El sábado, día 9, de 18:30 a 21:30, estaré firmando ejemplares de mi nuevo libro, La memoria del Mar, y del resto de mi obra, en la caseta 161 de la Feria del Libro de Madrid.
A continuación incluyo el prólogo, de Enrique Martínez Lozano, por si a alguien le puede interesar.
Los poetas y los místicos transitan caminos cercanos.
Caminos que se encuentran más allá de las palabras y más allá de los conceptos,
aunque luego unos y otros hayan de recurrir a la palabra para expresar lo
experimentado. Y la palabra se hace entonces paradoja, metáfora y poesía, con
la que intentan balbucir lo que han palpado en el territorio del Silencio
primordial, lugar de nuestro Origen y nuestro Destino.
En realidad no es un “lugar”, porque
trasciende las coordenadas espacio-temporales, sino el No-lugar de nuestra
identidad que, sin embargo, olvidamos al identificarnos con nuestra mente. Tal
identificación nos otorgó una “pseudoidentidad” (el “yo separado”), a la que
absolutizamos y a partir de la cual organizamos toda nuestra existencia. La
identificación con la mente nos sumió en el olvido de quiénes éramos y abrió la
puerta a la confusión y al sufrimiento.
Cuenta una vieja leyenda judía que,
en el momento de nacer, un ángel nos golpea en la boca para imponernos
silencio, tratando así de impedir que hablemos del mundo celestial que hasta
entonces era nuestro hogar. Pareciera que el ángel ha hecho tan bien su trabajo
que, no solo no hablamos de ello, sino que incluso lo hemos olvidado por
completo.
Por eso, conocer quiénes somos
equivale a recordar. Y a esto nos
ayudan, de una manera especial, místicos y poetas. Es lo que nos regala Eugenia
Domínguez: palabra hecha poesía, experiencia viva que podrá despertar “ecos” de
nuestra identidad profunda, memoria
de lo que realmente somos. Porque Eugenia posee el don de transmitir, en
palabras sencillas, experiencias profundas y universales que tienen el sabor
inconfundible de la no-dualidad y que despiertan el “recuerdo” de lo que somos.
Recordar (re – cor/cordis) significa “volver al corazón”. Seguramente por ello, en
alguna tradición espiritual “recordar” equivale a “despertar”. Al recordar,
salimos del sueño y empezamos a ver.
Los poemas de Eugenia hacen un guiño al
corazón, en forma de nostalgia y evocación: recordamos
el Mar de donde venimos y adonde vamos, y el Mar nos recuerda y nos llama para
hacer posible el reencuentro con lo que, a pesar del olvido, siempre hemos
sido.
Los hombres y mujeres sabios, de
todos los tiempos y latitudes, han sido aquellos que nos han recordado la verdad de nuestra
naturaleza. Como una manera de mostrarlo, Eugenia nos ofrece una serie de
textos de diferentes tradiciones y procedencias, unidos bajo un denominador
común: la sed del encuentro en la Unidad olvidada.
A la verdad de lo que somos, no podemos llegar a través de la mente, herramienta tan preciosa como limitada, porque ella es solo una pequeñita parte de nuestra identidad.
Necesitamos, más bien, acallarla con
suavidad para, sin sus interferencias, acceder a una experiencia inmediata, en
la que emerge la consciencia clara de ser, el “Yo Soy” que siempre nos acompaña
–la única certeza que permanece en la impermanencia de todo– porque nos
constituye.
En cualquier momento de nuestra
jornada, como en cualquier etapa de nuestra historia, si nos volvemos hacia
nosotros para preguntarnos: ¿qué hay?, la respuesta siempre es la misma: consciencia de ser. Sin predicados ni
adjetivos, sin añadidos de ningún tipo. El “solo ser” de otro poeta inspirado,
Jorge Guillén, en el que todos nos reconocemos:
Solo ser. Nada más. Y basta. Es la absoluta dicha.
