Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 10 de diciembre de 2022

Domingo de la Alegría


Evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de una mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él".

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La Virgen María con Jesús y Juan Bautista niños, Abbott Handerson Thayer


Celebramos el Domingo Gaudete, Tercer Domingo de Adviento, Domingo de la Alegría. 
Es tiempo de cantar la alegría de la Salvación que está llegando. La alegría de Zacarías, que rezamos cada mañana en el Benedictus, y la de Isabel, los padres de Juan Bautista. La alegría de María, resumida  en el Magníficat, la del propio Juan, que le llevó a saltar en el seno de su madre, la de David, el rey pecador, convertido en poeta y santo por la gracia, “padre” e hijo a la vez del Señor que esperaba, la nuestra, por sabernos ciudadanos del Reino de la alegría. 

Juan el Bautista marca la transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, la Buena Nueva que libera, alegra, expande el corazón. Esperar a Jesús, anhelarle, querer unirnos definitivamente a Él pasa por reconocer nuestra miseria con la humildad de Juan Bautista, por eso la alegría del Salvador que se acerca nos embarga ya, pero no olvidamos el ascetismo y la sobriedad pues necesitamos velar para que a Su llegada nos encuentre despiertos. www.viaamoris.blogspot.com

Conversión, arrepentimiento, metanoiateshuváh, el giro, el gesto, el paso imprescindible que nos encamina hacia esa muerte que genera vida. La palabra arrepentimiento suscita cierta repulsa, pero su significado verdadero es muy hermoso: pensar de nuevo, nada que ver con el remordimiento que es morder(se) dos veces. El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero,  transformador y liberador.

Convertirse es mirar de otra forma, dejar de mirar como miramos, para mirar como mira Dios. Nosotros miramos con el egoísmo de nuestras seguridades, comodidades, parcelitas de control. Dios mira rebosando amor, con un corazón palpitante, que no se cansa de derramar sus dones, gracias y bendiciones. El que solo se preocupa por controlar y asegurar “sus” cosas, “sus” costumbres, “sus” inercias, “sus” apegos es estéril, no puede dar fruto, se va secando, encogiendo y arrugando como una pasa.

Jesús no hizo nunca nada destinado a buscar seguridad. Él solo estaba interesado en amar, dar, preocuparse por las necesidades de los demás. Si queremos seguirle, y prepararnos para su inminente venida, hemos de vivir como Él vivió, olvidándonos de nosotros mismos, para mirarnos en Él y que Él se mire en nosotros. Salgamos de una vez de las ensoñaciones vanas que nos desviven y nos desgastan, porque todo lo que se experimenta en el terreno de lo ilusorio está condenado a desaparecer.

La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de amar como Jesucristo ama. Si aprendemos a amar así a nuestros hermanos, estaremos amando a Dios, porque seremos en Jesucristo, uno con Él en Su Amor. Y Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para anunciar la libertad a los cautivos, y ser testigos ante el mundo de que los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.


Cantata de Adviento, "Elevaos con alegría". J. S. Bach

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