Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 29 de febrero de 2020

Desierto, encuentro


Evangelio según san Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él contestó diciendo: “Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”." Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras”.”  Jesús le dijo: “También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”.” Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.” Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.

 Las tentaciones de Cristo, Botticelli
                         
Desierto, encuentro con uno mismo en el silencio y la soledad. Allí fue donde Jesucristo se planteó cómo debía llevar a cabo su Misión. Allí debemos ir para saber cómo reorientar nuestras vidas, qué cambios coherentes debemos hacer para cumplir la vocación y seguirle a Él siempre, hasta el final. 

Vayamos al desierto con valentía porque en él se libra el combate interior. No se va al desierto para estar tranquilos, sino para mirar de frente nuestro lado oscuro y soltar, con la fricción con que las serpientes se desprenden de su vieja piel, al hombre viejo que ya no queremos ser.

                                                 Jesús vence las tentaciones, Willian Hole

Cuaresma, tiempo para aprender a vivir, sentir, pensar, actuar de un modo nuevo. Conversión: encuentro con la versión original de lo que estamos llamados a ser. El nuevo hombre no puede ser como el viejo Adán, entregado a su ambición y su egoísmo. En el desierto comprendemos que no sólo de pan (materia, contingencia, inmanencia) vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Jesucristo, el Verbo encarnado, fue tentado en lo más esencial de su misión: su mesianismo. Y nosotros somos tentados continuamente en la esencia de nuestra misión de discípulos. Somos tentados a no ser fieles, a seguirle a medias, a cambiar las enseñanzas de Jesús, que son Palabra de Vida eterna para acomodarlas a nuestros intereses.

Porque las tentaciones hoy se han sofisticado mucho, tienen que ver a menudo con esa vida mundana y hedonista que nos anestesia. Queremos todo y lo queremos ya, nos rodeamos de cosas, proyectos y posibilidades, no vaya a ser que nos perdamos algo…. Y por no perdernos nada, nos perdemos lo único importante. Como Esaú, renunciamos a la primogenitura por un plato de lentejas. Por salvar la vida, ese puñadito de años de vivir lo mejor posible, evitando no ya el sufrimiento, sino incluso cualquier molestia, perdemos la Vida verdadera, el alma y mucho más que el alma. 

Qué bien nos hace el desierto en este panorama tan desalentador… El desierto fortalece, ensancha los horizontes, enseña a renunciar, a soltar, a vaciarse. El desierto purifica, eleva y transforma, nos muestra la insignificancia de los afanes por los que nos desvivimos.
                                           Jesús es tentado por el diablo, Juan de Flandes


Salir de Egipto, emprender el camino, errantes, como dice el Libro del Deuteronomio ( Dt 26, 4-10), es liberarse de tantas esclavitudes que nos ciegan y alienan, para encontrar la tierra prometida. A esa meta se llega atravesando el desierto, negándose, muriendo a uno mismo, renunciando al mundo para ganar el alma… Seamos valientes, políticamente incorrectos en un mundo de falsa corrección, mentira y desatino, en el que la consigna es no renunciar a nada, acaparar todas las posibilidades para el bien-estar, olvidando el bien-ser. Valoremos el esfuerzo, el sacrificio (sacer fare, hacer sagrado), el ascetismo, la humildad. 

Si nos asusta la inmensidad del desierto, ese vacío árido, esa ausencia de estímulos e impresiones, recordemos que no caminamos solos. Jesucristo está en el hermano que sufre y también en nuestro propio corazón atribulado, caminando junto a nosotros en cada uno de los desiertos que vamos atravesando.

El desierto, de arena, de agua, de hielo, de silencio, de confusión, de soledad, de angustia, de abandono, de tristeza…. es lugar de encuentro, más que de búsqueda, porque ya hemos encontrado, y el que ha encontrado no necesita seguir buscando, sino profundizar en ese encuentro, perfeccionándolo, haciéndolo cada vez más real y auténtico.   www.viaamoris.blogspot.com

Ayuno, sobriedad, desprendimiento, soltar… No se trata de sacrificarse sin sentido o de forma masoquista. Recuerdo un cuento sobre un asceta que subía una montaña empinada con su discípulo, sin beber durante horas. El discípulo le decía: “Maestro, bebe, ¿qué pasa porque bebas? ¡No pasa nada!” Y el maestro respondió: “Ya lo sé. Si bebo, no pasa nada, pero si no bebo, pasan muchas cosas.” 

