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sábado, 23 de abril de 2016

El Amor no se enseña


Evangelio de Juan 13, 31-33a.34-35

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.



                                                               La última cena, Rubens

                        El amor no se enseña.

                            San Basilio Magno


                   Amo porque amo. Amo para amar.

                                                   San Bernardo

El Mandamiento del Amor no calcula ni mide, no contemporiza, no negocia. Te lleva a la Verdad, te sitúa en el mismo nivel del Amado y te concede su capacidad de hacer posible lo imposible, de crear y recrear, de hacer, con Él y en Él, nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), porque ya has sido regenerado por la Palabra que vibra en ti, resuena en ti, se pronuncia en ti y te atrae hacia Sí.
Lo esencial es volver la mirada hacia Cristo, cada día, cada momento; porque su acción salvadora es incesante, y así han de ser nuestra atención, nuestra gratitud y nuestro reconocimiento, inagotables; pues la nueva creación se realiza desde aquel Sacrificio único, una y otra vez hacia el infinito.
Nunca tan perdida en el mundo, nunca tan encontrada en el Reino, por Aquel que me guía y me conforta. Solo Él puede hablar con verdadera autoridad de la alegría del Amor (amoris laetitia), porque, para alcanzar esa alegría, atravesó el sufrimiento infinito por amor, en Su Sacrificio supremo.
Para nosotros, pobres siervos, alcanzar la alegría del amor pasa por seguirle y aprender a amar como Él nos ha amado, hasta el extremo, sin condiciones. Con Él logramos, además, como vemos en www.viaamoris.blogspot.com , eso tan difícil para este mundo de justificaciones, ambigüedades y matices: decir sí cuando es sí y no cuando es no (Mt 5, 37). Hay tanta palabrería vana, tanta dispersión dialéctica alrededor y dentro, que a veces parece incluso hacernos olvidar hacia dónde caminamos. Lo peligroso es cuando lo olvidan, enredados en esa verborrea, los que deberían guiarnos, o mejor, visto lo visto, limitarse a indicar a Quién hemos de seguir.
Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo nivel de mandamientos y un nuevo nivel de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas. Nada de medias tintas: radicalidad, perfección, pero no como la del mundo, sino como la del Reino, basada en la coherencia, la intención y la pureza de corazón. Porque es en el corazón donde nace todo: lo bueno, lo malo, lo que mancha, lo que limpia... Se acabaron las mediocridades y la hipocresía; la religión del amor no es menos exigente o más “sensiblera”; es impecable, como Aquel que la inicia.
De ahí lo de no saltarse ni una letra ni una tilde. Se nos pide un cumplimiento total, pero no en la forma, vacía tantas veces de contenido, sino en el fondo, donde brota la fuente del amor. Por eso ya no son necesarias las justificaciones, y nos basta decir sí o no. Todo lo demás viene del maligno, del embaucador, del mentiroso, del separador…
El Verbo se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Somos llamados a esa vida de plenitud, pero si nos conformamos con lo inmediato y efímero, aunque sea bueno, si nos justificamos en lo mediocre, si no nos atrevemos a ir más allá, siguiendo Sus huellas, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, el amor absoluto.


                                                                 Testify to love, Avalon


Este es el amor que nos renueva, y nos hace ser hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los antiguos justos, a los patriarcas y a los profetas, y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de todo el género humano, extendido por el universo entero, un único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la que se dice en el Cantar de los cantares: ¿Quién es esa que sube del desierto vestida de blanco? Sí, vestida de blanco, porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la ha renovado sino el mandamiento nuevo?

Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos de otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres; sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.

Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: Como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza.
                                                                                                          San Agustín
                                                                                    (del Tratado El mandamiento nuevo)


¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal,

que tienen las tinieblas por luz y a la luz por tinieblas,

que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!


                                                                                              Isaías 5, 20

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