Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 31 de octubre de 2020

Comunión de los Santos

 

Evangelio según san Mateo 5, 1-12a


En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                           Políptico del Cordero Místico, Hermanos Van Eyck 


                       Sólo tenemos una vida, hemos de ser santos.

               San Maximiliano María Kolbe.

De acuerdo, Maximiliano, hombre generoso y valiente…., pero ¿qué es ser santo? Ser santo es imitar y seguir a Jesús desde la gran tribulación, este mundo de división, lucha, conflicto, separación, muerte y entropía que ya pasa.

A Su presencia nos dirigimos, como el grupo que aparece en la primera lectura de hoy (Apocalipsis 7, 2-4.9-14), unidos, en este viaje de vuelta al Origen del que venimos. Con las vestiduras lavadas y blanqueadas en la Sangre del Cordero, habiendo renunciado al hombre viejo y habiendo optado por la Vida que somos en Cristo.

Las vestiduras blancas son la individualidad que conservaremos, después de que Él haya borrado de ellas toda mancha de egoísmo y falsedad. El agua y la Sangre que brotan del Corazón de la Divina Misericordia nos lavan hasta lograr un blanco deslumbrante (Marcos 9, 3). Es también el nombre que encontraremos en la piedrecita blanca que se nos dará (Apocalipsis 2, 17), nuestro nombre verdadero, el que hemos venido a reencontrar, para abandonar esta matrix de mentiras y sueño.

Y, como dice la segunda lectura, aún no se ha manifestado lo que seremos, porque aún  no somos conscientes de dónde venimos y adónde vamos, ni de la chispa divina que late dentro. Porque todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro (1 Juan 3, 1-3). www.viaamoris.blogspot.com

Al Origen regresamos, y no podemos perdernos, porque tenemos las Bienaventuranzas, que nos recuerda el Evangelio de hoy, una verdadera guía para el cristiano, un canto al amor, la confianza y la unidad. Bienaventuranzas, sabiduría y fidelidad, camino de regreso para valientes, tras las huellas del Cordero-Pastor. 

En la lógica del mundo, divergente, separadora, que valida el conflicto y la pérdida, el 1 de noviembre parece sombrío. Por eso nos hemos inventado un Halloween de t-error que subraya la distorsión, el miedo al miedo… En la lógica de Jesús, la lógica del amor y la unidad, el 1 de noviembre es la Fiesta de las fiestas, la celebración de la unidad y de la alegría. Es la conmemoración de la Meta, del destino en el que ya somos, la Comunión de los Santos, la Unidad.

Ser santo es ser lo que eres realmente, más allá de los disfraces que te has ido poniendo a lo largo de tu vida. Recuerda el proyecto de Dios para ti y acógelo de nuevo con alegría y verdad, aquí y ahora, sin huidas ni excusas, sin imaginar ni ensoñar… Vuelve a ser lo que eras, serás, eres, pues para Dios no hay tiempo (1 Pedro 3, 8), recuérdate y verás cómo la angustia, la impaciencia, la dispersión de toda una vida en un sueño equivocado se convierte en combustible para el viaje de vuelta a Casa, donde nos esperan todos los santos, la Santa Compañía que convirtieron en algo espantoso, otro error de la distorsión, otro “te amo” convertido en “temo”, ese Halloween desquiciado que es una parodia, porque todos regresamos, libres y serenos.

Holy win, y no Halloween, los santos que somos por el Bautismo regresamos victoriosos al encuentro del Cordero cuya Sangre nos limpia y nos transforma. Comunión de los Santos, Vida verdadera que estalla en alborozo, dicha eterna. Un solo anhelo vertical nos une, una muerte para la Vida, un regreso de todos a la Casa del Padre, sin vuelta atrás.


MORIR SOLO ES MORIR

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver el amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

                                                                                  José Luis Martín Descalzo


                  95. Diálogos Divinos. La muerte desde la Divina Voluntad


Algunos aforismos sobre la muerte como Dies Natalis (día del nacimiento):

Lo difícil no es aceptar que un día vamos a morir. Lo realmente difícil es atreverse a morir cada vez que sea necesario.

Aprende a ver la muerte como comienzo, trampolín desde el que zambullirnos en la eternidad.