Las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto se relacionan con las "consignas" de la cuaresma: ayuno, limosna y oración. En esta cuaresma intentaremos practicarlas con consciencia, profundizando en su verdadero significado.


                                                      51.Diálogos Divinos. Tentaciones


AYUNAR ES SOLTAR

¿Quieres ser verdaderamente rico? Abandona lo que se interpone entre tú y la Verdad, entre tú y la Libertad.

¿Qué te llevarás? ¿Qué podrás considerar tuyo el día de tu muerte? ¿Habrán valido la pena el tiempo y la energía invertidos en los afanes del mundo?

Los niños pequeños (antes de ser "abducidos" por la sociedad de consumismo y competencia) no acumulan. Si les regalan algo que ya tienen, dicen con energía y convicción: “Yo ya lo tengo”.

Hay lastre en nuestra vida: demasiados objetos, tareas, compromisos vanos, posesiones… Pero el lastre más pesado está dentro: actitudes, prejuicios, emociones negativas, obsesiones, compulsiones, miedo, angustia…

Una caña vacía puede transformarse en flauta musical.

Mira bien dónde pones tu corazón, porque eres lo que amas.

Esta vida es un peregrinaje y hemos de vivir como peregrinos, prestos a reemprender la marcha, solo con lo necesario.

AYUNO DE PALABRAS 

Aprende a callar si las palabras no son imprescindibles.

Que callen también los pensamientos, las expectativas, los condicionamientos, las inercias.        

El arte de callar: un verdadero trabajo interior.

En medio del ruido, valora el heroísmo del silencio y la discreción.

Las palabras tapan la verdad. El silencio es el termómetro de tu veracidad.

Andamos como autómatas, arrastrando un cargamento de fruslerías que expresamos con palabras huecas.

Si el vaso sigue lleno de palabras, no puede derramarse en él lo que está más allá del lenguaje.

La verdad está siempre más allá de las palabras; las palabras son como el dedo que señala la luna.

Solo palabras útiles, las necesarias, como dardos de luz al centro de ti mismo.

Si estás atento, despierto, vigilante, no puedes hablar de más ni puedes hablar de menos.

Di: sí, cuando es sí; y no, cuando es no, como el Maestro.


sábado, 22 de febrero de 2020

Amor incondicional


Evangelio según san Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y a quien te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. 

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  El Sermón de la Montaña, Cosimo Rosselli

Creo tener la certeza de que no lograré la claridad y la sinceridad interiores, a menos que empiece a actuar consecuentemente con el Sermón de la Montaña. Y es que hay cosas por las que merece la pena comprometerse del todo. Y me parece que la paz y la justicia, o sea Cristo, lo merecen.
                   Dietrich Bonhoeffer

Como vemos en la primera lectura de hoy (Lv 19, 1-2, 17-18), ya estaba recogido en el Libro del Levítico el Mandamiento del Amor. Con Jesús, todo será nuevo porque Él encarna la Ley, la Ley, la Verdad y la Justicia se manifiestan en una Persona pero con una evidente continuidad.

La segunda lectura (1 Corintios, 3, 16-23) nos recuerda la importancia de ser humildes. Es la forma más rápida y efectiva de alcanzar la verdadera sabiduría. También nos recuerda que somos templo del Espíritu de Dios, por eso no podemos seguir en la inercia del odio o la venganza, sino que hemos de conectar con la nueva lógica que nos hace ser como Él es: compasivo y misericordioso (Salmo 102). Que sean la sabiduría y la Ley de Jesucristo las que guíen nuestros pasos, y no nos gloriaremos en los hombres, sino en nuestra pertenencia a Cristo y, por Él, a Dios.

El pasaje del Evangelio retoma la primera lectura, exhortándonos a ser perfectos como el Padre. Es la gran novedad: Cristo nos restaura la Filiación, somos Hijos y, desde Él, por Él, tenemos la capacidad de ser como nuestro Padre. La implacable “Ley del Talión” a la que se refiere Jesús en esta pasaje, se recoge así en el Antiguo Testamento: “Si alguno causa una lesión a su prójimo, como él hizo, así se le hará: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; se le hará la misma lesión que él haya causado a otro” (Lv 24,19-20).

