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domingo, 22 de abril de 2012

Música para el alma



                                                      Para Alicia, que nos mira, nos escucha y nos inspira; 
                                                                                             con agradecimiento y amor.



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            En la Edad de Oro, cuando los lemures y los atlantes aún no habían desaparecido, existían unos seres cuyo nombre no se puede pronunciar más que con el corazón y el corazón tiene su lenguaje. Llamémosles, para entendernos, despertadores, porque su misión era evitar que los hombres se durmieran y olvidaran de dónde vienen y hacia dónde van. Eran seres de luz, bellos como un rayo de sol que hubiera adoptado una figura frágil, aparentemente humana. Rostro de luz, pecho de luz, manos de luz que se posaban en las frentes de quienes empezaban a olvidar, suavemente, como el ala de un colibrí o la caricia de una madre joven. Dicen que se extinguieron hace miles de años, pero en realidad emigraron a otro planeta cuyos habitantes aún tenían remedio. Desde allí siguen llamándonos, pues no han perdido la esperanza de que despertemos. Los más atentos empiezan a oír su voz de sangre dorada, su música de estrella nueva, su latido de sol.




                                                              Música de G. I. Gurdjieff

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