, ¿para qué insistir? Porque llevamos tesoros en vasijas de barro y, aunque a veces consigamos esa plenitud que solo puede dar la unión con Dios, volvemos a caer. Nos lastran el mundo y sus reclamos y tantas sombras interiores que aún no hemos logrado iluminar permanentemente. De ahí la importancia de ser fieles y constantes, orar siempre, hacer de la vida oración, intentando permanecer en ese estado de Comunión.

            Este vivir velando no es igual para todos. El que ha alcanzado la purificación y lucidez necesarias para caminar junto al Maestro y es consciente de esa comunión, ¿qué va a pedir? Todo lo considera pérdida o basura, con tal de ganar a Cristo (Filipenses 3, 3-8). Porque lo mejor, lo que da el Padre, lo que hay que pedir es el Espíritu Santo (Lc 11, 11-13).  Todo ruego ha de vincularse a este bien supremo. Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.

Existe un nivel superior de oración, que Jesucristo no podía enseñar a todos con las parábolas, que enseñó a los apóstoles, y que Juan, recostado en su pecho, comprendió como ninguno (Jn 16, 23-27). Solo desde ese amor integrado se puede realmente pedir en Su Nombre, porque se vive en Él, y Él mora en el corazón del verdadero discípulo. Los que viven en esta oración de comunión, de amor perfecto, no conciben otra petición que el fiat, hágase en mí Tu voluntad y si, como el mismo Jesús, a veces piden por aquellos que aman (Jn 17, 9, 24), es en el marco de esta sumisión voluntaria y gozosa a la voluntad del Padre. Por eso la oración sincera siempre es atendida. Que las peticiones son escuchadas queda bien subrayado en los evangelios (Mt 21, 21, Lc 17, 6, Mc 11, 24, Mc 9, 23, Jn 15, 7).

¿Cómo pedir para recibir? ¿Cómo llamar para que nos abran? ¿Cómo buscar para hallar? (Lc 11, 9) ¿Con qué actitud? ¿Desde dónde? ¿En qué estado? Sosiégate y sabe que Yo soy Dios (Salmo 46, 11). Cuando logras que el significado de esta frase se haga vida en tu interior, permites que Él se exprese en ti y en tu vida, que actúe a través de ti. Sin embargo, cuando tratamos de manipular o utilizar a Dios, no estamos hablando con Él, sino con uno de esos ídolos que nos alejan de Su gracia.

Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno (Dt 6, 4). Es el hombre el que tiene que prestar atención, vigilar y escuchar, mantenerse siempre atento y receptivo, consciente de Dios, evitando las dispersiones, los cantos de sirena del Adversario, que está siempre dispuesto a confundirnos y distraernos de lo esencial. 

Por eso es necesario orar siempre, perseverar en la oración, no para que Dios capte nuestro mensaje y nos dé "acuse de recibo" de nuestra solicitud, sino para que nos mantengamos en guardia frente a lo que nos aparta de Él, verticales, con la mirada y el corazón hacia la meta, que es la Unión definitiva.www.viaamoris.blogspot.com 

Porque toda oración de petición sincera acaba desembocando en la única petición necesaria: que se haga en mí Su voluntad, que yo sea capaz de permitirle hacer Su obra en mí, sin interferencias, sin deseos mundanos, sin reservas ni búsquedas que no sean la única búsqueda legítima, como diría Tauler, la búsqueda pura y simple de Dios.

          94 Diálogos Divinos. Oración en Divina Voluntad
               
¿Qué derecho tenemos nosotras a ser escuchadas? Nuestro deseo de paz es, sin duda, auténtico y sincero. Pero, ¿nace de un corazón totalmente purificado? ¿Hemos rezado verdaderamente “en el nombre de Jesús”, es decir, no solo con el nombre de Jesús en la boca, sino en el espíritu y en el sentir de Jesús, buscando la gloria del Padre y no la propia? El día en que Dios tenga poder ilimitado sobre nuestro corazón, tendremos también nosotras poder ilimitado sobre el suyo.
                                                                                              Edith Stein

sábado, 16 de julio de 2022

¡Qué hermosa es mi heredad!

 

Evangelio según san Lucas 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán”. 

