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jueves, 31 de octubre de 2019

Santos y dichosos


Evangelio según san Mateo 5, 1-12a 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                                El Sermón del Monte, Rudolf Yelin

Jesús iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la tierra el reinado de Dios.
                                                                                   Georges Chevrot

Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada de lo verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones falta en el Camino de Jesucristo. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. 

Si nos dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de Dios.

La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.

El corazón del ser humano reconoce los verdaderos tesoros que, más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar, vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. 

Sin embargo, no actuamos en consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gálatas 2, 20).

Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.  

Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos. Pero la dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oído oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.

Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real, porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. 

Es real la luz de la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan cerca de Él, tan unidos a Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera alejados de Su Amor.

MORIR SOLO ES MORIR

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver el amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

                                                                                  José Luis Martín Descalzo


                                      95. Diálogos Divinos, Muerte desde la Divina Voluntad

sábado, 26 de octubre de 2019

La oración del corazón


Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola. “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”

"El Señor es excelso y dirige su mirada a los humildes, pero a los orgullosos los conoce desde lejos" (Sal. 138, 6)

La prolijidad en la oración a menudo llena el espíritu de imágenes y lo disipa, mientras que a menudo una sola palabra tiene por efecto recogerlo.
                               San Juan Clímaco

Las oraciones deberían ser como fuentes espontáneas que brotan de nuestro amor y de nuestro desamparo.
                                                                                                         Paul Sedir

Desde hace siglos, en la oración de los ortodoxos es frecuente la plegaria de Jesús, también llamada oración del corazón, que se basa en la parábola que hoy leemos y dice: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Se une en ella la petición de gracia y perdón a la conciencia de sí como pecador.

El obispo Teófano decía que la fuerza de esta plegaria no reside en sus palabras, que, además, tienen muchas variantes, sino en la constatación de nuestro estado caído frente a Dios en Su estado de perfección.

El fariseo se ha quedado apegado en su falsa autoimagen, como vemos en el blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com. El republicano, en cambio, es consciente de su condición, de sus limitaciones, pecados y miserias,  y esa consciencia y su entrega confiada de sí mismo, pobre y necesitado, a Dios, logra transformarlo, justificarlo, santificarlo.

No basta con mirar hacia arriba para ser elevados. Hace falta la humildad de mirar a lo más bajo de uno mismo (humildad, de humus, tierra), hay que descender a los infiernos con Cristo, para con Él, recoger todo, reasumir todo, si queremos, por El, resucitar. Felix culpa, decimos entonces con San Agustín, feliz culpa que nos ha merecido tal Salvador. Porque, si bien es cierto que somos nada, miseria, limitación, por Cristo, con Él y en Él, como repite la liturgia, somos todo, hijos y coherederos del Reino. Es el Milagro de Amor.

El gesto de Dimas, el buen ladrón, capaz de robar el cielo al mismo Dios con una sola plegaria lo tiene el publicano que vemos hoy. Un solo gesto, una sola oración de entrega total y confianza plena, para la que hay que prepararse mucho, pero en un sentido contrario a lo que el mundo entiende por preparación. Prepararse, formarse para un gesto, una actitud… Formación muy exigente pero no para acumular conocimientos o práctica, sino para desnudarse, soltar, dejar ir, llegar a ser verdaderos pobres de espíritu frente a los soberbios y prepotentes…

La vida por sí sola ya nos da esa enseñanza, nos va quitando todo… Pero podemos aprenderlo de una sola vez si somos humildes y valientes. Mira tu miseria con valor, sin miedo a espantarte de ti mismo, sin paños calientes, sin mirar de reojo. Mira tu tiniebla y podrás ver la luz con que Él te mira. Entonces volverás a ser hijo de la luz, por Su infinita misericordia. Maravíllate y reconoce de Quién te viene tanta gracia. No te apropies de nada, no te atribuyas nada… No lo necesitas porque, por Él ya lo tienes todo…  Dice Isaac de Nínive: ¿Qué es entonces la oración espiritual? Es el símbolo de nuestra condición futura.

Acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino, dijo Dimas, y podemos decir siempre… Pero, añadamos…: Tú ya estás en tu Reino, y el Reino en mí… Acuérdate…, recuérdame que te recuerde y recuerde que tú completas todo, integras todo, lo elevas y transformas todo…

Invocando Su nombre y Su misericordia (miseri /cordis), para que Él lleve nuestra miseria a Su Corazón y la disuelva, vamos llegando a niveles más sutiles de verdadera Comunión. Así lo expresa William Johnston: “Les sucede algo similar a quienes recitan la “oración de Jesús”. Puede que empiecen rezándole al Jesús de Nazaret histórico, que anduvo sobre las aguas del Mar de Galilea; pero a menudo que trascurre el tiempo, dejan atrás las imágenes, pues su vista está ahora fija en el Verbo que nos ilumina a todos, en el Hijo que está de pie a la diestra del Padre, en la Segunda persona de la Santísima Trinidad. A través de la unión con el Hijo, se ven divinizados. Haciéndose “partícipes de la naturaleza divina” se dirigen al Padre en el Espíritu. Su oración se vuelve, pues, trinitaria.”

