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sábado, 30 de septiembre de 2023

La obediencia en la Divina Voluntad

 

Evangelio de Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después de arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”. 

                                      Parábola de los dos hermanos, A. N. Mironov

Los reticentes suelen ser más seguros que los entusiastas, y quienes no prometen nada saben más de la promesa que los regaladores oficiales.  Lo Iadúa                                                           

La parábola que contemplamos el Domingo pasado, sobre los trabajadores de la hora undécima, y la que el Evangelio nos presenta hoy, la parábola de los dos hijos: el que dice “no”, pero recapacita y cumple lo que el padre ha mandado, y el que se muestra obediente al principio, pero no obedece, tienen mucho que ver con el objetivo de la vida en Divina Voluntad: reparar, corresponder, rehacer, regenerar. 

Contar con estas enseñanzas que Jesús dictó a Luisa Piccarreta es un don inmenso y se nos da ahora que el tiempo se acaba, ahora, que aún estamos a tiempo, ahora, nuestra bendita hora undécima, para que volvamos al Plan Original y todo sea cumplido.www.viaamoris.blogspot.com

Vemos en los hermanos de la parábola de hoy dos actitudes:  la del que dice “no quiero”, pero va y la del que dice “voy” y no va. Las dos están en cada uno de nosotros y se alternan, se van sucediendo en nuestra vida, y a veces podemos verlas simultáneamente. La única forma de escoger la única opción, que es cumplir la voluntad del Padre es unir esas dos actitudes, o esos dos personajes, integrarlos, porque en realidad son parte del mismo. 

Cuando, después de haber dicho “voy”, no va, es porque se dispersa, se distrae, se deja encandilar con los cantos de sirena del mundo. Cuando después de haber dicho “no quiero” con la voluntad humana egoísta, recapacita y va, ha vuelto a unificar su voluntad con la Voluntad Divina.

Podríamos, como en la parábola del hijo pródigo, buscar en nosotros ese tercer hijo que no espera a liberarse del falso obediente o del desobediente arrepentido, el que los abraza a los dos y obedece, no porque haya conseguido la virtud de la obediencia con esfuerzo, sino que tiene la obediencia, y el resto de las virtudes, como naturaleza, al tener la Voluntad Divina como Vida. Y  llevando en sí al que finge obedecer y se desdice y también al reticente, que dice no pero luego recapacita, integrándolos, sin dejar actuar a la voluntad humana separada de la Divina, salva a los dos en sí mismo y en todos. 

Y se hace realidad el estribillo del juego del escondite: “por mí y por todos mis compañeros”. Por mí y por toda la familia humana de todos los tiempos, porque en la Divina Voluntad todos somos Uno. Así lo hizo Jesús desde su Encarnación, vivir llevando a todos en Sí para que no se perdiera ninguno:

"No ruego solo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí." Juan, 17, 21-23

Esta parábola y la del Domingo pasado me retratan bien; en aquella, pobre trabajadora de la última hora, rezagada, despistada, entretenida con cantos de sirenas del mundo que ya pasa;  en la de hoy, hija remolona que ha dicho al Padre "no quiero" muchas veces, por decir sí a padres falsos, ídolos con pies de barro que bloquean, confunden y amargan, hija arrepentida que, ahora, tras muchos des-engaños, dice sí, y quiere que ese sí sea definitivo. 

Y todo lo que suceda a partir de ahora será lo bueno, lo mejor, como bien sabía Juliana de Norwich: “Todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien”. Esto es quizá de lo más difícil en el camino espiritual, y a la vez lo más fácil: confiar, dejar a Dios ser Dios, aceptar Su Voluntad, sosegarse y recordar que es Dios (Salmo 46). Entonces surge el milagro: no solo la aceptamos más o menos resignadamente; es un paso más: amamos Su Voluntad, renunciando a la nuestra separada de la Suya, viviendo el: “No soy yo, sino Cristo...” (Gálatas 2, 20).

Y todo es nuevo; la voz, las palabras, el sentido y la respuesta, que ya no nace del hombre viejo, sino del nuevo. Se invierte la locura del mundo, lleno de mentiras, traiciones, infidelidades, para empezar a vivir el Cielo en la tierra.