        Pero la sabiduría de Jesús no se basa en los parámetros limitados del mundo, que instan a la compensación, la autodefensa, la supervivencia y la revancha, sino que se cimenta en la comprensión, la misericordia y el perdón. Cuando la semilla del amor, sembrada en el corazón del ser humano desde siempre, germina y somos capaces de vernos en el otro, el perdón resulta natural y la venganza no tiene sentido.

      Desde la ley del amor, aprendemos a mirar a los demás con los ojos misericordiosos de Dios, capaces de pasar por alto cualquier agravio, porque toda ofensa y todo conflicto nacen de la ignorancia, del “no saber lo que se hace”. La violencia engendra violencia y el amor engendra amor, misericordia, compasión y unidad. Por eso, el evangelista Lucas no nos exhortará a ser perfectos, sino a ser “misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). 

       El adjetivo “perfecto” en Mateo, además, no tendría nada que ver con el concepto de perfección dualista, que conduce a la obsesión del perfeccionismo y la competitividad, sino con una perfección en actitudes e intenciones, que lleva a ser completos, enteros, integrados, buscando la propia unificación que lleva a la Unidad.

            Nunca nos hemos separado del amor del Padre, aunque nos hayamos vivido o soñado lejos de Él durante años. Incluso en ese sueño de separación y desamor, siempre quedaba un leve recuerdo más o menos consciente de nuestra verdadera identidad. Parecía que nuestros conflictos eran con otros seres humanos y en realidad eran siempre con uno mismo y con Dios. Cuando nos cansemos del fruto, al final siempre amargo, del Árbol del Bien y del Mal, aparecerá ante nosotros, en nosotros, el Árbol de la Vida y no habrá más conflicto ni separación, solo amor, perdón, compasión, vida eterna.

En ese amor esencial que brota del alma del verdadero discípulo, que se reconoce amado y se reconoce como amor, encontramos el terreno fértil para el entendimiento, la armonía y la unidad. Aquellos que han sentido con más intensidad y verdad la presencia amorosa de Dios coinciden en señalar la pureza de ese amor sin condiciones, que va más allá de lo “razonable”. Porque cuando uno encuentra a Dios en su corazón, se encuentra también consigo mismo, su auténtico Sí mismo, y con los otros, por y para ellos. Descubre, como Dostoievsky, que el infierno es el tormento de la imposibilidad de amar.

La gran clave de las lecturas de hoy es la reconciliación, que permite perdonar siempre, setenta veces siete. Perdonarse también y en primer lugar a uno mismo, cada día, haciendo del pasado un “combustible” para el camino de regreso a la casa del Padre. Porque, si ya estamos reconciliados con Dios y no lo vemos como un juez implacable o un enemigo, queda reconciliarnos entre nosotros y, lo que resulta más difícil, cada uno consigo mismo; porque ahí radica, nunca mejor dicho, la raíz del mal, en esa división interior que se refleja dramáticamente en el exterior.

La más sublime manifestación del perdón la contemplamos en la Pasión de Jesucristo, vendido, negado, traicionado, abandonado por sus propios discípulos y amigos. Su primer mensaje, la primera Palabra desde la Cruz, es la oración del perdón: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Los verdaderos discípulos imitan al Maestro en el perdón, que es consecuencia del amor desbordante e incondicionado que solo las almas espiritualmente maduras son capaces de sentir.

Porque el centro de la enseñanza de Jesús es el amor (1 Juan 4, 16). Un amor incondicional, que no busca recompensa ni intercambio, un amor que nos transforma y nos restaura, que nos devuelve la semejanza perdida, nos libera del egoísmo y de las ataduras de lo material, lo perecedero, y nos eleva a la dignidad nueva y antigua de Hijos de un Padre que es Amor.

Solo con ese amor sin condiciones, el verdadero, se puede amar a los enemigos. Si Cristo nos ha reconciliado con el Padre, hemos de hacer lo mismo con los demás y con nosotros mismos, para que todo lo que hacemos, decimos, pensamos, lo haga en nosotros Su amor. www.viaamoris.blogspot.com


                                    Retiro Divina Voluntad, Sed perfectos, 
                                            como nuestro Padre celestial es perfecto. I

sábado, 15 de febrero de 2020

La Ley escrita en el corazón


Evangelio según san Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego.  Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo. Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echando entero en el abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al abismo. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer –no hablo de unión ilegítima– la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio. Sabéis que se mandó a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro uno solo de tus cabellos. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.”