                                Jesús en casa de Marta y María, Vermeer

Cuántas lecturas es posible realizar de cada escena de los Evangelios; y no se descartan unas a otras; se superponen armoniosamente, como las imágenes de un caleidoscopio al girarlo. Como siempre que nos asomamos a la profundidad de la Palabra del Señor, podemos situarnos en ese “espacio” atemporal donde lo que sucedió sigue sucediendo, y pedir a los personajes que nos dejen entrar y vivir junto a ellos esos acontecimientos históricos y alegóricos, simbólicos y reales a la vez, que nos abren las puertas de la libertad. Entremos de nuevo, mirémonos en ellos, seamos ellos, hasta sentir sus sentimientos, pensar sus pensamientos y pronunciar sus palabras.

La “parte mejor” que ensalza Jesús es mucho más que la capacidad de escuchar, orar o contemplar. Es el nivel de ser que permite saber que Jesucristo es la Resurrección y la Vida. Por eso será Marta la destinada a reconocerlo un poco más adelante, cuando Jesús se disponga a resucitar a Lázaro (Jn 11, 25-27). 

María ya lo sabe en el fondo de su corazón, donde reside el verdadero conocimiento. Su actitud de escucha y entrega, de acogida total, es fruto de un amor sin medida, y el amor todo lo puede. Creer salva; pero el que ama cree con una certeza que está más allá de la fe, pues, como dice San Pablo, el amor es más excelente que la fe y que la esperanza (1 Cor 13, 13), porque es lo que perdurará cuando se hayan cumplido las promesas de la fe y de la esperanza. Por eso María, y la parte de nosotros que haya llegado al nivel de María, tiene la fe ya integrada, encarnada, trascendida.

Lo que nos enseña este pasaje es más profundo que el viejo debate "contemplación–acción" y que la síntesis conciliadora ora et labora. Esa “María” que hemos de ser es ofrenda desinteresada de sí misma y receptividad plena; un estado de conciencia, un nivel de ser que supera la dicotomía sobre actividad o inactividad. Quien lo ha alcanzado, siempre por la gracia de Dios, que es Quien elige y ama primero, puede hacer muchas cosas, incluso apresuradamente, como Abrahán en la primera Lectura de hoy, realmente trepidante (Génesis 18, 1-10a), sin dejarse atrapar por las preocupaciones ni “desangrarse” interiormente, sino, al contrario, dando fruto, creciendo, generando vida. 

La “mejor parte”, más que contemplar, supone haber recibido el don más preciado: poder vivir en Presencia del Señor, hacer del corazón Su morada, experimentar la Comunión con Él. Esa es la herencia inmejorable, el lote valioso que mencionan los salmos (Sal 16,5-6; Sal 119,57).

Meister Eckhart considera que Marta ha alcanzado una madurez espiritual superior a la de su hermana María. En el sermón llamado “Marta y María”, ofrece una visión sobre la experiencia mística y la vida cotidiana. Dice que a María, en plena experiencia espiritual, aún no le es posible acción alguna, debe limitarse a la contemplación de lo que le está siendo revelado. Marta, en cambio, ya ha experimentado lo que vive María en ese momento, y lamenta su inactividad. Jesús estaría, en esta interpretación, pidiendo a Marta que comprenda y respete el momento de María, porque aún le queda el aprendizaje que ella ya ha obtenido: la contemplación llevada a la vida cotidiana. Marta habría llegado, según Eckhart a esa plenitud de la vida espiritual que hace posible que cada instante, cada actividad, cada gesto, cada palabra o cada silencio sean oración viviente.

Creo que no se trata de descubrir cuál de las hermanas de Lázaro es más madura espiritualmente, porque las dos están ayudándonos a comprender, integrar y vivir el mensaje de Jesucristo. Creo que, si el Evangelio quisiera ensalzar la actitud de Marta frente a la de María en esta escena, no habría presentado a una Marta que se queja, ni Jesús hubiera calificado su actitud como “inquieta y nerviosa”. 

Será dentro de poco cuando, con el corazón desgarrado por la muerte de su hermano, Marta experimente el vértigo incomparable de reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios, el Salvador, y, rendidas ya las armas inútiles de la inquietud y la productividad, del falso control y la preocupación, se entregue plenamente, como María. 

El afanarse de acá para allá sin mantener la Presencia, la Comunión con el Señor que permite una actividad consciente y libre, es un actuar limitado y poco eficaz, esclavo del juicio, sometido a una mente discriminadora y estéril. 