La muerte es un verdadero rito de iniciación para el que todos debemos prepararnos.

Si un hombre lograra pensar de verdad, sin estrategias de huida, en su propia muerte, sería capaz de despertar y emprender el camino que conduce hacia la libertad.

La muerte es la entrada en una vida más real, una vida que no se agota, sino que mana incesante y transparente.

Imagina que mueres ahora. ¿Sientes paz y aceptación? Si no es así, trata de descubrir qué debes cambiar para que cuando llegue el momento puedas afrontarlo con paz.

Las personas conscientes miran su vida sin dejar de mirar también a su muerte. Eso les da una perspectiva completa y todo cobra su verdadera dimensión.

Pensar en la muerte no es vivir menos, no es ir claudicando o rindiéndose, no es renunciar a la vida; al contrario, es vivir con coherencia y valentía.

Soltar, abandonar, disolver, deshacer, desatar... ¡Liberar! Y el tiempo que nos quede, que sea un paseo luminoso.

Ser consciente de nuestra mortalidad es una actitud lúcida y liberadora, un reloj de arena que lleva entre sus granos muchas piedras preciosas, diminutas e inmensas.

Gran tesoro es ser conscientes de que estamos muriéndonos desde que nacemos. Vivamos velando, despiertos, para no olvidarlo y así reconocer esa otra cara de la moneda: nuestra dimensión eterna.

Hemos sido esclavos del sueño y la ilusión demasiado tiempo; es hora de volver a lo Real, donde somos eternos y libres.

sábado, 24 de octubre de 2020

Amar para amar


Mateo 22, 34-40 

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Él le dijo: “‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".


Jesucristo, Hoffman
 

Amo porque amo. Amo para amar.

                                                                                                                                 San Bernardo

La respuesta de Jesús a la pregunta capciosa del doctor de la ley es clara y sencilla: el mandamiento principal, que sostiene toda la Ley y los Profetas, consiste en amar a Dios con todo el ser, sin reserva alguna, y al prójimo como a uno mismo. ¿Quién sabe amar con todo su ser, sin reservarse nada? 

Solo somos capaces de amar de verdad, sin condiciones, si regresamos a la Fuente del Amor, uniendo nuestro corazón al de Dios, descubriendo que Él es lo más íntimo de nosotros, intimior intimo meo, decía San Agustín. Los dos mandamientos, los dos amores, están indisolublemente unidos y Jesús, poco antes de dar Su vida por nosotros, los fundirá en un único mandamiento, el Mandamiento del Amor.

Todos tenemos un vacío en el corazón que solo puede ser llenado por esa unión íntima con Aquel que nos enseña a amar. Vuelve a surgir esa diferencia entre los llamados y los elegidos que veíamos hace dos domingos. Es elegido, y se elige a sí mismo, el que abre su corazón al Dios del Amor. El camino es así un enamorarnos de Aquel que nos ama infinitamente y nos enseña a amar, hasta que interiorizamos el sentido del Amor auténtico, el que está más allá de la emoción (1 Corintios, 13, 1-13).

El Señor se revela a los pequeños y sencillos que reconocen que no somos nada y no sabemos ni podemos amar por nosotros mismos. Pero unidos a Él, somos capaces de todo, nada nos parece imposible. Lo esencial es volver la mirada y el corazón hacia Cristo, cada día, cada momento; porque su acción salvadora es incesante, y así han de ser nuestra voluntad de amar. 

Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo nivel de mandamientos y un nuevo nivel de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5). El amor que crece y se actualiza en Jesús te va haciendo capaz de lo más difícil, perdonar al que te hiere, porque, al unirte a Él, te enseña a crear y recrear, haciendo con Él y en Él nuevas todas las cosas pues ya has sido regenerado por la Palabra que acogiste, como dice la Segunda Lectura (1 Tesalonicenses 1, 5c-10).

Nada de medias tintas: perfección, pero no como la del mundo, sino como la del Reino, basada en la coherencia, la intención y la pureza de corazón. Porque es en el corazón donde nace todo: lo bueno, lo malo, lo que mancha, lo que limpia.

