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sábado, 29 de septiembre de 2018

El Camino del cristiano


Un post que colgué en www.viaamoris.blogspot.com hace tiempo y me ha parecido oportuno, para enlazar con la reflexión que hacemos sobre el Evangelio de hoy en el blog hermano.

                               Escena de El filo de la navaja (1946), de Edmund Goulding


          ¡Qué estrecha es la puerta y que angosto el camino
          que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.

Mateo 7, 14-16


                                                   Como el agudo filo de una navaja es el sendero.
                                                   ¡Estrecho es, y difícil de seguir!
                                                                                                              Katha Upanishad


Los héroes se convierten en budas con un solo pensamiento, pero a los perezosos se les entrega las tres  colecciones de los libros sagrados para que los estudien.
                                                                                                          Sutra Vimalakirti


El camino del cristiano lo encontró Aquel que es “el camino” y es una felicidad encontrarlo. El cristiano no se pierde en los rodeos y es salvado felizmente para la gloria.
Soren Kierkegaard


Jesucristo aúna, concilia, integra todas las religiones y tradiciones, incluso para los que no han declarado su adhesión al cristianismo, o ni siquiera han oído hablar de Él, pero, gracias a la pureza de su corazón y la sinceridad de su búsqueda, logran conectar con Aquel que es el Camino, la Verdad, la Vida y se preparan para ser alter Christus. Como el impactante maestro y su discípulo, Larry Darrell, personajes de la novela de Somerset Maugham, que inspiró la película.

Cuántos buscadores de diferentes escuelas y caminos, muchos incluso de los que se creen cristianos, se quedan en el Yo seré de Moisés. Aún no se dan cuenta de que, aceptando a Jesucristo, uniéndose a Él o descubriendo que somos Uno en Él, estarían en el Yo Soy. Porque Él nos perfecciona en Sí, nos purifica y trasciende nuestras limitaciones, nos da el alimento espiritual que precisamos para ir alcanzando la Semejanza.

            No hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, ningún bien que merecer. Sólo hay que Ser, vivir lo que somos, aprendiendo a conjurar los condicionamientos, los pensamientos repetitivos e inútiles, las programaciones y falsas creencias.

            Jesucristo nos ofrece un camino de evolución interior que integra cuerpo, mente, corazón, alma y espíritu, y nos da la clave que muchos han buscado en vano. Creer en Él, aceptar su amor incondicional y redentor es el verdadero "atajo", la clave decisiva que nos pone en el camino y, cuando queramos darnos cuenta, nos encontraremos a menos distancia de la meta que del inicio. Es Su fuerza, Su impulso, que nos lleva como en volandas.

            Dichoso el que crea sin haber visto, es la bienaventuranza de los hombres de hoy. Y, si nos fijamos bien, en ella están contenidas todas las demás. Si creemos de verdad, sin necesidad de apoyos sensibles, no con la mera “creencia” conformista, interesada, rutinaria de la mente, sino con la voluntad que nace de un corazón generoso y audaz, estaremos siempre en presencia de Dios y esa conciencia luminosa y transformadora nos llevará directamente de regreso a Casa, porque nos dará la gracia necesaria para seguir amando hasta el final. Y el amor es mucho más que la fe, más que las obras y más que la fe con obras.

            Jesucristo es Camino, Verdad y Vida; lo sé desde que tengo uso de razón. Pero cuánto me ha costado asimilarlo con todo mi ser y empezar a vivirlo, siendo consecuente con mi herencia y mi destino. Todos los trabajos interiores, las prácticas, los aprendizajes, los ritos, se dirigían hacia Él, todo acaba en Él. Por eso, dando la mano a Jesús, mirándole, viviéndole, ...¡siendo Jesús!, lo que necesitaría años de estudio, profundas diatribas filosóficas y teológicas, esfuerzo, trabajo constante, disciplina, se hace accesible a nuestro limitado entendimiento. Pero para vivir a Cristo, para ser Él, es necesario un corazón sencillo, humilde, libre de soberbia y vanidad. 

            El camino del cristiano es el camino de los héroes, que no se pierden en rodeos, como coinciden en señalar Kierkegaard y el Sutra Vimalakirti. El Padrenuestro, sin ir más lejos, contemplado con esta libertad y limpieza, abarca todas las verdades que muchos pretendidos sabios y también muchos acumuladores de "méritos", no logran siquiera vislumbrar.
            Y orar en el silencio interior, con la sencillez de aquel campesino que menciona el cura de Ars (“yo Lo miro, Él me mira, y estamos contentos”), puede borrar abismos de ignorancia. No es devoción sensiblera, pues permite alcanzar las más elevadas cimas de la espiritualidad. Pero sin retórica, sin ruido ni calificativos. Con solo una mirada de amor y confianza, capaz de abarcar un mundo.