¿Tienes que seguir corriendo?
¿Seguir escribiendo,
hablando,
haciendo?
¿Seguir escapando
de lo que no Es?
Solo has de Ser.
Y lo eres parando,
callando, 
mirando,
escuchando el eco
de la Voz eterna.
Escucharla siempre,
seguir Sus mandatos,
fundirte con Ella, 
Ser en Ella
tu única misión.
Despierta o dormida,
muerta y viva,
Serviam.
Fiat.
Sí.

208. Diálogos Divinos. Obediencia desde la Divina Voluntad

sábado, 23 de septiembre de 2023

Los trabajadores de la última hora

 

Evangelio de Mateo 20, 1-16 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.



En las Sagradas escrituras aparecen personajes que han pasado toda su vida/jornada trabajando en la Viña de Dios y otros que son claramente trabajadores de la hora undécima. 

En el Libro de los Macabeos, Eleazar, fue toda su vida fiel hasta el final, sin mentir ni para evitar la muerte. Un ejemplo muy evidente del segundo grupo es Dimas, cuya “hora” en la cruz, compartiendo la muerte de Jesús, le valió para ser el primero en recibir el salario íntegro que todos esperamos, la vida eterna. 

Otro ejemplo de trabajador de la última hora es Zaqueo, tramposo y pecador, toda su vida fue errada, pero al final se convierte y se entrega al trabajo que Jesús le encomienda. Porque si es el Señor Quien sale a tu encuentro y le reconoces y “firmas el contrato”, en un minuto puedes rehacer toda una vida.

Casi todos arrastramos una vida con muchos errores y algún acierto. Podemos “jugar” con “nuestras cartas”, con ese pasado, bueno y malo. No pierdas el tiempo lamentando lo que dejaste de hacer, puedes hacer todo ahora. Como los trabajadores de la hora undécima Jesús quiere darte tanto como si tu vida fuera impecable. Más aún: la hace impecable. No llores tu mala suerte pasada. Aprovecha el día para llenar tu capazo de frutos. Aprovecha el negocio de la vida para la Vida, no te preocupes de otros negocios ni otras cuentas.

Trabajar en la viña es conocer el Amor de Dios y hacer que todos Le conozcan. Nuestra misión como trabajadores de la hora undécima es que todos vengan a la viña a trabajar, que es conocer el Amor de Dios. 

Al “firmar el contrato” y ponerte a trabajar en la Viña, te comprometes a ser fiel y dar vida a la Divina Voluntad en todo lo que haces. Es la verdadera y definitiva conversión que permite el gran don que da Dios a los trabajadores de la hora undécima: que los efectos de ese trabajo breve pero entregado se extiendan hacia atrás, borrando errores, fracasos, caminos desviados, rehaciendo toda su vida. Ríndete a Dios ahora, es tu última oportunidad; no la desperdicies. www.viaamoris.blogspot.com

El asombro y agradecimiento al recibir la misma paga que los que llevan años, décadas de entrega esforzada y sacrificio, aumenta la eficacia del trabajo. Lo que da la fuerza a estos trabajadores del atardecer es la gratitud, la alegría, la responsabilidad, el amor. Porque se puede llegar al amor por el agradecimiento. Y no hace falta ser voluntarioso según lo que el mundo entiende por voluntarismo, al contrario; la voluntad humana separada de la divina genera desamor y división. Si trabaja fundida con la Voluntad Divina surge el amor y la unidad.

Nos sentimos a veces muy cansados, con una vida a la espalda llena de tonterías, apegos, manías, inercia. Y el Señor dice: “no mires tu miseria, mírame a Mí. No caigas en las reflexiones personales, no te encorves hacia ti mismo. Sí, eres una pura nada y te lo hago ver a veces, para que te abandones en mis brazos y te rindas a mí, que te amo tanto… Mira tu nada, pero no te quedes en ella, deja que te llene mi Todo.”