Hasta que Jesús nos da el Mandamiento Nuevo, la consigna era amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Bien lo sabía el doctor de ley que pregunta a Jesús. Pero antes de su Pasión, en el discurso de despedida a los más cercanos, Jesús quiere que vayamos mucho más allá, nos da un mandamiento nuevo, acorde con la nueva creación que va a instaurar Su muerte y resurrección. Se nos pide que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado. Solo Él sabe amar, pero podemos amar con Su mismo Amor.

Si queremos cumplir el mandamiento principal, y ya que nuestro amor y también nuestra voluntad de amar son nada ante el Amor y la Voluntad de Dios, empecemos amando la Voluntad Divina y renunciando a la nuestra. Amar la Divina Voluntad en cada circunstancia, ya no solo es ser consciente y estar atento, ni siquiera es, además, aceptar sin rebelarse el momento como es. Amar la Divina Voluntad es aceptarla como Vida nuestra, dejando que sea Ella Quien obre, sienta, viva, ame en nosotros.

Vivir con la Divina Voluntad como Vida porque en Ella está la Creación, la Redención, la Santificación, el Acto Único de Dios en el que somos. Entonces podemos amar a Dios y a los demás con el mismo amor con que Él se ama y nos ama. Es el regreso a la Unidad, para que se cumpla el Plan Original que la caída distorsionó. 

En esa fusión de nuestra voluntad con la Divina está todo lo que Dios quiere para nosotros y es perfecto, necesario, fuente de bendiciones. Esa es nuestra misión: bendecir al Señor y aceptar su bendición para nosotros, la correspondencia perfecta de Amor. Nada que hacer, nada que ganar, nada que merecer, solo bendecir y ser bendecidos, ser amados y amar, mientras el Señor hace su labor en nuestras almas. San Anselmo de Canterbury nos habla de esta unidad de voluntades en el blog hermano. www.viaamoris.blogspot.com

Entonces, podremos hablarle con la confianza y frescura de los enamorados o con el candor y la naturalidad del hijo que se atreve a todo porque sabe que el Padre le da todo lo Suyo para vivir con ello. Así se expresa San Juan de la Cruz, tan seguro de ser amado que deja su cuidado entre las azucenas olvidado y acomoda así su cabeza en el pecho del Amado:

Oración del alma enamorada:

¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase…

¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste? No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón. 

Y así lo canta San Agustín, dichoso por haber encontrado la Belleza tan antigua y tan nueva:

Dame amor. Vida mía, diré a voces,
porque dándome amor, en él te goces.
Si tu poder inmenso me cedieras,
te daría, en mi amor, cuanto quisieras.
Amarte quiero más, que no gozarte,
y gozarte tan solo por amarte.
Escoria soy, mi amor; mas, aunque escoria,
un dios quisiera ser para tu gloria.
Pues si yo fuera Dios, tanto te amara
que para serlo Tú, yo renunciara.
Mas ¡ay, amado mío, yo me muero,
de ver que nunca te amo cuanto quiero!
Úneme a ti, querido de mi vida:
será la nada en todo convertida.
Si pudiera, mi bien, algo robarte,
sólo amor te robara para amarte.
Mas si mi amor tu gloria deslustrara,
aunque pudiera amarte, no te amara.
Ámate, pues de amor eres abismo,
por ti, por mí, por todos, a ti mismo.


                                            
                                           
255. Diálogos Divinos. Bendito Conocimiento II
                                            

sábado, 17 de octubre de 2020

A Dios lo que es de Dios

 

Evangelio de Mateo 22, 15-21

En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién es esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”


                                         El tributo al César, Valentín de Boulogne


Lo que solemos llamar nuestra vida es una cosa tan circunstancial, tan determinada, tan improbable, que sólo es como un vestido que se pusiera el alma a cada instante.                                                             

                                                                                            Juan Ramón Jiménez

 

¿Dónde estás cuando no estás contigo? Y después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué has ganado, si de ti te olvidaste?

