Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 14 de julio de 2018

Sus pasos señalan el camino


Evangelio según san Marcos 6, 7-13 

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

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Santiago y San Andrés, Navarrete, el Mudo


Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando… Él nos llama hoy a nosotros, los Suyos, Sus Doce, Sus setenta y dos, Sus dos… Nos llama para que salgamos de nuestras miserias y esclavitudes y nos envía a dar testimonio de la Buena Noticia: que Él está entre nosotros y nos salva, nos sana, nos libera hoy.

Somos llamados y enviados con poder para vencer a los espíritus inmundos que acosan al ser humano dentro y fuera de él. Cuántos demonios interiores son expulsados…: los “yo quiero”, “yo controlo”, “yo tengo razón”, "yo logro", "yo valgo", "me gusta", "me apetece"… 
Expulsamos demonios y sanamos las enfermedades con la autoridad que nos da el Maestro, aprendiendo a vivir como Él, ligeros, libres, sin prevenciones ni reservas. Porque para poder predicar la conversión, hemos sido convertidos y, por la fe, marcados con el sello del Espíritu Santo.
Como vemos en viaamoris.blogspot.com , vivir apoyados en Cristo, el único “bastón”, mirándole solo a Él, sin esperar ser acogidos o aceptados por el mundo, nos libera de la queja y nos endereza el alma, que ya no se dobla hacia la tierra, sino que se alza para mirar a Aquel que nos ha enviado y verle en todo, verle en los demás, sentirle dentro.  
Cuando uno se mira a sí mismo, fijándose solo en los estados de ánimo propios o ajenos,  dependiendo de las reacciones de los demás, no puede ver y escuchar al Señor de la misericordia y la fidelidad, la justicia y la paz, que canta el Salmo de hoy (Salmo 84) y contempla San Agustín en el texto de abajo.
Pero si vivimos con la mirada y el corazón puestos en Jesucristo, Vida nuestra, soltamos el lastre de siglos y empezamos a caminar ligeros y libres. Porque malvivir con la voluntad humana, desconfiando, creyendo hacer, lograr, controlar, es vivir con el alma encorvada hacia la tierra, con la atención capturada por las cosas del mundo. Y vivir en la Voluntad del que nos envía, atentos, despiertos, erguidos, es vivir el cielo en la tierra.

Así lo expresa Luisa Piccarreta en los escritos de Libro de Cielo: “los apoyos humanos son resbaladizos. El medio más seguro es caminar casi volando, queriendo vivir en la divina voluntad sin mirar a los demás. Un ojo en Jesús, el otro en lo que yo hago.” Entonces, como dice el Salmo: sus pasos señalarán el camino

La gente vive absorbida por lo poco, lo nada, lo que pasa, aferrándose a ello. Vivamos estrenando la eternidad, con la serenidad del que sabe que el instante es perfecto si Dios lo quiere, libres del pasado, libres del futuro. En lugar de buscar aliados para luchar por triunfos de mosquito, busquemos aliados para el Reino, reconociendo a los adversarios, esos "siete demonios" de los que Jesús nos libera.

Deja que Él te libere de nuevo y reconoce a Sus aliados, que son los tuyos. Mira el cielo abierto y deja de mirar a los ciegos que guían a ciegos, ni siquiera a los que te prometen versiones sublimes de algo temporal.


                                                God be in my head, Sir Henry Walford


                  La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.  

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro, tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así -como dice la Escritura-: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: “Nuestra gloria”, sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que esta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.

                                                                            San Agustín. Sermón 185


sábado, 7 de julio de 2018

No somos nada


Evangelio según san Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. 

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Jesús en la SinagogaGerbrand van den Eeckhout

En la segunda lectura (2 Corintios 7b-10), Pablo nos recuerda lo que le decía Jesús cuando el apóstol de los gentiles pedía ser librado de su “espina”, ese emisario de Satanás que le humillaba. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad”, le respondía el Señor, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, todos expuestos a desprecios y humillaciones por seguirle. 

Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, sufriendo “el desprecio de los orgullosos” (Salmo 122), con la mirada puesta en el Señor, esperando su misericordia, porque Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.  viaamoris.blogspot.com

Sin Él n
o somos nada..., nuestro único mérito es la adhesión a Cristo, que es, como dijo el anciano Simeón, bandera discutida, signo de contradicción. Seremos perseguidos, sufriremos insultos, privaciones y dificultades, pero lo que cuenta es la criatura nueva llamada a ser como el Maestro, con Sus marcas de amor ilimitado en nuestro cuerpo, y el nuevo nombre con que Él nos une a Sí para siempre. 

En el Padrenuestro decimos hágase Tu voluntad. Pero cómo nos cuesta asumirlo en nuestros pequeños dramas cotidianos... Así nos forja, así nos modela el divino alfarero. Amar la Pasión…, como exclama Rafael Arnaiz en el texto de abajo… Empiezo a saber lo que es conocer, meditar, amar la Pasión de Cristo, más allá de palabras y teorías. De Su costado, brota sangre y agua que purifica y transforma al que Le mira y acepta ser salvado por tan tremenda locura de amor. 

Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios,  seguimos citando a San Pablo. Por eso aprendemos a aceptar nuestras cruces, viendo en ellas un instrumento de transformación y purificación. El sufrimiento aceptado y vivido por amor eleva, transforma y dignifica, pero no tiene nada que ver con lo que el mundo entiende por dignidad. 

El mundo miraría para otro lado ante la escena que Marcos nos narra hoy. Porque la falsa dignidad del mundo es todo lo contrario; consiste en competir, destacar, asegurar, acaparar honores vanos y efímeros, recibir el aplauso y el reconocimiento de muertos vivientes. Son esos estribillos absurdos que, aun sin ser pronunciados, flotan en el aire y marcan nuestras actitudes y nuestros modos: “¿quién te crees que eres?” o “¡usted no sabe con quién está hablando!”. 

Lo sabio, lo acertado sería decir, pensar, sentir que no somos nada y, en coherencia, no pretender sino ocupar el último puesto. Y como descubrió Charles de Foucauld, entonces, nueva paradoja de un Dios que se hace hombre y muere por amor, comprenderemos que ninguno de nosotros puede ser el último, porque en ese puesto siempre encontraremos a Jesucristo, enseñándonos a amar la cruz, el camino descendente. 

Por la cruz a la Luz...; los desprecios, humillaciones, abandonos, sufrimientos y traiciones forman parte del camino descendente que Él recorrió y hemos de seguir sus discípulos. Todas las adversidades tienen “peso de eternidad”; son  cruces dolorosas que, aceptadas, vividas con consciencia y mansedumbre, nos unen a la Cruz salvadora de Cristo y nos transforman, nos hacen libres, dignos de la vida eterna por ser Hijos de Dios, filiación divina que el Amor de Cristo nos devuelve. 



                                              Chant of the Templars - Non nobis Domine


Bendito Jesús, ¿qué me enseñarán los hombres, que no enseñes tú desde la Cruz? Ayer vi claramente que solamente acudiendo a ti se aprende; que solo tú das fuerzas en las pruebas y tentaciones y que solamente a los pies de tu cruz, viéndote clavado en ella, se aprende a perdonar, se aprende humildad, caridad y mansedumbre. No me olvides, Señor… Mírame postrado a tus pies y accede a lo que te pido. Vengan luego desprecios, vengan humillaciones, vengan azotes de parte de las criaturas. ¡Qué me importa! Contigo a mi lado lo puedo todo. La portentosa, la admirable, la inenarrable lección que tú me enseñas desde tu cruz, me da fuerzas para todo. A ti te escupieron, te insultaron, te azotaron, te clavaron en un madero, y siendo Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te ofrecías… ¡Qué podré decir yo de tu pasión!… Más vale que nada diga y que allá dentro de mi corazón medite esas cosas que el hombre no puede llegar jamás a comprender. Conténteme con amar profundamente, apasionadamente el misterio de tu pasión. ¡Qué dulce es la cruz de Jesús! ¡Qué dulce sufrir perdonando! ¡Cómo no volverme loco! Me enseña su corazón abierto a los hombres, y despreciado… ¡Dónde se ha visto ni quién ha soñado dolor semejante! ¡Qué bien se vive en el corazón de Cristo!
                                                                                                       San Rafael Arnaiz Barón