La verdadera contemplación cristiana, que, más que contemplar es dejarse contemplar, no se expresa en la pasividad, sino en acción fértil en las dimensiones de lo verdadero. Hay que disminuir el peso de la actividad en este mundo en el que estamos pero del que no somos (Jn 17, 16), para potenciar esa otra actividad que es contemplación, oración pura, fusión con lo Real. Evitando las falacias del “quietismo”, claro, porque en el fondo no se trata de hacer mucho o poco. Se puede correr y hacer una cosa tras otra, incluso simultáneamente, como Abrahán, y seguir manteniendo una actitud contemplativa, serena y libre. Y también se puede permanecer sentado, en aparente calma, y estar sometido a un maremágnum de pensamientos y emociones que impiden ser consciente de la propia existencia y, por tanto, impiden Ser. 

Porque esa es la clave del verdadero contemplativo: ha logrado ser dueño de sí mismo y por eso puede darse y también por eso puede hacer, pues lleva dentro el fuego que enciende la oración perfecta y la acción fructífera que de ella nace.

La enseñanza de este pasaje va, por tanto, más allá de escoger entre acción y contemplación y va también más allá de proponer una actitud integradora de ambas. Como tantas veces, las palabras se quedan cortas… Sería más bien hacer mirando o, mejor, mirar haciendo, pero con un “hacer” que nace del ser y este a su vez de ese reconocimiento del Camino, Verdad y Vida, que María ya tiene y Marta tendrá. La mejor parte sería esa capacidad de vivir en la Presencia, tanto en la acción como en la quietud, que comunica con las dimensiones más reales de nuestro ser, las que no están destinadas a desaparecer. Cuando el intelecto no llega, la poesía, la música, el arte pueden ayudar pues pasan por los centros sutiles de nuestro ser, tan adormecidos casi siempre por los afanes del mundo ( www.viaamoris.blogspot.com).

Intuyo que los ángeles y todos los miembros de la Iglesia Triunfante poseen una capacidad de acción inimaginable para los que seguimos en la “gran tribulación” (Ap 7, 14); pero no tendrá nada que ver con lo que entendemos por actividad en el mundo, casi siempre un activismo estéril y alienante. Podemos –debemos– aprender a actuar ya así, o al menos intentarlo, recordando que con Dios todo es posible y el que se une a Dios ha escogido la mejor parte, y puede hacer o no hacer, porque ya ha realizado el acto esencial, que es la entrega confiada a la voluntad del Señor, en Quien todo está hecho, todo se tiene, todo se siente, todo se cumple. Como dice San Juan Clímaco: “No hay arma más potente en la tierra y en los cielos que la oración. Es el acto más digno del espíritu.” No en vano, Jesús dijo a los apóstoles que cierta especie de demonios, la más recalcitrante, solo se vence con la oración (Mc 9, 29).


           Poema Nada te turbe, de Santa Teresa de Jesús. Comunidad de Taizé


REPOSAR EN LA ACCIÓN ES LA VÍA DE LA SANTIDAD

Que el pecado se acompaña de tumulto, y en el silencio está la humildad y la sabiduría del que busca una sola cosa. Aquella visión me enseñó a la bestia, pero también el camino de su derrota, que no es otro que la transformación de bestia en hombre y de hombre en ser angélico. Esta es la peregrinación del alma, el camino del ser angélico, la transformación que nos conduzca a la contemplación de Dios. Este era el milagro, que el lodo une a Dios con el hombre; que el corazón es el reino, el corazón es el templo, el corazón es un sepulcro viviente. El fruto es la belleza, una rosa mística que crece aquí y ahora y siempre, rodeada de espinas, sangrando sin marchitarse en las penas. El amor debe ser la senda y el epitafio, la llave para saber que nada es imperfecto, que una rana es tan bella como un ángel. Desde mi ordenación como sacerdote jesuita, mi vida se ha basado en la búsqueda contemplativa de Dios; reposar en la acción es la vía de la santidad. Me dediqué a escribir obras para educar en la fe, pero de todas las poesías de mi alma iluminada, me quedo con las ideas que tuvo mi corazón en su viaje hacia Dios, un viaje que toda alma debería hacer.