                                                 
                                                  Jesús, tú mi alfarero, Hermana Glenda

La verdadera religión no es más que un intercambio entre el espíritu del hombre y el espíritu divino. Si el templo de Dios es el cuerpo cósmico del Verbo, el corazón de Jesucristo es el altar de dicho templo. Cualquier obra buena, cualquier petición o cualquier agradecimiento va del corazón del hombre al de Jesucristo y allí es aceptado por el Padre porque Dios no admite nada que no haya pasado antes por el corazón de Su Hijo para ser allí purificado, sublimado por los tiernos cuidados de nuestro eterno Amigo.
Todo lo que el hombre pueda obtener de lo más bello y de lo más limpio, lo minimiza en cuanto lo toca. Todo aquello que a nosotros nos gusta llamar como nuestros méritos, debe pasar por las manos del gran Alquimista para que lo transmute en la preciosa Quintaesencia, para que puedan resistir al Espíritu Santo, si no, serían reducidos a cenizas. Esto es lo que se llama santificar una cosa, transformarla, trasplantarla de lo natural a lo sobrenatural, de lo local a lo universal, del tiempo a la eternidad, de la muerte a la vida. Y el único que lo puede hacer es el Alquimista que bajo a la Tierra y se hizo hombre para liberarnos: Jesucristo.
De tal modo que el discípulo se repetirá sin cesar que él no es nada, que todo aquello que haga bien no es él sino Cristo quien lo hace en él y por él, porque desea su pobre corazón enfermo más de lo que nosotros podamos desear el más bello de los tesoros. Que es de Cristo del que puede esperar todo, todo en inteligencia, todo en amor, todo en fuerza y que gracias a la maravillosa locura que es el amor, ese pobre hombre, de aspiraciones tan pequeñas, tan miserable en sus idolatría, tan versátil en sus voluntades, este pobre esbozo de hombre puede ser recibido por el Verbo pudiendo convertirse en una parte de su esplendor, en un rayo de ese sol.
                                                                                                                 Paul Sedir

sábado, 19 de octubre de 2019

Orar siempre


Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».” Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

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La Creación (detalle), Miguel Ángel

         
            Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad, y se os abrirá.

             Lucas 11, 9

Después de enseñar el Padrenuestro a sus discípulos, Jesús subraya la necesidad de perseverar en la oración, con otra parábola muy semejante a la que leemos hoy, la del amigo inoportuno (Lc 11, 5-13). En la parábola que leemos hoy, la actitud del juez hacia la viuda es la contrapuesta a las entrañas de misericordia del Padre. Con estas dos parábolas, Jesús nos muestra cómo funcionamos en el mundo, para que comprendamos que el Reino no tiene nada que ver con nuestros afanes mezquinos y egoístas.

Los Evangelios nos ofrecen muchos ejemplos personales de esa insistencia necesaria, como la cananea, modelo de fe, perseverancia y humildad. (Mt, 15, 28); o como el centurión, claro y directo en su petición y en la expresión de fe que la sostiene (Lc 7, 1-10). El sentido más profundo de esa constancia no es que Dios sea reticente o indiferente. El sentido tiene que ver contigo y conmigo. Si tenemos en cuenta solo a Dios, las súplicas que Le dirigimos no tendrían ninguna razón de ser porque Él sabe lo que necesitamos mejor que nosotros mismos (Mt 6, 8), y porque no podemos sobornarlo, manipularlo o transformar Su voluntad.

Si soy capaz de confiar a Dios todo lo que me inquieta o anhelo, lo estoy ya transformando en mí, porque lo que pido, siento, espero, lo pongo en comunicación con lo Verdadero, donde germina la respuesta ante la mirada misericordiosa del Padre, que es todo lo contrario del juez de la parábola.

La oración perseverante no es útil o necesaria para Dios, pero sí para el ser humano. Es ponernos bajo Su voluntad y entregar la nuestra, tan pobre e inútil. Añadir: “no se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lc 22, 42), como nos enseña Jesús, legitima cualquier petición sincera, confiada y humilde.

