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miércoles, 12 de diciembre de 2012

José Mújica, Río +20. Voces que claman en el desierto.


En esa raza de víboras que son –o, si no lo son, muchos se acaban transformando en ello– la mayoría de los políticos, muy de vez en cuando, surge alguien digno, honesto y coherente, como José Mújica, presidente de Uruguay, que da ejemplo de lo que dice con su forma de vivir y con su trayectoria. Buena ocasión el Adviento para volver a escuchar su voz, que parece clamar en el desierto.
Es el discurso que pronunció en Río de Janeiro, el 20 de junio de 2012, en la Conferencia sobre desarrollo sostenible, también conocida como Río +20, por celebrarse en la misma ciudad, veinte años después de la Cumbre de La Tierra del 92.
Las palabras de Mújica, como las de Nelson Mandela, brotan de un espíritu insobornable, que se ha mantenido fiel a sus principios.  
            Incluyo el discurso en dos vídeos diferentes, porque para gustos están los colores. En el primero han añadido música y canto de pájaros, han modulado la voz hasta lograr el efecto deseado y han sustituido las imágenes de Mújica por otras de nuestro planeta captadas por satélite. Es, quizá, más fácilmente conmovedor.

 



              Prefiero el segundo, donde vemos al hombre, un hombre de verdad, en el que no hay engaño, y en él, para el que tiene ojos que ven y oídos que oyen, están todas las músicas, todos los planetas, el sol, la luna y las estrellas. No hace falta adornar la verdad cuando es tan clara y evidente. Escuchémosle.


 
 


Me recuerda este mensaje, más plegaria que discurso, al del Jefe Seattle, o Jefe Seathl, Noah Seattle desde que, al morir uno de sus hijos, se convirtió al cristianismo.
Otro texto impactante, que sigue vigente un siglo y cuarto después, sobreponiéndose a la leyenda y a las tergiversaciones de las palabras del noble indio suwamish, recogidas al dictado y traducidas del chinook (a esta lengua, a su vez, del lushootseed) al inglés por Henry Smith. La versión original, publicada en el Seattle Sunday Star, el 29 de octubre de 1887, fue transformada y enfatizada en los años 70 por Ted Perry, profesor de teatro, para la película Home.
Si todos los que dicen conocer esta carta, en alguna de sus versiones, la hubieran interiorizado de verdad, tal vez la voz de José Mújica no clamaría en el desierto.






En 1985, Style Council (Paul Weller, de The Jam, y Mick Talbot) grabó Walls come tumbling down, una llamada a la insurrección, para un cambio de sistema desde su propia raíz. Ellos apuntaban mucho más allá de la mera indignación de hoy, que a veces me suena al tibio mejorar algo para que el resto siga igual, que denunciaba Lampedusa en el Gattopardo.
            El vídeo es del concierto Live Aid, en el Estadio Wembley, aquel intento alegre y entusiasta de crear conciencia con la música. Inolvidables las actuaciones de U2 y Queen.      
            A pesar de la sórdida historia sobre el destino de los fondos recaudados (macabramente malversados por los gobernantes de Etiopía), la intención era generosa, limpia y solidaria, y una semilla fue plantada. 
Pero nada relevante sucedió tampoco en los 80, aquellos días de vino y rosas, de sueños de libertad y fraternidad. Volvió a quedarse en agua de borrajas porque, como siempre, como en todo, la transformación ha de empezar dentro. Si no es así, cualquier cambio social, político o económico sería un parche, sustituir una camada de víboras, por otra.

Si Mújica habla como habla y exhorta a la justicia, la responsabilidad, el reparto equitativo de los bienes, la conciencia individual y social, la paz y la felicidad para todos, es porque en su corazón y en sus venas de ex guerrillero palpitan esos valores. 

Allanar los senderos, elevar los valles, enderezar lo torcido… Ha de ser dentro y fuera, como es arriba es abajo. Para que se forme la cruz que salva, que une y hace posible la felicidad humana que defiende Mújica, es necesaria la intersección de lo vertical con lo horizontal.
            Porque no se puede aspirar a lo trascendente si pisoteamos o masacramos lo inmanente, si no somos capaces de compartir, amar y respetar a los que nos rodean, al planeta que nos alberga, la tierra que nos alimenta, a pesar de que los hayamos esquilmado sin conciencia ni compasión.

 

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