                                                                                                Thomas de Kempis


Los fariseos vuelven a desplegar sus malas artes, sibilinas e hipócritas, para intentar acorralar a Jesús, pero el Maestro aprovecha la ocasión para desenmascararlos una vez más, y para invitarnos a crecer en coherencia. Nos anima a ser valientes y decididos en ese anhelo de Bondad, Verdad y Belleza que alberga el corazón humano. Ya no se trata de escoger algo y soltar algo, sino de soltar todo para escoger Todo, renunciar a la falsa imagen que no somos, la del César, y asumir lo que Somos: la imagen de Dios. Lo expresa mejor San Antonio de Padua en el blog hermano www.viaamoris.blogspot.com 

Porque lo real, lo que Es, lo de Dios…, no está en el “qué”, sino en el “cómo”. Lo que hacemos, como expresión externa de la vida, es insignificante frente a lo que Somos, que se manifiesta en cómo hacemos, decimos, pensamos, sentimos… Atendiendo al “cómo”, todo puede ser del César o de Dios. Limpiar, comer, orar en el templo, reír, ayunar, bailar, dar limosna, jugar…; nada es sagrado, nada es mundano por sí mismo, sino por la actitud con que lo hagamos.

¿Cuál es la mejor actitud, el mejor “cómo”, nuestro “Cómo”?  Con Jesucristo, en Él y Él en cada uno. Con Cristo, como Cristo, Uno con el Padre, salimos de la mentira de lo que creemos que somos, para entrar en la Verdad, lo que Somos realmente. Es el Camino de retorno a Casa. Siempre con Cristo, esto es, con Su Voluntad como vida.

Todos acumulamos y nos aferramos a falsas monedas, visibles e invisibles, por miedo e inseguridad, pero el miedo es una fantasía nacida de la ignorancia, que nos impide recordar que, como veíamos el domingo pasado, nuestro traje de fiesta es amor. Miedo y deseo, dos notas falsas que entonan la melodía desafinada de nuestra vida, hasta que descubrimos nuestra verdadera nota, limpia, clara, y la ponemos al servicio de la sinfonía de la Vida. Es hora de invertir valores y poner nuestra confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero. Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, los seres infinitos y eternos que somos.

Hoy Jesús vuelve a recordarnos que no somos del mundo, aunque estemos en el mundo; no somos del César, sino de Dios. Nuestro "lugar" no está aquí abajo, en lo limitado y horizontal, en lo que pasa..., sino arriba, en lo alto y profundo, en lo interior. Vivamos en vertical, demos a Dios lo que es de Dios: nosotros mismos, que somos imagen Suya, nuestra esencia original. Solo así alcanzaremos la semejanza perdida.

     Cuando no somos, buscamos nuestra identidad fuera, en cosas, personas, proyectos, circunstancias..., en el César y sus aliados… No solo los bienes materiales nos hipnotizan y nos esclavizan; hay en el ser humano dos inercias que atan: la de buscar experiencias y la de buscar seguridad. Todo se disfraza y se distorsiona por esas tendencias compulsivas a acumular experiencias (tantas veces inútiles) y seguridades (casi siempre ilusorias). Nos escudamos en proyectos nobles, ambiciones loables o altruistas, pero en el fondo es todo producto del  miedo y el deseo. 

      Acaparar o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acaparar "monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más sutil que lleva a acaparar todo. Jesús se refiere a lo material, pero también y sobre todo a esa red o matriz de miedos, deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo todos alrededor como arañas ciegas. Hay quien acumula monedas de oro con la esfinge del César y quien va acuñando monedas invisibles que enmarañan su alma e impiden que entre la luz. Y al final, muchas veces nos comportamos como niños inconscientes y caprichosos, perdidos en un bosque en mitad de la noche, mientras los lobos aúllan, las sombras crecen y el corazón se encoge, vacío, cerrado todavía. 

Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No hay mejor manera de expresar esta dialéctica que condiciona nuestras vidas. Es otra expresión del cielo y el infierno que todos llevamos dentro, o de la vida y la muerte como opción primordial. Quedarnos en lo material, en lo falso, en lo que no somos, en el César y su mundo, que nos encanta como las sirenas a Ulises, es atender únicamente a lo que muere. Descubrir los trucos del César, su impostura tramposa e intuir la Verdad es optar por la vida y hacer realidad el Reino aquí, ahora, en nosotros. También las cosas "santas", si se viven con codicia o avidez es dar al César lo de Dios, porque las transformamos en ídolos más sutiles. Es el fariseísmo de hoy, que busca seguridades en el crecimiento espiritual olvidando que solo Dios basta.