La insistencia en la oración no se refiere, por tanto, a repetir una y mil veces las peticiones, como si Dios fuera sordo o indiferente a nuestras necesidades, sino a la necesidad de orar siempre, vivir en estado de oración, esto es, de comunión continua con Dios. Esa es la meta, vivir en oración, vigilantes, con la mano en alto, como vemos que hace Moisés en la primera lectura (Éx 17, 8-13). Con la oración continua, acabas convirtiéndote en lo que oras, como en el precioso relato de El Peregrino ruso.

Cuando se llega a la unión total, si es necesaria una oración de petición (por uno mismo, como hemos visto, no por Dios), bastaría decirlo una vez, porque se está en la Palabra. Entonces, si basta pedirlo una vez con absoluta confianza, sinceridad y pureza, ¿para qué insistir? Porque llevamos tesoros en vasijas de barro y, aunque a veces consigamos esa plenitud que solo puede dar la unión con Dios, volvemos a caer. Nos lastran el mundo y sus reclamos y tantas sombras interiores que aún no hemos logrado iluminar permanentemente. De ahí la importancia de ser fieles y constantes, orar siempre, hacer de la vida oración, intentando permanecer en ese estado de Comunión.

       El que es consciente de esa Comunión, ¿qué va a pedir? Todo lo considera pérdida o basura, con tal de ganar a Cristo (Filp 3, 3-8). Porque lo mejor, lo que da el Padre, lo que hay que pedir es el Espíritu Santo (Lc 11, 11-13).  Todo ruego ha de vincularse a este bien supremo. Primero el Reino, que es Él viviendo en nosotros y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.

Existe un nivel superior de oración, que Jesucristo no podía enseñar a todos con las parábolas, que enseñó a los apóstoles, y que Juan, recostado en su pecho, comprendió como ninguno (Jn 16, 23-27). Solo desde ese amor integrado se puede realmente pedir en Su Nombre, porque se vive en Él, y Él mora en el corazón del verdadero discípulo. Los que viven en esta oración de comunión, de amor perfecto, no conciben otra petición que el fiat, hágase en mí Tu voluntad y si, como el mismo Jesús, a veces piden por aquellos que aman (Jn 17, 9, 24), es en el marco de esta sumisión voluntaria y gozosa a la voluntad del Padre.

Que las peticiones son escuchadas queda bien subrayado en los evangelios (Mt 21, 21, Lc 17, 6, Mc 11, 24, Mc 9, 23, Jn 15, 7). ¿Cómo pedir para recibir? ¿Cómo llamar para que nos abran? ¿Cómo buscar para hallar? (Lc 11, 9) ¿Con qué actitud? ¿Desde dónde? ¿En qué estado? Sosiégate y sabe que Yo soy Dios (Salmo 46, 11). Cuando logras que el significado de esta frase se haga vida en tu interior, permites que Él se exprese en ti y en tu vida, que actúe a través de ti www.viaamoris.blogspot.com. Sin embargo, cuando tratamos de manipular o utilizar a Dios, no estamos hablando con Él, sino con uno de esos ídolos que nos alejan de Su gracia.

Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno (Dt 6, 4). Es el hombre el que tiene que prestar atención, vigilar y escuchar, mantenerse siempre atento y receptivo, consciente de Dios, evitando las dispersiones, los cantos de sirena del Adversario, que está siempre dispuesto a confundirnos y distraernos de lo esencial. Por eso es necesario orar siempre, perseverar en la oración, no para que Dios capte nuestro mensaje y nos dé "acuse de recibo" de nuestra solicitud, sino para que nos mantengamos en guardia frente a lo que nos aparta de Él, verticales, con la mirada y el corazón hacia la meta, que es la Unión definitiva.

Porque toda oración de petición sincera acaba desembocando en la única petición necesaria: que se haga en mí Su voluntad, que yo sea capaz de permitirle hacer Su obra en mí, sin interferencias, sin deseos mundanos, sin reservas ni búsquedas que no sean la única búsqueda legítima, como diría Tauler, la búsqueda pura y simple de Dios.

28 Diálogos Divinos, "La Oración"


¿Qué derecho tenemos nosotras a ser escuchadas? Nuestro deseo de paz es, sin duda, auténtico y sincero. Pero, ¿nace de un corazón totalmente purificado? ¿Hemos rezado verdaderamente “en el nombre de Jesús”, es decir, no solo con el nombre de Jesús en la boca, sino en el espíritu y en el sentir de Jesús, buscando la gloria del Padre y no la propia? El día en que Dios tenga poder ilimitado sobre nuestro corazón, tendremos también nosotras poder ilimitado sobre el suyo.
                                                                                              Edith Stein