Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










martes, 21 de junio de 2011

Cirugía

           
            En el metro, en las salas de espera, por la calle, en la cola del supermercado, en la parada del autobús, cuando veo un anciano, no puedo evitar rejuvenecerlo con la imaginación. Le voy quitando años, le voy soltando lastre, voy extirpando miedos, dudas, fracasos, aliso su rostro y su alma a la vez. Algunos me sorprenden de tan guapos como quedan, otros me deslumbran con su expresión serena, alguno hasta me  enamora.
También sigo el proceso contrario: si es alguien joven, imagino el anciano que será. Para el que sabe mirar, muchos llevan en la cara las tormentas y turbulencias por vivir, las derrotas que deberán afrontar, las ausencias, los remordimientos, las traiciones; surcos que irán esculpiendo su rostro y su corazón.
            Intento ver lo que hay tras los desconocidos aparentes que voy encontrando. En su belleza está la mía, en su fealdad y decadencia, las mías. Porque soy ellos, porque son yo, aunque parezcamos millones.
Soy cirujano y extirpo la separación, esa ilusión que nos aleja de lo auténtico. Trato de restaurar en mi mirada la esencia de unidad que nos da sentido. Evoco la juventud de cada anciano, que es la mía, la vejez de cada joven, que es la mía.
            Soy cirujano y a los desalmados les imagino un alma que pueda abrir la puerta o fundir los barrotes de la cárcel que habitan.

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