Para Marco–Légolas,
porque no olvido el lenguaje de
los elfos.
Cuando era niño, Nikos Kazantzakis se fijó en una crisálida adherida a un árbol. Esperó a que la mariposa saliera, pero, como tardaba, decidió calentar la crisálida con su aliento. La mariposa salió, pero sus alas aún estaban unidas y murió sin poder volar. Décadas después escribió: “Era necesaria una paciente maduración hecha por el Sol, y yo no supe esperar. Aquel pequeño cadáver es uno de los mayores pesos que tengo en la conciencia. Él me hizo entender lo que es un verdadero pecado mortal: forzar las grandes leyes del Universo. Es preciso paciencia, aguardar la hora exacta y seguir con confianza el ritmo que Dios escogió para nuestra vida”.
Gusanos de seda,
suavidad viva, reptante aún.
Vuelo soñado.
Y
dijo el que estaba sentado en el trono: "Mira, todo lo hago nuevo".
Apocalipsis 21, 5
No creo en la reencarnación. No solo por las certezas e intuiciones
que me regala la fe en Jesucristo; a una mente occidental le cuesta asumir
la idea de las vidas sucesivas. Aunque hay algo que me acerca a esa concepción
del mundo y del hombre. He observado cómo en la trayectoria de algunas personas
hay un momento clave en que descubren el sentido de su existencia. Entonces,
todo se hace nuevo, y comprendemos el secreto de la paz y la alegría. Hay quien
nunca vive esta transformación, pero el que tiene la suerte de atravesarla, deja
atrás una piel muerta de serpiente, o una crisálida vacía, para empezar de
cero, más fuerte y más sabio, con la inocencia renovada. Y ya no le preocupa si hay
reencarnación o la promesa de venturas venideras, porque sabe que el Reino es
ahora o no es.
La Follia, de Arcangelo Corelli, por Henryk Szeryng
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