Demos al César lo suyo: lo falso, lo efímero, el miedo, lo separado, lo que se quemará, lo que no es, la nada de plata que no nos pertenece; y demos a Dios lo verdadero, lo consciente, lo perdurable, lo que Somos: Suyos.



                                            250. Diálogos Divinos. ¿Y te parece poco? II

La fuerza de César está en el sueño de los hombres, en la enfermedad de los pueblos. Pero ha llegado el que despierta a los durmientes, el que abre los ojos a los ciegos, el que restituye la fuerza a los débiles. 

Cuando todo se haya cumplido y se haya fundado el Reino –un Reino que no ha menester de soldados, jueces, esclavos ni moneda, sino únicamente de almas nuevas y amantes– el imperio de César se desvanecerá como un montón de cenizas bajo el hálito victorioso del viento. Mientras dure su apariencia podremos darle lo que es suyo. El dinero, para los hombres nuevos no es nada. Demos a César, prometido a la nada, esa nada de plata que no nos pertenece.

                                                                                              Giovanni Papini


Ha habido demasiados lutos por resistirnos a los Romanos. Al César yo le daría lo que nos pide. A nosotros nos queda la inmensidad de nuestro Único y Solo, que ellos no pueden conocer. Elevan a los altares a un emperador, un trozo de sangre y carne que no tardará en ser pasto de los gusanos. Démosle a ese César lo suyo y quedémonos con lo que no puede quitarnos.

                                                                        Erri de Luca                                                                              

sábado, 10 de octubre de 2020

Vestirse de fiesta


Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos." 


                                                     Las Bodas de Caná, Veronés


                                  Dios, que es mi baluarte poderoso,
hizo irreprochable mi camino.
                                        2 Samuel 22, 33

Sumérgete en ese Océano de dulzura,
y deja que todos los errores
de la vida y de la muerte te abandonen.
                                     Kabir

El pueblo judío rechazó la invitación a la celebración del Amor que Dios les ofrecía. No supieron reconocer en Jesús al Mesías, el Hijo de Dios. Y nosotros... ¿Lo reconocemos? A pesar de que el banquete ya está preparado y de que todos estamos invitados, porque el anfitrión es infinitamente magnánimo, muchas veces seguimos rechazando la invitación a la gran fiesta de la gracia, la dicha y la unidad. 

Buenos o malos, justos o pecadores, ricos o pobres, brillantes o mediocres..., al Rey que nos invita no le importa nuestra condición, solo nos pide que aceptemos la invitación, reconociendo a su Hijo como el esposo y el salvador que instaura el Reino definitivo. Y con qué paciencia sigue invitándonos para llenar la sala del banquete. 

Espera el tiempo necesario para que dejemos nuestros afanes mezquinos e intereses individuales y optemos por lo esencial, la plenitud del Ser eterno, vivir con Su Voluntad como Vida nuestra que nos transforma y diviniza. Espera y nos da la libertad de aceptar o no. Por eso, aunque muchos son los llamados, pocos los elegidos, porque es uno mismo el que elige, como vemos en www.viaamoris.blogspot.com .

Si aceptamos la invitación, se nos pide algo más: que nos pongamos el traje de fiesta, el vestido blanco con el que hemos de presentarnos a la celebración de los esponsales. Hace falta haber dejado atrás las vestiduras lúgubres de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la tibieza. 

Llevar el traje de fiesta, el atuendo digno para la Boda es haberse puesto la Vida de Jesús en uno. Porque estamos llamados a un intercambio de vida con Jesús. Él vivió nuestra vida y la rehízo para regenerarnos. Nosotros hemos de vivir Su vida, fundiendo nuestra voluntad humana con la Suya, para dejar que esa Voluntad Divina obre en nosotros.

¿Cómo pudo alguien colarse en la fiesta sin vestir el traje necesario? Tal vez se valió de algún medio ilícito, alguna estratagema propia de tramposos. Son muchos los que creen que hay atajos o puertas ocultas para acceder al Reino donde se celebra el banquete. Son aquellos que se consideran especiales, mejores que los demás, más cumplidores, y también los que se creen capaces de dominar ciertas técnicas que permitan avanzar más rápidamente, saltándose las Leyes sagradas que Cristo ya perfeccionó y simplificó en la Ley del amor. 