O el “no sé qué” que embelesaba a
Juan de la Cruz, y que sigue cautivando a quien se permite escucharlo:
Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcanza por ventura.
La consciencia –nuestra identidad última– es una, desplegada, manifestada y reflejada en infinidad de formas que, siendo todas diferentes, son sin embargo “lo mismo”.
Al dejar de buscarnos como “yo
separado”, emerge la Presencia consciente y amorosa que somos en profundidad, y
así nos reencontramos, al re-cordarlo,
en la admirable No-dualidad.
Los poemas de Eugenia están
transidos de esta intuición no-dual, que a veces se expresa en el contraste, al
describir al ego insatisfecho y superficial que nos despista, y otras se
manifiesta como Amor y Unidad esencial, que nos plenifica.
Al leerlos, haremos bien en
“dejarnos detener”. Es una poesía de cadencia pausada que, a la vez que nos
serena, nos invita a dejar las prisas para quedarnos saboreando la vida que encierra.
Y se expresa –no puede ser de otro
modo– en paradojas constantes: ego/estar, esfuerzo/abandono, oscuridad/ver,
aislamiento/encuentro en el otro y en todo, separación/unidad,
nostalgia/realidad, desengaño/amor, ramas secas/savia, muerte/vida, desasimiento/plenitud…
Y en esa plenitud
que es desasirme
de todo, siendo
todo,
vuelo libre,
mirando el universo,
tan pequeño y
cercano,
libre,
mirándolo y
viéndolo.
Paradojas que se resuelven,
finalmente, en un “abrazo mayor”, en el Silencio no-dual:
En
el Silencio
desaparece
cualquier
contradicción
que
las palabras crean
lejos
de la Palabra.
Que
sabe mirar:
Mirar
como el que sabe
que
todo Es en la mirada
que
mira cuando mira y es mirada.
Hasta reconocerse en Todo:
La huella de mis
pies se va borrando.
Son las olas que
bailan y acarician;
veo su espuma
fugaz.
Soy la espuma y ese
niño que cruza
detrás de una
pelota, sin mirarme.
Soy la espuma y el
niño y ese viejo
bañando sus
tobillos junto a una mujer joven
que también soy.
Soy la espuma, el
niño, el viejo, la mujer,
el cielo pintado de
colores
y el barco que a lo
lejos
parece, parezco,
saludar.
Soy el horizonte
donde cielo y mar se unen,
lo más sutil de
este paisaje,
tal vez lo más
cierto.
A medida que avanzamos en la
lectura, se intensifican las imágenes que nos remiten a la no-dualidad y, en
ese sentido, a lo esencial del
“recuerdo”:
Somos
el negativo
de
una figura eterna,
anhelando
esa luz que nos devuelva
el
perfil esencial,
bajo
un cielo fiel que nos bendiga,
nos
haga aparecer.
Para terminar en la explosión final de
Presencia y Unidad:
Si logro
estar alerta, me descubro:
soy atención serena y sostenida,
soy la mirada fiel, soy el aliento
de una respiración que me respira,
devolviendo mi esencia al universo.
Si logro estar alerta, Lo descubro:
es todo para mí,
soy todo para Él.
Soy real en el centro de mi
ausencia,
presencia Suya al fin
y para siempre.
A través de sus poemas, página a
página, Eugenia nos ha ido conduciendo hacia nuestra identidad más profunda: pura
Presencia, atemporal e ilimitada; Espacio consciente que todo lo abraza.
Quiero invitar al lector a que, sin
prisas en la lectura, se “deje detener” ante el más pequeño “eco” que se
despierte en él, para escuchar a su propio “maestro interior”, que habla en el
Silencio de la mente.
Y quiero agradecer a Eugenia el
regalo de estos versos que, gracias a su limpieza y docilidad, fluyen a través
de ella, activando re-cuerdos olvidados
y despertándonos a nuestra identidad.
Enrique
Martínez Lozano
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