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sábado, 28 de septiembre de 2024

Para entrar en el Reino

 

Evangelio según San Marcos 9, 38-48   

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. 

                                         El Sermón de la Montaña, Cosimo Rosselli

Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu alma de una dulzura secreta
                                                                                                      San Agustín

El Evangelio de hoy nos pone nuevamente frente a dos actitudes. La de aquellos que necesitan sentirse integrados en un grupo, separados del resto, para poder decir de otros si son o no son de “los suyos”. Es la lógica del mundo, mediocre y cobarde que rompe y divide. Frente a esta actitud cobarde y ciega, está la de Jesús, generosa, la valiente, libre, que une, abre, confía… La primera es fuente de miedo y confusión; la segunda, de alegría y libertad, porque está fundamentada en la verdad que hace libres. Es la sabiduría del amor incondicional hacia todos, no solo hacia los que consideramos de “los nuestros”. Quien ama no teme, pues amor y temor nunca van unidos.

Ser valientes y libres, dejar atrás la falsa seguridad de la pertenencia a un grupo, supone haber conectado con ese nivel que no necesita referencias externas, ese centro de gravedad permanente donde no hay miedo ni recelo, sino acogida y confianza. Recordemos que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús es: "No tengáis miedo".

Si tu mano, si tu pie, si tu ojo… Me libero de todo lo que me impide seguir al Maestro, aunque me duela. Si tu mano, si tu pie, si tu ojo… Córtatela, córtatelo, sácatelo… Es un símbolo, claro está, una metáfora del sacrificio necesario para elegir un bien mayor. Por el Reino renunciamos a todo lo que impide llegar a él. 

No queda tiempo para seguir dando vueltas como burros atados a la noria de las experiencias del mundo que pasa, que ya casi no es... Seguir girando en ese eje horizontal, tratando solo de mejorar la “zanahoria” o la cuerda que nos ata a la noria, sería la vía fácil, pero solo lleva a repetir circunstancias, acciones (córtate la mano), caminos sin salida (córtate el pie), perspectivas o proyectos (arráncate el ojo).

Solo hay una elección, el Reino que ya está entre los que  sueltan lo demás, lo que parece tan importante a veces y es solo escoria que va desprendiéndose. Ojo de aguja, camino estrecho, la apuesta que el joven rico no se atrevió a hacer… 

Es la única decisión; para escoger algo, hay que dejar algo, y ese sacrificio hace sagrado (sacer fare) lo que se escoge y también lo que se descarta, porque en Cristo, que vino a recapitular todo, lo que elijo y lo que suelto se funden, se integran en mí, por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.

Como dice el general Lorens Loewenhielm de El Festín de Babette (la película que recordábamos en el post del domingo pasado), en el discurso cuyo vídeo y texto están abajo, al final tendremos todo, lo que elegimos y a lo que renunciamos…

Renunciamos a bienes efímeros, por el Bien; a la riqueza que roban y se apolilla, para la Riqueza imperecedera; a amores pequeños, condicionados, para el Amor. Y lo maravilloso es que el Bien incluye todo bien, pues es la plenitud; la Riqueza, incluye la riqueza, en una abundancia ilimitada; y el Amor, incluye el amor, todos los amores purificados. Y comprendemos lo de: El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Mt 19,29.

El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si renuncio a lo que parece que está contra mí o me impide entrar en el Reino, descubro que estaba a favor mío, que siempre lo estuvo, y solo estaba representando un papel para ayudarme a escoger lo bueno y de lo bueno, lo mejor, esto es, lo Bueno. La Unidad se manifiesta en una aparente división. 

Esa persona, circunstancia, posibilidad, que te distrae (dis-tracción), te dispersa (dis- persión), a veces te divierte (di-versión) y otras te divide (di-visión) no está contra ti, al contrario, está a tu favor, ayudándote a hacer la única elección legítima: la apuesta por el Reino. Cuando renuncias, sueltas, te desapegas de ello, descubres que no solo no estaba contra ti, sino contigo, y que ha sido impecable en su papel. Y l0 recuperas con una plenitud que no imaginabas, ya no te impide que percibas el Reino atemporal donde eres, es, soy, somos Uno con el Único.

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