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sábado, 17 de diciembre de 2022

Enmanuel, Dios con nosotros


Evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:  "Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros»”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

 El sueño de José, Goya 

Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora, presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era.
              Maestro Eckhart

Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti al que está en ti, todo entero, de la manera más real y manifiesta? Y puesto que tú participas de la naturaleza divina, ¿qué te importan las cosas creadas y qué tienes que hacer con ellas?
                                                                                                                       San Agustín

Estamos muy cerca de celebrar la Navidad, la venida de la Luz, el Sol invicto, imagen de nuestro propio comienzo. Conmemorando el nacimiento de Jesús, nos disponemos a alumbrar en nosotros el Niño Divino. Como recuerda Anselm Grün, la Navidad proclama: "no estás fatalmente encadenado por tu pasado, por el recuento de tus heridas, ni eres el resumen de tus fracasos ni de los sucesivos quebrantos sufridos en tu vida". Dios mismo festeja con nosotros un nuevo comienzo, naciendo en nosotros. Y, al nacer Dios en el corazón del ser humano, todo cambia y se transforma en Bien y en Bueno: el pesebre se ilumina, la pobreza es un tesoro, el abandonado se ve estrechado en un fuerte abrazo, el herido es sanado…

No es metáfora, la Trinidad hace realmente morada en aquel que se ha desprendido de todo, ha renunciado a lo ilusorio y perecedero y está listo para experimentar el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo. Nace así una nueva criatura, el antiguo “Adán” mortal se convierte en otro Cristo, resucitado e inmortal. Y todo con el pecho inflamado en las llamas purificadoras del fuego sutil, el Amor, que nos transforma.

        Enmanuel, Dios con nosotros. La inmanencia puede ser tan espiritual y profunda como la trascendencia. Dios no está más allá de nosotros, sino con nosotros, en nosotros. Ignorarlo es olvidar nuestra esencia, el Nombre grabado en el fondo del alma, trascendencia divina que se hace inmanente. www.viaamoris.blogspot.com 

Volver al Nombre, hacer realidad el Yo Soy, es regresar al Paraíso antes de la Caída, y vivir ya en el Reino. Es recordar que lo femenino y lo masculino forman parte de cada ser humano, para celebrar los esponsales espirituales que nos hacen semejantes a Dios.

          Es el femenino interior el encargado de la maternidad esencial, la que, para el Adán que somos, consiste en alumbrarse a sí mismo, dar nacimiento al hijo interior.  Porque, según san Basilio, el hombre es una criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios. En el mismo sentido, san Cirilo de Alejandría dijo: si Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho Dios.

       Pero volver al Paraíso no es el Camino, es el sendero que nos lleva al inicio del Camino y nos pone en condiciones de emprenderlo. Es ahora cuando vamos hacia un estado en que ni ojo vio ni oído oyó. Porque la regeneración humana es una historia de amor inefable que el espíritu necesita expresar pero no puede, mientras siga confinado en este plano de límites y entropía. El Cantar de los Cantares es quizá el intento más logrado de cantar ese Amor divino, ese Dios con nosotros y en nosotros, que nos unifica y nos recrea, nuevos y libres.

No hay nada capaz de superar ese encuentro atemporal, no hay mayor tesoro, ni más digna ambición para el hombre y la mujer, nacidos para gestar dentro de sí mismos el verdadero Hombre y la verdadera Mujer, unidos indisolublemente por toda la eternidad, mientras las sombras pasan, mientras las sombras siguen pasando.

El Verbo encarnó; nosotros también hemos de encarnar en nuestro cuerpo, encontrando ese cuerpo profundo donde es posible el Misterio. Lo que nos conecta con el cuerpo sutil, llamado a perdurar cuando el polvo vuelva al polvo, es un mecanismo que a fuerza de no usarlo se nos ha oxidado y que tiene que ver con rendición, con apertura y acogida, con dejarse hacer, con inocencia esencial y confianza. Hay que “aceitarlo” para que funcione de nuevo y podamos unificarnos con lo Real que somos. Y, al volver a la Fuente de la Vida, es posible el alumbramiento de uno mismo a sí mismo a otros niveles de consciencia.

          Es en lo cotidiano, en el discurrir de la historia, donde lo trascendente se hace inmanente. Si contemplamos el evangelio de hoy desde la figura de José, constatamos su bondad y coherencia. Se diría que, después de María, es el primer discípulo de Jesús, al que cuidará y amará como hijo y como Dios. José antepone el amor frente a la ley, incumple la norma por amor a su prometida, aunque tenga el corazón roto y confundido. Por eso será recompensado al ciento por uno.

          Imitemos a María y a José en su inocencia y en esa audacia libre de prejuicios y condicionamientos. Trabajemos para alcanzar la virginidad espiritual, que es apertura, disponibilidad de mente, corazón y cuerpo. Porque ser virgen significa ser nuevo, sin pasado, sin proyecciones, sin carga, sin lastre… Virginal es quien no se dispersa y aprende a conectar con una alegría que está más allá de los placeres mundanos, un gozo superior a cualquier goce, y todo sin represión o rigidez, sin tristeza o cobardía, logrando ser cada vez más dueño de sí mismo para poder entregarse por entero (si no te tienes, no puedes darte) a Aquel que obra el gran milagro, Aquel que está viniendo si nosotros vamos hacia Él.
Porque la clave para vivir bien la Navidad es, además de la virginidad espiritual, la confianza, ser conscientes de que solos no podemos hacer nada, abrirnos y aceptar que se haga Su Voluntad en nosotros. Y callar, para que en el silencio del corazón, libre ya de ruidos, de palabras inútiles, del bullicio de los vanos deseos, pueda encarnar la Palabra.
Oratorio de Navidad, Camille Saint-Saëns 

En La realidad interior, Thomas Merton nos presenta a Jesucristo como Camino y Puerta hacia la unidad y la plenitud, e incide y profundiza en algunas de las intuiciones que hemos ido esbozando: 

         Los Padres griegos creían que antes de la Caída, Adán y Eva eran real y literalmente dos personas en una sola carne, es decir, un solo ser. Aquella naturaleza humana, unida a Dios, era absoluta y completa en sí misma. Pero después de la Caída el hombre se dividió en dos y a partir de entonces intentó recuperar su unidad perdida por medio del amor sexual. Pero este deseo siempre se frustra por culpa del pecado original. El fruto del amor sexual no es la perfección, ni la totalidad, sino el nacimiento de otro Adán o de otra Eva frágiles, exiliados e incompletos. El hijo a su vez llega a la adultez y, devorado por el mismo viejo anhelo de sentirse completo, se casa, repite el mismo oscuro misterio del amor y la desesperanza, da a luz a nuevos seres incompletos y frustrados y, al final, muere incompleto.
            Pero la venida de Cristo ha exorcizado la inutilidad y la desesperanza de los hijos de Adán. Cristo ha desposado a la naturaleza humana, ha unido al hombre y a Dios en Sí mismo, en una Persona. En Cristo se alcanza la plenitud para la que nacimos. En Él ya no existe más el casarse o el entregar a alguien en matrimonio. Pero en Él todos son uno en la perfección de la caridad.
            

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