            Angelus Silesius

jueves, 14 de julio de 2022

Stabat Mater

 

Evangelio según san Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


                                                   Ntra. Sra. del Carmen. Juan Carreño

El otro ladrón, el de la derecha, y que casi a sus pies tiene a María a quien mira más que a Jesús, que hace unos cuantos momentos ha estado diciendo en voz baja: “La madre”, añade: “Cállate. ¿No temes a Dios ni siquiera ahora que sufres esto? ¿Por qué insultas a quien es bueno? Está en un suplicio mayor que el nuestro. Él no ha hecho nada malo”. (…)

Los judíos arrojados más allá de la plazoleta, no dejan de insultar, y el ladrón impenitente se hace eco. El otro, que mira con mayor compasión a la Virgen, llora y le reprocha duramente cuando oye que también ella es insultada. “Cállate. Acuérdate que naciste de mujer. Piensa que nuestras madres han llorado por nosotros. Y fueron lágrimas que la vergüenza les arrancó… porque somos unos criminales. Nuestras madres ya murieron… Quisiera pedirle perdón… ¿Lo podré? ¡Era una santa!… la maté con los dolores que le produje… Soy un pecador… ¿Quién me perdona? Madre, en nombre de tu Hijo que agoniza, ruega por mí”.

María levanta por un momento su rostro desgarrado, mira a este malvado que, a través del recuerdo de su madre, y de verla a Ella, se encamina hacia el arrepentimiento, y parece como si lo acariciara con su mirada de paloma. Dimas llora recio, lo que provoca mucho más las befas de la plebe y de su compañero. Aquellos aúllan gritando: “¡Bravo, bravo! Tómatela por Madre. ¡Así tiene dos hijos criminales!” El otro por su parte: Te ama porque eres un retrato de su amado”. Jesús habla por primera vez: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esta súplica vence los temores que le quedaban a Dimas. Se atreve a mirar a Jesús y le dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino. Es justo que yo sufra. Compadécete de mí y dame la paz en la otra vida. Te oí hablar una vez; y, necio, rechacé tus palabras. Ahora me arrepiento de ello, de mis pecados delante de Ti, Hijo del Altísimo. Creo que has venido de parte de Dios. Creo en tu poder. En tu misericordia. Jesús, perdóname en nombre de tu Madre y de tu Padre Santísimo”.

Jesús se vuelve y lo mira con gran compasión. Una sonrisa bellísima se dibuja en su pobre boca. Responde: “Te digo esto: Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

El ladrón arrepentido se tranquiliza; y, habiendo olvidado las plegarias que había aprendido, se pone a repetir como jaculatoria: “Jesús Nazareno, rey de los judíos, ten piedad de mí; Jesús Nazareno, rey de los judíos, espero en Ti; Jesús Nazareno, rey de los judíos, creo en tu Divinidad”.

                                                                                   María Valtorta, El Hombre Dios


Finalmente lo seguí al Calvario, donde en medio de penas inauditas y espasmos horribles fue crucificado y levantado en la cruz, y sólo entonces me fue concedido quedarme a los pies de la cruz, para recibir de sus labios agonizantes el don de todos mis hijos y el derecho y sello de mi maternidad sobre todas las criaturas. Y poco después, entre espasmos inauditos expiró. Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador. Lloró el sol, obscureciéndose y retirándose horrorizado de la faz de la tierra. Lloró la tierra con un fuerte temblor, desgarrándose en varios puntos por el dolor de la muerte de su Creador. Todos lloraron, las sepulturas abriéndose, los muertos resucitando, y también el velo del templo lloró de dolor rompiéndose. Todos perdieron el ánimo y sintieron terror y espanto. Hija mía, y tu Mamá está petrificada por el dolor, esperándolo en mis brazos para ponerlo en el sepulcro.

Ahora escúchame, en mi intenso dolor quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis brazos dolientes, cómo está desfigurado, es el verdadero retrato de los males que el querer humano hace a las pobres criaturas, y mi querido Hijo quiso sufrir tantas penas para levantar nuevamente esta voluntad caída en lo bajo de todas las miserias, y en cada pena de Jesús y en cada dolor mío la llamaban a resurgir en la Voluntad Divina. Fue tanto nuestro amor, que para poner al seguro esta voluntad humana la llenamos de nuestras penas, hasta ahogarla, y la encerramos dentro de los mares inmensos de mis dolores y de los de mi amado Hijo. Por eso, en este día de dolores para tu Madre dolorosa, y todo por ti, dame por correspondencia en mis manos tu voluntad, para que la encierre en las llagas sangrantes de Jesús, como la más bella victoria de su pasión y muerte, y como triunfo de mis acerbísimos dolores.