Entonces descubrimos que la Vida que Dios quiere darnos es nuestra verdadera vida y aunque vemos las mismas cosas, todo es nuevo. El ego dormido cree que envejece y va a morir, se siente víctima de todas las traiciones que ha sufrido, de las injusticias, de los sufrimientos. El ego dormido es incapaz de ver que todo dolor va unido al amor y es purificador, reparador, regenerador. El ego dormido no ve que el Alba de la Resurrección ya despunta, aunque es de noche todavía.

Un día vivido en unión con Dios, fieles a Su Voluntad, valen por siglos de vidas impecables según la voluntad humana. Puedes cumplir tu misión en una hora de entrega; puedes rehacer todo y ganar los méritos en un solo instante que lo eterniza todo.

Porque solo aquí podemos ganar los méritos, pero este aquí puede ser muy largo o muy breve. No importa, el Señor no dejará que se pierda nada de lo que debemos darle. Ni un solo cabello cae sin su voluntad y si estamos en su voluntad, todo se va rehaciendo; no hay nada que temer ni perder; todo es al final ganancia, por Su gracia. Es Él Quien te puede dar en el último momento de tu vida la perfección que viniste a conseguir. Solo has de aceptarlo.

Lo puedes aceptar durante toda la vida, y a la vez lo puedes aceptar de un modo definitivo en un solo instante, que se convierte en la conversión perfecta. Y lo que otros tardarían ochenta años en conseguir, y muchos no conseguirán, se te da en un instante, a cambio de esa entrega confiada y fiel.

En el momento en que pronuncias tu "sí", firmas el contrato con el "Dueño de la Viña", y en esa firma, que es el Fiat, va toda tu vida: obras, amor, palabras, pensamientos, sentimientos, todo queda unificado en ese acto cumplido y completo. 

El Señor nos da el inmenso don de darnos cuenta de que la voluntad humana actuando por su cuenta, separada de la voluntad divina, es egoísmo, indiferencia, ambición, búsqueda de ventaja, soberbia… Nos lo permite ver ahora que aún tenemos tiempo de apoyarnos solo en Él y trabajar para el Reino. Los trabajadores de la hora final pueden tener algo que vale mucho más que la jornada completa, con el esfuerzo y sudor de las horas anteriores; tienen el desengaño, el desencanto...; lo sufrido en el mundo mientras los otros trabajaban puede resultar muy valioso al final de la jornada que es la vida, para que esa última hora sea total, sincera, entusiasmada (llena de Dios), sin ningún interés personal, con el abandono total al trabajo que se nos ha encomendado. 

Los trabajadores de la hora undécima tienen casi siempre el corazón roto, cansado... Un corazón que ha aprendido a entregarse, reconocer el amor verdadero y a amar. Aquellos que aún esperaban ser contratados, saben que la viña de fuera es sólo un reflejo de esa viña interior que dio agrazones durante mucho tiempo y ahora está dispuesta a dar las uvas buenas y dulces que harán posible un vino delicioso, con el aroma de la esperanza que ha sobrevivido a muchos inviernos, con el poso de las lágrimas que sólo Dios y otros trabajadores de la última hora pueden apreciar, porque tienen el paladar purificado.

                                                     En la Viña, Equipo "Quiero ver"

   Dios mío, si Te he adorado por miedo al Infierno,

quémame en su fuego.

Si es por deseo del Paraíso, prohíbemelo.

Pero si Te he adorado solo por Ti,

entonces no me prohíbas ver Tu rostro.

                                                                                             Rabi’a al’Adawiyya

 

Si cometo todos los pecados, Tú me bastas como mérito.

Como objetivo de esta desgraciada vida, Tú solo me bastas.

Yo sé bien cómo será mi partida.

Dirán: “¿Qué méritos ha hecho?

Tú me bastas como respuesta.

