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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Tomás Moro. Piensa la muerte


          Las palabras “ajena” y “lejana” se evocan mutuamente. Me doy cuenta revisando un texto que escribí acerca de la muerte. Siempre la sentimos ajena o lejana, que es casi lo mismo. Recuerdo a Tomás Moro, que la pensó, sintió y vivió como nadie, y hago lo que nos pidió hace cinco siglos: rezo por él. Y le doy gracias.


                                         Tú que te acuerdas de Moro, que tu vida sea larga
                                                      y tu muerte una puerta abierta a la vida eterna.
                                                                                           
                                                                                                  Tomás Moro
                                                                         Tres años antes de morir decapitado, por ser
                                                                                          consecuente y fiel a Dios






Secuencia de Un hombre para la eternidad de Fred Zinnemann





 La ejecución de Tomás Moro en la serie Los Tudor



Fue Tomás Moro, Thomas More, un ejemplo de fe y coherencia, de humildad, valentía y gratitud, como lo demuestra su vida, su muerte y su obra, de la que extraigo unos pensamientos:

Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los refunfuños, los suspiros y los lamentos y no permitas que me tome demasiado en serio esa cosa tan invasora que se llama "yo".

Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.

Felices los que nada esperan, porque nunca serán defraudados.

Los hombres, cuando reciben un mal, lo escriben sobre un mármol; más si se trata de un bien, lo hacen en el polvo.

            Cuando nos sintamos demasiado atrevidos, recordemos nuestra fragilidad; cuando nos sintamos demasiado desmayadizos, recordemos la fortaleza de Cristo.

 No es pecado tener riquezas, sino amar las riquezas. El que olvida que sus posesiones son posesiones de Dios y en lugar de administrador se cree el propietario, ese se toma a sí mismo por rico. Y como se cree que las riquezas son suyas, se enamora de ellas y tanto menos pone su amor en Dios. Si piensas que el tesoro no es tuyo, sino de Dios, y que se te ha confiado para administrarlo y ofrecerlo, tu tesoro y tu corazón estarán en el cielo.

             Estas cosas, buen Señor, por las que rezamos, danos la gracia de trabajarlas.

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