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lunes, 9 de mayo de 2011

Libros vivos


Siento que los libros no son definitivos, admiten cada vez niveles superiores de sutileza y hondura. Publicar no es congelar, los libros han de estar vivos, calientes, acaso sudorosos. Siempre se puede ir más allá, hacia una versión mejor, más depurada, más elevada de un texto y de uno mismo.
            Las obras literarias tienen sus ciclos al margen de las ediciones, que en el fondo son un accidente. Se van concibiendo, se van desarrollando, porque también en la escritura necesaria el tiempo es relativo y se puede revisar veinte años después, veinte días después o veinte minutos después de leer el primer ejemplar de la primera edición.
            Como uno debe cuestionarse para ser cada vez más libre, también las obras se cuestionan a sí mismas, se liberan poco a poco. No son bloques, no son imágenes ni productos terminados, se siguen haciendo, se siguen construyendo a su ritmo. Uno solo debe ser testigo de ese proceso, darles el espacio que precisan para crecer, transformarse, evolucionar.


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