                                                                                         Luisa Piccarreta, Reina del Cielo

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sábado, 9 de julio de 2022

Amor perfecto


Evangelio según san Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.” Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Jesús le dijo: “Anda, haz tú lo mismo”.

                                                El Buen Samaritano, Eugene Delacroix


La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo. 
                                                                                               Santa Teresa de Jesús

¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. 
                                                                                                       San Isaac el Sirio

Qué riqueza de símbolos y metáforas despliega Jesucristo en esta parábola. Desde los primeros Padres de la Iglesia se viene repitiendo que el Buen Samaritano es Jesús; el herido, la humanidad caída; el vino y el aceite, los sacramentos; la posada, la Iglesia; el posadero, los miembros de la Iglesia; los dos denarios, el Antiguo y el Nuevo Testamento; el día siguiente, la Resurrección; el regreso, la Parusía.

El Buen Samaritano no solo hace todo lo posible en el momento, con ternura y atención, con infinita misericordia, amando al otro como a sí mismo, sino que se compromete a seguir procurando los cuidados necesarios. Él paga siempre por anticipado, ama por anticipado, vela y preserva por anticipado.

Medio muertos al borde del camino, heridos, vapuleados, desangrándonos, estamos todos antes del encuentro con Jesucristo. Algunos conscientemente,  otros por inmadurez o ignorancia, casi todos volvimos a bajar de Jerusalén, a Jericó, de la luz, a la oscuridad, de la Ciudad celeste, al mundo, de la gracia, al pecado. ¿Cómo no caer en manos de bandidos? ¡Qué descenso tan largo y qué profundo a veces! Ya lo decía San Agustín: Toda la humanidad yace herida en el borde del camino en la persona de ese hombre, a quien el diablo y sus ángeles han despojado.

Pero Él vino a nuestro encuentro; no podíamos volver a subir solos, nadie puede por sí mismo. Es Él quien ha bajado en nuestra busca, para levantarnos y salvarnos la vida. No se limita a ejercer la caridad por compasión; la misericordia divina llega mucho más lejos que la compasión. Él no solo se compadece, le duelen hasta las entrañas al vernos tan maltrechos, y por eso nos ofrece la curación total; porque Él no es otro mediador, sino el Hijo, el mismo Dios encarnado.

No nos ensañemos con el levita y el sacerdote; recordemos todas las ocasiones en que nos comportamos como ellos. A fin de cuentas, están cumpliendo la ley sobre la pureza de la religiosidad judía, dan un rodeo y pasan de largo. ¿A qué leyes o preceptos obedecemos nosotros? ¿Seguimos adaptándolos a nuestra conveniencia? ¿Somos fieles al Mandamiento del Amor que instituyó Jesucristo? ¿O solo alardeamos de conocerlo, y, en la práctica, nos limitamos a otros cumplimientos más cómodos y llevaderos? Más mezquinos al final, cumplimiento, cumplo y miento, alertaba San Josemaría. 

El ejemplo que nos pone Jesús, el Buen Samaritano, la metáfora de Sí mismo, es natural de Samaria, miembro, por tanto, de un pueblo de herejes, ancestralmente enfrentado con los judíos. Qué audaces tus lecciones, Señor, cuándo las asimilaremos en su plenitud transformadora… www.viaamoris.blogspot.com 

Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín, no como rebeldía o provocación, sino porque en el amor a Dios y al prójimo se sostienen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). El amor es más fuerte que el miedo y la muerte, más que las leyes y los dogmas, más fuerte que todo. Las normas, reglamentos, prohibiciones..., son necesarios para los que no han llegado, todavía, al amor y se rigen por la frialdad de la ley, la amenaza y el temor. Los que han dado el gran salto están en la plenitud de la ley (Rom. 13, 10) y viven libres, confiados en Dios, abiertos al mandamiento del amor, que contiene y sostiene todo y a todos. En ese amor esencial que brota del alma del verdadero discípulo, que se reconoce amado y se reconoce como amor, encontramos el terreno fértil para el entendimiento, la armonía y la unidad.

                                                 El Buen Samaritano, Pelegrín Clavé