Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 2 de mayo de 2015

Ser Uno

 
Evangelio de Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
 

Domingo V de Pascua. (La Vid y los sarmientos". Seminario latino Beit Jalade de Jerusalén (s. XX))
 

 
La perfección se llama Jesucristo; el camino de la perfección es Jesucristo; la fuerza para seguir este camino es Jesucristo. Singular unidad, innombrable multiplicidad, sueño inconcebible, realidad indestructible. He aquí el objetivo del Universo, he ahí el propósito de mi existencia.
           Paul Sédir
 
 
El cristianismo es una Persona, un hombre que también es Dios y quiere que nos unamos a Él. En Jesús hallamos la perfecta expresión de esa unidad a la que estamos llamados, ya que, al hacernos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, podemos participar de la unión divina.
 
Por nuestra incorporación a Cristo, alcanzamos nuestra verdadera esencia e identidad en Aquel que se ha hecho uno de nosotros para que nosotros seamos uno con Él y con el Padre. Porque la vocación original y definitiva del hombre es la unidad con el Único.
 
Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, dice San Atanasio. Él ya nos atrajo hacia Sí, por eso nuestro destino es ascender, como Él ascendió. De ahí la flaqueza de que se gloría S. Pablo (2 Cor 12, 10). Aunque sin Jesucristo no podemos nada, con Él lo podemos todo. A través de Él, vamos llegando a niveles más sutiles de comunión con Dios, trascendiendo formas, nombres e impresiones sensoriales.
 
Jesús es nuestro guía hacia la más íntima fusión con la propia esencia de la divinidad. De Su mano, sin perder Su presencia serena y protectora; junto a Él, enamorado de cada alma individual, hacia la Unidad.
 
Qué diferente el cristianismo de esas religiones en las que la meta es la disolución en lo Absoluto. Hubo un tiempo en que anhelé ese destino: disolverme, acabar, fundirme en el Todo, dejar de ser… Hasta que me enamoré definitivamente de Jesucristo y descubrí que con Él no nos disolvemos ni desaparecemos, no perdemos la individualidad que Él ama y con la que Le amamos; solo abandonamos el hombre y la mujer viejos, incapaces de amar, que ya no somos, para ser de verdad y amar de verdad.
 
Con Él y por Él puedo llegar al centro mismo del Ser, sin disolverme, sin perdernos el uno al otro ni desaparecer. No se trata de un apego a la propia individualidad, que sería más fruto del ego que del amor, sino, precisamente, de la voluntad de seguir amando de Aquel que salió de Sí para encontrarse conmigo, y contigo.

Por eso podemos escuchar a Jesús hablar de “Su mano” y de “la mano” del Padre (Jn 10, 27-30), sin que nos parezca una contradicción con esa meta de Unidad inefable a la que nos dirigimos. Alguno puede pensar, tal vez con cierta condescendencia, que eso quiere decir que aún nos aferramos a los niveles de comprensión inferiores, que necesitan dar forma humana al Padre para asimilarlo a nuestros parámetros mentales. Sí y no. Sí y más, mucho más. Porque en Jesucristo cabe todo, vertical e infinito, lo limitado y lo ilimitado, lo material y lo espiritual, lo denso y lo sutil, la multiplicidad y la unidad, lo personal y lo transpersonal, todo, ascendido y trascendido, glorificado en Él y con Él.
 
El verdadero no-dualismo, el que no cae en un dualismo más limitador, no rechaza ni pretende superar nada, porque integra todo, es todo. Los niveles más elementales de comprensión quedan así incluidos en los más elevados niveles de conciencia. El Niño Jesús del pesebre es compatible con el Verbo increado; realidad histórica y, a la vez, símbolo y realidad metafísica.
 
Solo en este conocimiento esencial que nos brinda el corazón, pasando por encima de la mente y sus límites, podemos asumir los Misterios, inalcanzables por el intelecto, como el de la Santísima Trinidad: tres Personas y un solo Dios.
 
De la mano de Jesucristo, estamos llamados a ser Uno con el Único Ser divino, sin dejar de ser individuos. Ola y mar, gota y océano, Vid y sarmiento, Luz de Luz y luz individualizada (de in-diviso). Estaremos, estamos, en Dios, sin dejar de ser nosotros.
 
Jesús, que está a la derecha del Padre, está también en el corazón del hombre, porque ha querido acompañarnos hasta el fin de los tiempos. Dios habita en nosotros para ser Uno con cada hombre, con cada mujer, en un abrazo universal que no excluye a nadie. Ya no se trata de pertenecer o no al pueblo escogido, ni siquiera se trata de ser "buenos", sino de vivir esta Presencia interior inefable, conscientes de cómo nos va transformando, hasta que nos incorporemos –qué preciosa palabra, in-corpore-mos– totalmente en Él. 
 
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud luminosa que integra las otras, las de las formas, los nombres y la temporalidad. Pero si nos quedamos en lo temporal, bloqueados en ello, no llegaremos a lo más sutil, lo más sublime, lo absolutamente perfecto.
 
“Yo y mi Padre somos uno” (Jn 10, 30); es todo lo que hemos de comprender y también lo que hemos de experimentar en esta “gran tribulación” donde nos vamos acrisolando. Para poder decir, sentir, vivir que el Padre es uno con nosotros, tenemos antes que soltar todo lo que no somos, y esto no suele resultar tan fácil como puede parecer. A veces cuesta sangre, sudor y lágrimas; esas lágrimas que Él enjugará, cuando alcancemos las fuentes de agua viva a las que nos guía (Ap. 7, 9, 17).
 
 

                                              Permaneceremos en Ti, Salomé Arricibita
 

Hace un año, mientras reflexionaba sobre este fragmento del Evangelio de Juan, buscando un apunte en mi agenda, encontré unas líneas que escribí una mañana, nada más despertar. Y así lo compartí en www.viaamoris.blogspot.com

OTRO DON

Esta noche he tenido un sueño que me ha hecho comprender de forma viviente lo que es el Pan de Vida y también el Cuerpo de Cristo. Me he sentido totalmente parte de Él, una con Él y con el resto de Sus miembros. Respirando Su aire, alimentándome de una misma sangre que se me representaba transparente, como una savia muy sutil. ¡Y estaba dando flores! Unas flores raras, con pétalos blancos y azules, alguno violeta. El gozo que sentía, la paz que me embargaba, la confianza que se respiraba en aquel no-lugar idílico no los había sentido nunca. Tuve la certeza de estar donde debía estar, por siempre y para siempre; donde, en realidad, ya estoy, ya estamos si queremos. Y también sé que puedo revivir esos momentos de Comunión absoluta, de plenitud y alegría. Cada vez que me sienta desfallecer en este mundo del que no soy, conectaré con la verdadera realidad, a la que pertenezco, volveré a alimentarme de Vida eterna y sentiré cómo, a través de mí, se alimentan y vivifican todos los que han hecho posible que yo esté aquí, firmemente injertada en el Cuerpo de Cristo, dando flores y frutos en sazón.

 

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