Ese es el vestido de fiesta; el Amor. No el amor emocional o sensiblero, claro, sino el amor de la voluntad humana unida a la Divina, el amor de la intención purificada, el amor que ha pasado la prueba que lleva al grado más excelso de amor, el que permite perdonar de corazón y saberse totalmente perdonado.

Esa es la vestidura nupcial que Jesucristo, el Maestro, el Esposo nos regala si queremos. No hay más vestido ni más invitación que los que Él nos brinda, y tampoco hay más atajo o puerta escondida, porque Él es el Camino y la Puerta, el ojo de aguja... 

Vistámonos de fiesta, aunque tardemos en conseguir el tejido impecable que no se deshilacha ni se ensucia ni se transforma en harapos, como le sucedió a Cenicienta después de las doce. En realidad, ya es nuestro, lo llevamos puesto bajo los disfraces de escasez, fealdad, pobreza o dudas. Es el mismo Jesús dándonos vida, Su  Vida. 

¿De qué sirven los esfuerzos personales del que no acepta que todo es gracia, derroche generoso, abundancia, don gratuito de Dios? ¿Cuánto tardarán en ser desenmascarados los que han pretendido saltarse las Leyes para intentar igualarse a Dios, como hicieron Adán y Eva en el Paraíso? 

Son la humildad y la pureza de corazón las que van desnudándonos de harapos y vestidos sucios, inapropiados para una boda, las que van descubriendo el albo lino que nos viste de fiesta. Si recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano, Jesús relató en otra ocasión la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados.

Los soberbios, los vanidosos, los tibios y los que se valen de trampas y artificios para pretender colarse en la fiesta no están preparados para disfrutar del banquete y sus  manjares. Los que se saltan la Ley del Amor, que incluye todas las demás, serán expulsados de la mesa del Rey del Universo.

En cambio, los que se han desnudado de seguridades, vanidad, falsas creencias y prejuicios, los que lucen con garbo y prestancia el vestido de la sencillez y la coherencia verán cómo su pasado, todo lo que un día les afeaba o les hacía sentirse indignos de tal celebración, desaparece o se transforma en elegancia, dignidad, belleza transfigurada, como las del Hijo del Rey, con Quien somos Uno.

No volvamos a rechazar la invitación. Acudamos al banquete, desnudos de los harapos de impostores, vestidos con la túnica que nos espera desde antes de todos los tiempos. Y, como dice el Salmo 23, que hoy recitamos: habitaremos en la casa del Señor, nuestro verdadero hogar, por años sin término.

 


                                                                             Salmo 23


EL TRAJE DE FIESTA

No es fracaso,
sino el extremo de un lazo
que habrá de unir en tu historia
lo malo y lo bueno,
lo oscuro y lo claro,
lo tuyo y lo ajeno,
en un todo orgánico,
plenitud esencial
del alma restaurada
que ha dicho sí
y ha aceptado ponerse
el vestido de fiesta necesario
para el banquete eterno
al que hemos sido,
todos, invitados.

sábado, 3 de octubre de 2020

Acoger al Hijo

 

Evangelio de Mateo 21, 33-43

Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevos otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.” Y Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”


                            Parábola de los viñadores homicidas, Andrei N. Mironov


Por todas partes está colocado el lagar, porque en todas partes viven los que han recibido la unción del Espíritu de Dios...
                                                                                                                     San Ireneo de Lyon

El apóstol Pablo dice: Lo que algunos tienen es ignorancia de Dios. Yo digo que permanecen en esta ignorancia todos aquellos que no quieren convertirse a Dios. Ellos rechazan esta conversión por la única razón de que imaginan a un Dios solemne y severo cuando es todo suavidad; ellos lo imaginan duro e implacable cuando es todo misericordia; creen que es violento y terrible cuando es adorable. Así el impío se engaña a sí mismo y se fabrica un ídolo en vez de conocer a Dios tal cual es.