 Sermon de Fra Angelico
                                               El Sermón de la Montaña, Fra Angelico

Quiso dar, ante todo, a quienes le escuchaban, la idea de que el verdadero Reino de Dios se abría en el temblor del alma y en la voluntad de perfeccionamiento. 
                                                                                                  Daniel Rops

Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.

William Shakespeare

Después de proclamar las Bienaventuranzas y proponernos ser “sal” que da sabor y “luz” que alumbre a todos, Jesús sigue ofreciendo la enseñanza del Sermón de la Montaña, cuyo centro es la sinceridad, la coherencia y la pureza de corazón que permite amar. Comprendemos cómo es más importante la intención de perfeccionarse que la propia perfección.

La primera lectura de hoy (Eclesiástico 15, 16-21), subraya la libertad de elegir que Dios nos otorga, y deja claro que lo que Él detesta es la falsedad (ni deja impunes a los mentirosos), la perversión del corazón. Cuando dice que los ojos de Dios lo ven todo, no está amenazándonos, sino proponiendo el camino de la sencillez y la coherencia.

Por eso, el Salmo 118 canta: dichoso el que camina en la voluntad del Señor. Sobre este caminar junto a Él, dice David Steindl-Rast: “Podríamos haber esperado que Dios dijera “ponte de pie” o "arrodíllate” o “póstrate delante de mí”. No; “camina” es la palabra. El caminar demanda más confianza, más valor. Caminar implica riesgo, y la fe crece con el riesgo.” Caminar en la voluntad del Señor exige equilibrio, constancia, fidelidad, deseo de llegar a la Meta y amor por el camino. La audacia en el corazón es fundamental, unida a la confianza, una actitud limpia y un propósito claro.

La segunda lectura (1 Corintios 2, 6-10) muestra cómo los príncipes de este mundo quedan desvanecidos, porque su sabiduría es falsa, son tinieblas que no reciben la luz, están en la separación, pues han rechazado ellos mismos el amor. Para los sinceros, de corazón puro, de actitud clara, que caminan en la voluntad del Señor, está predestinada la sabiduría divina, la maravilla inefable.

Si nos quedaba algo de temor después de la primera lectura, San Pablo hace que se esfume, recordándonos que Dios ha dispuesto todo para nuestra gloria antes de los siglos y que es inimaginable lo que ha preparado para los que le aman. Porque el verdadero mandamiento: el amor, supone un requisito previo: no temer, pues amor y temor nunca van unidos.

Amar a Dios… ¿Cómo se Le ama? Acabamos de verlo: viviendo en Su voluntad, caminando en Su presencia, confiando en Él. Es la Ley del Amor a Dios y a los hermanos, que incluye y trasciende todos los mandamientos, con la sutileza y perfección del corazón. Es la sabiduría del Reino, no la falsa sabiduría del mundo y sus trampas y falacias.

En el Evangelio que hoy contemplamos, Jesús se nos muestra con una autoridad nunca antes vista, superior a la propia Ley. Quiere sacudir nuestras conciencias, y lo hace a través de las famosas antítesis basadas en la hipérbole, propia del pensamiento oriental.

Profundiza en el mandamiento No matarás” (Éx 20, 13 y Dt 5, 17), para subrayar el respeto y el amor que nos debemos unos a otros. Quiere que entendamos que ese amor está por encima de todo reglamento y prescripción, por encima incluso de la religiosidad oficial y exterior.

El ojo y a la mano que son “ocasión de pecado” simbolizan los deseos torcidos, las intenciones perversas, que hay que extirpar implacablemente del corazón. 

Sobre el antiguo precepto de no jurar, Jesús quiere subrayar la necesidad de ser sinceros, transparentes y fieles a la verdad. El hombre que camina en presencia de Dios no tiene que justificarse ni defenderse de nada ni de nadie, por eso no tiene que utilizar el lenguaje como una excusa o un medio de protección de su propia imagen. Camina en la Verdad, y la Verdad le hace libre y le asienta en su identidad profunda. 