                                                                                Rumi

 

jueves, 14 de septiembre de 2023

Por la Cruz a la Luz


Evangelio según san Juan 3, 14-21 

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
                                       Mosaico absidal, Basílica de San Clemente, Roma

Gritad jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. 
                                                                                                                   Isaías 12, 6

Cada 14 de septiembre, la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. "¡Volvamos al Señor!", dice el profeta Oseas. En ese regreso al Señor, que es la conversión, vamos soltando todo lo que nos sobra y nos pesa, impidiéndonos avanzar. Es un camino de vuelta instantáneo, sin dejar de ser infinito, si lo hacemos mirando la Cruz, centrados en Su Corazón traspasado, del que brota la Salvación y la vida eterna que es ya. A veces pensamos en la Salvación en futuro: confiamos en salvarnos cuando llegue la hora, sin darnos cuenta de que la Salvación ya ha sucedido y que la vida eterna empieza aquí. 

Nacimos por segunda vez en el Bautismo, pero no siempre somos conscientes de ello. En cada Pascua, meta de la Cuaresma, y en cada Eucaristía, se nos da la oportunidad de renacer de nuevo de agua y espíritu, como dijo Jesús a Nicodemo. Los conceptos son incapaces de alcanzar lo inefable, lo absoluto. Por eso Jesucristo nos guía hacia la Verdad, que es Él mismo, y nos eleva, nos ilumina y nos hace libres.

Creemos en Jesús y eso nos salva, pero, para renunciar a todo lo que nos mantiene en  las tinieblas del olvido, la inconsciencia y la ignorancia, apostamos por la coherencia, que las obras respondan a lo que hay en el corazón. No hacen falta gestos heroicos o evidentes, basta con vivir centrados en Cristo, mirando esa Cruz que lleva a la Luz, anhelando la Comunión que Él pidió al Padre para nosotros en la Última Cena. Mirándole, escuchándole, reconocemos las propias sombras, y Él las convierte en luz. Eso es realizar la verdad, dejar que la Verdad sea en ti, en mí, en nosotros, para ser Uno en Cristo.

Charles Arminjon, tan leído por Santa Teresita, escribe en El fin del mundo y los misterios de la vida futura:
“¡Pobres almas! No tienen más que una pasión, un afán, un deseo, superar el obstáculo que les impide lanzarse hacia Dios, que les llama y les atrae con toda la fuerza de su belleza, de su misericordia y de su amor sin límites. (…) Es imprescindible que sean echadas a un crisol devorador, para que se desprendan de la herrumbre de las imperfecciones humanas, para que, a semejanza del carbón negro y vil, salgan con la forma de un diamante precioso y transparente; es necesario que su ser se haga sutil, se depure de cualquier resto de sombras y de tinieblas, que se vuelva apto para recibir sin obstáculos los rayos y los esplendores de la gloria divina que, fluyendo un día a ellas a borbotones, las llenará como a un río sin orillas y sin fondo.”

Vivamos ya esa purificación que nos concede el fuego de Su amor, desechando todo lo que nos aparta de ese amor inmenso que brota del corazón cuando el Verbo encarnado ocupa su centro, y desde ahí nos eleva. La Jerusalén celeste ya, aquí, en una tierra renovada en cada ser humano que acepta seguir a Aquel que atrae con toda la fuerza de Su belleza, Su misericordia y Su amor sin límites. El Reino de los cielos está aquí. Jesucristo Es, y eso es mucho más que estar aquí o allí. Y yo soy, tú eres, somos en Él cuando Le entregamos todo y nos entregamos a Él para seguirle en el camino de regreso a Casa. www.viaamoris.blogspot.com 

El valor de la cruz, única esperanza en la Divina Voluntad


POR LA CRUZ A LA LUZ

En ese cuerpo muerto está la Vida,
y no es una metáfora o un símbolo.
Figura y símbolo era la serpiente
de bronce, salud para el que la miraba.

Y aquí no hay curación, hay mucho más;
un infinito más: la Salvación,
Luz inmortal corriendo por sus venas
eternamente nuevas, Luz de Luz. 
Mira a Cristo en la cruz, es lo que toca
representar ahora en este drama
que hemos creado desde la caída
en el sueño del sueño. Qué estridente

despertador hemos necesitado. Él lo sabía
y vino a hacerse hermano,
a hacerse tú, a hacerse yo,
en un vientre escogido de doncella inmaculada.