                 San Bernardo

Como vemos en www.viaamoris.blogspot.com  hay muchas maneras de rechazar al Hijo, incluso hasta la muerte, y no son siempre tan evidentes como la brutalidad de los viñadores de la parábola. Si somos honestos, reconoceremos que lo estamos negando cada día. Ser honestos, un corazón noble que mira lo verdadero, lo justo, puro y amable, como nos recuerda la segunda Lectura de hoy (Filipenses 4, 6-9). 

Una meta tan digna y a la vez tan cercana, si nos liberamos de intereses mezquinos y muchas ocupaciones que son tantas veces un estorbo mortal, pues nos mantienen demasiado distraídos para ver a Jesús, piedra desechada por los ignorantes, para los sabios e inocentes, piedra angular, a Quien debemos mirar, acoger, situar en el centro de nuestro corazón y de nuestro pensamiento.  Él es el Hijo que quiere convertirnos en hermanos Suyos y coherederos de todos sus bienes. 

Dice Lilian Staveley: “Del pensamiento constante nacerá ternura; de la ternura, el afecto; del afecto, el amor. Una vez que el amor a Jesús se ha establecido firmemente en el corazón, percibimos nuestras propias faltas, percepción muy dolorosa, y conocida como arrepentimiento. (…) No tenemos individualmente la seguridad del cielo porque Jesús muriera en una cruz por los hombres, sino que tenemos la seguridad del cielo para nosotros solo si queremos vivir, pensar y actuar de modo tal que lleguemos a ser de los elegidos.”

Hemos pasado demasiado tiempo, tal vez, ignorando los bienes reales y duraderos, entretenidos, colocando las sillas del Titanic… Queda la inercia que nos hace confundir lo verdadero y lo falso, la muerte y la vida, quedan demasiados hábitos, demasiadas grabaciones viejas que condicionan y limitan... Es hora de elegir definitivamente y es tan clara la opción... ¿Colocar las sillas que están a punto de hundirse, o unirnos a los músicos que interpretan en cubierta su última sinfonía, mientras los demás gritan, se empujan, se matan por conseguir un puesto en los botes para salvar la vida y perder el alma? ¿Intentar escapar, colocar las sillas del barco que naufraga, o unirnos a los músicos, serenos y fieles a su misión? 

Elijamos unirnos a los músicos, que es escoger la bondad, la verdad y la belleza, pero, como a veces somos infieles, miremos solo a Dios, no dejemos que nada ocupe un lugar en nuestro corazón si no es de Dios y para Él. Si queremos ser libres, unámonos a Cristo con cadenas de amor, para no ceder a lo falso o a la muerte ni un solo instante de los días de gracia que aún quedan y poder dar el fruto esperado, tan sutil que no se ve, tan sutil que podemos sacarlo de este mundo de oscuridad, pena y aprieto (como lo llama San Juan de la Cruz en el texto que sigue), y llevarlo con nosotros a la vida verdadera, con la pura claridad de cuanto amamos. 

Si matar al Hijo es suicidarse, acogerle es renacer y tender vías de comunicación directa con el Padre y Señor, con el Dueño de todos los bienes.

"Los ángeles son nuestros pastores; porque, no sólo llevan a Dios nuestros recados, sino también los de Dios a nuestras almas, apacentándolas de dulces inspiraciones y comunicaciones de Dios; y, como buenos pastores, nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios. Los ángeles, mediante sus secretas inspiraciones que hacen al alma, le dan más alto conocimiento de Dios; y así, la enamoran más de Dios hasta dejarla llagada de amor. 
La luz de Dios que al ángel ilumina esclareciéndole y encendiéndole en amor, como a puro espíritu dispuesto para la tal infusión, al hombre, por ser impuro y flaco, regularmente le ilumina en obscuridad, pena y aprieto... 
Cuando el hombre llega a estar espiritualizado mediante el fuego del divino amor que le purifica, entonces recibe la unión e influencia de la amorosa iluminación con suavidad a modo de los ángeles...
Acuérdate cuán vana cosa es gozarse de otra cosa que de servir a Dios, y cuán peligrosa y perniciosa, considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por eso cayeron feos en los abismos.”

                                                                                                                              S. Juan de la Cruz

                                                         Tarde te amé, Pablo Martínez