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sábado, 24 de diciembre de 2022

Navidad continua


Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado.

                                         Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach

Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, 
es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. 
Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; 
ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. 
He aquí el evangelio.

                                                                                                    Paul Sédir

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, como dice William Johnston, podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado. 

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará. El olvido de sí hará posible el Recuerdo de Sí, que nos lleva a la Fuente de lo Verdadero.
       
Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.
En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Pero si nos quedamos en lo temporal, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, lo absolutamente perfecto. Qué misterio asombroso e inefable que Él se haya abajado, siendo lo único Real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la vida eterna.

El Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer". Solo Ser, en Él, lo que Dios soñó para cada uno, porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo. 

            Dios, la Unidad primigenia, entra por amor en la multiplicidad. La no-forma se hace forma, lo absoluto entra en lo relativo, lo no manifestado en lo manifiesto, lo ilimitado se hace limitado, concreto; lo eterno se hace temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable.

Imitemos la humildad de Jesús, para recibir la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la pureza esencial, la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él es el modelo de manifestación, porque encarnó por amor. Encarnemos conscientemente para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él. www.viaamoris.blogspot.com  


                                         78. Diálogos divinos. Navidad continua

Desde otro "instante sagrado", más allá del tiempo y del espacio, el poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.

Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad, simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

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