        Volviendo a la escena de El filo de la navaja, como ya casi nada es casual, sino causal, el Evangelio de hoy viene a darnos más luz. En las primeras líneas, leemos:

          Juan dijo a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros". Jesús respondió: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro".
                                                                                                      Marcos 9, 38-40

            Jesús vuelve a demostrarnos que los verdaderos discípulos están por encima de reglamentos y exclusiones.
           El discípulo falso, mezquino, inseguro, acaso por ignorancia o inmadurez, que, en lugar de amar a Dios, se ama a sí mismo, delimita bandos y exige normas y fronteras, pues teme perder su identidad, su parcelita, que es lo que en el fondo defiende.
            Los discípulos auténticos saben que el Espíritu sopla donde quiere, son capaces de expandir sus horizontes sin miedo y aprecian la bondad, la verdad, la belleza que hay en todas las vías sinceras de acercamiento a Dios, pues todas confluyen en la Unidad que somos. Y esa entrega libre y confiada es la que nos transforma y nos convierte en héroes, salvados felizmente para la gloria.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Acoger al niño


Evangelio de Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Pero no entendían aquello; y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

Jesús y los niños, Carl Bloch

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
                                                                                                           Maestro Eckhart

En la escena del Evangelio de hoy, vemos cómo los apóstoles tienen miedo a saber. No quieren ni oír hablar de la Cruz. Están llenos de prejuicios y de miedo, muy lejos de la valentía y la libertad, que son signo del discípulo de Jesús. Pero no solo eluden el anuncio de la cruz sino que tampoco preguntan sobre la resurrección que se les está anunciando, parecen indiferentes a una promesa tan cierta, y se quedan a ras de tierra, tibios, interesados, divididos, esclavos del mundo y sus criterios mezquinos, enzarzados en una discusión mediocre.

Los apóstoles llegarán a comprender. Su cercanía al Maestro les irá abriendo el corazón y el entendimiento. Nosotros lo tenemos más fácil. Sabemos que Su muerte en cruz es antesala de la resurrección, sabemos que Él se ha quedado con nosotros. Somos los pequeños que el Señor quiere a su lado. Somos el niño que pone en el centro y lo abraza, el niño que hemos de acoger dentro de cada uno, y también fuera.  

No nos dejemos llevar por la aversión a la cruz. Es el Camino a la Vida. La cruz permite abrazar a todos y a todo, sin perder la unidad con Cristo y el Padre. Porque Jesús y el que Le ha enviado son Uno. Vayamos más allá de nuestras comodidades y mediocres certezas. Ánimo, soy yo, no tengas miedo, nos dice siempre el Maestro.

Los niños saben sorprenderse y acoger estas verdades, tan profundas y sencillas sin buscar seguridades vanas. Seamos como niños, inocentes, capaces de descubrir el Reino en cada circunstancia de nuestra vida, sin medir o comparar, sin buscar ventajas ni provecho, dando la vuelta a los criterios cobardes y tibios del mundo.

En la película El Festín de Babette, que ya ha salido por aquí otras veces, se nos muestra esta actitud generosa, valiente y creativa de los que han elegido la única opción en el camino de regreso a Casa: servir y darlo todo, para vivir de verdad, que es infinitamente más que sobrevivir, mientras logramos la Obra que hemos venido a ser y a entregar.  Otra mirada sobre esa única opción en viaamoris.blogspot.com .

                                     El Festín de Babette (1987), Gabriel Axel, Escena final

No es uno mismo el que perfecciona esa Obra, que es culminación de una existencia, propósito y sentido, pregunta y respuesta unidas al fin, sino la gracia que nos lleva a la unidad con el verdadero Autor. Buscando el discurso del General de esta reveladora película, encontré un vídeo donde el sacerdote José Luis Almarza lo explica con la lucidez y el asombro del niño que estamos llamados a ser.

José Luis Almarza recomienda 
'El Festin de Babette' en De Madrid hasta el Cielo

sábado, 15 de septiembre de 2018

¿Quién soy yo para Él?


Evangelio de Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.
                                                                    Domine Iesu Christe
                           La Oración de Jesús responde a la pregunta del Evangelio de hoy 


El camino del cristiano lo encontró Aquel que es “el camino” y es una felicidad encontrarlo. El cristiano no se pierde en los rodeos y es salvado felizmente para la gloria.
                                                               Soren Kierkegaard

¿Qué buscaba Jesús planteando esta doble pregunta? ¿Qué resortes internos pretendía activar? De sobra sabe lo que dicen de Él, y conoce también lo que sienten los apóstoles. Siendo ellos débiles e inseguros, confesar la fe fortalecerá el compromiso necesario para la noche que se cierne sobre todos ellos; y sobre nosotros, habitantes del reino, exiliados en la gran tribulación ( viaamoris.blogspot.com ).