Pero ahora toca sombra, cadáver vertical
de Dios suspendido en un madero,
abrazo mudo y sordo al universo,
con esos brazos yertos,
con ese rigor mortis divino que ha cubierto
la tierra de tiniebla, el alma
de miedo, desamparo y soledad…

Es lo que toca... 
Si te quieres creer que el tiempo puede
vencer la eternidad, que el tiempo vence
con su estela de muerte y destrucción,
mira el cadáver, quédate en ese rostro inexpresivo,
rígido, seco, máscara
de silencio endurecido,
con el nunca jamás en cada rasgo,
con el nunca jamás
de todos los que han muerto y morirán.

Pero acaso has conocido de este drama
lo que sé, lo que tantos van sabiendo,
pues nos lo han enseñado desde arriba.
Tal vez has visto o intuido la tramoya,
y miras el cadáver y sabes que es tan solo
lo que toca que veas, lo que cambia
mirada y universo, los transforma
desde la raíz, y el nunca más se desvanece,
como sombra que es, ante la luz.

Que el muerto está a la vez resucitado,
que su cuerpo glorioso está debajo
del cadáver sombrío, de la mueca
de fúnebre agonía que tienen los cadáveres
en este valle de lágrimas,
valle de crear almas, que decía el poeta.

Porque hay otras lágrimas, las buenas,
que manan de la Fuente
y se deslizan suaves, dando Vida.
Hay otras lágrimas que no deforman
el rostro en gesto de dolor,
lo expanden, comunión
de las aguas, y unen lo que el drama
de la vida fingió separar, simulacro de ausencias,
sombras mudas moviéndose indecisas,
autómatas sin alma, olvido de la Esencia,
la cueva de Platón.

Pero la cruz… hermosa o tremenda…
¿Es muerte o gloria?
¿Es patíbulo o es trono?
¿Tiniebla o resplandor?
Dime qué miro,
qué he de mirar en ella,
que es lo que Tú quieres que vea.

Mira al Resucitado en el cadáver,
contempla ya su gloria en ese cuerpo
inmóvil y callado.
Verás que en ese muerto está la Vida
y esa cruz ensangrentada es más bella
que los cedros del Líbano,
más hermoso su perfil de sombra 
que los árboles de oro de las Hespérides.

El que vino a mostrarnos el regreso
al Árbol de la Vida muere en un árbol falso,
dos maderos en cruz para hacerse patíbulo.
El que vino a salvarnos de la muerte
cuelga muerto, con la expresión tremenda
de todos los cadáveres,
en un árbol de una sola rama
de donde cae, gota a gota,
hasta la tierra, la sangre
del Único fruto,
la sangre
de Dios,
gota
a
g
o
t
a
.
Qué espantoso final, qué asombroso comienzo...
Que al principio era el Verbo,
y el Verbo es anterior y posterior,
el Verbo es todo,
siempre,
y más que siempre,
eternidad,
inmune a la muerte y sus secuaces.

Mira otra vez la escena con los ojos
que han creado los ojos,
mírala bien, hasta que veas
sobre la cruz, la Cruz de Luz.
Mensaje recibido,
me quedo en la mirada vertical,
ese centro de vida donde Soy.

Se acabaron los “qué”, comienza el “cómo”.
Ni lo que veo, ni lo que quieres que vea,
es cómo veo, si mira la Luz
donde nace la Cruz, con su peso de estrella,
rayo de Amor en vertical descenso,
el Árbol de la Vida
gravitando y suspendido,
inspirando cuando baja,
aspirando en la subida al mismo tiempo,
gloria desdibujando lo fatal,
hermosura antigua y nueva
devolviendo la tersura
a este viejo secarral de confusión y miedo.

Por la cruz a la Luz, 
en espiral eterna. 
Dios muerto, Dios resucitado,
dibujando el retorno
con signo de infinito vertical.
Torsión bendita, camino de vuelta,
borrando distorsiones,
uniendo los extremos
en un lazo sagrado,
anulando los efectos
de la caída primera
por amor.