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sábado, 5 de noviembre de 2016

Hijos de la resurrección


Evangelio de Lucas 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. 





Retenemos las heces del mundo y dejamos escapar nuestra vida en el tiempo, he aquí la estupidez que nos hace herederos de la muerte. Abandonemos el filtro lleno de inmundicias y sublimemos pacientemente nuestra vida en Dios hasta la perfección de la paz eterna.


                                                                                            Louis Cattiaux




Las personas conscientes enfocan su vida a la luz de la muerte.
A esa luz, las cosas adquieren su auténtica dimensión.
Lo secundario es secundario y nunca principal.

Lluis Serra Llansana 

      Noviembre, mes para ser conscientes de la impermanencia del mundo de la forma y de nuestra propia impermanencia, conscientes de que estamos muriéndonos desde que nacemos, todos juntos y de uno en uno. Noviembre, mes del despertar para descubrir lo verdadero, lo que existe realmente y por eso no puede morir. Vivamos velando; aprendamos a vivir ya, aquí y ahora, la inmortalidad.
      Y, ¿cómo es posible vivir así, cuando sé que voy a morir? Porque ya has muerto y has resucitado; lo que llamas muerte será escenificar otra vez ese paso a la habitación de al lado donde ya estás. Mira esa luz que ves a veces al otro lado del espejo, en tus ojos, cuando brillan como si estuvieran reteniendo lágrimas. Esa luz es tuya, la trajiste de allí, la traes de allí cada vez que cruzas el umbral que separa el sueño de la Vida. Somos ciudadanos del cielo, dice San Pablo, podemos ya vivir resucitados, por Aquel que nos ganó la resurrección.
       Hemos sido esclavos del sueño y la ilusión demasiado tiempo; es hora de vivir de verdad, atentos al Reino que está entre nosotros y dentro de nosotros, más real que lo que nos muestran los sentidos. Aunque tengamos que seguir caminando, trabajando mientras hay luz, en este valle de la muerte donde todo es inestable y efímero.

       Es útil observarnos cuando algo nos saca inesperadamente de las “casitas de muñecas” o el “Monopoly”, la "Matrix" donde jugamos a vivir. Miremos sin excusas el fastidio, la sensación de desconcierto, la incapacidad para improvisar. Y nos daremos cuenta de la necesidad de tomar decisiones valientes y definitivas, porque en este mundo todo es precario, nada está seguro, por mucho que lo acoracemos con rutinas, falsas seguridades, comodidades anestesiantes…
       Bendito sea el imprevisto que nos despierta de nuestras ensoñaciones y nos pone frente a un espejo implacable, para que veamos todo lo que hay que extirpar o soltar o solo dejar caer, como una máscara vieja que ni siquiera nos favorece.

            No podemos ser esclavos de costumbres, hábitos, compulsiones o expectativas cuando sabemos, por experiencia, que no nos protegen de nada. Ni podemos apegarnos a un lugar, unas caras conocidas, porque, en esta tierra transitoria, el único entorno natural, lo único seguro es estar despierto, recordando que estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Tampoco podemos apegarnos a nuestros cuerpos ni al de los seres que amamos, pues no son nuestra esencia. Recordemos que el espíritu inmortal recoge cuanto de bello y verdadero hemos amado, y lo restaura para siempre en el cuerpo glorioso que nos ha sido destinado para la eternidad.

            No estamos aquí para estar cómodos o seguros, para disfrutar o tener lo que el mundo entiende por calidad de vida (qué sabe el mundo sobre la verdadera “cualidad”…) sino para imitar a Jesucristo, haciendo lo que Él hizo. Porque, desde que el mundo se empapó de la Luz que brotó a partir del Misterio del Gólgota, en Él nos espera la verdadera dicha.

            Todas las estructuras son inestables, dice Eckhart Tolle; las experiencias de pérdida producen sufrimiento, pero el sufrimiento consciente (el único valioso, porque el sufrimiento mecánico es masoquismo) eleva y permite salir del purgatorio en el que nos encontramos.
Sufrir conscientemente enciende en el corazón la llama del Amor. Es entonces cuando comienza el verdadero camino; lo de antes era un transitar por los senderos que conducen al Camino. La condición para adentrarse en él es salir de esa noria, pequeña y oxidada, de seguridades, pasiones inferiores, sensaciones, comodidades, necesidad de poder, sentimiento de separación, falsas creencias…
            Y aunque a veces descendamos a estados inferiores, de sufrimiento inconsciente, inercia, miedo ciego y olvido..., cuando uno ha dado el gran salto, siempre puede volver a elevarse en la espiral infinita. Porque el fuego sigue encendido, aunque no siempre seamos capaces de sentir su calor.

              El ego, que se niega a desaparecer, trata desesperadamente de combatir el miedo que esa amenaza le causa con placeres, posesiones, victorias efímeras, ilusiones… Pero, mirando siempre al Modelo, Jesucristo no buscó la abundancia, el triunfo mundano, el placer o la comodidad, sino cumplir siempre la voluntad del Padre. En esa sumisión voluntaria encontró el sufrimiento consciente, y lo aceptó por amor. Él mismo dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26, 38). Su naturaleza humana atravesó el valle de lágrimas para mostrarnos la salida.
            Si somos discípulos verdaderos, Le seguiremos, crucificando en nosotros todo lo falso, el egoísmo, el hedonismo, la rutina, la ignorancia, el miedo. Entonces experimentaremos la quiebra de las ilusiones que nos libera de la mentira y nos permite nacer a lo verdadero.
            Es el Fuego del Amor, la Llama de Amor Viva, que va consumiendo lo ilusorio, lo impermanente, para que resplandezca nuestra esencia inmortal, una en lo Uno, ola y Océano, sarmiento en la Vid.
¿Los yunques y crisoles de tu alma, trabajan para el polvo y para el viento o trabajan para lo real, el oro del espíritu que los ladrones no roban ni el óxido corroe? Funde tus miserias, acrisola lo que te ha robado tiempo y energía necesarios para amar. Transfórmalo todo en ese oro eterno, para pagar por ti y por cuantos te rodean.
Sufrimiento consciente con amor es redención, liberación, luz, alegría; es ascenso: “Cuando Yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Sigamos subiendo, iluminando, redimiendo cuanto quede por redimir en nosotros y en aquellos que amamos.


¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?

                                                                                       Antonio Machado



                                                 There is a Light that never goes out, Smiths

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