Evangelio de
Lucas 3, 10-18
En aquel
tiempo, la gente preguntaba a Juan: “¿Entonces, qué hacemos?” Él contestó: “El
que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le
preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más
de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él
les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos
con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no
sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con
agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de
sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el
bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja
en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al
pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Juan Bautista, El Greco
En un momento dado el Señor vino en
carne al mundo. Del mismo modo, si desaparece cualquier obstáculo por nuestra
parte, en cualquier hora y momento se halla dispuesto a venir de nuevo a
nosotros, para habitar espiritualmente en nuestras almas con abundancia de
gracias.
San Carlos Borromeo
Adviento,
tiempo de esperanza y alegría, de ponernos en pie, de alzar la cabeza, de atrevernos.
¿Qué nos detiene?, ¿qué nos estorba?, ¿qué nos impide caminar al encuentro del
que viene? Ver esos obstáculos es ya un gran paso para liberarse y estar
disponible para ser un instrumento fiel, olvidarse de uno mismo para pensar en
el otro y en el Otro. Verlo nos expande, nos abre perspectivas, nos quita
lastre, nos libera, recordándonos que estamos en el mundo pero no somos del
mundo…
Adviento, presencia,
aquí y ahora, vigilantes despiertos, vivos y reales, sabiéndonos ya liberados
de la muerte por Aquel que está viniendo.
Adviento, fidelidad,
promesa cumplida, confianza, alegría, amor. Tiempo para recordar que ya somos
libres y hemos de vivir conscientes de serlo. La libertad es ausencia de miedo
y no temer es la raíz de la alegría. Él es por eso: libertador, salvador, defensor,
roca, motivo de dicha.
Acabamos de
iniciar el Año Santo de la Misericordia, proclamado por el papa Francisco, Jubileo
Extraordinario, júbilo y perdón. Qué oportuno que haya sido proclamado en la
Solemnidad de la Inmaculada Concepción, día 8, infinito vertical, cierre de
todo, lazo que transmuta, integra y eleva para liberarnos definitivamente de la
esclavitud del miedo. Libre, el que no teme y por eso puede estar en paz, y
sentir alegría.
Confianza,
alegría, amor que se extiende y se comparte para conectar con lo Real, el Reino
donde nada se rompe o se separa, donde todo confluye y la Resurrección triunfa
y nos hace triunfar…Misericordia
que vence al miedo. Si nuestro padre Dios es misericordioso, y nos ha creado
para la dicha. ¿A quién o qué habríamos de temer?
VOZ QUE ANUNCIA A LA
PALABRA
El desierto es mi hogar y mi destino.
¿Quién no atraviesa en su vida un
desierto?
Pero el mío ha sido mi morada,
paisaje desnudo para el asceta,
arena infinita para el precursor.
Profeta de la Luz,
heraldo de la Vida, eso soy yo,
desde este espacio yermo
que me abrasa de día
y de noche congela hasta las lágrimas.
Cómo hubiera seguido tus pasos
si otra hubiera sido mi misión;
habría aprendido a bailar y reír,
para poder predicar la alegría del
Reino.
Mas debía seguir en mi desierto,
exhortando a la conversión.
Quién pudiera ser de pecadores
el consuelo, el refugio, el defensor,
y no el hostigador, y no el azote,
y no el recuerdo ingrato de las penas
para el que no quiere ser
ciudadano del Reino de la alegría.
Por eso pregunté si eras tú,
desde el ventanuco de mi cárcel
postrera,
no porque lo dudara, era una forma
de acercarme a tu grupo
de discípulos fieles, compartir
desde la distancia del cautivo
vuestra amistad, vuestro entusiasmo.
Qué ingrato y qué difícil mi papel,
lejos del Maestro, pero anunciándole.
Te bauticé porque me lo pediste,
con estas manos ásperas
de asceta solitario,
del último del Reino de los Cielos,
yo, Juan, que, desde el seno de mi madre,
en el seno de la Tuya te reconocí.
Yo soy la voz que clama en el desierto
y anuncia la Palabra que eres Tú,
Verbo eterno, Palabra
definitiva del Padre, ven Jesús,
sigue viniendo, yo, Juan,
el último del Reino,
no dejo de anunciarte y proclamar
que eres Señor.
Canción de Navidad, Silvio Rodríguez
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