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sábado, 9 de abril de 2016

Juan se ha quedado


Evangelio de Juan 21, 20-25

Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?" Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de éste?" Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme". Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "Él no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?" Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.

                                  Aparición de Jesús en el lago de Tiberíades, Sebastiano Ricci

En el Evangelio que la Liturgia propone para hoy (Juan 21, 1-19), y que contemplamos en www.viaamoris.blogspot.com , aparece la triple pregunta que Jesús le hace a Pedro para darle la oportunidad de transformar su triple negación, manifestando por tres veces su amor. Tres veces, totalidad, amor completo, necesario para recibir la Misión. A Juan no le hace esta pregunta; su unión con el Maestro es tan íntima como la que, una vez descubierta, hizo a San Agustín exclamar: intimior intimo meo (más íntimo a mí que yo mismo).

Estamos llamados a ser discípulos amados y vivir esa intimidad total con el Señor. Le reconocemos y damos testimonio para que todos se acerquen a Él. Nos avala la fe, la confianza, la fidelidad. Podemos escribir como dijo el papa Francisco en la homilía de Pascua lo que le falta a los Evangelios. El propio Juan nos invita a ello, al reconocer que no todo está escrito.

Unidos a Él, escuchando el latido de Su Corazón, somos capaces de continuar el Evangelio y vencer cualquier obstáculo de este mundo, esta vida virtual que no es la definitiva, porque Él ya ha vencido al mundo. Cuando somos conscientes de ello, no solo con la mente, sino con el corazón, el alma y el espíritu, no nos defendemos, no nos revolvemos frente a las dificultades, porque tenemos una fe que es motor y guía, y, como recordábamos el domingo pasado, creyente es el que no teme y creer es ser valiente.

Juan es el discípulo amado, no porque Jesús ame más a unos que a otros, sino porque fue vaso vacío, disponible para ser llenado, le cabía más amor que a los demás. Por eso entendió como ninguno de los doce la profundidad del mensaje del Maestro, y se quedó, vivió para contárnoslo. Su Evangelio recoge el Discurso de la Cena, muy diferente del sermón del Monte. Dice Cabodevilla que, si pudiéramos compararlos, diríamos que este es "más compacto y más divagante, más íntimo y más oscuro, dicho en voz muy baja y con resonancia en el Reino de los Cielos.” Tiene este discurso sabor de despedida y de amor, hacia el Padre y hacia sus amigos, que están a punto de traicionarle, negarle y desertar.

Todos tenemos un vacío en el corazón que sólo Dios puede llenar con Su amor. Hay quienes se acercan a la religión con miedo o aprensión, buscando salvarse, y hay quienes se acercan con amor, buscando la unión íntima con Él.

Cuántas veces somos como Pedro, que negó conocer al Maestro, como Tomás, incapaz de creer sin ver, como todos los que no se atrevieron a acompañarle hasta el Gólgota. Seamos como Juan, que abrió su corazón adolescente, virgen, es decir, disponible, al amor infinito del Dios hecho hombre.

El discípulo amado no es temeroso, mediocre o pusilánime. No busca salvarse por miedo al infierno, ni busca salvarse para gozar del paraíso. El discípulo amado ama con el Amor que recibe de la Fuente inagotable. Todo lo demás viene por añadidura, pero ni siquiera lo piensa, ni siquiera pierde, imaginando las venturas por venir, un instante de tiempo, ni una brizna de la energía que necesita para seguir amando.

Dios no se conforma con un corazón dividido y condicionado, como solemos amar en el mundo. Él espera que le ofrezcamos nuestro corazón entero y de una vez. No se trata de vivir con la esperanza puesta en las moradas celestiales, sino de experimentar ya esa plenitud de amor e ir haciendo real esa morada aquí, porque, como afirma Baalschem: Si amo a Dios, ¿para qué necesito un mundo venidero? Pero es que, además, por la generosidad de Su gracia, el mundo venidero existe y nos espera, para seguir amando.

Porque el Amor con que Dios nos ama y nos enseña a amar nunca puede ser limitado, es un abrazo total, incondicionado, hasta el extremo, y aunque aún no seamos capaces de percibirlo, de sentirlo así siempre, nos miramos en Él, somos en Él un solo Amor, el único camino hacia la plenitud de la alegría, hacia la Vida.



No te preocupes de Juan, Pedro, no le preguntes más al Maestro por su destino, no envidies el dulce misterio que lo envuelve y lo protege, ni su victoria sobre la muerte, al poder quedarse hasta que Él venga.
Tú sigue al Señor y deja a Juan, Pedro. Para él no habrá cruz física, como tú la tendrás, porque compartió la de Jesucristo, uno ya con Él por el amor. Por eso fue el primero en compartir también a Su Madre.
No te incomode esa especial sintonía con Jesús de alguien que parece no esforzarse nada ni sufrir nada. Esa unión plena e indisoluble está también a tu alcance, porque es fruto de la entrega total, del amor rebosante. Es ese amor el que le hace comprender la verdad y escribirla con imágenes poéticas que pocos comprenderán. El amor, el que inspiró el cuarto Evangelio, el más profundo, y esa maravilla de lirismo revelador: el Apocalipsis, solo para iniciados en la ciencia del corazón, que siempre llega mucho más lejos que la mente.

Juan se ha quedado, como quiso el Maestro; vive en todos y cada uno de los pobres de espíritu que se atreven, porque ya están preparados, a apoyar su cabeza en el pecho del Señor, para fundir su latido de criaturas amadas con el Suyo, divino y poderoso, capaz de transmutar y renovar todo.


                                                               Enamórame, Abel Zavala

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