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sábado, 16 de marzo de 2013

Todo nuevo


         Para Marco–Légolas,
         porque no olvido el lenguaje de los elfos.


    
Cuando era niño, Nikos Kazantzakis se fijó en una crisálida adherida a un árbol. Esperó a que la mariposa saliera, pero, como tardaba, decidió calentar la crisálida con su aliento. La mariposa salió, pero sus alas aún estaban unidas y murió sin poder volar. Décadas después escribió: “Era necesaria una paciente maduración hecha por el Sol, y yo no supe esperar. Aquel pequeño cadáver es uno de los mayores pesos que tengo en la conciencia. Él me hizo entender lo que es un verdadero pecado mortal: forzar las grandes leyes del Universo. Es preciso paciencia, aguardar la hora exacta y seguir con confianza el ritmo que Dios escogió para nuestra vida”.


 
                                           Mariposa Monarca saliendo de su crisálida


Gusanos de seda,
suavidad viva, reptante aún.
Vuelo soñado.


 
                                        Y dijo el que estaba sentado en el trono: "Mira, todo lo hago nuevo".

                                                                                                      Apocalipsis 21, 5
 
 
            No creo en la reencarnación. No solo por las certezas e intuiciones que me regala la fe en Jesucristo; a una mente occidental le cuesta asumir la idea de las vidas sucesivas. Aunque hay algo que me acerca a esa concepción del mundo y del hombre. He observado cómo en la trayectoria de algunas personas hay un momento clave en que descubren el sentido de su existencia. Entonces, todo se hace nuevo, y comprendemos el secreto de la paz y la alegría. Hay quien nunca vive esta transformación, pero el que tiene la suerte de atravesarla, deja atrás una piel muerta de serpiente, o una crisálida vacía, para empezar de cero, más fuerte y más sabio, con la inocencia renovada. Y ya no le preocupa si hay reencarnación o la promesa de venturas venideras, porque sabe que el Reino es ahora o no es.
 
 
                                         
                                   La Follia, de Arcangelo Corelli, por Henryk Szeryng

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