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jueves, 15 de septiembre de 2011

La Música


            Una pareja en las escaleras mecánicas. Rondan los cincuenta pero se comportan como adolescentes enamorados. Son bastante feos; él es muy feo. De repente la besa en la frente, le acaricia la barbilla y sonríe mientras seguimos bajando, yo tres peldaños por detrás de ellos, testigo de la ternura y de la belleza.
Salgo de la FNAC, aturdida por su atmósfera eléctrica de sueño y cultura enlatada. Como tantas tardes de tristeza alegre, me recibe la Primavera de Vivaldi. Me paro respetuosa a escuchar a estos maravillosos músicos de la Europa del Este. Somos muchos corazones atentos, una respiración que nos hermana y nos eleva hacia el cielo de Madrid, hoy más limpio. Algún músico destaca, ya me he dado cuenta otras veces, y tira del grupo, lo unifica en su llamada, lima las aristas, colorea esta suma de notas diáfanas. Hay dos músicos, lo sé, que sacrifican su talento en esta hoguera sin vanidades que arde sin consumir. Hay dos genios entre estos músicos entregados. Hay dos músicos..., hay un músico, es la música, Mozart y Salieri al fin reconciliados.





          Una de mis escenas favoritas de Amadeus, de Milos Forman. Mozart, al borde de la muerte, dicta a Salieri las notas del Confutatis, pieza del famoso Requiem inconcluso. La tan conocida envidia de Salieri, mediocre compositor al lado del inalcanzable genio de Mozart, se desvanece y solo queda el asombro y la admiración sincera que le hacen olvidar su ego, herido durante años, y ponerse sin ningún reparo ni mezquindad al servicio del Arte.