Responder a la pregunta exige reacomodar mente, alma y corazón, para que, al manifestar Quién es para nosotros, podamos decirnos, a la vez, quiénes somos para Él. Supone salir de la tibieza que nos mantiene aletargados en la rutina muelle de nuestras comodidades. Responder es despertar, y bien sabe Jesús que para seguirle hay que estar despierto. Mientras uno no es capaz de plantearse para qué sigue a Cristo, en realidad no Le sigue, se deja llevar por la inercia, como en una manifestación masiva, en la que te ves arrastrado e incapaz de salir o de cambiar el rumbo.

Por eso me atraen y me inspiran los testimonios de los conversos, modelo de sinceridad y consciencia. Puestos a escoger, me quedo con el cardenal Newman, Chesterton y C. S. Lewis. Por la misma razón, no me dejo llevar por la tristeza que me embarga cuando pienso en los años que pasé aparentemente lejos de Jesucristo. No solo porque sé que la decisión de volver a seguirle es lo mejor que he hecho, sino porque Él siempre acaba demostrándome que, en realidad, nunca estuvo lejos, que siempre permaneció su imagen luminosa, su cruz y su Palabra en el centro de mi vida, como raíz, como horizonte, como sentido y meta.

Aquel proceso –no fue un instante, ni un día, aunque sí recuerdo un anochecer crucial, cénit inolvidable– que me llevó a plantearme Quién es Él para mí, me obligaba a averiguar quién soy yo. Y ahora la pregunta que me sigo haciendo para no volver a perderme es ¿quién soy yo para Él? Porque, si algo tengo claro después de tanto tiempo, tanta ausencia, tantos dones, es que sin Él no soy nada y con Él soy todo, así que mi destino es ser Suya y vivir por y para Él.

Podríamos pasar toda una vida o mil vidas de sueño e indolencia sin preguntarnos por nuestra más profunda identidad. Hacernos la pregunta esencial ¿quién soy yo?, que sucede de forma natural a ¿Quién es Él?, supone despertar y prepararse para vivir en el Reino. Así saldremos de las casualidades, lo accidental, lo inconsciente y mecánico, para edificar sobre roca una vida consciente y perdurable. Y no nos dejaremos arrastrar por la corriente, sino que seremos timoneles de nuestro destino.

Cuesta ahondar, claro que cuesta, por nuestra naturaleza caída, que se encadena a lo superficial a través de sensaciones, comodidades, seguridades… Pero antes o después hemos de tomar partido y escoger un sendero frente a otro. ¿Por qué no hacerlo ahora, que todavía hay luz? ¿Por qué no hacerlo antes de que sea demasiado tarde?

Preguntando Su nombre, pues ese es el fondo del doble interrogante de hoy, nos está preguntando nuestro nombre. Él podría decírnoslo, pero no nos serviría. Es necesario un esfuerzo de introspección para despojarnos de esa piel muerta de serpiente que nos asfixia y nos confunde con lo que ya no somos. Jesús quiere escuchar la confesión sincera y desnuda de los apóstoles, para que ellos/nosotros la escuchemos y la aprendamos para siempre. Porque, al decir Quién es Él, decimos a la vez quién somos, nuestro nombre verdadero, el nombre interior que anima nuestro ser, y esa respuesta consciente fortalece e inspira, nos confirma en la Misión. Pronunciar nuestro nombre verdadero es negar el viejo nombre y renunciar a la vida para salvar la Vida. 

De igual modo, confesar Quién es Él conlleva coger la cruz cada día y seguirle, para amar como Él hasta el final y demostrar con las obras lo que hemos manifestado con la boca, con el pensamiento y con el corazón. No hay vuelta atrás para el que es sincero y consecuente; nuestra vida ya no nos pertenece, por eso nuestro cometido no es protegerla o conservarla, sino ofrecerla gratuitamente como Jesucristo. 

Cada sufrimiento, grande o pequeño, cada frustración, cada angustia, cada ausencia, cada traición, vividos con consciencia y compromiso, supone atravesar con Él uno de sus desiertos o acompañarle, velando, en Getsemaní.

Como cristianos, debemos “repensarnos” una y otra vez, ponernos en cuestión a nosotros mismos y las creencias y prejuicios que nos condicionan y nos alejan de la Luz que es Jesucristo. Si nos resistimos a morir a las tinieblas de lo que creíamos ser, no podemos nacer por segunda vez para ser Sus discípulos. El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, para afirmarse en Jesús para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gál 2, 20). Solo entonces encontramos la fuerza necesaria para cargar cada día con nuestra cruz y seguirle.