Frente a normas huecas, prescripciones tantas veces vacías de contenido, Jesús nos propone el discernimiento basado en el amor y la sinceridad,  la búsqueda de la Ley interior, que es la del corazón. Antes de Él, se nos hablaba de prohibiciones, cumplimientos y reglas externas, Jesús hablará de la transformación interior necesaria y previa para poder cumplir la Ley fundamental, el mandamiento del amor.

La ley del Antiguo Testamento es el cimiento firme y necesario de la religión, que se plasma en preceptos, ritos y fórmulas. El peligro consiste en no ver más allá, quedarse a ras de suelo sin profundizar ni avanzar. Porque estamos llamados a vivir desde nuestra verdadera esencia, que es la unión indisoluble con Dios, la correspondencia de Amor para la que fuimos creados. Comprendemos el sentido de la verdadera oración (Mt 6, 5-8) y lo que significa adorar en espíritu y en verdad (Jn 4, 23-24). Se trata de vivir esa unión para ser fieles al Mandamiento del Amor.

Si logramos vivir en la Divina Voluntad, viviremos ya la vida eterna. Solo en Comunión con Jesús, fieles a Su Vida en nosotros, podemos vivir con verdad y valor, honestidad y coherencia, y logramos eso tan difícil para un mundo de justificaciones, autodefensa y verborrea: decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no. Hay tanta palabrería vana, tanta dispersión dialéctica en nuestras vidas, que a veces parece incluso hacernos olvidar nuestro Ser verdadero.

Jesús nos presenta un nuevo nivel de mandamientos acorde con ese Ser que quiere devolvernos. Nada de medias tintas: excelencia, perfección, pero no como la del mundo, sino como la del Reino, basada en la coherencia, la intención y la pureza de corazón. Porque es en el corazón donde nace todo: lo bueno, lo malo, lo que mancha, lo que limpia... Se acabaron las mediocridades y la hipocresía; estamos llamados a la perfección, esto es, a la Santidad Divina. www.viaamoris.blogspot.com

De ahí lo de no saltarse ni una letra ni una tilde. Se nos pide un cumplimiento total, pero no en la forma, vacía tantas veces de contenido, sino en el fondo, donde brota la fuente del amor. Por eso ya no son necesarias las justificaciones, y nos basta decir sí o no. Todo lo demás viene del maligno, del embaucador, del incoherente, del mentiroso, del separador… Y es dentro de cada uno donde se le vence, aunque a veces nos parezca verle fuera, otra forma de seguir justificándonos. 

Decir "sí" o "no", sin ambigüedades ni malos entendidos, valientes y libres, consecuentes con nuestra esencia, que es la Voluntad Divina obrante en la criatura, que se deja transformar porque sabe que es Dios Quien lo hace todo y nosotros los que le dejamos hacer. En esa disponibilidad, esa entrega plena, se encuentra la perfección.

Como San Pablo, gloriémonos en nuestra debilidad, con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura, perfecciona todo, toma las distorsiones e incoherencias del pasado y las transforma en coherencia y acierto, obra cumplida y completa. Solo Él tiene Palabras de Vida; alimentémonos de ellas, soltando el ruido vano de la palabrería vana, que confunde y entretiene, impidiéndonos caminar en Su voluntad, Su presencia, Su verdad, que es Amor. Y recordando siempre que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús es: "No tengáis miedo". 

 
17. Diálogos Divinos. ¿Somos dignos de la Santidad Divina?


              ¿Por qué la primera Ley, escrita por el dedo de Dios (Ex 31,18), no dio este socorro tan necesario de la gracia? Porque fue escrita sobre tablas de piedra, y no sobre tablas de carne, que son nuestros corazones (2Co 3,3).
              Es el Espíritu Santo el que escribe, no sobre la piedra, sino en el corazón; "la Ley del Espíritu de vida", escrita en el corazón y no sobre la piedra, esta Ley del Espíritu de vida que está en Jesucristo en el que la Pascua ha sido celebrada con toda verdad (1Co 5,7-8), os ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
              ¿Queréis una prueba de la diferencia evidente y cierta que separa el Antiguo Testamento del Nuevo?... Escuchad lo que el Señor dijo por boca del profeta: "Grabaré mis leyes en vuestras entrañas, y la escribiré en vuestros corazones" (Jr 31,33). Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu alma de una dulzura secreta.
                                                                          
                                                                                                             San Agustín