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sábado, 14 de enero de 2012

¿Para el polvo y para el viento?



  
          He puesto en mi dormitorio, junto a las de mis sobrinos, una foto de la niña de un año que fui. La había olvidado cuando mi padre me la regaló con un marco rojo. Es aquella en blanco y negro en que la niña, con expresión seria y algo triste, mira hacia arriba mientras sujeta una muñeca mulata, demasiado grande para un bebé. Alguna mañana miro a la niña y le prometo no volver a defraudarla, me propongo lograr que no haya nacido en vano.
            Alguna mañana y muchas noches, mientras me desnudo, converso con la niña que fui y le aseguro que no voy a dejar que muera –que muramos– para el polvo y para el viento. Después de hablar con esa niña seria de ojos tristes, que sujeta con cuidado maternal su muñeca, me siento más responsable, y vuelvo a afrontar mi destino como el que empieza a conocer el idioma en el que fue escrito, e intuye el sentido de alguna cláusula resolutoria.



¿Y ha de morir contigo el mundo mago
donde guarda el recuerdo
los hálitos más puros de la vida,
la blanca sombra del amor primero,

la voz que fue a tu corazón, la mano
que tú querías retener en sueños,
y todos los amores
que llegaron al alma, al hondo cielo?

¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
¿Los yunques y crisoles de tu alma
trabajan para el polvo y para el viento?

                                                 Antonio Machado


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